#17 "GABRIELA"
"La maestra luchando también está enseñando".
El Pico Pienzu es el punto culminante de la Sierra del Sueve, dentro del litoral asturiano, al cual se llega desde el llamado Mirador del Fito y pasando por un precioso hayedo hasta dar en la subida con la cruz de hierro (que es la coronación del pico, también llamada Cruz de Pienzu) y un mirador para visitantes. Ya al final de la subida, en plena montaña poco nevada y teniendo al Pico Pienzu a la derecha (cerca de un poste que marcaba las direcciones de Cofuñu y El Fitu), se erguía una vieja casa con una placa de metal en su fachada. El nombre que dibujaba la placa era: "Gabriela". Curra atravesó los trozos de nieve cuajando pata a pata mientras miraba nostálgica esa casa. No se quitó sus gafas de sol vintage hasta que por fin entró dentro. Ni bien entró dentro, se encontró a un guarda forestal que estaba por irse del lugar.
- Me temo que he preguntarle qué está haciendo aquí – le preguntó a Curra.
- Es la casa donde nací y vengo a por unas cosas.
Antes de que el guardia creyese que era otro animal mintiendo buscando cobijo, Curra le dio detalles específicos de la casa para convencerle (color de los armarios, número de habitaciones, por qué se llama "Gabriela") y así le dejara estar con sus cosas a solas. Justo cuando se marchaba por la puerta, el guarda sólo hizo una pregunta más:
- ¿Por qué ha tardado tanto en volver?
- Es mi cumpleaños.
- ¿En serio? – preguntó el guarda, sorprendido-. Feliz cumpleaños, entonces. Recuerde dejar todo como estaba cuando se marche.
Curra sabía que eso no iba a ser así, pero asintió con la cabeza y el guarda finalmente cerró la puerta dejándola a solas con su pasado. Antes de que la familia adoptiva la encontrase en una carretera, Curra había nacido en "Gabriela". No recordaba muchos detalles, no podía darse cuenta de la cara de sus verdaderos padres o sus hermanos maternos. Pero sí recordaba las fascinantes vistas del lugar, las que a día de hoy seguían fascinando considerablemente, y que tuvo que irse del lugar casi nada más aprender a dar sus primeros pasos por culpa de lo cruel que el cazador era con sus padres biológicos y sus hermanos. En realidad, Curra no había ido allí para recoger unas cosas. De momento sólo miraba. Había fotos y documentos tirados por el suelo desde que "Gabriela" fuese abandonada. Una de las fotos mostraba a un cazador rodeado de varios perritos pequeños y dos perros mayores de distinta raza, uno con manchas negras y otro totalmente blanco. Curra no pudo reconocerse, pero sí notó los parecidos con sus padres biológicos. Por la otra parte, un documento era un árbol genealógico de los perros con nombres debajo de cada foto. Para su sorpresa, vio su foto de bebé. Le hizo mucha gracia verse a sí misma y por un momento estuvo tentada a ver su nombre de nacimiento, aquel que el cazador y su familia biológica le pusieron de aquella... Pero recordó a sus niños, a sus maestras y a quienes consideraba su familia desde que la acogieron. Esa era su vida para ella. Por lo que no quiso ver aquel nombre, fuera cual fuese. Ella era Curra y siempre será Curra. Se quitó la mochila que cargaba en su espalda y dejó unas bolsitas a lo largo de la planta de arriba y debajo de la casa antes de dedicar una última mirada a la casa y ponerse las gafas vintage de nuevo para marcharse. Anduvo camino hacia abajo hasta adentrarse en el hayedo hermoso, de camino empinado y coloreado con matices vivos, verdosos de las ramas y troncos de los árboles y rojizo en el suelo mezclado por las hojas de los árboles y la textura del propio suelo. Debajo de una rama con forma de arco estaba Raquel esperándola.
- Felicidades, Curra.
Curra la besó y la dio las gracias.
- ¿Todo listo? – preguntó Raquel.
- Sí. Ahora a esperar – Curra respondió quitándose las gafas para hablar con su compañera y amiga, aún si miraba más el paisaje que a ella.
- ¿Cómo sabes que vendrán?
- ¿Cómo sabes que no es rencoroso?
