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#33 EL LAMENTO DE LOS SERAFINES

Voy a intentar escapar.

Me armé de valor y salí corriendo del establo. "Él" ya no estaba allí. O eso parecía. Me adentré en el campo a toda prisa, permitiendo que varias de las plantaciones me hiciesen cortes en brazos y piernas. No controlé mis propias pisadas, por lo que el ruido que estaba haciendo era considerable. En menos de un minuto había cruzado todo el campo, lo que hace la adrenalina. Recuperando aire jadeando, miré hacia atrás.

Nada.

Hacia los lados.

Nada.

Dos crujidos al lado mío. Bajo la mirada y son bichos alrededor de mis pantorrillas. Los espanto tan silenciosamente como puedo. Vuelvo a echar a correr, pero tropiezo sin querer y me desplomo de nuevo. Apoyo las manos para coger impulso en los pies. Sólo cuando levantó mi mano izquierda me doy cuenta de que estoy apoyada sobre una de las garras negras y enormes de "él".

Grito despavorida y sigo corriendo, no importa lo lejos que vaya, ni en qué dirección. Tengo que salir de ahí de alguna manera. Al fin llego a la carretera y unas luces cegadoras cubren mi visión. Siento el rechinar de los neumáticos antes de salir despedida por los aires debido al impacto del atropello.

Mientras estoy tendida en el suelo, luchando por mi vida y al mismo tiempo que se escape como la sangre entre mis dedos, recuerdo que mi nombre significa 'palmera de dátiles'. Recuerdo también que las personas que nos llamamos Tamara se nos conocen por ser alegres, amables, hermosas y protectoras de la gente que ama. Me preguntaba entonces por qué no era así... Qué me impedía terminar de ser feliz por completo.

Sentí pasos y torcí la mirada como pude hasta mirar el coche. La persona que lo conducía no era tan mala después de todo. En lugar de darse a la fuga, se había parado a ayudarme. Estaba corriendo hacia mí. Había sólo un ligero problema: "él" también corría hacia la carretera, hacia donde yo estaba tirada. La cuestión era quién de los dos llegaría a mí antes: ¿La vida o la muerte?

–Lo que ha ocurrido con Tom esta noche es una auténtica tragedia —Campbell se dirigía a la prensa con tono pretendidamente solemne—. Nunca hubiese querido tomar las riendas del partido de firma tan forzosa, con su presidente y vicepresidenta natural tristemente fallecidos en una jornada desgraciadamente histórica y caótica. Sólo puedo decir que mientras dejé el cargo mejor que cuando lo encontré, el objetivo estará cumplido.

Campbell había tomado el mando del partido tras quedarse virtualmente solo y habiendo culminado su venganza a toda costa, aún destrozando vidas y familias en su camino. Pero, para su sorpresa, no se sentía pleno. Seguía sintiéndose igual de vacío. Tenía la corona, pero su cabeza no le dejaba encajarla como debiera. Fue despachando periodistas y reporteros como pudo -la mayor parte afiliados al partido, por suerte para él-, hasta que dio al fin con una periodista que conocía de antes. Sólo con distinguir su pelo rubio y complexión esbelta ya sonrió un tanto aliviado. Si había conseguido salvar a alguien de su mundo infernal de política y venganzas era a su sobrina Paula.

Paula era su as bajo la manga. La única familia que le quedaba y tal vez el único nexo de unión con su humanidad. Nunca le había contado toda la verdad por protegerla. Su relación con Charlotte siempre fue un amorío secreto y tuvo que hacer de tripas corazón como nadie. No tenía sentido para él entonces compartir un plan de venganza del que ella no sabría toda la información. Y no tenía por qué saberla tampoco.

–Señor Smith, ¿podría decirse que ha conseguido su objetivo? —preguntó, cumpliendo con su papel de periodista.

–He conseguido la presidencia —respondió él, titubeante—, aunque no del modo que esperaba exactamente. Me toca estar a la altura con todo lo que viene y pronto me pondré a ello. Ahora quiero ordenar un poco el caos administrativo provocado por los eventos de hoy —el sudor impedía que Campbell luciese bien frente a los focos, por lo que se limpió como pudo pero de forma pesada mientas echaba a andar hacia el ascensor para ir al despacho de Tom—. La verdad estoy agotado y querría descansar un momento por favor.

Una vez él cámara cortó la señal, compartieron un abrazo fraternal que Campbell realmente necesitaba. Era lo único que le hacía sentir buena persona. Podía notarse hasta en la mirada.

–Eres lo mejor que le ha pasado al mundo en el día ver hoy —Paula le dedicaba palabras de enorme cariño—. Sé que es un tiempo casi imposible de vivir en paz, pero disfrútalo. Sé cuánto lo merecías en realidad desde siempre. ¡Es tu oportunidad de hacer lo que mejor sabes para el pueblo!

