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#2 "BIENVENIDA CURRA"

Había una vez, no muy lejos de aquí... Una perrita blanquita, muy bonita, con divertidos círculos de color negro en su cuerpo y cabeza y uno de los ojos tenía las pestañas rosas. Aún era muy pequeñita y estaba solita por la carretera. La pobre quería cruzar a una casa cercana, pero tenía miedo de que algún coche, camión u otro medio de transporte la atropellara. Pero entonces, un coche paró a su lado. Abriendo la puerta, dos niños señalaron a la preciosa perrita:

- ¡Mamá! ¡Papá! Mirad que bonita...

- Está aquí sola... Tendrá hambre y mimos. ¿Podemos quedárnosla? Por favor, por favor, por favor...

Los niños convencieron a sus padres y cogieron a la perrita. Ésta sólo tenía caricias y besos de agradecimiento.

- Será un compañero de juegos perfecto para Tete – La madre de ellos acarició a la perrita buscando algún collar o algo para saber su nombre-. Parece que no tiene collar, ni nombre... ¿Qué nombre la pondremos?

- Tuvo que caminar mucho hasta que llegó aquí – el niño se dio la vuelta mirando toda la carretera vacía que dejaban atrás-. Es una curranta... Curranta... ¿Qué tal Curra?

A todos en el coche les pareció una buena idea y al grito de "Curra" la perrita abrió la boca con la sonrisa más contenta que había puesto jamás. Fue pasando el tiempo y Curra creció rápido en su nuevo hogar. Jugaba sin parar con los niños y los padres. Además, se fijaba como los padres de los pequeños tenían a más animales con ellos: un gato, un loro, un hámster, una cobaya, un conejo... A todos los cuidaban y los dejaban moverse por la casa, aunque luego tuvieran que limpiar todos. Lo que de verdad le interesaba a Curra era lo bien que los padres se portaban con sus hijos y cómo se preocupaban por enseñarles en casa, así como en ayudar e interesarse por lo que pasara en su cole.

"¡Qué bueno tiene que ser educar a los niños! Todo trabajo será bonito, pero el ser profe es mi preferido" pensaba siempre que veía como los niños aprendían y hacían luego todas las tareas y juegos sin ayuda de nadie.

Cada mañana y tarde se acercaba en especial a los papás para ver como enseñaban y educaban. Aún siendo un animal, podía sentir como cualquier otra persona. Al principio porque le divertía. Después le daba tanta tranquilidad que le hacía sentirse más a gusto que las caricias. Hasta que al final sentía el deseo de hacer lo mismo. De enseñar y al mismo tiempo hacer feliz a los niños. Miraba y miraba para después tratar de acordarse de todos los movimientos y palabras, de las partes de una tarea, de lo que los niños también querían y pedían. Pero a Curra le costaba concentrarse, estarse quieta en una tarea aunque fuese pequeña. Precisamente porque no había sido educada. Al haber sido abandonada desde que nació siempre le faltó una mamá, un papá o familia que le enseñase y la cuidase. La pobre se ponía triste y se agobiaba echándose a llorar, hasta que el padre de los niños la atraía hacia él y la calmaba hablándola y enseñándola poco a poco, día a día.

- No te preocupes, Curra – le decía suavemente-. Nunca es tarde para aprender lo que te propongas.

Mientras superaba la etapa de mordiscos y salida de dientes, estaba con los niños y sus padres memorizando las rutinas. A la vez que jugaba con el resto de animales, se preocupaba de estar muy unido al padre para controlar sus emociones. Puede que eso al resto de animales en casa les pareciera raro, ya que como el loro pensaba: "Parece una chica más que una perrita de tanto tiempo que pasa con ellos". Así, Curra fue creciendo y aprendiendo hasta convertirse en una perrita fuera de lo común. Ésta era una perrita que había escuchado, leído y aprendido. Una perrita que había demostrado lo valiente que era para cumplir su sueño. Una perrita dispuesta a hacer todo el trabajo necesario para llegar a ser lo que quiso ser cuando fuese mayor: maestra. Aunque la gente no se lo creyera o se riera de ella. "¿Una perrita haciendo un trabajo como una persona?: Imposible". "¿Es una cámara oculta para la tele? Si hay que reírse decidme dónde tengo que apuntar con el meñique". No importaba. Ella tenía un sueño, y un sueño de los que no hacían daño a nadie sino de los que podían hacer feliz e inteligentes a todos. Además no había nada ni nadie como ella.