Raquel sonrió y también miró la colorida postal hecha realidad del hayedo y el tímido horizonte entre los árboles.
- ¿Aquí naciste?
Curra asintió:
- Este sitio es lo más bonito de mi nacimiento. Aunque adonde fui después no lo cambio por nada – Curra alzó la pata hacia abajo-. Pasando el aparcamiento del Mirador del Fito hay una carretera hacia la ciudad. Por allí anduve cuando decidí irme y allí fue donde mi familia me encontró.
Raquel podría haberle preguntado más por detalles de su pasado, se acordara o no. Pero prefirió respetarla. Si se fue de aquí y llego hasta donde llegó sería por algo muy importante. Tras unos segundos más en silencio, volvieron a hablar entre ellas.
- El puente Voltio aún funciona, ¿cierto? – preguntó Raquel.
- Cada día va peor, pero sí – repuso Curra-. ¿Quiénes somos?
- Todas.
Curra se giró hacia ella:
- ¿Todas, todas?
- Todas, todas – aseguró Raquel.
- No pensé que lograras convencer a todo el mundo.
- No hizo falta después de que se enteraran de lo que pasaba. No filtramos la carta a dirección, ni jefatura. Pero sí a los demás. Todas las personas se enrolaron enseguida.
- ¿Tenemos el maquillaje y las maquetas preparadas?
- Una noche sin dormir más y listo. ¿Coco y quienes vengan llegarán mañana aquí?
- Por mis cálculos, sí – Curra alzó la cabeza, mirando ahora al cielo.
- ¿Qué harás cuando llegue?
- Tratar de hacerle ver quiénes somos, convencerle de que no somos como aquel mal profesor que tuvo y hacer que disuelva el clan de los 30 por siempre.
- ¿Crees que lo conseguiremos? – preguntó Raquel interesada en la contestación de la perrita.
- Creo que somos fuertes, valientes y que pensamos mucho y muy bien. Eso bastará. Lo que él finalmente decida depende de él – contestó con seguridad.
- ¿Somos fuertes, valientes y pensamos mucho porque somos maestras?
Curra se giró a mirarla, guiñándola su ojo rosado:
- Por eso y porque somos mujeres.
Al día siguiente por la tarde, el sol y el sorprendente calor habían vencido los fragmentos de nieve que aún quedaban débilmente, despejando así el terreno y dejando un terreno puro y listo para un gran carnaval. El carnaval de Pienzu era una fiesta chocante y pionera en el lugar. Muy poca gente vivía habitualmente por allí, pero quien vivía aseguró que esa gran fiesta se organizó de un día para otro. Nunca antes se había hecho. Y precisamente eso había llamado la atención de numerosas personas que estaban allí bailando y procesando al ritmo de tambores e instrumentos que grupos de personas disfrazadas tocaban con solera según avanzaban por el hayedo hacia el recorrido ascendente hacia la cruz de Pienzu. Aprovechaban el paisaje colorido para coger las hojas del suelo y usarlas como confeti. Todos tenían su propio vestuario y todos parecían estar vestidos de distinta manera. En medio de la marcha del carnaval de Pienzu, Coco y unos pocos (muy pocos) animales atravesaban como podían las marchas de las personas. Tan concentrados estaban en sus propios pensamientos y siguiéndose los unos a los otros como si jugaran a la "mamá pato" que no se fijaron en la máscara veneciana que los miraba desde detrás de un árbol. Habiéndolos visto pasar de largo, Curra comenzó a sortear sinuosamente la multitud avisando por el brazalete a sus compañeras de que sus invitados habían llegado y era hora de actuar. A lo lejos de "Gabriela", comprobó cómo Coco mandaba entrar a sus animales en el interior de ella para buscar a quien hubiese dentro. Curra se agachó en el prado, se quitó su máscara veneciana y marcó unas teclas en la pantalla de su brazalete tratando de comenzar un chat con alguien. Ese alguien era Coco. Coco notó su auricular vibrar en señal de llamada y se lo colocó en la oreja.
- Nunca hubiese imaginado que quisieras escaparte de un lugar tan bonito – dijo burlonamente.
- Me importa más que una casa sea acogedora antes que sólo bonita – zanjó Curra-. Te he llevado hasta este sitio porque no quiero estropear ciudades, no es mi trabajo.
