#16 "BAILE DE MÁSCARAS (Parte 3)"
Pasaron unos días y Coco no había vuelto a tener más noticias de la Santa Muerte o del informante al que envió. Seguía aún con sus reuniones en pleno lago del mar, en el interior de la casa de falsos espejos, tratando de derrocar las escuelas y sentado sobre la cabeza del padre de Alan gracias a "la panza manda". Seguía haciendo difundir malas noticias contra las maestras a través de la radio, la televisión e Internet. Hasta que su informante un día regresó solicitando la ayuda de todos los humanos y de buena parte de los animales en las puertas de entrada para arreglar la vigilancia "ante muchos ojos mirones", tal y como había dicho. Coco accedió sin importarle realmente eso y permaneció en la mesa terminando su postre y examinando fotografías de la Santa Muerte, así como dosieres por la Red. Quería conocer a quien se escondía tras la máscara y por qué... Pero notó un súbito y violento calambre que le hizo maullar y lanzarse hacia el centro de la mesa, arrojando la placa de "la panza manda" tras de sí. El padre de Alan pareció dar un par de tumbos en la silla hasta que cayó al suelo tosiendo. Coco rápidamente se repuso tocándose su barriga dolorida y cogió su placa metálica dándose cuenta de que algo había provocado que se sobrecalentara por sorpresa. Esto era un error gravísimo porque supondría perder el control del cuerpo humano que controlaba. Y su temible sospecha se confirmó cuando vio al padre de Alan incorporarse desorientado.
- Do... D... Don... ¿Dónde estoy? ¿Y mi familia?
Coco quedó genuinamente sin palabras, ni siquiera una mueca en su repertorio de locuacidades de monólogo podría hacer parar el tiempo ahora. El padre de Alan se tocó la cabeza ardiéndole de dolor y al mirar a la mesa y ver al gato con la placa metálica adaptada a la cabeza cayó pronto en la cuenta:
- Sé quién eres. ¡Te encerraron y te escapaste!
- Sé buen chico y vuelve aquí – musitó Coco, entre dientes.
- ¡¿Dónde está mi familia?! ¿Qué has hecho con ella?
- Si no quieres que les pase nada, siéntate aquí.
El padre de Alan lanzó una de las velas furioso, quemando la espalda de Coco y haciéndole soltar la placa al suelo y perder el control.
- Sólo eres un gato amargado. No estás en opción de amenazarme.
- No de amenazarte... Pero sí en hacerte recordar todo lo que has hecho bajo mi influjo. Insultar y humillar al colegio de tu hijo, no estar en casa, alejarte de tu familia. Te he engañado, como a muchos más antes que tú.
Coco escapó vilmente de las manos azarosas del padre y volvió a su sitio presidencial en la mesa, con una sonrisa retadora. El padre de Alan aprovechó eso para serenarse (recordando buena parte de la memoria perdida gracias al fallo repentino de la placa metálica), pensar en su hijo e ir andando poco a poco hacia la puerta de entrada, saliendo en dirección al exterior.
- Casi te sales con la tuya utilizándome para acabar con el colegio. Pero no te has salido con la tuya. Iré de nuevo con mi familia, lejos de ti... Y verás cuando la gente se entere de quien eres. Justo lo que tú no querías, ¿verdad?
Coco aguantó la sonrisa, pero era una sonrisa que destilaba rabia y odio. El padre de Alan tenía razón: acababa de cargarse su tapadera. En cuanto saliese de la casa, el mundo sabría que el clan de los 30 y Coco como líder habían estado detrás de todo. Y Coco solo no sería capaz de parar a ese hombre, con toda su rabia acumulada y sus ganas de luchar.
- Mi familia lo sabrá todo, y me perdonará. Y aunque no lo hiciera, por lo menos les miraría a la cara para hablarles. ¿Puedes hacer tú eso?
