NO ESTÁS ESCUCHANDO Parte I (#39)
Perder placer es triste como la dulce lámpara sobre el lento nocturno; aquél fui, aquél fui, aquél he sido; era la ignorancia mi sombra. Luis Cernuda.
La lluvia caía una noche más y tan sólo dos sombras vagaban por la calle en plena madrugada. Pasaron junto a una tienda de televisores, en la cual un noticiero de la madrugada informaba a los espectadores que no estaban mirando acerca de una cruenta noticia:
- ...Y tras informar de la aparición de la séptima mujer asesinada bajo el mismo patrón del asesino fotográfico, nos entristece tener que comunicar otro terrible suceso hoy. El descubrimiento de otro cadáver infantil. El cuerpo que han hallado hoy en el alcantarillado presentaba los mismos signos de las anteriores víctimas. Con este, son once niños que han aparecido muertos sin ojos, lengua, dientes ni genitales...
Esas dos sombras miraron a los lados antes de continuar su camino hacia un bosque cercano al camino. Justo a tiempo de esquivar las luces de los coches patrulla que daban su ronda estipulada. Un perro negro que andaba casualmente por la zona sí que no se libró del fogonazo de las luces policiales, haciéndole girar la mirada.
Aún de madrugada, las rotativas del periódico Future seguían echando tinta sobre el papel para la última edición que estaba por salir al público en apenas unas horas. Hacía tiempo que Michael deseaba abandonar su puesto de periodista y dedicarse a otras cosas. Por muchos contactos que se hubiese ganado, favores concedidos luego ganados al doble, influencias recaudadas en todos estos años y el poder haber sido capaz de conocer a una aliada como Lisa en sus investigaciones... Precisamente por tener una excusa válida para seguir en contacto con Lisa en estos tres años desde la primera vez que se vieron investigando el caso del sicario tras la familia de Christopher era por lo que aún seguía donde estaba. Pero ese hombre viejo y mezquino que era su editor jefe no le dejaba trabajar a gusto, no publicaba casi nada de lo que se averiguaba y ni siquiera se hacía eco de otras noticias en un intento vano de blanquear las novedades.
"La gente necesita esperanza", decía una y otra vez. A lo que Michael correspondía una y otra vez con la misma frase:
- La esperanza puede ser un arma muy peligrosa si se usa para mentir en lugar de para ayudar.
A sus cuarenta y tantos años, Michael tenía las cosas claras en la redacción de Future y no se callaba ni una. Vale que su editor jefe no quisiera hablar de más crisis, ni de más enfermedades, pero es no quitaban que estuviesen allí. Aunque lo que estaba llevando a Michael al límite en una discusión de casi dos horas que había provocado tanta demora en las rotativas era la inclusión o no de los cadáveres de los niños.
- No pienso publicar nada de brujería, magia negra, asesino de fotografías, ni ninguna de esas gilipolleces...
- ¡Maldita sea, George! –Michael había dejado ya de mirar al suelo educadamente y ya había pasado al siguiente nivel: manotazo en la mesa- Nadie ha dicho nada de brujería aquí. Sólo creo que sería lo mejor informar a la gente del asesinato sistemático de niños y de ese asesino serial con el patrón de las fotos Polaroid junto a los cadáveres de las mujeres, así como otros medios de televisión sí hacen.
- Medios de televisión de medianoche y dedicados a OVNIS y fantasmas... ¡Basura alarmista que busca dar un toque de queda en base a cuentos!
Michael lo intentó por activa y por pasiva, pero su jefe ganó el pulso. Cogió su chaqueta azotado, sus cosas y salió de la redacción sin molestarse en reparar lo más mínimo en el griterío que dejaba atrás. Tan sólo deseaba que lo despidiesen de una vez. "Los niños no, joder; los niños no", pensaba una y otra vez en dirección a su coche en mitad de la madrugada lluviosa y solitariamente oscura. Se introdujo en su coche y ordenó unos segundos sus pensamientos a tiempo para mandarle un WhatsApp a Lisa preguntándola si aún estaba despierta. A los segundos, el móvil vibró de vuelta. Tras todo este tiempo y todos los golpes de la sociedad y del mundo, Lisa aún podía hacerle sonreír de una forma u otra.