Campbell río aliviando y se lo agradeció en el alma como sólo él podía llegar a sentirlo y expresarlo. Hizo un anuncio general de que se iba a compartir un refrigerio para la prensa y autoridades, en orden de refrescar gargantas secas tras los eventos de hoy. Instó a su sobrina a hacer lo mismo y esperó con ella hablando amigablemente hasta que los guardaespaldas ayudaron al personal de catering a colocar mesas con vasos de plástico y bebidas. Los del catering triunfaron en términos de ahorro de tiempo y esfuerzo, pues aprovecharon el menú y bebidas que Tom había dejado preparado antes de su caída en desgracia y suicidio final.

Despidiéndose por unos instantes de su sobrina y antes de ir al ascensor, Campbell tuvo unas ganas considerables de ir al lavabo. Entrando en unos que había cercanos al ascensor, dedicó una mirada a todo el salón de actos, a Paula, a los periodistas y autoridades, así como a una mujer que lo miraba fijamente desde la puerta y que era la única que no se había movido un milímetro de todo el mundo allí presente. Menos para ir a las mesas a coger su vaso de refresco. Esa mujer era el vivo retrato de Tamara. "Pero no puede ser... Tamara está...", sus pensamientos llevaban embotellándose desde que Tom le diese ese sobre y dijese su obituario verbal. "Necesito unas vacaciones".

Se metió en el baño, hizo lo que tuvo que hacer y quedó un rato largo mirándose al espejo. Hasta que recordó el sobre de Tom. Lo sacó del bolsillo de pecho interno de su americana ya gastada por tanta tensión y sudor acumulados y lo abrió. Dentro tan sólo contenía un papel con una frase en la parte superior: "Yo creo en Jim Jones". Y con otra en la parte inferior de la hoja, una frase que provocó que Campbell resoplase nerviosamente: "Te dije que te haría gritar".

Jim Jones fue un autoproclamado pastor religioso de una de las mayores sectas de los años 70 en Estados Unidos. Iba de demócrata, integrador y conciliador. Mucha gente iba con pancartas por la calle que rezaban ese eslogan: "Yo creo en Jim Jones". Pero era un tirano. Apalizaba y amenazaba a quien pretendía marcharse, llegó a contratar asesinos para que matasen a un congresista y a un grupo de reporteros que estaban por informar de lo que sucedía entre sus filas y en 1978 culminó su currículum con un mortal punto y final. Campbell lo recordaba muy bien gracias al juego que él y Tom practicaban en su juventud para estudiar historia a modo de Trivial. Con sólo una palabra, estaban entrenados para recordar que había pasado en un sitio determinado. "¿Qué me quieres decir con esto?", pensó Campbell, recordando el fatídico final de la secta de Jim Jones y todavía dando vueltas a la cabeza la perturbadora frase "Te dije que te haría gritar".

–¿Acaso me has preparado algo, cabrón? —musitó Campbell entre dientes.

Acto seguido, hizo una bola de papel con la hoja y se dispuso a salir del baño. Nada más abrir la puerta, se percató de que el ambiente estaba totalmente silencioso. "Qué extraño, estamos una gran congregación de gente, con cámaras y fotos, bebidas y comida... Y no se oye nada", pensó. Entonces le dio por levantar la cabeza y mirar al frente. Entonces todo cambió. Entonces todo terminó.

Ocurre una cosa. Ocurre que Campbell se ha olvidado de recordar algo. Recordar cómo fue el fatídico final de la secta de Jim Jones en 1978. Simplemente reunió a todos sus seguidores, familias y bebés incluidos, y les ofreció refrigerios en vasos de plástico. Primero a los bebés y a los niños. Luego a los mayores y finalmente a todos. Los niños y bebés lloraban en agonía al beber del vaso. Los adultos se retorcían de dolor. A algunos ancianos se les había deformado la mandíbula. Resulta que esa congregación final era para suicidarse en masa, ingiriendo cianuro con agua. Cuando todos estuvieron muertos, esperando cual capitán de barco, Jim Jones se voló la tapa de los sesos con una escopeta. 918 personas murieron ese día.

Y es curioso poder ver a Campbell ahora, con la cara desencajada, en shock y sin poder respirar. De verdad que no lo puedo creer. ¿Acaso pensaba que todo iba a salir bien? Estamos hablando de mi marido, estamos hablando de Tom. El hombre que va de nuevo y se folla a su amante en la habitación de al lado en nuestra casa de campo. El hombre que hace trampas consigo mismo y se dice y se desdice al mismo tiempo. El hombre que regresó a casa a traición esa noche, mientras yo estaba tirada en el suelo tras saltar por la ventana, y en lugar de ayudarme se llevó a mis hijos a traición y les hizo mentir sobre mi condición para tener la custodia total e incapacitarme. Claro de eso tienes la culpa tú, Campbell. Tú envenenaste mis pensamientos al hacerme ingerir esa medicación, al hacerme ver esas cosas tan horribles. ¡Podrían haberla tomado mis hijos también, cerdo! ¡¿Qué crees que hubiesen visto ellos?!

Por tu culpa una parte de mi murió poco a poco, día tras día, hasta esa noche final. Después de esa noche, no volví a ser la misma. Desaparecí con algo de ayuda, curé mis heridas, me desintoxiqué de toda medicación y empecé a ver las cosas con claridad. Con sosiego. Cómo todo el mundo te busca en los titulares. Cómo tú te callas tu venganza y pretendes derrotar a Tom convirtiéndote en él, en otro tiburón mentiroso más.

