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#18 "OJOS DE HIELO (Parte 1)"

- ¿Cuán lejos podremos llegar?

Esa es la pregunta que Curra les solía hacer a sus niños al inicio de cada clase, al empezar las asambleas, al mirar sus caras llenas de destellos fugaces de destino. Cada uno de ellos daba distintas respuestas abiertas a la imaginación, al deseo, sin tener en cuenta nada que pudiera detenerles. Curra misma era la prueba viva de lo lejos que se podía llegar. Desde que empezase como maestra hasta que finalmente se asentó con los años tuvo hasta tiempo para formarse como monitora de ocio y tiempo libre y hacerse una scout cuando no estaba trabajando en su colegio. Cuando estaba en el cole no la llevaba puesta muchas veces, pero su pañoleta siempre la esperaba fielmente encima de la mesa. Si se lo hubiesen preguntado años atrás, no se lo hubiera creído ni ella. Pero ahora que había ido tan lejos, sabiendo más y conociendo a muchas más personas y animales de los que hubiera imaginado, se sentía también pesada, cansada y vieja. También iba aprendiendo sin parar cosas nuevas del mundo. Ahora todos estaban pegados a la tecnología, a los móviles, ordenadores. Ya no levantaban la mirada al frente como antes, ya no pensaban en cosas que pudieran oler o tocar y que estuvieran a su alcance. Y eso llamaba su atención hasta el punto de debatirlo un día en la asamblea:

- Vivimos en un mundo lleno de agobio. Es todo un no parar, un no sentirse bien si no se está a la última tendencia o si no se sabe la última actualización. No podemos dormir, vivir tranquilos o descansar por estar pendientes de las redes sociales. Las fotos que se hacen ya no son para la familia sino colgarlas en las redes y hacerlas públicas, queriendo gustar a gente a la que no gustamos o ni siquiera interesamos. En ocasiones, no tenemos ni idea de que quién puede ser quién pueda ver nuestras cosas. Tenemos que avanzar, sí, pero también tenemos controlar nuestro avance.

Las respuestas de los niños eran variadas, aunque se sentían irremediablemente atraídos por las nuevas tecnologías. Así como los colegios ahora también las tenían en sus aulas. Curra debía enseñarles entonces a saber usar esas tecnologías con seriedad y suavidad, sin depender de ellas como una droga, sin hacer que se separen de los demás hasta quedarse solos y sin colgar ahí toda la vida privada para que la gente inadecuada pueda verlo. Aunque en varias ocasiones eran los propios niños los que se le adelantaban en las clases. En concreto dos de ellos, Enzo y Eric eran los más avanzados en ese tema y cada poco enseñaban a Curra qué botón tocar o hacia dónde mover el ratón del ordenador.

- No importa lo pequeños que seamos, aún así siempre te enseñamos – exclamó Eric.

- Mientras me cubráis el lomo delante de los otros compis y no me delatéis por no saber mucho, os seguiré mimando – dijo Curra en voz baja y dándoles lametazos.

- Seguro que cuando seamos mayores, te ayudaremos más de lo que crees – respondió Enzo, risueño-. Seremos como tus profes, al igual que tú lo eres ahora con nosotros.

Curra rió ante esa respuesta:

- Anda que no quedará tiempo para que eso pase, nenes.

- ¿Y cómo haremos para no olvidarlo con el paso del tiempo? – preguntaron ellos.

- Tan sencillo, como difícil: nunca dejar de regar el árbol de la voluntad. Día a día. A pesar de las ramas muertas y las épocas de sequía. Día a día.

Al final de esa misma clase, Curra volvió con sus niños de 4 años al aula a tiempo justo de los rincones. Recogiendo las cosas y velando por sus niños, pudo fijarse como Enzo y Eric hacían un dibujo muy similar entre los dos. Curra se acercó, no pudiendo frenar su interés.

- ¿Qué es?

- Es nuestro sueño, Curra – respondió Eric.

- O al menos uno de ellos – rió Enzo-, hay tanto que nos gustaría ser o hacer.