Pero recibió aún par de golpes más. Esta vez en la portezuela del coche. La lluvia, el frío y la oscuridad le impedían ver con claridad las facciones de las dos personas que estaban en el exterior reclamando su ayuda. Encendió la luz interior del coche, pero nada.
- ¿Sí? –preguntó Michael.
- Buenas noches, señor –una voz femenina y melosa sonaba desde el exterior-. Sentimos molestarlo, pero es que nos hemos quedado tiradas y necesitamos ayuda para volver a casa. ¿Sería tan amable de dejarnos entrar y ayudarnos?
Había gente educada, aunque fuese una misión casi imposible dar con esas personas, pero lo que extrañó a Michael desde un primer momento fue el tono mantenido, sosegado y excesivamente complaciente de la mujer que estaba pidiéndole ayuda. Ni siquiera la lluvia la obligaba a hablar alto, que sería lo más normal con la que caía.
- Creo que pasa un búho ahora, el autobús de madrugada, puedes esperar en la parada que hay justo enfrente.
Michael se sentía un tanto ridículo por tener que renunciar a su mujeriega virilidad y no ayudar a esa mujer como sí que habría "ayudado" a tantas otras hace tiempo. Pero sentía sus manos temblar suave pero inquietantemente. Otros dos golpes suaves y otra vez la voz de la mujer:
- Señor, hemos mirado los horarios y no va a pasar ningún autobús u otro medio de transporte ahora –Michael sabía que le mentían, pues sí que tenía que pasar el búho 4 a la fuerza (un miércoles de madrugada), pero al acercarse un poco más al cristal de la ventanilla notó otra cosa que lo llamó poderosamente la atención: la otra persona que se hallaba próxima a la mujer que lo hablaba no lo miraba a él, sino a los lados... Como vigilando y previniendo que se acercase o mirase alguien más-. Por favor, estamos solas, empapadas, al borde de la neumonía y tenemos miedo de estar aquí.
- ¿Y no has probado a llamar a la policía? –Michael notaba cómo el corazón bombeaba cada vez más rápido, cómo sus manos casi se movían solas y cómo sus pensamientos se orientaban en la manilla de la puerta.
- Vamos, señor... -la mujer que lo hablaba había adquirido un tono lejanamente burlesco ante la última pregunta de Michael- Por favor, ábranos la puerta del coche y déjenos entrar.
Ya no se trataba de ayudar o de acercar a casa, ya se trataba de "abrir la puerta y dejar que entrasen". Algo profundamente raro cruzaba la mente de Michael. Realmente se veía forzado a abrir la puerta del coche por algo –algo superior a él-, pero su instinto humano y su propia (aún menguante) fuerza de voluntad le salvaban de hacerlo por segundos. Miraba a las mujeres: quien le hablaba estaba aún más cerca del cristal –como si ella supiese que era inevitable que la acabase abriendo la puerta- y a Michael le parecía distinguir una cuasi sonrisa en su boca en medio de la chirriante oscuridad; la otra mujer seguía cual poste clavado en el suelo, mirando de un lado a otro, vigilante silente.
Entonces, su móvil vibró y se iluminó: un nuevo mensaje de Lisa. Al mismo tiempo, unos ladridos en la parte frontal de la carretera hicieron a Michael levantar súbitamente la mirada. Miró a la ventanilla nuevamente, ahora con la luz del móvil caído hacia arriba alumbrando, y comprobó con horror cómo la mujer que lo estaba sonriendo hasta ese mismo instante tenía los ojos completamente negros. Completa, anormal y aterradoramente negros. En cuanto se sintió descubierta, la mujer cedió rápidamente y miró hacia la otra en frustración. Por la parte de Michael, como si hubiese tenido la suerte de romper un hechizo, recuperó la movilidad y se tiró a encender las largas, el motor y a tocar el claxon del coche.
- ¡VAYANSE! ¡LARGO DE AQUÍ!
Michael estaba a punto de pisar el acelerador cuando reparó en el perro que había ladrado al mismo tiempo que el mensaje de Lisa. Mientras le agradecía el gesto en silencio, no pudo evitar cómo portaba una capa de cuero negra, cual chubasquero improvisado para protegerse de la lluvia. Al volverse hacia donde habían estado las mujeres hasta entonces, allí ya no había nadie.
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