Guerras políticas, supongo. Tratar de expulsar al mal utilizando todavía más mal. Lo mejor de todo es que no hace falta que nadie de fuera como yo haga nada. Tanto berrinche por votos y eso es un teatro que ni Shakespeare. Al final os matáis vosotros solitos entre vosotros. Vivir con Tom me enseñó que el pueblo no es más que una audiencia sin voz ni voto de un violento y soberano circo romano. Y siempre me han aburrido. Yo soy más de los que se le ajena de esos circos y guerras, de los que viven día a día. De los que van a pie. De los anónimos. De los que te podrías cruzar con ellos en la calle una y mil veces y pasar de largo. De estos con los que te cruzas tantas veces y jamás has visto. De estos a los que das por muerto, y que puede que una parte de ellos esté muerta y enterrada.... Pero la otra parte no.

He estado ahí cuando nadie me veía. Sigo estando aquí de hecho. Supongo que nadie me ve porque soy invisible, porque visto ropa de calle humilde y no elegante como la de los demás, quizá porque esté muerta o quizá porque esté viva y haya fingido mi muerte. Lo importante es que sigo aquí. He conocido a la amante de Tom en nuestro encuentro en el ascensor. No quería hacerla nada, ¿o tal vez sí? Nah, sólo quería mirarla a los ojos. Pero la muy puta ni siquiera pudo aguantarme la mirada. Supongo que ha sido cosa tuya con otra de tus píldoras de vitaminas... ¿Verdad, Campbell? Me tengo que reír, discúlpame. ¿Te has parado a pensar en cuántas vidas has arruinado o apagado, o permitiendo que se apagasen, esta noche por venganza? Primero yo, luego mis pobres hijos a los que espero volver a ver muy pronto, luego los ciudadanos que se suicidaron o fueron masacrados, luego mi marido, ese jardinero al que todos daban por tonto y mira el pedazo de tonto el caos que ha provocado... Y ahora todas esas personas que ves tiradas en el suelo, en sueño eterno.

Resulta que Tom se acordó de tus palabras. Y en sus momentos finales buscó la manera de hacerte gritar, cerrando así el círculo de lo que había pasado aquella vez en el parking policial con la hija de tu amante, Charlotte Lillis. Resolvió que lo que querías era pisarle para obtener todo el poder... Qué en gran parte lo querías, Campbell. Tú indemnización perfecta por todos estos años estando a la sombra. Así pues, Tom se dijo 'si no eres mío, no eres de nadie'. Siguiendo los pasos de Jim Jones, tras convocar la rueda de prensa extraordinaria cargó las bebidas y los vasos de cianuro. A nadie se le ocurriría revisar el contenido de un vaso en una sede política de alto standing en la que hasta te invitan a beber gratis. Y mientras tú estabas cambiando el agua al canario y removiendo neuronas por el contenido del sobre, la gente caía desplomada al suelo.

A Tom nunca se le dieron bien los estudios, no hablemos de las matemáticas. Tenía que hacerle yo las cuentas de los tickets de la compra. Él no basculó la cantidad justa para hacer que las luces vitales se apagasen poco a poco. No. Él quería que lo prefieres todo en un chasquido de dedos. Así que cargó mucho cianuro por cabeza. Quería que fueses el rey sin corona más triste y torturado de la historia. Quería devolverte la venganza silenciosa. Y por lo que parece... Ha dado resultado. Desde que saliste del baño has quedado mudo y pálido. No tenías apenas expresión en segundos. Caminaste por el salón de actos, maniobrando para no pisar los cadáveres. Cadáveres que en su mayoría estaban boca abajo. Los vasos con bebida estaban desparramados por el suelo. Eso es lo que has conseguido, Campbell. Ahí te ha llevado tu plan, tu soberbia, tus mentiras y tú venganza. Al mal por el mal. A perderlo todo. A una corona rota. A ser la única persona en pie a la que no le queda más que arrodillarse y romper a llorar. Lo que me convierte a mí en la única persona en pie, debo añadir.

No entiendo muy bien, eso sí, qué haces abrazado a la periodista rubia a la que pusiste ojos en la primera rueda de prensa y a la que abrazaste después de que heredaras el trono, mientras lloras desconsolado. Te tenía por un perro fiel solitario. ¿Quién era? ¿Tu nueva novia? ¿Un familiar secreto? Ni siquiera Tom sabía que tuvieses a alguien. Bueno, ya no me importa. No está en mis manos. He aprendido a hacer las paces con el hecho de afrontar no poder despedirte de alguien a quien quieres. Primero fue Margot. Luego Patricia y Peter. Sólo espero que no hayan sufrido. Cualquier día de estos, usaré la navaja y subiré arriba a verles. Pero ya no estoy tan atada a tener que comunicarme con ellos sí o sí. He aprendido la lección. Ahora bien, cuesta pequeño Campbell. Cuesta horrores aprenderla. Y me temo que mientras lloras, gritas y pataleas te va a costar aprenderla a ti también.

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