#28 ...QUE LA CORONA SIEMPRE LLEVA
Estaba acostumbrada a ver a Tom de muchas maneras. Pero siempre conseguía darme el esquinazo cuando le veía de una forma tan ausente y tan aparente carente de emoción como la manera en que estaba mirando hacia May ahora mismo. Eran como ligeras desconexiones emocionales para seguir a salvo. Cómo medida de protección. Sólo podía dar las gracias de que nunca me hubiese mirado así de esa manera. O que, al menos, yo me diese cuenta.
–Un infarto —Campbell informaba a Tom, mientras éste miraba con el rostro completamente desencajado el cuerpo sin vida de May en el suelo del ascensor—. Algo la causó un pavor tan considerable que pudo hasta con su corazón.
Cuando el ascensor llegó a su destino, tras un leve parón de dos minutos entre plantas, todas las personas que se hallaban en el vestíbulo de la sede del partido fueron testigos del horror. Ellos avisaron a Campbell y éste avisó a Tom.
–¿No había nadie con ella en la cabina? —preguntó Tom.
–Las cámaras de seguridad se dañaron y no pudieron grabar lo que ocurría adentro, pero personal de nuestra planta dijeron que no recordaban haber visto a nadie más con ella dentro —respondió Campbell con eficiencia.
–Han podido no ver a quién posiblemente estaba ahí...
–¿Sabes si padecía alguna fobia o ansiedad? —Campbell ladeó la cabeza; estaba más que acostumbrado a hablar a Tom mientras que éste estuviese en piloto automático simulado, pero ahora parecía tan cerrado que es como si el Tom que conociese no estuviera allí en ese instante— Prefiero preguntártelo yo y no la policía mientras se te tira a la yugular.
Tom dio un leve respingo y miró de forma fulminante a Campbell.
–¿Por qué a la yugular?
–Porque ya nos costó horrores que te dejasen de perseguir por la desaparición de Tamara, como para que ahora empiecen a decir que todas las mujeres que van contigo acaban muertas.
–No —contestó Tom de pronto—.
–¿No, qué? —Campbell quedó momentáneamente noqueado.
–No tenía ansiedad ni fobias de ningún tipo.
Tom se puso en marcha a su despacho con la necesidad imperiosa de ingerir otra de sus píldoras de vitaminas. Campbell no le quitaba ojo.
–Pediré un informe toxicológico de su autopsia, así como una revisión a sus contactos y correos online... Creí que ya habías tomado una hace media hora.
–Lo que tú digas, papá.
–Te tiemblan las manos, contrólate —Campbell le dio un leve toque en la espalda—. Recuerda que hay fotógrafos en los edificios adyacentes.
–¿Saben lo de May? —inquirió Tom con la mayor cautela posible—
–Tú deja el móvil apagado y la televisión desconectada, que ya te redacto el discurso.
El tono de Tom hasta ahora se había establecido entre una mezcla medida de estoicidad y nerviosismo leve. Pero ante el último consejo de Campbell sus cejas no pudieron soportar la partida de póker y delataron su ansiosa jugada febril.
–Joder... Ahora que lo tenía todo.
–No hay nada perdido, sólo retrasa el anuncio de los presupuestos 2022-2023 a más adelante.
–¿Quién mierda lo ha filtrado?
–¿Me estás jodiendo, Tom? —Campbell se interpuso en su camino, obligándole a parar— Imagina que eres un periodista esperando afuera de la sede del principal partido político del país y ves dos coches de policía y una ambulancia en la entrada. ¡Piensa, maldita sea!
Tom sucumbió a la tensión, apartó a Campbell y entró en su despacho arrojando el bote de píldoras contra su mesa... Casi acertando contra una gata de Angora tumbada sobre la mesa y mirándolo fijamente. Una gata de Angora que estaba prendida en llamas, cuyas llamas ondeantes sustituían su pelaje, cuya cola era más una de dragona que de gata y cuyas uñas se transformaban en serpientes que se alargaban y retorcían encontrando su camino hacia Tom.
–¿Estás viendo lo mismo que yo?
Ante la pregunta de Tom, así como por sus ojos extrañamente ojipláticos, Campbell dio un respingo y miró hacia la mesa. Después, nuevamente hacia Tom. Su mueca de preocupación no podría ser más pronunciada.
–¿Dónde están tus píldoras? —disimuló la urgencia lo mejor que pudo—
–Dijiste que no tenía que tomar otra ahora...
–Se lo que dije, pero me equivoqué —Campbell apresuró a entrar a Tom en su despacho, cerrar trepidante y buscar el bote de píldoras—. Recuerda lo que el médico te dijo.
–Te lo dijo a ti, yo no pude verle por la conferencia —la voz de Tom sonaba como ida—.
–Los esfuerzos de campaña, la ansiedad por Tamara y tus hijos, sin olvidar tu cansancio extremo, puede hacerte ver y sentir cosas —Campbell se reincorporó triunfal con el frasco—. Tienes que estar hipervitaminado, si quieres afrontar esta noche.
–No entiendo porque te centras en mi figura cuando podrías ser tú el presidente perfectamente...
–Porque tú estás antes que yo, la gente quiere verte a ti y porque de momento me siento más cómodo velando por tus pasos en la sombra —Campbell consiguió que Tom finalmente tomase otra píldora más.
