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#64 EL PRECIO DE ESTAR SIN TI Parte II

Al tiempo que llegó a su motel -el llamado Soullost- y paró la moto por completo, Claire sintió un alivio que hacía tiempo que no había sentido. Descompuso la pistola en piezas como había aprendido hace tiempo para esconderla mejor (cargador, percutor, balas y martillo en partes distintas) y se dispuso a entrar en la habitación en la que se había alojado durante tanto tiempo que ni siquiera recordaba. O ni quería recordar. El motel era uno de esos dignos de los 90: era un gran patio en forma de ele que albergaba tres plantas de habitaciones a las que se debía acceder por unas escaleras para cada planta y cruzar todo un pasillo exterior hasta dar con tu puerta. La habitación de Claire era una maraña de artículos, papeles impresos, fotografías, dos impresoras conectados a dos ordenadores de mesa y un portátil encima de la cama. Todas esas fotos y recortes conformaban una tela de araña que relacionaba a varias personas del pasado y del presente en torno a un único objetivo: Harold Murray. Claire había estado quemando fichas todos estos años. Pelando las capas sobre las que Murray podía estar escondiéndose. Había dedicado todo a encontrarle. Había dejado todo atrás por ello. Todo, salvo Matt. Su Matt.

Una vez chequeó sus ordenadores en busca de novedades, se desnudó y fue a darse un baño. Tenía una foto de Matt y ella pegada en una de las paredes del habitáculo de la bañera, encima de sus pies a la vista. La única que tenían juntos. Claire se la "robó" la primera noche que se acostaron juntos. Ella se puso frente al espejo, tapando sus pezones tímidamente con las manos y pillando en el encuadre a Matt por detrás, leyendo algo en su móvil. Claire recordaba cuántas veces Matt la había abrazado, acariciado y besado. Cuántas veces se había dormido en su regazo y cuántas veces se despertaron inmersos en cariño y placer. Pero ella consideraba esa foto la definitiva de su relación. La quintaesencial. Si había que escoger una, era esa. Representaba a dos personas separadas física y mentalmente, que sin embargo compartían habitación. Representaba a dos personas que levantaban muros de protección para evitar enfrentarse a sus miedos, pero que se mostraban desnudas la una con la otra y se sentían satisfechos con ello. Representaba a dos personas que de buenas a primeras no se hablaban o miraban tras el coito, pero que no podían dejar de beberse el uno al otro en sus pensamientos. Claire regresó mentalmente a esa primera noche. Después a la siguiente. Y a la siguiente. Y a la siguiente. Acarició sus labios vaginales bajo el agua y comenzó a introducirse los dedos suavemente con una mano, mientras se masajeaba los pechos y el cuello con la otra. Pero no duró mucho. Había descubierto que hacer eso era un castigo, más que un consuelo. Pensar en Matt en todos los sentidos la traían una pena increíble. Lo que antes era un apoyo construido en base a su persona, se había convertido en una losa de cemento en los últimos años. Claire se lavó la cara con el agua de la bañera, buscando limpiarse las lágrimas. Miró al techo del baño, sintiéndose vacía. Terriblemente vacía. Y tomó una decisión, la misma que había estado tomando todas estas incontables noches solitarias. Cada noche de baño, se probaba a sí misma cuánto podía aguantar la respiración bajo el agua. Se engañaba a sí misma, buscando batir un récord personal por el que nadie había siquiera apostado. Ni siquiera ella. No quería admitir que lo que deseaba en verdad era llegar una noche al récord definitivo: a no volver a sacar la cabeza del agua. Cerró los ojos por un instante, sumergió la cabeza y los volvió a abrir para ver la foto desde el agua.

No podía asegurar cuánto tiempo llevaba cuando sintió cómo llamaban a su puerta. Lo hacían con suficiente vehemencia como para que ella girase los ojos sospechando debajo del agua. Dejó pasar tres llamados, cerrando los ojos, a un latido de dejar pasar el agua a sus pulmones de una vez por todas. Pero el cuarto fue el más insistente. Abrió los ojos y se incorporó en la bañera, saliendo del agua enfadada, sin ni siquiera taparse con una toalla, yendo directa a la puerta con una navaja escondida a la espalda. La abrió asomando la cabeza chorreante por un lateral y dándose de bruces con alguien a quien para nada se esperaba encontrar.