- ¿Y qué es toda esta fiesta? – preguntó Coco.
- ¿Es que los visitantes y los habitantes no tienen derecho a disfrutar de su zona?
Coco ladeó la cabeza.
- Si vienes a mí, no inundaremos tu casa.
- Nunca me gustó ese sitio. Así como tampoco tu actitud.
- Será que tuve un buen maestro...
- Lo que te pasó en esa escuela no fue culpa tuya, pero lo que buscas tampoco es culpa de los demás – Curra veía como los animales de Coco recorrían toda la casa a través de las ventanas.
- No vas a convencerme de nada, Curra. Llámalo odio, rencor o maldad. Lo que quieras, ¿hago cara de que me importe? Además, mírate. Escondida entre la maleza, sola, sin tus compañeras. Si hubiesen sido tan buenas amigas no te hubiesen dejado ir de la escuela en primer lugar, ni tampoco te hubiesen dejado sola aquí.
- Yo no soy como tú, yo no trato de obligar o de extorsionar a nadie para que haga algo que yo quiero.
Coco rió jactándose:
- Bueno, la extorsión es mi negocio. Llevo haciéndolo toda mi vida, y ni la escuela ni tú cambió eso jamás. No tienes más que verme. Yo sigo haciendo lo que quiero y estando donde quiero. Dime, ¿estás tú haciendo lo que quieres y tumbada donde desearías?
Curra se fijó en las ventanas de su casa. Los animales que quedaban del clan de los 30 estaban paralizados hablando entre ellos y cogiendo las bolsas que Curra había dejado allí antes. Curra entonces volvió a hablar a Coco:
- No importa lo listo y fuerte que seas, te llevarás palos igual. La cuestión es: ¿Podrás soportarlos?
En esa exhalación de tiempo, las bolsitas de Curra soltaron gas al exterior haciendo que los animales se retirasen endiabladamente de allí. Al bajar al segundo piso no tuvieron cuidado de velar por sus pasos y tiraron la escopeta de caza del difunto cazador de "Gabriela". Habiendo salido despavoridos de allí, no tuvieron ganas ni tiempo de ver cómo la escopeta cargada disparaba por accidente a la caldera de la casa y ésta explotaba por completo. "Gabriela" emitió un rugido corto, pero apabullante que hizo temblar el camino y el hayedo, así como parar por unos segundos la fiesta antes de que la gente se convenciese a sí misma de seguir adelante.
- Te lo creas o no, ya contaba con esto – Curra no podía quedar inmóvil mirando cómo su casa de nacimiento se desvanecía por completo, pero respiró aliviada. Y más aliviada cuando pudo ver a Coco y al resto de animales sobrantes del clan levantarse y quitarse de encima el polvo. Pero su mandíbula se abrió y su cuerpo se tensó rígidamente al ver cómo los pedazos de fachada comenzaban a hacerse bolas que rodaban por el camino empinado, al principio de forma tímida y luego decidida-. Con eso sí que no contaba. ¡Moveos!
Los cachos de fachada rodaban más y más rápido, de modo que tanto Curra (ahora descubierta) como Coco y sus secuaces tuvieron que correr hacia el hayedo de nuevo. Coco la había visto y ahora pretendía seguirla sin ceder en absoluto. Curra zigzagueaba de un lado a otro, mientras Coco mandaba a sus animales dispersarse y buscar. Siguió hablando con ella por el auricular.
- Tengo a toda mi tropa del clan de los 30, a todos los que me quedan buscándote. ¿Qué vas a hacer?
- Pedirte que pares, por favor.
- No pienso parar, hasta acabar contigo.
- ¿Y qué harás después de acabar conmigo?
Curra pasó al lado de un enmascarado tocando una guitarra, lo que hizo que Coco oyese la guitarra y mirase a su alrededor hasta encontrar al enmascarado y seguir buscando a Curra por ahí.
- Entonces me pensaré si acabo con tus maestras o con tus niños primero. Voy a arrasarlo todo. Voy a haceros llorar. Voy a acabar con todo.
Curra veía como Coco estaba perdiendo el control. No podía permitir que hiciese daño a gente inocente si seguía por ese camino.
- Eso nuestra gente no le va a gustar oírlo en absoluto.
"Nuestra", pensó Coco. "¿A qué se refería?". Coco miró a sus espaldas para tan sólo ver a un gato siamés de los suyos siguiéndole.
- Patrón, no sé nada del resto del clan. No comunican.
Al mirar a los lados, Coco se fijó en que muchas de las personas que celebraban y bailaban el carnaval de Pienzu tenían auriculares en sus oídos. Y que había algunos animales que no eran de los suyos por ahí sueltos. Curra volvió a hablarle:
- ¿Sabes cuál es la diferencia entre el clan de los 30 y nosotras? Que vosotros estáis todos los que quedáis aquí, sin importaros nada, ni a vosotros mismos. Mientras que nosotras tenemos un secreto...
Coco se fijó en una figura blanca justo enfrente suya, entre dos árboles verdes. Era Curra, hablándole desde la distancia.
- Nosotras no somos las únicas maestras del mundo. Las maestras somos legendarias. Llevamos existiendo desde hace siglos, desde sociedades primitivas, antiquísimas, desde Mesopotamia o Egipto, Roma o Grecia. Somos un equipo detrás de los equipos, salvando y asegurando el educar y enseñar a niños para lo mejor. Podemos estar en colegios o campamentos, ser maestras o monitoras, para grandes o mayores – mientras decía esto, tanto Curra como Coco mirando a su alrededor veían como los transeúntes comenzaban a dejar de tocar los instrumentos poco a poco.
El secuaz de Coco se colocó detrás de él, por miedo a ser cogido por sorpresa. Las personas enmascaradas, ancianas y jóvenes, se giraban para mirar a los dos únicos integrantes del infame clan de los 30 que aún quedaban sueltos. Curra prosiguió:
- Todas somos importantes y nunca estamos todas en una misma habitación. Si una muere, es capturada o retirada, automáticamente es reemplazada por otra maestra igual de buena o mucho mejor. Si se corta una cabeza, crecen dos más. Da igual que ataques un colegio o que desprestigies a una maestra o grupo de ellas. Somos tan grandes, estamos en tantos coles que ni siquiera nos conocemos todas aunque trabajemos juntas y siempre estaremos donde y como debemos estar.
Una anciana en silla de ruedas poco a poco se fue acercando a ellos, sin quitarles la vista de encima. Curra acababa su monólogo con estas palabras:
- Nosotras tenemos nuestros errores y tratamos de no repetirlos, nosotras amamos y nos preocupamos por los demás, dibujos en un papel son premios para nosotras y niños felices es garantía de que lo hacemos bien... ¿De verdad es eso lo que intentas poner fin? Piénsalo un poco, todavía podemos hablar las cosas. Porque las buenas maestras es una de las cosas más grandes que tenemos: Paciencia.
La anciana que estaba delante de ellos poco a poco se comenzó a quitar el maquillaje de la cara, así como sus trapos viejos, revelando a Laura como la verdadera persona que estaba sentada en esa silla. Coco y su secuaz abrieron la boca y los ojos. En ese instante, reconocieron a figuras del pasado: Justicia Man (Rubén) y Maestrina Maravilla (María) estaban de pie a su lado, mirándolos fijamente, mientras que Tete se abría camino entre otras maestras disfrazadas. Maestros de Primaria como Adrián, Iván, Javi y otros más se quitaban sus antifaces de encima y andaban poco a poco hacia ellos. Los animales a quienes habían visto eran muchos perros y gatos maestros o guías como Lara o Tamara. "Todos están aquí", pensó. Pero lejos de tranquilizarle o imponerle, eso y las palabras de Curra le hicieron sentirse más pequeño y le enrabietó aún más. La extorsión y la maldad eran su negocio y eso no le había convencido de lo contrario... Ni mucho menos de querer acabar con Curra de un modo u otro.
- ¡No dejes que te cojan! – Coco espetó estas últimas palabras a su secuaz antes de lanzarse a por Curra.
"Prefiero que me haga daño a mí, antes que a ellas", pensó rápido Curra.
- ¡Coged a ese gato y no permitáis que os dañe! – vociferó a Sara, a quien tenía justo delante disfrazada de princesa antes de echar a correr para distraer a Coco y hacer que le siguiera sólo a ella, apartándolo de las demás.
Mientras se hacía una auténtica bola de humo tratando todos de atrapar a ese esquivo gato siamés, hasta que por fin lo consiguieron, Curra y Coco protagonizaban una persecución feroz saliendo del hayedo y ascendiendo por el camino a la cruz de Pienzu hasta llegar al mirador con la lengua fuera y vislumbrar el mirador.
- Tengo que alejarle de las maestras lo más que pueda y no me vale que se quede en tierra para que vaya a por ellas cuando quiera... - Curra hablaba razonando para sí misma en busca de respuestas, hasta que dio con la única en ese momento.
El puente Voltio era un puente fantástico que se había construido para comunicar los picos entre ellos, alejados por la distancia y por la altitud (parecía que estaba por encima de las nubes). Es un puente que por medio de una palanca de cambios puede moverse hacia arriba o hacia abajo, girar a un lado y a otro, a gusto del viajante y del pico al que vaya. Pero Curra no quería saltar de un pico a otro porque sí, quería llevarse a Coco consigo para alejarle de sus amigas y compañeras. Moviendo rápidamente la palanca, Curra saltó al puente casi al mismo tiempo que Coco tras ella. Notaba sus arañazos en la espalda mientras se lo quitaba de encima de un golpe y se agarraba a una de las barandillas del puente mientras éste se movía como un autómata. Oscilaba de izquierda a derecha, haciendo olas, dando vueltas sobre sí mismo moviendo a Curra y a Coco de un lado a otro, haciéndoles casi caer al vacío. Coco intentaba estrangular a Curra, pero esta le agarró las patas cogiendo la barandilla con la boca y le dio bofetones en el hocico con ellas para distraerlo. El puente Voltio pegó sin querer con un pico adyacente, haciendo que el giro fuese más brusco y tirase literalmente a Curra y a Coco fuera de la barandilla. Ambos gritaron mientras Curra vio justo una cuerda a la que agarrarse y Coco se agarró al cuello de ella, quedando los dos suspendidos en el aire. Curra se quedaba sin aire y sin visión. Aprovechó otra vuelta del puente para voltear sobre sí misma y lanzar a Coco a la barandilla de enfrente. Curra tomó aire y volvió a meterse dentro del puente, luchando contra Coco. Coco, en un descuido, alzó la cuerda y la lanzó como un cowboy contra la palanca, manejándola desde la distancia. Orientó el puente hacia el camino del Pienzu y trató de hacerle derrapar allí al ver a todas las maestras ascender el camino para ayudar a Curra. De ese modo se las llevaría por delante. Curra lo mordió con fuerza en las patas, llena de rabia, queriendo protegerlas a toda costa e hizo que Coco izase violentamente la cuerda. El puente no sólo volvió a orientarse dentro del horizonte y en medio de las nubes, sino que procedió a girar sobre sí mismo dando volteretas en el aire. Curra estaba agarrada en la barandilla derecha y se sorprendió por las vueltas, teniendo que agarrarse con las cuatro patas para no salir despedida. Coco se agarró a la barandilla izquierda, mirando a Curra y tratando de herirla con las patas inferiores. En la última voltereta, esquivando como podía los ataques de su rival, Curra se impulsó sobre la barandilla y estirando ambas patas traseras pegó una patada doble a Coco, empujándole afuera del puente y dejándole suspendido en el aire, agarrado fuera del alcance de la perrita. Curra se deslizó hacia abajo hasta llegar a la palanca y la controló como pudo para hacer que el puente se detuviese a punto de bajar sobre el mirador. Pero sin verlo venir, Coco cayó encima suyo, tapándole los ojos a propósito y tratando de controlar los mandos. Esto provocó en que el aterrizaje del puente fuese más que forzoso, chocando contra el mirador, eyectando a Curra por los aires hasta hacerla caer dolorida sobre unos arbustos y dejando a Coco al límite del riesgo tumbado sobre la estructura del puente que ahora no estaba tan sujeto a la ladera y desprendiéndose poco a poco.
En cuanto Curra se repuso, oyó a sus compañeras acercarse corriendo al lugar, llamándola a voces. Curra trató de moverse pero sintió que una de sus patas estaba rota y sangrando. Trató de moverse poco a poco hacia el ahora derruido puente para sacar a Coco de ahí. Coco estaba aturdido, se despertó poco a poco y trató de moverse fuera de la superficie sólo para notar temblores y quejidos del puente que le amenazaban con una caída segura como respuesta.
- ¡Coco! Coco, no te muevas...
Curra ya estaba cerca de la superficie del puente, al borde del pico, pudiendo ver el enorme vacío tapado por nubes hacia abajo y las vistas majestuosas y bellas del horizonte. Alzaba la pata, tratando de que Coco la cogiese. Pero estaba muy, muy lejos.
- Coco, coge mi pata.
Coco quedó mirándola desorientado.
- No me vas a ayudar.
- Voy a ayudarte, Coco. Quiero ayudarte. Vamos, cógela. Podemos ayudarte entre todas.
Curra no se estaba dando cuenta, su afán por salvar a Coco era muy pesado y cegador, de que se estaba subiendo más y más puente. Si el puente cedía hacia el vacío, Coco y Curra caerían juntos. Laura estaba corriendo hacia el pico y al ver la escena grito asustada:
- ¡Curra! ¡Bájate de ahí!
Pero Curra hacía oídos sordos.
- Vamos, Coco. Esa persona cometió un error, pero no fue culpa nuestra y menos tuya. Podemos arreglarlo. Déjame ayudarte.
- Nadie quiso ayudarme nunca – Coco parecía apenado. El tremendo porrazo parecía haber abierto una puerta dentro de su cabeza que le permitía pensar con claridad todo lo que había hecho hasta ahora y que estaba tan mal.
- Yo sí, Coco. Por mucho que cueste, es mi trabajo. Es el trabajo de todas y todos. Déjanos ayudarte.
Las palabras de Curra parecieron convencer a Coco, quien se puso de pie con cautela y anduvo por el puente hasta ponerse más cerca de la herida perrita maestra. Pero ese convencimiento era tan pesado como el desequilibrio de la estructura. El puente ya comenzaba a caer. Laura gritó aterrada y corrió con todas las fuerzas que sus piernas la permitieron. Adrián intentó cogerla pero ni siquiera se la acercó. La llamaba a gritos para que se detuviera, pero ella insistía en coger a Curra. Ni Curra ni Coco parecían prestar atención a lo que pasara más allá de ellos. Ni al puente, ni a Laura, ni al resto de compañeras. Sus patas ya acariciaban las uñas entre ellas... Pero entonces el puente definitivamente se rompió de su sujeción y comenzó a caer al vacío.
- ¡NOOOO! – Laura se lanzó hacia el cuerpo de Curra y la cogió en el aire a tiempo.
Se abrazó a la perrita con todas sus fuerzas, al borde del pico y sin mirar abajo. Pero Curra sí que miró hacia abajo, con la boca y ojos abiertos y tristes. Ni siquiera había apartado la pata. Veía cómo Coco caía al vacío y cómo este en vez de mirar a su destino, la miraba a ella alzando la pata también en señal de ayuda. Recuperó la confianza en la maestra... pero lo hizo demasiado tarde. Coco y el puente desaparecieron entre las nubes en silencio hasta que segundos después estruendos ensordecedores marcaron el final de la caída.
Tiempo después, con los animales que eran del clan detenidos y el ambiente mucho más calmado, todas las maestras al completo estaban asomadas al mirador del pico observando pensativos la preciosa y pacífica vista, mientras Laura y Raquel curaban las heridas y cortes de Curra. Su pata estaba ya desinfectada y vendada para recuperación.
- Ya le había convencido... Y justo entonces le pierdo.
Curra no estaba llorando, pero no estaba feliz para nada. Era una victoria con sabor a derrota. Quería salvar a Coco de verdad. Estaba pensativa, seria, como si algo le faltara. Un vacío parecido al que sintió cuando la despidieron. Raquel la acarició en la cabeza.
- Tendrás tu oportunidad, cualquier día de estos, de enseñar y educar a cualquiera que fuese igual que él y poder ayudarle como intentaste hacer con él. No te queden anclada en el pasado. Si lo haces, perderás el futuro.
Curra la dio la razón, pero le salió otra duda al mismo tiempo.
- Pero para eso, tendría que volver a clase.
Raquel la miró sonriendo.
Días después, tras haber presentado toda la trama a los jefes de la escuela y haberlo aclarado todo, Curra fue readmitida. Todos en la escuela deseaban verla de nuevo con muchas ganas. Curra al llegar vio que habían arreglado la ventana del laboratorio como si nada hubiese pasado. Entró al vestíbulo y todas la recibieron entre abrazos y besos. Profesores y alumnos, de Infantil y Primaria, todos se deshacían en mimos con ella. Entonces, volvió a su antigua aula, en el área de Infantil. Estaba nerviosa, hacía mucho tiempo que no estaba ahí dentro. Abrió la puerta y se encontró todo a oscuras. Entró con cuidado de no tropezar hasta que de pronto todos sus niños se abalanzaron a abrazarla al grito de: "¡Peluche!". Curra se dio cuenta emocionada de que estaban jugando a escondidas al juego de "¿Dónde está mi peluche de la suerte?".
- Al fin te encontramos, Curra – dijo una de sus niñas-. Tardamos, pero te encontramos.
Curra se deshizo en besos y caricias a sus niños, habiéndolos encontrado de nuevo ella también. Por primera vez esa sonrisa tan característica, que había pasado de inexistente a tímida en los últimos días, brillaba con fuerza propia y no era quien a acallarla o detenerla. Al fin regresó a su casa. La que ella consideraba que era su verdadera y única casa: Su aula y sus niños. No podía, ni debía, esconder su felicidad. Sus compañeras terminaron de darle la bienvenida con una fiestecilla en la sala de profesoras y para el final del día todo había vuelto a estar donde debía estar.
Conforme pasaron los días, Curra estaba más que feliz dando clase con una vitalidad que no se la veía desde sus inicios jóvenes. Estaba más mayor y no había conseguido olvidar del todo las cosas duras por las que había pasado hasta volver a llegar a donde llegó. Pero eso también la hizo más fuerte y la hizo darse cuenta de lo mucho que necesitaba ejercer y estar en su clase con sus niños. Un día como otro cualquiera tuvo lugar algo especial: Llegó un alumno a clase. Era un gatito pequeño color miel que aún estaba de prácticas para ayudar en el aula y tenía que saber cómo funcionaba todo antes de que creciera y pudiera apoyar las clases junto con la maestra. O sea, antes de ser otra maestra más, tenía que aprender unas cosas. Las compañeras la introdujeron en la clase de Curra y la presentaron a los niños, los cuales agradecidos e ilusionados aplaudieron y se pusieron manos a la obra a trabajar e imaginar. El gatín se acercó a Curra.
- ¿Cómo empezamos? – preguntó el joven gato de apenas un año de edad.
- Lo primero con tranquilidad y presentándonos – rió Curra tranquilizando sus nervios-. Es tu primer día y tu primera vez con niños, pero se te pasará en seguida.
Curra se volvió a coger unos juguetes sensoriales cuando se dio cuenta de que no había prestado atención al nombre de la nueva incorporación.
- ¿Cómo has dicho que te llamabas?
- Coco, señora Curra. Mi nombre es Coco. Vengo de León y había empezado con diseño gráfico, pero aquí estoy – rió nervioso el joven gato llamado Coco.
A Curra se le iluminaron los ojos. No podía creerse su suerte. Aquella oportunidad que Raquel le había propuesto hacía tiempo por fin había llegado. Tenía la oportunidad de ayudar a ese aspirante y demostrarle lo maravillosa que era la profesión. Dándole un abrazo de presentación y tomándole de las patas con ánimo y le orientó hacia los niños y todos sus trabajos.
- De señora nada, la edad en Infantil nunca se lleva – rió al tiempo que le llevaba con ella a los rincones del aula con los nenes-. No te separes de mí y aprende todo lo que puedas porque hay mucho que ver. Estás a punto de adentrarte en un mundo maravilloso. ¿Qué cuándo empezamos? ¡Ahora!
Curra estaba más que feliz que nunca, en su casa con más fuerza, con sus compañeras, sus niños y ahora con la oportunidad de enseñar y educar a un nuevo y renovado Coco. Estaba clarísimo que no iba a dejar pasar la oportunidad.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro