#30 MARCADOS POR EL ODIO
El shock de Tom logró contener su rabia y su temor más profundos que se pugnaban una lucha a puño desnudo por salir a flote y tomar el control de su persona. Convocó la tan manida rueda de prensa que tanta gente le pedía, aunque extrañamente no se manifestó, ni mencionó nada sobre lo que acaba de pasar. Debido a los suicidios colectivos, las manifestaciones a las puertas de la sede habían cesado. Los bomberos y las autoridades terminaban de sofocar las llamas y finalizaban el recuento de víctimas. Los medios de comunicación no sabían si pronunciarse o no sobre lo que estaba pasando, aunque todos coincidían en que era una auténtica 'locura de tarde/noche'.
Las llamadas colapsaban su sede, los periodistas se peleaban por tenerle en el foco costase lo que costase. Ni siquiera se molestaban en preguntar a la oposición, ni a otros partidos qué opinan del reino del caos que se estaba desatando justo ahí y ahora, teniendo que manifestarse éstos de forma crispada y paranoica por las redes sociales. Todo giraba en torno a Tom, todo buscaba a Tom y todo se concentraba en Tom.
Justo antes de la rueda de prensa, Tom había estado llamando a sus hijos, así como a la canguro. Nadie cogía el teléfono, pero a la hora que era (ya las once de la noche) debían estar durmiendo -Tom siempre se preocupaba porque les acostasen a a las diez a más tardar-. "Mejor", pensó él. Así no verían la basura que la televisión sacaría de él. Las palabras de su hija sobre su madre aún resonaban en su cabeza como un ancla de culpabilidad. Una parte de él no quería que las cosas terminasen así. La otra parte estaba convencida de que era la mejor opción para que él se quedase con sus hijos y cortase vías finalmente con ella. Campbell se acercó a él una vez con el frasco de vitaminas y Tom se tomó una más.
23:05h. La rueda de prensa daba comienzo. Tras una breve presentación de un consternado Campbell, la gente vislumbró los primeros pasos de un Tom en plena línea de fuego (tanto amigo, como enemigo).
–Buenas noches a todos —la velocidad a la que dijo esas palabras trató de contrarrestar el hecho de que no fuesen buenas para nada y las desease por educación—. Os he reunido aquí por dos razones principales. La primera de ellas es para dejar bien claro que estamos haciendo todo lo posible para encontrar al responsable o responsables tanto del atentado contra el centro comercial, como del secuestro de señal. La segunda es dejar imperativa constancia de que nuestra administración no ha tenido nada que ver con la confusión que ha provocado el que los niños fuesen al centro comercial. Cabe señalar que nuestros primeros indicios es que todo firma parte de un plan predeterminado que busca involucrar vilmente a esta administración.
"¿Qué indicios?", Pensó Campbell para sus adentros, mirándolo sin poder ocultar su desgraciada sorpresa. "Si no tenemos nada, ni hemos movido ficha". El lado frío de Tom había tomado definitivamente el control, desenvolviéndose con rapidez e impidiendo hasta hablar a aquellos periodistas que buscaban interrumpirlo. Todo parecía ir a su autoritario favor. Hasta que empezó la ronda de preguntas.
–Presidente Moore —una reportera levantó velozmente la mano—: ¿Por qué se esfuerza en decir que su administración no ha tenido nada que ver con el evento relacionado con la visita de los niños, cuando la difunta vicepresidenta May Churches había alegado públicamente su intención de hacerlo y había hasta colgado un cuestionario web para inscribirse las familias?
–La vicepresidenta Churches ha muerto hoy y su vacío supone una pérdida irreparable para nosotros, por lo que le pido respeto y le repito que no tenemos nada que ver con ello.
–Pero la vicepresidenta Churches formaba parte de su administración al ser una coalición unida en el poder —contraatacó la reportera.
–Ya he contestado —acotó Tom—. Siguiente.
–¿Va a indemnizar a las familias que han perdido a sus seres queridos debido al suicidio colectivo que ha tenido lugar hoy? —inquirió un periodista veterano.
–En cuanto se concluya el recuento de víctimas, se estudiarán medidas que nuestro gobierno tome para compensar la pérdida de esos seres humanos y velar por la salud mental de los ciudadanos.
–Señor presidente, ¿qué puede decirnos sobre la investigación de la desaparición de su mujer? —una joven periodista de pelo rubio y complexión esbelta, a la que Campbell ponía ojos desde el podio, tomó el toro por los cuernos e hizo la pregunta incómoda de la jornada a Tom.
Éste, cogiendo aire por la boca, inflando el pecho y soltándolo por la nariz, se limitó a responder de forma escueta y clara:
–Yo no maté a mi mujer, no soy un asesino. Esas preguntas hoy no proceden, por favor.
–¿Se ha avanzado la investigación respecto al ataque terrorista? —una reportera afiliada al partido tomó el testigo entonces.
–Hemos procesado datos... —Tom tenía gran capacidad para la mentira cuando se lo proponía, pero parecía que se le estaba acabando el combustible— Pero aún no podemos hacerlos públicos, si bien garantizamos una máxima eficacia y eficiencia de parte de nuestro gabinete de expertos...
–¡¿Gabinete de expertos?! —Alzó la voz un periodista de extrema izquierda— ¿El mismo gabinete de expertos inexistente que se empleó para abordar la pandemia o sindemia, como quieran llamarlo, y su transmisión por aerosoles? Pandemia cuyo número de contagiados va a crecer tras el embotellamiento de gente hoy en las calles. ¿Cómo va a abordar eso?
–Nuestra administración no es responsable del COVID-19... —empezó a decir Tom.
–Pero con su obsesión por echarse muertos de encima y con su pésima gestión divisivos está contribuyendo tanto al COVID-19 como al fin de nuestro mundo como lo conocemos —lo vio a interrumpir de mala gana.
–Le ruego que guarde el turno o será expulsado de la sala —Tom tenía una maravillosa capacidad de rugir entre dientes como un león, pero soltarlo de forma tan educada como un inglés—. Siguiente, usted no.
–Presidente Moore, el secuestro de señal de hoy ha provocado un miedo aterrador entre los ciudadanos, sumado a todos los eventos que se están concentrando hoy de la misma de todos los eventos terribles que ocurrieron en 2020. ¿Tiene algún mensaje para tranquilizar a la nación? —Tal vez la pregunta más suave que le habían hecho en toda la rueda de prensa hasta ahora.
–Pido unidad, pido solidaridad y pido colaboración ciudadana —Tom adquirió raudamente tintes de campaña electoral—. Hemos salido de muchos infortunios juntos y nadie va a quedarse atrás en esto.
La rueda de prensa proseguía con fluidez. Con tanta fluidez de hecho que nadie, absolutamente nadie, prestó atención a un hombre magullado que -habiendo estrangulado a dos guardaespaldas que controlaban las puertas del salón de actos- caminaba lentamente en dirección a la multitud de reporteros y a Tom.
Hay un pensamiento que cruza constantemente mi cabeza, más aún viendo la dirección a la que vamos. ¿Cuántas veces nos han roto el corazón? ¿Cuántas veces la persona que nos gusta no nos ve y nos rechaza por la clásica persona más atractiva y más prominente? ¿Cuántas veces pensamos en lo que nos gustaría haber hecho y nunca hicimos? ¿Cuántas veces nos hemos sentido demasiado viejos siendo demasiado jóvenes? ¿Cuántas veces hemos querido morir? ¿Cuántas veces hemos estado muertos sin saberlo?
Allí estaba él. Sabía que era él. En cuanto cruzamos miradas, supe que había sido él. Supe que había algo que no me gustaba para nada, que nunca me gustó y que ahora se descubría ante mis tristes y amargados ojos.
Al principio no le vio, pues lo que tenía en primera fila era una hilera de focos llenándole de flashes y preguntas incómodas pero necesarias. Pero ahí estaba. Supo que era él. Era la persona con la que menos contaba en ese instante, pero la única persona que en el fondo podría haberse presentado de esa manera. Tom intentó hacer de tripas corazón, pero no pudo, haciendo que una parte de los asistentes comenzase a girar cabezas hacia lo que él estaba viendo.
–Joaquin —musitó entre dientes—.
Ese jardinero callado, que siempre asentía con su carita de ángel y que nunca hablaba, caminaba lenta pero decididamente hacia el podio de Tom. Ni Campbell, ni ninguno de los periodistas se decidieron a detenerlo. No representaba una amenaza directa, pero sí una presencia de hipnótica extrañeza. Ningún miembro de seguridad se personó allí. Sus manchas de sangre teñían toda la camisa blanca (una vez inmaculada) y las manos de Joaquin. Los fotógrafos, periodistas y reporteros comenzaron a hacerle fotos y a filmarlo.
No habló en ningún momento, nunca lo hacía, pero tenía algo que decirle a quien fuese una suerte de figura de amigo/mentor que había encontrado en Tom. Llegó al fin al podio, sin subirse a la tarima. Toda la sala enmudeció. Campbell se acercó a Tom por detrás, pero no interrumpió la escena. Joaquin entonces se metió la mano en los bolsillos y comenzó a sacar suavemente cosas y a ponerlas en fila sobre el podio de Tom para que éste las viese.
Primero, sacó un pasamontañas negro. Después, de forma suave y sin perder la cadena de descubrimiento que él mismo había empezado, las llaves de un coche. Tras eso, un móvil. Entonces, abriéndose ligeramente la camisa y metiendo la mano por dentro en la zona pectoral, dos cabelleras sangrantes emergieron y fueron depositadas en el podio. La gente gritó de terror y asco, comenzando a retroceder varios pasos y filas atrás. Tom estaba paralizado. Campbell se llevó la mano a la boca y también retrocedió, sin esforzarse por sacar a Tom de allí en ningún momento.
La impresión de Tom le hizo hiperventilar. El color de pelo de esas cabelleras le resultaba íntimamente familiar. El color, el peinado, la longitud del cabello. Eran las cabelleras de... "No... ¡No!", sus pensamientos le frenaban de pavor tanto como le hervían de desahogo. Finalmente y ya dejando escapar los dientes de la comisura de sus labios, formando una sonrisa sin vida, de muñeca, Joaquin le entregó a Tom la tarjeta con sus datos personales y su dirección de empresa -la sede- que una vez él mismo le había dado la última vez que vio a su mujer antes de partir a la ciudad, hacía ya meses.
Joaquin quedó con la mano alzada en el aire, esperando a que Tom se decidiese a cogerla. Finalmente lo hizo, con suma repugnancia. Trato de no tocar las manchas de sangre que adornaban las arrugas de la tarjeta, fijándose que había algo escrito por detrás. Con los nervios a flor de piel y todo su cuerpo temblando, lo leyó:
"Tu mujer, tu amante, tus votantes, tu trabajo, tus hijos. Todo aquello de lo que alguna vez despotricaste ya me he encargado de ello. ¿Estás feliz?".
Los temblores se hicieron insoportables, la tensión que le obligaba a apretar los dientes hasta sangrar, las lágrimas que corrían sin control por las mejillas, los ojos rojos a punto de salirse de las órbitas. Tom no pudo más. Al leer eso, toda su fuerza interior se desvaneció. Dejó caer la tarjeta, miro una última vez a Joaquin apreciando cómo policías se acercaban corriendo por detrás para arrebatarle y finalmente sucumbió a su contenido dolor cayendo fulminante al suelo. Todo su mundo se apagó, pudiendo únicamente distinguir la voz de Campbell (tan cercana, cómo lejana) pidiendo médicos y ayuda, así como gritando su nombre una y otra vez esperando que se despertase.
Es cierto. Ya no queda nada por hacer.
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