Según se fue calmando, era inevitable no tratar de informarse de lo que acontecía ahí fuera. Campbell trató de persuadirlo, por activa y por pasiva, pero Tom insistía una y otra vez. El móvil no se levantó de la mesa, pero la televisión hizo su luz estelar cuando los ánimos estaban más templados. Nada era halagüeño. Las protestas negacionistas habían crecido y amordazaban a los científicos y médicos que pedían más tiempo de pruebas para saber qué iba mal con los efectos secundarios. Los republicanos derechistas acusaban implícitamente a Tom de haber asesinado a May -sino dejándola morir- alegando lío de faldas, falta de ética y seguridad en sus propias filas y posibles escándalos internos con su aún desaparecida esposa y las encuestas caían en picado. Sin sucesor del partido de May, al menos de momento, y sin el favor del pueblo, Tom estaba abogado al fracaso.
Lo único que se mantenía era la visita a BlueBerry, con reportes de que unos 30 niños aproximadamente estaban siendo llevados en un autobús al centro comercial donde verían a su estrella infantil favorita y luego volver en el mismo autobús (aquellos que habían conseguido el consentimiento paterno a través de la encuesta web).
–Recuerda quién está aquí para ayudarte, Tom —Campbell trató de consolarlo masajeándole levemente el hombro izquierdo—. Recuerda quién está aquí velando por ti y protegiéndote.
–Sé que sin ti no hubiese llegado tan lejos, pero no sé si contigo podré superar esta noche... ¿Qué podemos hacer?
Campbell le imploró tranquilidad mientras trataba de hacer que se centrase en sacar pepitas de oro de la futura visita evento a la estrella infantil del momento. Le hizo ver cómo las familias le etiquetaban y le mencionaban en las redes agradeciéndole el detalle y como muchas de esas menciones también elogiaban la labor y la influencia que Tom y la ya difunta May habían tenido en eso. Muchos ya lo encumbraban como la última gran obra social póstuma de ésta última. Cruce de elogios podridos y espejismo interesado disfrazado de realismo social y benéfico. Las cadenas de televisión estaban siendo testigos en directo del momento en el que el autobús entraba al parking del centro comercial.
–¿Ves cómo te dije que habría salida? —Campbell parecía más un vendedor de coches tratando de conseguir la venta del día con tal de tratar de motivar a Tom.
–Tengo que hablar con mis hijos —recordó éste, cabizbajo, casi en susurros.
–¿No les habías autorizado a ir a ver a BlueBerry?
Justo cuando Campbell preguntó eso, una presentadora interrumpía la tranquilidad familiar y comercial de la situación para dar una última hora:
–Nos vemos en la obligación de informar que estamos en conexión directa con BlueBerry, la estrella infantil, quien nos ha solicitado conexión para un comunicado urgente.
La pantalla se partía y mostraba a la izquierda a la presentadora de noticias y a la derecha a una joven de pelo teñido, atractiva y muy jovial: BlueBerry en "persona". La presentadora le preguntó si estaba esperando a los niños en el centro comercial pues el fondo de BlueBerry se identificaba más con la pared de un salón de casa. La cara de BlueBerry demostraba preocupación y su comunicado no hizo sino poner en tensión a la presentadora:
–Ni yo, BlueBerry, ni ninguno de mis asociados: agentes, mánagers, estilistas, equipo de producción y artístico del programa... Nadie ha organizado jamás ninguna visita a niños, mucho menos en tiempos como los actuales, ni tampoco se ha puesto en contacto con ninguna persona de ningún partido político para ello. Todo eso es mentira. No sé quién ha sido, pero al ver la avalancha de comentarios y tags vinculados a mí persona, me veo en la obligación de salir en defensa de lo que más amo: las familias y sus pequeños tesoros.
Ni el considerable maquillaje de la presentadora pudo tapar su tez pálida ante el comunicado improvisado:
–Pero si yo misma he mandado a mi hijo... En la web se estipulaba que May Churches había acordado contigo...
–Eso no es cierto —interrumpió BlueBerry—. Y no permitiré que se use un show infantil ni a mí persona cómo arma política. No sé qué habrá arreglado esa May Churches ni con quién ha hablado, pero conmigo no ha sido.
Al tiempo que la palidez de la presentadora y la firmeza de BlueBerry hacían tándem con las imágenes de los niños entrando en la planta baja del centro comercial, Campbell quedó mudo y Tom boquiabierto.
–¿Campbell?
–A mí no me preguntes...
–¡¿Campbell?!
–Te dije que no hicieras juegos con esa mujer... Si no ha hablado con BlueBerry, ¿con quién ha tratado? —se preguntó Campbell a la velocidad del rayo.
Las imágenes del telediario cortaron a una retransmisión de un corresponsal en vivo dentro del centro comercial, enfocando a una niña y preguntándola si quería decir a cámara aprovechando su ilusión. Ella no pudo responder más encantada:
–Mamá, papá, hermanos, estoy bien. Todo es fantasía aquí; siento mucho que no hayáis podido venir, os hubiese encantado.
En su despacho, Tom cogió su teléfono de mesa:
–Tenemos que sacar a esos niños de ahí y devolverlos a sus cas...
BOOOOOOOOOOMMMMM
Las palabras de Tom se interrumpieron por una súbita explosión que no sólo cortó la señal de los corresponsales que estaban filmando allí, sino que hizo temblar hasta los cimientos de la sede del partido. Campbell estaba petrificado. Tom tenía sus venas a punto estallar. Tras tres segundos, salió corriendo del despacho como una exhalación, empujando a todo su personal que estuviese en el camino a la terraza de la planta donde se hallaban. Se asomó con tal velocidad que estuvo a punto de saltarse la barandilla y caer al vacío. Una enorme columna de humo y cenizas surgían en el aire, provenientes de lo que hasta hace unos segundos era un centro comercial abarrotado de niños y otras familias y viandantes. Tom se arrodilló, agarrándose la cabeza y sin poder reaccionar.
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