#68 PERTURBADA Y ENCONTRADA Parte II
- Un minuto tarde –le contestó a modo de recibimiento.
- Pero si estaba en la puerta.
- No quedamos en la puerta, quedamos en la mesa.
La Sophia que había quedado con Claire se había evaporado con ella. Ahora con Hart, se mostraba más recta y autoritaria. Claro que Hart se veía incapaz de compararla ya que acababa de llegar.
- Oiga, señorita Engel... Ha sido un día duro, así que no estoy de humor.
- Yo tampoco estoy de humor. Me ha llamado Sawyer y me ha comentado lo de la policía, ha habido dos muertos en circunstancias muy extrañas y por si fuera poco el tiempo se acaba y usted aún no me ha traído a Harold Murray. Estoy empezando a pensar que fue un error contratarle, señor Hart.
Hart hizo un esfuerzo físico en no dar un puñetazo en la mesa, respiró visiblemente molesto y volvió a dirigirse a su superiora:
- Me están implicando en algo que aún no alcanzo del todo a comprender y hay un sabueso con su perrito de aguas a la caza de mis pelotas. ¿Sabía usted eso?
- Explíquese –Sophia parpadeó y permitó hablar a Hart.
- Hay una motorista, que por cierto se parece demasiado a la mujer que acababa de salir justo cuando yo entré aquí, que está matando a cada persona a quien usted me ha enviado para sacar información del tal Murray de los cojones.
- ¿Una motorista? –Sophia hizo un ademán de mirar a los lados de la cafetería, así como a la puerta de salida de la misma, sólo para ver a un perro negro allí apostado con semblante manso.
- Sí, y por las ropas juraría que es la mujer que salió ahora mismo del café. ¿La conoce?
- Mucha gente ha salido del café mientras estaba esperando, señor Hart. Sinceramente no me fijé en ninguna motorista.
- Pues debería, porque la siguiente puede ser usted. Esa perra está liquidando de forma sistemática a todos y cada uno de los implicados en la investigación, aprovechando mis visitas.
- ¿Tiene miedo?
- Sí –Hart remarcó esa respuesta-. Sí, tengo miedo.
Sophia asintió con la cabeza, manteniendo cara de póker y tono de voz neutral.
- ¿Y ni Lunga, ni Creire le hablaron de que se sentían amenazados o asediados de alguna forma? Igual trataron de hablarle, darle pistas...
- No me hablaron de nada de eso. Sobre todo Creire me quería fuera de su propiedad, pero no me pidieron protección, ni afirmaron sentirse perseguidos por nadie.
- Todo está resultando muy extraño, señor Hart.
- Y usted parece jodidamente tranquila ante todo lo que está pasando...
- ¿Prefiere que me ponga al borde del infarto como usted? Dentro de poco el corazón se la va a salir del pecho.
- Primero, no me gusta usted, señorita Engel –espetó Hart-. Segundo, ya me llevan dando dos taquicardias en dos días. Y tercero, con cómo están las cosas ahora preferiría que mi corazón estuviese realmente fuera de mi pecho. Así no sufriría más.
Sophia tapó su boca para evitar que Hart viese cómo una burlona e incontrolable sonrisa en sus labios. Dejó una pausa de segundos para que Hart recuperase la compostura.
- ¿Mejor? –le preguntó ella.
Hart tomó aire una vez más, la miró y la respondió afirmativamente. Acto seguido, la contó toda la información que había obtenido tanto de Lunga la noche anterior, como la escasa de Creire y su gente hoy por la mañana. Sophia asentía atentamente a todo lo que le contaba y ni siquiera perturbó su mueca un mínimo cuando Hart le contó el ritual que había presenciado por unos instantes.
- ¿Se sabe cómo pagó esas 50.000 libras? –preguntó ella, una vez Hart terminó su exposición- Las de la operación de cambio de rostro.
- Por tarjeta de crédito –respondió Hart-. Supongo que la misma que sus influencias le facilitaron a él cuando estaba supuestamente del bando de los buenos.
- No creo que fuese así, en mis archivos no consta que Murray tuviese tarjetas a su nombre o dinero metálico en esa suma a disposición.
Hart volvió a mirarla con un gesto de fastidio, estaba más perdido que nadie en esta investigación.
- Piénselo, aún hace 12 años, pagar con tarjeta de crédito significa dar tus datos. Eso supone comprometer la posición de uno considerablemente. Y al pagar con tarjeta de crédito, significa que no tenía esa cantidad en metálico. Por tanto...
- Por tanto, la tarjeta era robada. Robada a alguien de los suyos –Hart comenzaba a ver la luz al final del túnel.
- Eso ya me pega más –Sophia asintió, con un leve gesto de complicidad hacia Hart.
Eso no hizo más que enrabietarlo:
- ¿Me lo ha contado todo, señorita Engel?
Sophia volvió a cerrar su mirada una vez más.
- ¿"Me pega"? Le pega... A usted no le debería pegar nada, porque dijo que no sabía nada. ¿Y si sus influencias la traicionaron?
Sophia dejó caer la taza sobre la mesa de tal manera que acabó rompiéndola. Hart frenó en seco y volvió a sorprenderse con ella. Sus ojos azules hipnóticos ahora emanaban enfado.
- Le aseguro que mis influencias jamás me harían eso.
El tono de la voz era pausado y relajado, pero cada palabra suponía un puñetazo en el vientre mental de Hart. A pesar de todo lo que podía tener a favor (el físico, la salud mental decreciente, la habilidad, la capacidad de renunciar y ya a contracorriente de todo y todos), decidió tragar saliva y recular. Sophia parpadeó y volvió a recuperar paulatinamente la compostura.
- Sería buena idea que averiguase a quien se la robaron.
- Bueno... me temo que todos mis contactos son una vía muerta ahora.
- Todos no.
- ¿Quién queda? Ni usted, ni Sawyer me dieron referencias de nadie más.
- ¿Qué hay de ese sabueso y su perro de aguas? El que le asaltó. ¿Para quién trabaja?
Hart apretó los dientes. "Esta puta no me lo ha contado todo y me está poniendo a prueba", los pensamientos luchaban por abrirse paso fuera de su cabeza como el cerebro de Ellen Creire.
- Nadie me dijo que Ellen Creire tenía un papá.
Sophia pareció mostrar un signo de sorpresa.
- Y eso prueba que usted tampoco lo sabía.
- De haberlo sabido, lo hubiese incluido en el fichero, señor Hart. Que no me guste usted no significa que deba lanzar piedras contra su tejado, más si ese tejado es el encargado de cubrir mis servicios. Déjeme mover un par de hilos y hacer una llamada. Esta noche me pondré en contacto con usted y le facilitaré la dirección de ese hombre... ¿Sabe su nombre?
Hart negó con la cabeza. Sophia apretó los labios.
- Lo averiguaré. Ahora retírese a su alojamiento y descanse. Eche una canita al aire a mi salud –le guiñó un ojo de la misma manera en que se lo había guiñado a Claire-, después de todo se la ha ganado. Por cierto, ¿tiene alojamiento?
- Un camarero me dio una tarjeta de un sitio, pero justo cuando iba a llamar para reservar, el sabueso y su perrito aparecieron.
- No se preocupe de todos modos, habrá podido comprobar simplemente deambulando por aquí que ésta área de la ciudad parece más un pueblo abandonado que otra cosa. Seguro no tendrá problemas para apearse en cualquier parte in situ.
Hart observó cómo Sophia iba a pagar las consumiciones y se despedía de él con un leve movimiento de mano. Cuando quedó completamente a solas dio el puñetazo en la mesa que querría haber dado instantes atrás. Quería salirse de esto. Quería mandar al cuerno a Sophia Engel, sus allegados y a todo este caso y volver a conformarse con tratar de sobrevivir mes a mes con su pensión. Pero necesitaba el dinero. Necesitaba limpiar su nombre. Y necesitaba llegar hasta el final del caso. A todas miras, ahí siempre demostró su parte más policial. En querer resolver todos los casos que se le asignasen sin ningún tipo de cabo suelto y sin importar cuán difícil resultase. Pero los últimos giros de acontecimientos le hacían creer que estaban jugando con él. Que le estaban poniendo a prueba. Que Sophia Engel tal vez no fuese una "jefa" de la que pudiese fiarse al 100%. Y que tal vez estuviese más hundido y más solo de lo que pocas veces había alcanzado a imaginarse. Su cabeza parecía abocada al fatalismo total, cuando vio a una joven morena tomando algo en la mesa de enfrente despreocupadamente. Nada más ver sus hombros y cabellos, Melodía volvió a su cabeza. Acudió a su cartera y sacó la tarjeta que el camarero de aquel bar le había dado cuando le preguntó por alojamiento. Antes de mirarla, volvió a mirar a la barra para buscar a esa chica. Pero su mirada encontró un espejo en su lugar. Esas imágenes distorsionadas. Ese corazón cuyo pulso se dispara galopando en libertad. Esa cartera lanzada al suelo. Esos hombres cada vez más cerca, a punto de tocarle con los dedos de la mano. Él, viéndose más lejos de su Melodía. Esas imágenes lo asaltaron hasta que sacudió la cabeza con fuerza y consiguió despegar los ojos del espejo. Tenía la tarjeta del alojamiento en la mano. En cuanto lo vio, sacó el móvil rápido y tomó nota de la localización. Era el motel Soullost.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro