#3 "BIENVENIDA CURRA" (Parte 2)
Curra se giró sobre sí misma para encontrarse a una de sus compañeras delante suya y con cara muy preocupada.
- ¿Recuerdas que ayer ya sabíamos que una profe de apoyo iba a faltar y que tú entrarías en clase en su momento? Pues ha faltado otra compi más: la tutora que les daba clase el resto de la mañana. Y nosotras no podemos disponer de otra profe...
- ¿Hay que ocuparse de dos clases a la vez? – Curra abrió los ojos y la boca como platos pensando en su propia clase de 3 años y en la otra de 5 años; esa mañana ya no iba a ser tranquila.
- Te prometo que entre todas nos ayudaremos, pero te necesitamos dándolo todo hoy.
Curra estornudó de la emoción y entonces comenzó a correr a toda velocidad al edificio de Primaria:
- ¡¿A qué esperamos?! – Todo lo que fuera enseñar y ayudar la ponía muy contenta, aunque lo que tuviese que hacer diese mucho trabajo.
La mañana podría parecer muy larga para los pequeñines, pero con todo lo que iba a pasar para las profes ni un rayo cruzaría más rápido. Curra entró rápidamente en la sala de profesores a tiempo de coger con la boca las llaves de la puerta de su aula y enganchar en su almohadilla las de la otra clase a donde también tenía que ir. Sin tiempo para pensar en casi nada, abrió rápidamente la puerta de su aula, dando los buenos días a todos los niños y recibiendo a los padres, dejándolos colgando la chaqueta y poniéndose el mandilón, para entonces echar otra carrera a la otra clase vacía al otro lado del pasillo y hacer lo mismo: abrir-saludar-cerrar. Cuando trató de comenzar con la asamblea en su clase se dio cuenta de que no podría estarse quieta escuchando a sus niños, sin pensar en los de la otra clase... y más sin estar sin ellos. Trataba de pensar pero estaba bloqueada. Tenía muchos conocimientos y sabiduría en su cabeza, pero ¿cómo administrarla? Al ver desde la puerta que los de la otra clase ya habían dejado sus abrigos y se abotonaban sus mandilones, Curra se giró hacia sus niños:
- Niños, necesito ayuda. Hay otros compañeros de la otra clase que me necesitan allí, pero no puedo dejar solos ni a unos ni a otros. Necesito que penséis y que me digáis qué podemos hacer para estar todos juntos.
Curra sabía que a los niños les encantaban dar ideas y pensar sobre qué podrían hacer. La imaginación a veces era más poderosa que un libro de texto o unos cuadernillos de trabajo. Eso les tenía ocupados, pensando en cosas útiles y haciendo que su cerebro creciera a mayor inteligencia. Cuando los niños eran sus propios jefes a veces las cosas iban incluso mejor, y esa era otra demostración.
- ¡Vámonos a psicomotricidad! En el gimnasio hay espacio para todos.
Curra sonrió y besó a lametazos a los niños tras darle la idea. Entre ella y los niños cogieron todo lo que pudieron que les sirviera para la asamblea (el panel del tiempo, el de la fecha, la casita con las fotos de los niños para pasar lista y las fotos de esculturas y pinturas artísticas) y tratando de que 50 niños en total no hicieran mucho ruido se fueron en fila india a la sala de psicomotricidad dentro del edificio de Primaria. Allí estuvieron durante la asamblea y una vez la acabaron aprovecharon a jugar un poco a la pelota, así como deslizarse con las colchonetas de un lado a otro haciendo como si estuvieran en una balsa navegando en un río. Ocupaban todo el espacio del gimnasio y Curra estaba más feliz que una perdiz... hasta que se dio cuenta una vez acabada la asamblea que otra clase pedía paso allí dentro al tocarle el turno. Tenían que irse de allí, pero también continuar la mañana con todos esos 50 niños. "Piensa, piensa", se repetía a sí misma.
- ¡Biblioteca! – exclamó triunfal.
Subieron corriendo a la biblioteca y allí contaron la historia de los planetas, qué era un planeta, cuántos había... Pero Curra tampoco quería mantenerles sentados leyendo libros muy pesados. "¡Si los siento y los pongo a leer se me van a aburrir, reguaus!... Piensa, piensa"...
- ¡Fuera mesas!
Quería hacerlo lo más divertido posible, así que ella y los niños apartaron las mesas a los lados con la promesa de luego colocarlas y con una tiza empezaron a dibujar círculos en el suelo imitando los planetas y la sala entera de la biblioteca el espacio. Incluso aprovecharon la luz del sol que emanaba de los ventanales para que los niños fueran uno a uno haciéndose pasar por el sol y fuese dando vueltas alrededor de La Tierra. Cada idea que surgía, de los niños o de la profe Curra, idea que se ponía en práctica. Fue tan divertido todo que apenas se dieron cuenta de que ya les tocaba recreo. Tenían que bajar dos pisos de muchos escalones hasta llegar abajo (pues aún seguían en el edificio de Primaria). Mientras muchos niños grandes de Primaria se preguntaban divertidos que hacía un grupo tan grande de niños pequeños aún por allí, Curra no paraba de correr atrás y adelante vigilando que no se empujaran ni se cayeran. Cosa que se caía (un abrigo, un papel, una botella de agua), cosa que se recogía. Curra casi resbalaba de cuidar una fila tan grande, ir bajando y subiendo escaleras y llegar hasta abajo para detener toda la fila. Casi parecía que estaba bailando como loca. Al final consiguió abrir las puertas del vestíbulo y hacer llegar a los niños al recreo.
Después del recreo llegaba la parte más fácil de la jornada para ella en este día, aunque no menos cansada. Reunió a los 50 niños en su clase de 3 años apartando las mesas como habían hecho en la biblioteca para ocupar así toda la asamblea y tenerles relajados mientras escuchaban el cuento. Entonces, mandó a los niños sentarse en las mesas de nuevo colocadas por grupos. Unos grupos jugarían a la plastilina, otros a los puzles y los de 5 años harían plástica con Curra por fin cuando les tocaba. Al moverse entre todas las mesas y atender a las llamadas y a los mimos de los niños, Curra no paraba tampoco de moverse apenas y eso hacía que por nada su pelaje blanco con motitas negras empezara a mancharse de pintura. Por increíble que pareciera, para el momento de rincones Curra había conseguido dar clase con 50 niños, ir a un lado y a otro del Colegio, hacer el momento de apoyo de plástica con los niños de 5 años... y convertirse en la increíble perrita arco iris. Rabo violeta, patas rosas, espalda naranja y frente roja. En cuanto sus compañeras de otras clases entraron a buscarla en la clase:
- Curra, te hemos buscado toda la mañana para ayudarte; no sabíamos dónde estab... jaja... JAJAJAJAJA...
- No me juzguéis por mi aspecto, sólo hago mi trabajo – repuso la perrita divertida, abriendo la boca, sacando la lengua y cerrando los ojos partiéndose de risa.
Curra estaba contentísima. Había superado su día más grande de todos los que había tenido hasta ahora. Pudo dar clase y llevarse bien con los niños, que ellos la aceptaran y fueran felices, así como dejarles tomar decisiones según había dificultades en el día. Todas las voces que se reían de ella, que la apartaban o que decían que no podría jamás ser profe se apagaban como velas en un cumpleaños. Curra era una perrita maestra, y de las buenas. De las que dan clase, pero dejando hablar a sus niños, ayudando a los demás, pensando y haciendo pensar. De las que permite que la den abrazos y besos y que ella haga lo mismo. De las que no les importa mancharse, tumbarse a jugar o salir disfrazada a la asamblea. Pudo con 25 niños, con 50 y ahora tenía tal confianza que podría hasta con 100. Cuando acabó el día, había recogido sus cosas y se había despedido de sus compañeras hasta mañana. Se iba toda contenta a casa dispuesta a llamar corriendo a casa para contar sus aventuras... ¡Cuando se acordó de algo importantísimo! Había estado tan ocupada que lo había olvidado por completo. Corrió con la lengua fuera hasta el edificio de Primaria y subió las escaleras de dos en dos hasta la planta de arriba, donde había llevado a sus niños a la Biblioteca. Había ido con tantas prisas que ni se había fijado. Aún había niños de Primaria saliendo de sus clases para irse a casa y mirando con cariño el árbol de la paz.
- ¡Qué pena! Ni siquiera hoy ha dado tiempo a acabarlo. Y seguro que a nuestro profesor le hubiese encantado terminarlo de una vez.
La rama y la hoja que faltaban por pintar estaban justo al lado de la puerta de la Biblioteca. Había cubos de pintura repartidos por el pasillo, en señal a arreglos que habían estado haciendo por la mañana. Pero los días pasaban y siempre faltaba un trozo por pintar. Y el último de todos estaba delante de Curra. Todo hueco, todo vacío es un recuerdo que siempre quedará allí, pero que espera llenarse con el tiempo. Así siempre permanecerá reciente. La perrita multicolor se acercó poco a poco a esa parte del árbol pensando en los consejos que su familia le había dado y en lo que ella pensaba que debía hacer.
"Esté en un edificio o en otro, en una parte o en otra, todos somos maestros". Y los maestros tienen que ayudarse cuando lo necesitan. Sean de Infantil, de Primaria o de lo que sea.
Quedó un momento admirando la pintura y entonces miró sus patas. Su cuerpo entero estaba pintado pero vio que justo sus almohadillas estaban aún limpias. Sonriendo, se puso a dos patas y metió la almohadilla derecha en un cubo de pintura marrón. Suavemente fue pintando la rama procurando no salirse de los bordes. Cuando terminó, uso la almohadilla izquierda para el cubo verde y pintó la hoja que faltaba haciendo un pelín de ruido con las uñitas. Una vez terminó, quedó mirando el árbol de la paz feliz y moviendo la colita como si fuese un limpia parabrisas. Puso las cuatro patas en el suelo satisfecha y comenzó a andar dócilmente camino a las escaleras.
Si quería dar una sorpresa a todos dejando el árbol por fin completo, no pudo evitar dejar un rastro de graciosas huellas en el suelo. Pero no había duda que el hueco por fin estaba relleno y Curra, maestra contenta, iba a casa con muchísimas ganas de contar a su familia las hazañas que había conseguido en el día entero.
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