- Buenas noches. Siento molestar, pero he estado tratando de buscar a un recepcionista por este motel y no lo he encontrado. ¿Podrías ayudarme? Si no te pillo muy liada, claro.

Sophia Engel estaba parada en su puerta. No tenía ningún tipo de equipaje y tampoco había rastro de Sawyer. Conservaba ese tono relajado y seguro de sí mismo en la voz, así como ese porte que la convertía en algo más que una "mera" joven de 18 años. Claire dejó caer la navaja al suelo y se pasó la mano por la cara tratando de librarse de las gotas de agua que aún se le deslizaban. Algo veía en ella que le resultaba acogedor. Le transmitía confianza, una confianza que hacía muchísimo tiempo que no había experimentado.

- Desde que se propagó el virus y el mundo cambió, no ha habido ningún recepcionista aquí. Tampoco demasiada gente que coja habitaciones. No he visto a prácticamente nadie más aquí.

- Es que debo alojarme aquí por negocios unos escasos días y vi la puerta contigua a la tuya abierta, pero no sabía si podría entrar o no. Y realmente necesito asentarme ya para poder descansar. Mañana tengo una reunión importante.

Claire hizo lo que menos querría hacer esa noche: enfundarse una toalla y salir a ayudar a Sophia. Juntas entraron a la habitación contigua a la de Claire. Claire encendió las luces, recordándose a sí misma que debía lavarse las manos cuanto antes. Pero lo que vio no fue una habitación desvalijada o dejada a las ruinas por completo. Era una habitación limpia, acogedora, cálida, con dispensadores de jabón llenos a cada esquina, alfombras sin ninguna pelusa y ni una mota de polvo. Ni siquiera la más mínima huella de que alguien hubiese tocado algo allí en tiempo.

- ¿Y dices que te la encontraste así?

- Sí, la verdad –afirmó Sophia con una mueca de asombro-. No entré, quiero decir. Hallé la puerta abierta y me dio cosa entrar sola. Vi luz en tu habitación y por eso te llamé.

Claire se tomó un momento para volver a salir fuera de la habitación y mirar al compendio de puertas y ventanas que había a su alrededor. Todas las puertas estaban cerradas y las luces completamente apagadas. O ella era la única que había dejado la luz encendida, o era la única huésped del motel Soullost. Hasta ahora.

- Parece que la habitación está en perfecto estado.

Claire se volvió hacia Sophia, quien desprendía una sonrisa radiante dedicada a Claire. Claire ladeó la cabeza con rechazo, no quería que la rompiesen el corazón otra vez.

- A veces viene gente a hacer limpieza comunitaria –se odió a si misma por mentir tan mal, aunque esto hizo que Sophia estallase en carcajadas.

Había algo en las carcajadas de Sophia que reconfortaba a Claire. Una pequeñísima, ridícula parte de ella se alegraba por haber conseguido hacer a alguien de reír y, por si fuera poco, poder verla esa sonrisa al no llevar una mascarilla. Pensó que jamás volvería a ver algo así.

- Bueno... -trató de despedirse como buenamente pudo- Sabes que si necesitas algo estoy...

- ...En la habitación de al lado, sí –Sophie se encargó de acabar su frase.

Claire asintió con la cabeza y la deseó buenas noches antes de irse. Según entraba en su habitación, aún percibía la mirada angelical de Sophia clavándose en su figura. Ella juraría que hasta seguía mirándola una vez dentro de su habitación, atravesando las paredes.

