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MI CARTA DE SUICIDIO (#47)

Nada en este mundo debe ser temido... Sólo entendido. Ahora es el momento de entender más para que podamos temer menos. Marie Curie.

"Querida Janet:

Creo que hoy hay una oportunidad real para vernos de nuevo. Gane o pierda, sé que en el fondo volveré a verte y eso no podrá quitármelo nadie. Llevo haciendo lo que hago estos meses porque hasta ahora creía que de verdad había una solución para tu estado, porque de verdad pensé que podía traerte de nuevo a la vida. Una parte de mí sabía que era imposible, la otra me empujaba a creer en lo increíble.

Me enamoré de ti desde la primera vez que te vi. Memoricé tus rasgos, tu tez, tus ojos. El sol salía y se ponía contigo. Eres lo primero que pienso cuando me levanto y lo último que recuerdo cuando cierro los ojos. Nunca iba a dejarte marchar, nunca quise hacerlo y no lo haré jamás.

Recuerdo cómo desde que somos pequeños se nos inculca que el amor lo puede todo, que es el amor lo que nos hace humanos y lo que puede desactivar la bomba más cruenta de todas. Pero nadie se molesta en explicar que el amor es también una droga, una obsesión, que puede convertir a la buena persona en una cruel y vengativa. A veces los monstruos no son creados a partir de dictaduras, caos o corrupción. A veces los monstruos son creados en nombre del amor. Amor bien o mal entendido, pero amor después de todo.

Sé que me he convertido en un monstruo. Sé que ha muerto mucha gente por mi culpa. Sé que mi creatina es a la vez mi veneno y sé que aunque sea un monstruo, también tengo derecho a dormir. Cada vez estoy más cansado, cada vez cierro más los ojos. Los remordimientos me pesan como a un viejo pianista cerrando el piano y acariciándolo por última vez. Todos aquellos que conozco al final se van y si pudiera volver a empezar sería a millones de kilómetros de donde estoy.

Pero ya no puedo. O ya no quiero.

Janet, quiero volver a oler tu pelo. Quiero volver a contar tus pecas. Quiero volver a sentir tu aliento, tu mirada, tu sonrisa. Quiero estar contigo y dentro de ti. Quiero acariciarte, morderte, besarte. Quiero dormir contigo sin preocuparme por despertar al día siguiente porque sé que estarás a mi lado. Quiero volver a hacer competiciones de ronquidos y chistes. Quiero volver a verte despeinada. Quiero volver a intentar tener un hijo contigo. Sólo contigo. Quiero, quiero, quiero... Quiero tantas cosas, mi amada Janet, y todas son sólo contigo.

Si hay gente que entierra dinero y botines bajo tierra, yo he enterrado fotos tuyas y nuestras para que, algún día, alguien siempre pueda encontrarte y recordarte. Así jamás te irás del todo. No sé si soy un cruel egoísta, no sé si ya querías irte desde el principio. Pero por favor, Janet, espérame antes de que te vayas. Quiero irme contigo. Espérame por favor, como siempre te esperaba a la salida del trabajo o a la puerta de tu casa con flores y chocolate.

Oh, Janet. Tuve todo de ti, luego un poco y finalmente me quedé sin nada de ti. Y no sabes lo que duele, más recordando a diario cómo era todo antes. El amor es una cárcel, pero el recuerdo de dicho amor es una cadena perpetua en repetición indefinida.

Te amo, te deseo, te quiero volver a hacer mía, te quiero Janet. Te quiero más que a mi vida, vida cual quiero sacrificar hoy por ti. No me importa el mundo, nunca me importó. Esto no es una carrera por ganar, esto es una historia de perdedores. Y soy un perdedor tratando de perder de la mejor manera posible.

Te quiero, Janet. Quiero estar contigo. Por ti iría al infierno y volvería a quemarme en la hoguera de las vanidades, avaricias y envidias.

Sólo prométeme una cosa: si me ves morir, toma mi mano y guíame. No quiero perderme en el camino otra vez.

Te quiero, Janet. El sol se oculta y una vez más es siempre contigo.

Te quiero,

Sawyer."

Quien fuese Sawyer y ahora es Kondor metió la carta dentro de un sobre y lo pegó con adhesivo al cofre de quien fuese el amor de su vida: Janet. Aún habiendo perdido toda esperanza tras revelarse la verdad, no quería dejarla ir de ninguna forma que era incapaz hasta siquiera de esparcir los restos en el mar. El 90% de su motivación en la vida presente (encontrar ese fármaco regenerador) se había evaporado. Y ahora el 10% restante era llevarse por el medio al responsable de sus males: el hombre misterioso al que iba a conocer en el interior del nuevo Oasis.

El Oasis fue en tiempos felices y mejores una discoteca con varias zonas (baile, disco, barra, terraza) que fue cerrada y demolida para construir un estacionamiento de comida rápida en su lugar. Años después dicho establecimiento cerró por la crisis y los herederos pensaron que la nostalgia por traer de vuelta la mítica discoteca funcionaría. Dicho y hecho, ahora el nuevo Oasis había sido reformado en tiempo récord para albergar dos plantas y un pasillo enorme en su segunda planta para varias oficinas de gestión y organización. Así como añadir más cámaras y sensores para velar por la seguridad de sus integrantes.

Esa noche se daba una fiesta privada a puerta cerrada para un selecto número de personas extrañamente vestidas (o al menos así lo vio Kondor agazapado junto a la entrada frontal): todas con una túnica con capucha para evitar que se les viese la cara y el cuerpo. A la mínima oportunidad que tuvo de hallar la puerta de entrada libre, Kondor entró a hurtadillas.

Por unos segundos no coincidió con Curra, quien había utilizado uno de los abrigos del ropero tirados en el suelo para taparse con él e ir moviéndose adentro. Cualquier persona que lo viese pensaría que el abrigo estaba poseído, pero nadie miró. Curra fue a esconderse rápido a los focos de la sala de discoteca, la cual estaba completamente vacía. El lugar sólo estaba realmente ocupado en la otra sala -la de baile-. Entonces se deshizo del abrigo y se puso a escudriñar el lugar con sus sentidos.

Lisa, por su parte, eligió el techo del emplazamiento. Fiel a su estilo táctico y buscando la sorpresa antes que la confrontación, entró por medio de los conductos de ventilación y fue deslizándose poco a poco hasta una zona que las rendijas le dejaban ver como un pasillo de oficinas.

Curra olió algo raro en la zona de bailes y fue yendo hacia allí con decisión, pero con cautela a la vez. Veía a mucha gente moviéndose suavemente, casi sin gracia ni movimiento al ritmo de una melodía suave. Toda la sala estaba casi a oscuras.

Kondor subió las escaleras y se adentró en el pasillo sin encontrarse con nadie de seguridad, ni ningún guardaespaldas o lugarteniente. Nada. La extrañeza de la situación le hizo encontrar una puerta con su nombre escrito en ella y algo colgando del pomo de la puerta. En el pomo se hallaba la pulsera de identificación de la noche que Janet fue a la fatídica rueda de prensa. Sabía que entrar en esa sala era entrar en la boca del miedo. Lo sabía, pero las ganas y la curiosidad eran cuerdas muy poderosas de las que tirar.

Curra llegó a la zona de baile y logró confundirse entre la penumbra y las luces de neón que más que alumbrar, tapaban, cargaban e incitaban a las parejas a arrimar sus zonas heterogéneas más y más. El Oasis no había perdido su espíritu en todo este tiempo. De buenas a primeras, nadie parecía reparar en ella. Eso podía significar dos cosas: o que la infiltración salió mejor de lo previsto, o que el que previno que Curra se adentrase allí es mejor se lo pensado.

Lisa sintió una puerta abrirse -Kondor abriendo por fin la puerta de la sala que le llamaba a voces silenciadas- y saltando del conducto de ventilación, sacó su Glock y comenzó a moverse sigilosamente por el pasillo.

Los tres creían estar por su cuenta, lástima que nadie les avisase de que estaban justo donde el que lo había planeado todo les quería.

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