"Podemos ver, aprender e imitar cosas que nos hagan gracia o queramos para nosotros. Pero es igual de bueno ser uno mismo y hacer que los demás aprendan de ti".

Mientras desarrollaba la palabra, Curra tuvo que estudiar y crecer más y más aunque para ello tuviera que pasarse cada vez menos tiempo en casa. Su familia siempre la echó muchísimo de menos y cuando podían hablar y verse siempre quedaban todo el tiempo que se prestaba a jugar y estar juntos de nuevo. Curra tuvo que leerse libros antiguos de escritores famosos, teorías, cuentos para pequeños y hasta escribir para ella misma muchas hojas sobre todo lo que había aprendido. A la hora de escribir lo pasaba un poco mal al principio, porque los perros tienen almohadillas en vez de manos, y para poner de acuerdo las uñitas y los movimientos para poder dibujar o escribir... Pero lo importante es que lo consiguió, demostrando su esfuerzo y valentía para ser lo que quería ser desde siempre.

Así, después de todo por lo que pasó y se esforzó por fin encontró un cole para empezar a dar clase a los niños y niñas.

- ¡Bienvenida, Curra! - Para alegría de Curra, las profesoras allí la recibieron con caras sonrientes y muchos ánimos; no les importaba que fuese un animal, sino que buscaban que realmente fuese una maestra.- Esperamos que te integres muy pronto y que los nenes que tengas aprendan y sean felices contigo.

Pero... ¡Había un problema! Tan rápido como tuvo a su cargo a pequeñines de 3 años recién llegados a la escuela, así aprender a ponerse de acuerdo con el resto de maestras, tanto Curra como sus compañeras de trabajo se dieron cuenta que se había pasado media vida estudiando, pero sólo eso. No había estado antes en una clase. Sabía cómo debería funcionar una clase según la teoría, pero nunca lo había vivido en pelaje propio. A Curra le encantaban los niños y éstos a ella la adoraban tanto como si fuese un peluche. Pero eso no era suficiente en cuanto había caídas, peleas o lloros por el medio. Además, el olfato de los perros es mucho más agudo que el de los humanos. Esto hacía que fuera mucho más sensible a todos los olores posibles: que estornudara muchas veces sin parar cuando tenía cerca colores o rotuladores y que cuando acompañara y ayudara a los niños en los baños la pobre apenas pudiera entrar al no aguantar los olores. Estaba claro que Curra no iba a rendirse ni dejar que renunciara a su vocación, pero necesitaba ayuda.

- No te preocupes, Curra – Las maestras no dudaron un instante y en seguida se dispusieron a ayudarla-. Las profes aprendemos al mismo tiempo que ellos.

Así, y durante cada día, todas las maestras fueron enseñándola y haciéndola repetir hábitos y rutinas para estar en clase. Dónde jugaban los niños con plastilina, cada cuánto debían lavarse las manos...

- Conoces la teoría, ahora hay que aprender que la realidad puede no ser igual. Y tendrás que saber cuándo hacer una cosa u otra.

Cada mañana, Curra se aseguraba de conocerse las partes de su clase y las de sus compañeras por si tuviera que cuidar a más niños. Dónde estaba la asamblea, qué se hacía allí... Esto la servía además para estarse tanto tiempo haciendo cosas en el aula que acostumbraba sus sentidos a lo que tenía a su alrededor y pudiera soportar todo tipo de olor y aroma como una maestra que llevase años y años.

- Sabes gustar a 10 niños. Nosotras te enseñaremos a gustar a 25... Y todos ellos diferentes y especiales por un único motivo: que son únicos.

Las profes de apoyo, aquellas que ayudan con los niños a las tutoras de cada aula, aprovechaban sus tiempos libres en la mañana para entrar en clase y ayudar a Curra, así como para verla dar clase y mirar a los niños para saber si eran felices o si trabajaban con ella. Curra tenía muchos libros llamados programaciones y mucha teoría para dar clase como quisiera, pero ella siempre procuraba dar la palabra a los niños para hacer las tareas de clase. Tenía que mirar mucho por ellos para que estuvieran muy contentos. Entonces, según lo que los niños respondieran, ella acudía a un libro u otro, o hacía un juego o varios.

- Cada clase es diferente, pero en todas hay niños que educar. Cada profe estamos en nuestra clase, pero nos sentamos a la mesa como si todas estuviéramos en la misma. No lo olvides, Curra.

Antes de decir los buenos días recibiendo a niños y padres, durante el recreo cuando no le tocaba patio y antes de cerrar las puertas cuando se despedía hasta mañana, Curra se juntaba con el resto de maestras para hablar cómo le había ido el día, qué había visto y qué podría hacer mañana con ellos. Miles de comentarios e ideas siempre saltaban a la mesa:

- Estás mejorando muchísimo. Incluso siempre sales de clase muy limpia para estar en Infantil.

- Podrías empezar a trabajar la pizarra digital con los niños tú sola ya, Curra. Ya te estás soltando mucho. Las profes acabamos de recibir un nuevo invento de estos tiempos: unos brazaletes electrónicos que una vez encajados en el antebrazo es tocar la pantalla y hacer de todo: videollamada, encender al mismo tiempo la pantalla y el reloj, hacer cálculos y cuentas y que éstas salgan reflejadas en el ordenador... Puede servir también para usar con los peques.

- Mañana mi clase queda libre por el tiempo de después del recreo porque una profe ha de ir al médico. Si te viene bien podría llamarte para que hagas plástica con ellos...

Entre todas la motivaban y la daban trabajo para mantenerla activa y pensando todo el rato. No obstante, no todas las ideas, planes o noticias siempre eran tan buenos.

- ¿Os habéis enterado de la última, chicas? Un profe de Primaria ha tenido que irse de viaje y se ha despedido hoy de su clase y de la gente.

Tanto Curra como las demás se sorprendieron.

- Jo... No lo esperaba. Por mí que se hubiera quedado más tiempo.

- Creo que fue por un tema de familia. Lo malo es el proyecto que estaba haciendo con los niños... Ha quedado a medias. Bueno, casi había terminado, pero ahora ya nadie se atreve a tocarlo. Aunque creo que tampoco debería quedar sin acabar.

- Cuando hay un hueco hay que tratar de llenarlo, aunque al principio va a costar muchísimo.

- ¿Qué proyecto era? – preguntó Curra, interesada.

- El árbol de la paz. Era un árbol de tronco muy grande cuyas ramas se extendían a lo largo del gran pasillo de clases de Primaria. De este modo todas las ramas tocaban todas las clases y todas estaban en paz.

Curra abrió la boca sonriendo entusiasmada.

- ¡Es una idea preciosa! Alguien debería acabarlo.

- Eso ahora será un problema más para Primaria tal vez. Ellos están allí y nosotras aquí.

- Bueno, somos profes aun así... ¿verdad? Podríamos ayudarles – respondió Curra esperanzada.

Esa idea permaneció vagando por la cabeza de Curra, navegando de un polo al otro. Se la llevó a casa, mientras se daba un baño y preparaba la cena. Necesitaba consejo y llamó a su familia. Aún siendo hora de cenar, sabía que la cogerían el teléfono. Una vez saludó muy contenta a sus familiares, quiso pedir consejo sobre lo que le había pasado hoy. Por el altavoz, tanto la mamá como el papá la hablaron:

- Curra, siempre que puedas y sientas que debas tienes que ayudar a los demás. Nunca sabes cuándo los demás podrían ayudarte a ti. No importa tanto lo lejos que estés de un sitio, sino las ganas que tengas de llegar.

- Si crees que puedes hacer algo para ayudar y que eso va a hacer mucho bien, adelante. En el fondo, a todo el mundo le encantará.

Bien contenta que se fue a la cama y con mucha energía que se despertó por la mañana, Curra llegó al cole antes del momento de entrar los niños, esperándose una mañana tranquila y con la intención de ver el árbol de la paz en los pasillos de Primaria.

- ¡Curra! Menos mal que te encuentro neni...

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