Y con esas últimas palabras, ante la impotencia de Coco, el padre de Alan escapó de él y se marchó corriendo. A pesar de lo que aquello había significado (perder el títere humano que le permitía infiltrarse en las escuelas), Coco volvió a la mesa tratando de disimular la decepción y ni siquiera se fijó en la cantidad de tiempo que había pasado desde que casi toda la sala se había vaciado, pues estaba absorto mirando lo único que le quedaba en la mesa en ese momento: La fotografía ampliada de la Santa Muerte tomada en la puerta de la casa, antes de su entrada en el gran salón. Coco quedó hipnotizado mirando sus ojos. Las cuencas huesudas de la máscara dejaban ver unos ojos oscuros, aparentemente de muñeca, sin vida ilusoria. Trató de fijarse entonces en los párpados, los cuales salían oscurísimos en la foto. Mirando al frente, dejó caer la foto en la mesa para pegarse con cautela al respaldo de su silla del silencioso susto ante lo que estaba viendo delante de él. La sala estaba llena de Santas Muertes. En su planta baja y en los palcos superiores entre las sombras, colocadas estratégicamente una enfrenta de la otra, en semicírculo. Todas calladas, con las mismas máscaras. Estaban quietas, mirándole, cada una con una vela a su lado o entre las manos cuidadosamente. Coco interpretaba bien su cara de póker, pero el corazón estaba golpeándole tan fuerte que podría escalar por la garganta hasta salírsele por la boca. Si hubiera sabido que su perro informante en realidad estaba coaccionado por las Santas Muertes a las puertas y que había pedido a los humanos para en realidad liberarles y al resto de animales malos para atarlos y amordazarlos, en realidad ese silencioso golpe de estado no hubiera salido tan bien.
¡Tilín, tolón! ¡Tilín, tolón!
Una de las Santas Muertes agitó una campana de humo, marcando la señal para que la casa quedara sin más luces que las velas. Las lámparas, bombillas y fluorescentes quedaron sin energía. Sólo la luz tenue de las velas pautaba la lúgubre atmósfera.
- La noche cae en Brujas, y el pueblo entero se va a dormir... - la voz de Jessy tras la máscara resonó con sombría autoridad, mientras el resto de Santas Muertes agachaban la cabeza en señal de pernocta.
Coco aún estaba impávido, tratando de entender lo que estaba pasando. Volvió a coger la foto con fuerza, sin darse cuenta de una Santa Muerte que estaba colocada encima de él, en la planta de arriba, mirándolo fijamente.
- En mitad de la noche, aparece Cupido. Buenas noches, Cupido – cuando Jessy saludaba a ese Cupido, una Santa Muerte colocada a su lado apagó su vela y ladeó la cabeza-. ¿A quién dispararás tus flechas de amor?
La Santa Muerte que asumía el papel de Cupido se volvió hacia Jessy y la susurró en el oído. Jessy entonces comenzó a moverse meneando la campana.
- A quien toque, levantará su máscara y se lanzará besos en amor.
Jessy tomó su tiempo, tocando a una Santa Muerte en el borde de la mesa y a la otra al extremo de la sala. Coco no podía mirar esa escena. No reconocía esa voz, no sabía las intenciones de esas personas, no sabía por qué pasaba esto, no se atrevía a hablar. Miró a la foto de la Santa Muerte "original", la primera que había conocido y reconoció en medio del miedo un detalle sorprendente.
Justo cuando levantó la mirada nuevamente hacia esas "nuevas" Santas Muertes buscando ese detalle, las dos enamoradas se habían quitado las máscaras. Las sombras estratégicas de la luz de las velas le impedían ver las caras con claridad pero sabía que eran mujeres. Si las hubiese visto más de cerca habría reconocido a las maestras compañeras de Curra. Jessy, quien hablaba, aún no había mostrado su cara. Pero las enamoradas, Laura y Marta, sí. Se guiñaron el ojo y se lanzaron besos en el aire.
- Muy bien, enamoradas. Seguid durmiendo.
Jessy siguió dando vueltas ondeando la campana.
- Oh, Oh... Oigo pisadas... Oigo gruñidos... Los lobos se acercan sedientos de sangre. ¡Lobos!
En ese instante, una Santa Muerte que había andado hasta posicionarse justo al lado de Coco y la Santa Muerte enigmática que estaba mirándolo desde el palco superior alzaron la mirada hacia Jessy.
- Decidme, Lobos: ¿Quién debe morir?
Esas dos Santas Muertes señalaron a otra al fondo de la sala. Jessy se acercó entonces, tras decir las buenas noches a los Lobos y apagó la vela de la Santa Muerte señalada.
- Brujas amanece – en el momento que Jessy dice estas palabras, las Santas Muertes levantan las cabezas al completo-. Pero alguien ha muerto. Panadero, ¿quién crees que te ha matado?
La Santa Muerte cuya vela fue apagada señaló a una al lado suyo. Jessy, entonces, apagó la vela de la señalada.
- Bien, pueblo, volvemos a dormir. Buenas noches.
Aprovechando que todas volvían a agachar la cabeza, Coco estaba siguiéndolas silenciosamente el juego y agachó su cabeza hasta mirar de nuevo el detalle sorprendente de la foto con ojos extrañados.
- Todos en silencio, vuelven los Lobos – Jessy volvió a llamar a los mismos Lobos que en la ronda anterior-. Lobos, ¿Quién debe morir?
Coco no observó a quien señalaban esta vez porque aún miraba ese ojo rosa de una de las cuencas oscuras de la máscara. Un ojo con el párpado sonrosado. Sólo conocía a alguien con uno de los ojos así de característico. Pero mientras pensaba, ni siquiera sintió venir a Jessy. Sólo se dio cuenta de su presencia cuando le apagó su vela. Sorprendido, Coco quedó mirando la máscara de Jessy pero vio en ella ojos humanos y ambos de párpados color carne. Miró inquieto entonces a la Santa Muerte que tenía cerca y trató de vigilar los movimientos del resto de Santas Muertes que le rodeaban.
- Toca terminar la historia – anunció Jessy-. Amanece en el pueblo por última vez.
Entonces, todas incluyendo a Jessy se quitaron las máscaras descubriéndose. Coco tenía delante a todas las maestras y no tenía la valentía ni las ganas de levantarse. Se dio cuenta que la Santa Muerte del ojo rosado no estaba delante suya.
- Coco... ¿quién crees que te ha matado?
Coco miró a los lados, nervioso. Sabía que a quien buscaba no estaba allí. Pero tenía que estar cerca y haberle visto. Entonces recordó que aún quedaba una sola Santa Muerte en el piso superior. Y era la Santa Muerte que le estaba observando y que aún llevaba su máscara. Coco izó la mirada ansioso y observó a esa última Santa Muerte. Pero había algo extraño. No tenía la máscara puesta, la sujetaba... Con una pata. "No puede ser", pensó Coco. Un ojo rosa y una pata. Sólo podía ser ella. Ante su asustada mirada, una cabeza sobresalía poco a poco de un lado de la máscara. Dejó ver una de sus orejas negras peludas, su cabeza blanca hasta llegar a su ojo sonrosado. Coco abrió la boca horrorizado, dándose cuenta de cómo había caído en la trampa. De cómo le habían cazado. Esa Santa Muerte, la Santa Muerte a la que había entrevistado y contratado, la que ahora había traído a las maestras aquí: ¡Es Curra! Curra le miraba desde el lado de la máscara, apretando la boca conteniendo una tímida sonrisa. Por primera vez en su vida, Coco perdió el control de su cuerpo y se orinó encima de miedo y vergüenza.
- ¡Psiquiatría!
Al grito de Laura, las maestras se dispersaron desordenadamente del gran comedor cerrando las puertas, al tiempo que Curra cogía a uno de los animales lanzados y lo lanzaba hacia abajo contra Coco. Aprovechó la distracción de Coco para esfumarse a toda prisa del piso superior, deshaciéndose la máscara y de la túnica. Coco se volvió a incorporar sobre la mesa, desatando a su secuaz.
- ¿Dónde están los demás?
- Arriba, atados – contestó sofocado el gato siamés.
- Desátalos y recogedlo todo. ¡Seguridad comprometida!
Coco abrió el cajón secreto del lado de su sitio y agarró un arma cargada adaptada a su almohadilla.
- Los humanos no son los únicos capaces de usar estos chismes – musitó.
- Tenga cuidado, patrón. Puede herirse.
En lugar de tomar el consejo de su secuaz por lo positivo, Coco disparó un tiro en falso, fallando deliberadamente para asustarle.
- Limítate a tu punto. Libéralos y recoged todo. Luego cerrad la casa.
Dejando a su secuaz en ello, Coco apretó el botón de su silla abriendo su propia trampilla subterránea y saltando por ella. No iba a salir de ahí sin acabar con Curra definitivamente. Aterrizó de culo en un laberinto inferior, lleno de turbinas y ventiladores, el corazón eléctrico de la casa. Oyendo ruidos a su alrededor, corrió por todas partes, bajando y subiendo en los recovecos de las tuberías y pasadizos, confundiendo el suave ronquido del pasar del lago del amor con las pesadas y viejas turbinas de ventilación. Habiendo subido un nivel en el laberinto, mirando enfrente suyo, observó un montacargas al final del camino. Tenía las luces encendidas, por lo que estaba ocupado por alguien. De pronto, asustando a Coco, de unos altavoces colocados en el techo del camino la grabación de voz enfadada y oscura de Curra emergió poniéndole nervioso según andaba:
- "Soy la voluntad que no ves, aquella cuyo deseo está cumplido. Ni tú, ni ningún otro puede hacer lo que quiera haciendo daño a los demás. Quienes atacaron antes que tú fueron malvados, brutos y fuertes... Pero nosotras luchamos también y fuimos más fuertes. Nuestra bondad pudo más. Y ahora estás ahí, andando hacia mí, sin ninguna ayuda... Dejaré que tengas tu oportunidad".
Acercándose más y más, tragando saliva, oyó un fuerte giro de palanca detrás suyo antes que pudiera llegar al montacargas. Al escudriñar el ruido, descubrió una manivela de acceso que estaba abierta. Era muy parecida al pulsador secreto que tenían en el gran comedor para abrir la gran pared secreta que conducía al laberinto subterráneo en caso de escapar por el río, pero no era exactamente igual. Desconocía para qué era esa manivela de acceso (ahora abierta) y que tenía que ver con la casa (aunque el ronquido leve del pasar del lago del amor que se oía en esas profundidades se había convertido en un ascendente rugido). Pero, finalmente, una sombra llamó poderosamente su atención. Dándose la vuelta poco a poco, se dio de bruces con Curra quien permanecía quita y en pie de espaldas a Coco. Coco, lleno de rabia por todas las molestias que le había causado, empuñó su arma y sin pensárselo disparó a Curra... Con tan poco suerte que sus balas pegaron contra un cristal invisible que protegía a Curra dentro del montacargas. Coco vació el cargador lleno de frustración, sólo para ver los impactos de bala dibujados en el cristal a la altura del cuello de Curra y cómo esta se había dado la vuelta para tenerle cara a cara. Coco anduvo poco a poco hasta pegarse tanto al cristal protector que echaba el aliento en él cada vez que hablaba.
- Creí que estabas muerta – le espetó Coco, entre dientes.
Curra, tras tiempo de silencio, al fin abrió la boca y habló:
- Empezaste un chiste y todo el mundo rió tus gracias. Ahora la broma eres tú y el mundo se ríe de ti.
Coco alzó las patas contra el cristal frustrado.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué? – Curra disimuló la sonrisa ante la torpe pregunta de su enemigo-. Dímelo tú. Tú me hiciste así. Me convertiste en una muerta en vida. Me quitaste todo lo que tenía. Y tú estás ahí sentado, dando órdenes y hablando sin parar. Echas las culpas a gente que no tiene culpa de nada sólo sentirte bien tú solo. Sigues engañando a los demás para tus deseos egoístas. Pues ahora vamos a estar al mismo nivel. Ahora sabrás lo que es quitarle a la gente lo que tiene y sentirse engañado, solo que esta vez yo sí que tengo buenas razones
En ese momento, el montacargas comenzó a ascender. Curra soltó las últimas palabras:
- ¿Sabías que el sistema de desagüe de esta casa se cambió hace días? Se ha cambiado el recorrido de circulación del agua. Recordé cuando dijiste que no abandonarías esta casa ni aunque se inundara. Coge las toallas.
En cuanto el montacargas terminó de desaparecer de su vista, Coco quedó paralizado observando al frente y comprobando cómo las luces lejanas del laberinto subterráneo se iban apagando poco a poco. Se fijó en que el rugido del agua desde el exterior se hacía más y más ruidoso. Coco corrió hacia una tubería que tapaba una pequeña ventana de cristal irrompible que daba al exterior y donde podía ver cómo fluía el lago del amor. Ahora había una diferencia: ¡no había lago del amor! Los transeúntes quedaron asombrados viendo cómo el lago se hacía pequeño y se secaba. "¿Cómo habrá hecho para hacer desaparecer el lago?", pensó Coco. Entonces el temblor de las tuberías cercanas le dio la respuesta. Temblaban porque no daban más de sí. Echaban agua por sus recovecos. El desagüe del lago era ahora la casa del clan de los 30.
- ¡Coco! ¡¿Qué pasa?! ¡¿Por qué se han abierto las puertas del comedor?! ¡No puedo cerrarlas! ¡Todas las puertas de la casa están abiertas!
Coco aterrorizado se giró sólo para ver el final del camino subterráneo a sus secuaces animales hablando desde la puerta secreta del gran comedor, ahora abierta. "La ha abierto la palanca", pensó. Sintió las paredes del laberinto caer tras de él. Una gran marea de agua se abría paso salvajemente por el laberinto. Si no se iba de ahí, la corriente le arrastraría. Y si la puerta secreta del gran comedor no se cerraba, toda la información del clan de los 30 se evaporaría para siempre. Era incapaz de hablar o pensar más. Se fijó en dos cadenas colgadas del techo del laberinto que iban encaminadas al gran comedor. Cogió impulso y de un salto se aferró a ellas, moviéndose a toda velocidad hacia la gran sala. En pleno camino, cerró esa palanca con la pata y trató de gritar a sus secuaces:
- ¡Ferrad fa fuerfa! ¡Ferrad fa fuerfa!
Había dos grandes problemas: Coco no agarraba las cadenas transportadoras con las almohadillas, sino con la boca, y el drenaje impetuoso del agua taponaba las voces. Él tampoco podía oír a sus secuaces mandándole repetir. Coco estiró las patas lo más que pudo hasta que alcanzó una cadena con una y por fin pudo hablar. Pero para entonces, los secuaces ya veían detrás de su jefe como la gran corriente concentrada de agua destrozaba todo el laberinto y arrasaba a su paso las ventilaciones, dirigiéndose sin piedad a la gran sala.
- ¡Si esa agua llega aquí, nos destrozará todo! – exclamó uno de los gatos en el comedor.
- ¡SELLAD LA PUERTA! ¡CERRADLA!
Coco gritó a pleno pulmón lo suficiente como para que sus animales le obedeciesen. Se colocaron frente a la puerta para coger a su jefe al vuelo, mientras que un perro se puso en el centro de la mesa y giró una palanca de seguridad que cerraría todas las puertas de la casa. La puerta secreta del gran comedor empezó a cerrarse, así como Coco se colocó y estiró las patas inferiores para saltar cuando llegara el momento. Sus animales alzaron las patas para poder cogerle al vuelo según llegara. Pero Coco vio como las cadenas transportadoras finalizaban el recorrido de un tirón brusco, lanzándole por los aires a más fuerza de la prevista, saltando por encima de aquellos que le iban a coger, aterrizando accidentalmente sobre el perro ayudante, empujando al perro y con él la palanca del cierre, volviendo a abrir las puertas de la casa y dejando que la gran boca de agua entrase a engullir todo el gran comedor.
Curra y las maestras estaban afuera, observando desde el paseo del lago.
- ¿Tardará mucho en volver a llenarse el lago? – preguntó Sara-. Es de lo más bello de Brujas.
- Somos maestras, Sara. No ladronas. Imagina la casa como un enorme tubo de desagüe. Es sólo un camino conductor. El agua volverá a salir por las puertas en segundos y el cauce volverá a estar como siempre.
Curra medió su respuesta con tranquilidad, mirando el tiempo pasado en su brazalete (de nuevo puesto en su pata). Sus palabras se hicieron realidad al ver cómo un gran estallido de agua salía de entre las ventanas falsas, tejado y puertas, reconduciéndose y llenando el lago como siempre y al fin expulsando al clan de los 30 al exterior.
- Aunque con "cisnes" nuevos en sus aguas – repuso la perrita maestra divertida, a la vez que sorprendida por la rapidez y la fuerza del agua en volver de nuevo a su sitio. Realmente era de cuento.
Los animales giraban sobre sí mismos. Tosían agua y se agitaban para secarse como podían, pero estaban bien. Curra y las maestras sabían que sólo se llevarían un susto sin más. Bueno, eso y acabar con la tapadera de su organización. Coco fue el último que se levantó. Aún pensaba en cómo de bien se la habían jugado y en cómo las maestras eran mucho más fuertes y valientes de lo que había pensado. Para cuando miró al paseo del lago, las maestras ya no estaban.
- Patrón, estamos expuestos.
El perro ayudante se acercó a él, buscando respuestas, pero Coco no era quién a articular palabra.
- Patrón, ¿qué hacemos?
Navegando en su cabeza, en busca de volver a tener siempre algo que decir y comprobando cómo sus secuaces estaban tan perdidos como él buscando ayuda, Coco abrió la boca sin nada que decir, miró al horizonte sin nada que ver y obtuvo su recompensa por su maldad en forma de perdición total.
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