El dibujo era el de un cohete ascendente con un gran número de detalles para la edad que tenían. Curra les besó y alabó el dibujo, que realmente la encantaba. Al comprobar cómo realmente se habían ganado su gusto, los hermanos mellizos quisieron regalárselo. Pero a Curra siempre le importaba un detalle esencial en todo dibujo o creación propia.

- Ah, ah... Las obras maestras siempre van firmadas.

Cuando los mellizos quisieron firmar el dibujo, llegó la hora de ir a casa. Curra entonó el "a recoger, a ordenar" y Enzo y Eric tuvieron que hacerlo con tantas prisas que se quedaron el dibujo para volver a intentar dárselo a su maestra. Curra ya estaba tan concentrada en abrigar a sus niños y que quedara todo recogido que hasta se le pasó lo del dibujo.

Ya al final de cada clase, de cada jornada, Curra tenía que sentarse más y más tiempo para descansar, en relación con su ya avanzada edad. Sus reuniones en la sala de profesoras tomaban más tiempo cada vez y las conversaciones con sus compañeras maestras se hacían más y más largas sólo por no poder, o a veces no querer levantarse de la silla. Hubo sólo una vez una riña que tuvo con su compañera Cris. Una de estas riñas sin sentido, proveniente del malentendido de dos personas que luchan por tener la razón, que tristemente quedó sin arreglar. La consecuencia de esto es que Cris y Curra se fueran alejando poco a poco, más por el genio de Cris que por el aparente arrepentimiento de Curra, hasta llegar a un punto de no estar las dos juntas en la misma habitación. Menos hablar entre ellos. Tristemente hacía casi años que ya no hablaban. Las compañeras quisieron meterse, pero Curra no quiso comprometerlas, sabiendo que el problema era solo suyo y de ella y que, tal vez, un día con suerte se arreglaría.

Por otra parte, todos los días se antojaban de rutinarios en el buen sentido de la palabra, viendo como sus compañeras y amigas crecían y cambiaban. Una de ellas, Aída, estaba esperando a su bebé, una preciosa niña que se llamaría Noa en cuanto naciese. Curra y el resto de compañeras siempre traían comida y regalos para la niña y para su madre mientras ella aún seguía impartiendo clase mientras pudiese. Por otro lado, las clásicas aún estaban allí: Lara, Raquel, Tamara, Sara, Rebeca, Marta, Rocío... Hasta llegar a Laura. Curra siempre se había preocupado de tener amistad con todas las maestras. Pero Laura y ella siempre se mostraron especialmente unidas. Tanto se conocían que a veces se comunicaban sin hablar, tan solo la mirada sabían lo que querían decirse la una a la otra. Y había algo que estaba cambiando en ella. Algo malo. Las otras maestras no se lo habían notado, aunque sí que cuando la pedían ayuda para ciertas cosas eran testigos de su rechazo. Curra había estado sentada paciente delante de ella, mirándola todos los días a ver si la decía algo. Ante su silencio y el paso del tiempo decidió ser ella quien empezara:

- ¿Vas a decirme qué te preocupa?

Curra conocía a Laura por una peculiaridad únicamente suya: siempre la había visto feliz. Siempre. No hubo un solo día, ni el peor de todos, que Laura no estuviese preocupada o seria más que "sólo un rato". Su felicidad llenaba de vida el ambiente. Y ahora, para extrañeza de Curra, vida era precisamente lo que le faltaba. Levantó la cabeza hasta encontrar sus ojos con los de la perrita maestra.

- Mi novio ya no es mi novio.

Atenta a su voz quebrada, Curra escuchó a Laura todo el tiempo. Escuchó el triste relato de una maestra que no se sentía querida desde hacía tiempo. Su novio, Adrián, que estaba a sólo unos metros de distancia en el bloque de Primaria, hacía tiempo que no la miraba como antes. De la noche a la mañana ya no la abrazaba como antes. Ya no hablaban como antes. Y llevaba así desde hacía varias semanas ya. Lo que más chocaba a Curra era que desde siempre Adri sólo había tenido ojos para Laura. Desde su juventud, una vez se conocieron en el instituto jamás se perdieron de vista. Necesitaban estar juntos y cuando lo estaban, nada más existía para ellos. En una sala llena de gente, no importaba cuánta gente hubiera que Laura se pasaba minutos buscando con la mirada hasta que una sonrisa delataba que había encontrado a Adri. Si esto no pasaba, Adri siempre la encontraba a ella en cualquier otra parte y se pasaba por su lado, tocándola el hombro y después abrazándola. Si uno de los dos faltaba, ya no era lo mismo. Se necesitaban el uno al otro. Laura transformó a Adri, pero Adri es el responsable de lo que es Laura. Casi todas sus vivencias quedaba retratadas en infinidad de fotografías que sólo probaban que viéndolas accedías a un único 15% de su felicidad. Por lo que a Curra este cambio le pareció profundamente extraño.

- Probablemente sería buena idea investigar por qué. Por qué ya no es como antes. Qué le hizo cambiar. Estoy segura, conociéndoos a los dos que algo le hizo cambiar seguro.

- No quiero hacerme más daño, Curra – Laura estaba cansada, sus ojeras la delataban.

- Pero, ¿qué hay del interés por saber? – Curra trataba de animarla, pellizcando suavemente sus pezuñas contra los dedos de ella-. ¿No quieres averiguar qué ha provocado esto?

La falta de ilusión que tenía era palpable. Estaba tan desanimada que no tenía intención de cambiar nada. Pero Curra no podía dejarla así. Su amiga de verdad no iba a dejarla así. Sabía lo importante que era sentirse querida. No sentirse, ni estar sola. Y desde luego no iba a dejar a Laura triste y sola. De modo que se puso manos a la obra.

Por lo que descubrió preguntando a Laura y al resto de compañeras, hacía tiempo que Laura no pasaba por casa a cuidar a Pancho, su perro. Obviamente cuando Curra llegó a la casa de ella, pudo ver cómo estaba desordenada y sin limpiar por la falta de días sin haber nadie allí para mantener el orden y la limpieza. Ella estaba tan triste y Adri tan separado de ella, que ni siquiera habían vuelto a casa juntos en un tiempo. Sin poder encontrar a Pancho, Curra preguntó por él por todas partes hasta conseguir dar con él en una casa de juegos particular de una manada de gatos. Nada más entrar en la sala de la casa destinada al juego, una nube de humo la invadió de forma inesperada y molesta. Comenzó a toser sin parar y tuvo que ponerse la pañoleta scout en la boca para cubrirse.

- ¿Pancho? – lo llamó como pudo mientras pasaba la sala a ciegas y tosiendo.

- Aquí – una voz pesada y varonil la indicó con desdén desde la neblina.

Curra sabía que lo había oído cerca, pero aún poniéndose a dos patas y palpando y alzando una de las patas superiores (la otra sostenía la pañoleta contra la boca) para tocar cualquier cosa no tenía suerte localizando al perro de Laura. Curra escuchaba movimiento de fichas y pezuñas ansiosas contra una mesa pero no veía nada.

- ¿Pancho? – volvió a llamarle.

La voz de Pancho estaba quedándose sin paciencia ante el segundo llamado de Curra:

- Aaaaquíííí.

Pero aún así, Curra insistiría hasta encontrarle al fin hocico a hocico. La gota que colmó el vaso fue tropezar contra una silla que había allí. Curra entonces se hartó e insistió con decisión:

- ¡Pancho! ¡¿Dónde estás?!

Una silla se movió, unos pasos anduvieron hacia una ventana de la sala y quien fuese abrió esa ventana, dejando circular el aire y permitiendo evacuar toda la neblina. Esa neblina era en verdad humo de cigarro y en cuanto se disipó, Curra al fin encontró a Pancho ante ella. Estaba sentado en una silla, ante unas fichas y cartas de bacarrá, junto a un vaso de licor y sosteniendo un montecristo a medio consumir entre las pezuñas.

- ¡Aquí, reguaus! – arrugó su expresión y sacó sus dientes en señal de enfado por haberle interrumpido la partida.

Curra se sorprendió de lo cerca que lo había tenido y lo ciega que había estado. Entonces su sorpresa sólo aumentó al descubrir a tres gatos más jugando con Pancho y al croupier a un lado repartiendo las cartas.

- ¿Pero cómo es posible que viváis con todo este humo? – volvió a toser mientras formulaba la pregunta-. Te tenía delante y ni siquiera lo sabía, como para haber chocado.

- Pues ahora sólo está fumando él – intervino el croupier, secándose el sudor-. Cuando fuman todos a la vez, no se ven ni aun estando sentados uno al lado del otro. A veces se asustan entre ellos cuando se levantan para irse tras la partida.

Acabó la partida con Pancho volviendo a salir victorioso una noche más. La mayoría de gatos del salón de juegos ya le odiaba por saquear toda la comida que se apostaban en ellas. Pero eso no curaba el mal humor constante de Pancho. Parecía estar empeñado en doblegar a los demás. Todavía a Curra le costó sentarle a una mesa a hablar los dos. Pancho y Curra se conocían de hacía poco, pero habían congeniado muy bien pese al genio de éste. Sabiendo lo que le había pasado con Cris, Pancho la preguntó si había hablado con ella, a lo que Curra cambió radicalmente de tema. Pancho la advirtió que eso no iba a poder seguir así eternamente, que sólo conseguiría que se hicieran daño las dos. Pero Curra fue lo suficientemente habilidosa como para reorientar la conversación hacia lo que le pasaba a la dueña, madre y amiga del apuesto perro.

- Lo único que sé, Curra, es que un día a Adri le llamaron para marcharse a un sitio a ver a alguien. Cuando regresó ni siquiera hablaba a Laura. Ya no era su universitario favorito.

- ¿Su qué? – preguntó Curra confundida.

- Laura lo llamaba así en sus tiempos de instituto cuando estaba colada por él: su universitario favorito – aclaró Pancho con desdén-. Aunque las pintas que tenía de aquella dijeran lo contrario.

- Poca gente se queda a gusto con sus pintas juveniles – defendió la perrita maestra.

- En fin – prosiguió Pancho-, Laura empezó a mosquearse y ya los últimos días ni siquiera pasaron por casa. Entonces tuve que buscarme yo la vida- Pancho dio una larga calada al puro tras finalizar toda la historia, así como la conversación.

- Lo conveniente sería saber quién le hizo ir a ese lugar y para qué. El problema es que eso ya ha pasado y no podemos cambiarlo, ni volver atrás.

- ¿Cómo que no? – Pancho miró a Curra con cara retadora, a lo que Curra quedó ligeramente sorprendida-. Mira que nos conocemos desde hace bastante, pero aún sigo sorprendiéndote.

Pancho conocía a su croupier como si fuese un amigo suyo y sabía que en los ratos libres apartado del juego y el vicio le apasionaba inventar. De más joven trató de estudiar ingeniería y otras especialidades para ser un científico eminente, su sueño de la infancia. El problema era que no era muy bueno con los libros de matemáticas y su familia se empeñó más en ponerle profesores de matemáticas más que de ingeniería y física cuántica. Craso error para él, pues aprobó todo lo de matemáticas pero quedó condenado a vagar sin haber cumplido su sueño. Todo lo que hacía era clandestino, o sea a escondidas y sin dar explicaciones a nadie. A nadie salvo a los amigos. Pancho le contó el problema de forma resumida, pues tampoco iba a contar toda la vida de Laura a los demás. El croupier en seguida les llevó a su almacén casero y en cuanto encendió la luz, Pancho y Curra no daban crédito a lo que veían.

- Es cierto que la capa de polvo que tiene por encima puede asustar un poco, pero este encanto está preparada para volar de ida y vuelta lo que queráis y más.

Ese "encanto" cubierto de polvo era una nave espacial plateada y puntiaguda para dos personas.

- ¿La plaza de parking va incluida? – preguntó Pancho, burlón, mientras encendía otro de sus puros y manteniendo a Curra en suspense... preguntándose cómo era posible que fumara tanto.

- Ya pensé en eso: fuselaje invisible. Basta con apretar un botón antes de bajarse de la nave y nadie la verá – el croupier les enseñó el botón e hizo una prueba delante de ellos-. De todos modos cuando salgáis emitid una señal de socorro y cuando lleguéis a la dimensión que deseáis tendréis a un tío mío a vuestro servicio para que cuide de vosotros y os ayude. Gracias a mi tío, mi amor por estos trastos nunca murió.

Una presentación tan llamativa era realmente ilusionante, pero de escuchar lo que la nave podía hacer a hacerlo en verdad conllevaba una seria advertencia:

- Tened en cuenta una cosa muy seria: todo lo que hagáis en cuanto viajéis en el tiempo tendrá consecuencias. Vosotros ahora emprendéis un viaje. Un viaje que no os cambiará en apariencia como estáis ahora, pero sí que cambiará vuestro futuro. Vuestro yo viejo padecerá cualquier cambio que hagáis u otros hagan en el pasado.

- Y si pasara algo de viejos, ¿eso nos afectaría a nosotros de jóvenes? – preguntó Pancho intrigado, para luego echar una mirada a Curra riéndose-. Bueno, yo soy joven... Tú no como te sentirás.

- Tú tampoco eres un jovencito, tienes 6 años.

- Soy un joven madurito. Estoy en la flor de la vida – contraatacó el perro entre dientes.

Mientras Curra resoplaba, el croupier contestaba la pregunta que Pancho había formulado hacía segundos:

- Si por ejemplo murieras en el viaje al pasado, tranquilo porque tu yo viejo desaparecería del mapa por completo. Pero si tu yo viejo muere, tú no has llegado a viejo aún por lo que seguirías vivo. Peeeeroooo... Tu cuerpo sufriría deterioros: heridas, cojeras, impedimentos para andar, mutismo o invalidez. Así mismo, si hubiese un evento que afecte a tus emociones o recuerdos de forma muy fuerte de viejo, poco a poco lo sacarías a aflorar en tu yo actual sin saber muy bien por qué.

Pancho entrecerró los ojos mascarando su preocupación interna con su labia externa. Curra tragó saliva pero se concentró rápidamente en hacer feliz a Laura, evitando pensar en lo vieja que ya estaba y en cómo cualquier traspiés del viaje la afectaría. El croupier les volvió a mirar atentamente:

- Escuchad, si hacéis esto bien entre esta noche y mañana estaréis de vuelta y habréis salvado la relación de vuestra compañera. El tiempo no pasa igual cuando viajáis por el que cuando lo vivís en una dimensión. Pero sólo podéis ser vosotros dos y nadie más. Y tendréis que iros ahora o nunca.

Curra y Pancho se miraron de reojo y enseguida supieron lo que tenían que hacer. Preparándose bien de provisiones para el trayecto y colocándose bien en sus asientos, recordaron dar la señal de socorro para que el tío del croupier les asistiera en su destino y el croupier les aseguró que se quedaría en el almacén lo que quedaba de la tarde y la noche esperando a su llegada. Pancho encendió los motores de la nave y Curra dejó la señal en automático. El croupier pulsó un botón morado bajo la mesa de trabajo que abría el techo del almacén en dos mitades para que la nave ascendiera al cielo. Finalmente, tras un gran escape de humo proveniente de los motores, la nave arrancó y salió volando del almacén a grandiosa velocidad orientada al pasado. Curra ajustó el temporizador a un mes antes. Al principio, el viaje estaba acompasado por baches rodeados de luz clara y rosada que era lo único que podía verse a través de los ventanales de la cabina. A Curra incuso le llamó la atención lo inquieto e incómodo que estaba Pancho durante el viaje, estaba hasta sudando. Pero al final, volvieron a ver tejados de edificios, casas y carreteras. El GPS de la nave interceptó una ruta impuesta y la nave aterrizó en su destino en piloto automático. 

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