Hart consideró que ya había bebido, fumado y fornicado lo bastante como para quitarse de encima a la chica que terminaba de cabalgarle en la cama. Ella se reía, lo había pasado muy bien. Aseguró que acertó de pleno en subirle a casa. Él se había satisfecho, pero seguía intranquilo por los hechos de esta noche y por saber de qué manera podría entablar conversación con esa enigmática Ellen Creier. "Rituales", pensó una vez más en las palabras de Lunga. La chica, de la que se había asegurado era negativa, se puso a horcajadas sobre su espalda, lo que hizo que él se quejase y le pidiese que hiciese lo que hiciese, lo hiciera con cuidado. La chica le preguntó quién le enseñó a hacer todo lo que sabe hacer.

- Todo amante fabuloso tiene unos orígenes modestos.

Hart la hacía de reír y eso le tranquilizaba también a él. Pero ella insistía. Esquivaba sus bromas y sus largas. Era una chica que hacía lo que hacía por dinero y Hart sabía que si la pagaba bien, no tendría por qué decir nada a nadie. "De todos modos, tampoco es que yo sea un hombre importante", pensó para sus adentros.

- Hubo una chica que me dejó marcado hace más de una década. Melodía Padilla. Mi primer gran amor... -Hart la evocó en sus recuerdos, aunque siempre aparecía distorsionada- Es curioso porque nunca soy capaz de recordar su cara con claridad, supongo que es porque ha pasado tiempo y soy viejo... O porque me hizo un daño terrible y quise olvidarla –Hart no se dio cuenta de cómo su voz se quebró, realmente pensar en Melodía le hacía sentir terriblemente vulnerable-. Creo que jamás nos despedimos con propiedad, creo que lo nuestro llegó a un final cortado... En fin, nuestra relación era un vaivén de rupturas y reconciliaciones. Pero cuando estábamos juntos, estábamos juntos plenamente. Con ella podía hacer las cosas que no podría hacer con nadie más. Podía hablar los temas que nadie más quería escuchar... Estábamos celebrando una fiesta en un callejón, nos habíamos juntado una veintena de amigos –Hart sí que alcanzó a recordar el confeti, los cachis de cerveza, los matasuegras, los silbatos, la música atronadora de altavoces, el cabello moreno de Melodía, su tacto y lo mucho que eso le hacía sentir-. Recuerdo que estaba tan desfasado que saqué mi cartera del bolsillo y la lancé como si fuera un frisbee –realmente se vio a sí mismo de forma borrosa cogiendo su cartera y arrojándola de forma estúpida-. Y entonces...

Hart dejó de hablar, pero su cerebro no dejó de trabajar. En su recuerdo, creyó ver a alguien acompañado de dos personas que se acercaban a él con decisión. Hart achicó los ojos, pensativo. No había recordado eso hasta ahora. Tampoco es que fuese un hombre reflexivo, nunca se paraba a pensar en nada. Si se paraba a pensar, le venían los recuerdos de los "talones", las misiones, las matanzas, los tratos imposibles, las drogas...

- ¿Qué? –le preguntó la chica, intrigada por su pausa.

Hart volvió a abrir los ojos del todo, parpadeó por un momento y súbitamente recordó el recuerdo que lo marcó a fuego de por vida:

- ...Y entonces todo lo que veo es una bola de fuego tratando de alcanzarme y llegando a tocar mi espalda, cambiando las cosas y apartándome de todo aquello que quería y en lo que creía.

Al tiempo que dijo esto, la chica acarició las cicatrices de la espalda de Hart. Algo que él no quería. La apartó, se levantó de la cama, cogió el móvil y se fue al baño. Creía tener la ubicación de Creier y había acordado un encuentro con Sophia después –a lo que ella accedió al instante, lo que indujo a Hart a pensar que ella o su leal Sawyer estaban vigilando sus pasos o rastreándolo de alguna forma-, pero necesitaría alquilar un coche para desplazarse más a gusto. Mientras se ponía en contacto con una compañía de alquileres, Hart se miró al espejo. Pero no lo hizo cómodo. No le gustaban los espejos. No le gustaba lo que veía. No quería verse reflejado en ellos. En cuanto pasaron unos segundos mirándose extrañado, apartó la mirada del mismo.

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