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#14 "BAILE DE MÁSCARAS"

Si bien Curra estaba deprimida y triste lejos delo que consideraba su casa, sus compañeras y sus niños no se quedaba atrás. Pese a que las maestras cuidaban de ellos sin falta de nada, los niños grandes y pequeños no podían parar de echar de menos a la perrita maestra. Nadie volvió a saber nada de ella, al igual que la explosión del laboratorio tan pronto dejó de ser tan importante. Las maestras querían buscar a su fiel amiga, pero no se sabía dónde podría estar. Si al menos se hubiese llevado su brazalete, pero era Raquel quien ahora lo sostenía.

- Esto no puede seguir así. Nosotras estamos tristes y sin ganas, los niños apenas hablan y no quieren moverse ni comer.

- Van camino de una depresión de caballo sino traemos a Curra de vuelta – Rebeca concluyó con fuerza.

- Chicas, tal vez Curra se haya rendido – aventuró Nuria.

- ¿Curra? – Laura tomó el testigo de la conversación-. Jamás. Curra vivió desde pequeñita precisamente por no dejar de andar. Mientras hacíamos un juego entre su clase y la mía, veíamos cómo los niños perdían, ganaban y volvían a perder partidas o turnos. Lejos de desanimarles o dejarles al margen, iba con ellos y les encargaba otras tareas como ayudantes o les enseñaba trucos para volver a intentarlo y tener paciencia. Ella siempre me decía que perder te ayudaba a controlar la frustración, no tenía que ser algo malo. Te permitía volver a golpear con más fuerza.

Las maestras sabían que cada día que pasaba era un día perdido para ellas, para los niños y para el colegio mismo. Ya no había felicidad, no había sorpresas. Nadie tenía ánimo para trabajar o siquiera jugar, tampoco ganas de bromear o reír. Curra no era quien levantaba la escuela ella sola, pero un pilar más. Y si tan sólo un pilar fallaba, todo lo que se había hecho hasta entonces se sentía incompleto. O estaban todas las compañeras, o no estaban ninguna. María dio un leve manotazo sobre la mesa y llamó a Rubén por el brazalete:

- Rubén, creo que es hora de que Maestrina Maravilla y Justicia Man vuelvan.

- Eso iba a decirte yo ahora – le respondió agobiado.

- ¿Sabes algo nuevo?

- He buscado por Internet, GPS, noticias en la prensa... - Rubén parecía cansado-. Nada.

María se frotó la frente como si eso le estimulara las ideas:

- ¿Has contactado con la familia?

- Pensé en Tete, pero tampoco me coge el teléfono.

A todo esto, Laura de pronto entra en la sala de profesoras con un sobre en la mano. Su cara y sus ojos brillaban con luz propia, algo la hacía muchísima ilusión:

- ¡Correo!

En cuanto se lanzaron a abrirlo lo primero que cayó fue una foto de Curra que ella misma se había hecho mirando a la cámara. Las maestras casi se peleaban por agarrar la foto de su amada amiga. Finalmente prefirieron ponerla sobre la mesa para calmar los nervios.

- ¡Qué triste parece! – exclamó Zara encallada en los profundos ojos de Curra, antes vivos y ahora sin chispa.

- No lo parece... - repuso Amanda-. Lo está. ¿Hay algo más en el sobre?

El resto de maestras respondieron que sí al unísono al encontrar la carta del clan de los 30. Ninguna pudo disimular la sorpresa.

- No puede ser cierto – Paula no salía de su asombro-. Esto se había acabado hace años cuando pararon el ataque contra el museo de la enseñanza.

- Pues por lo visto se cubrieron muy bien y no es así – Marta leyó la carta dirigida a la gata Emma con indignación-. Ahora al menos tenemos una prueba de que ni Curra ni Cris estuvieron involucradas en la explosión del laboratorio y de que este clan quiere acabar con las escuelas.

- Sí, pero... ¿Y ahora? – Rebeca quedó pensativa-. No podemos ir zarandeando este papel a cualquier puerta. Si este clan ha sobrevivido todos estos años es porque ha estado muy bien cubierto y nosotras no los hemos visto venir.

Raquel y Laura volvieron de nuevo al sobre:

- Chicas, sólo alguien puede ir ocupándose de esto por su cuenta hasta que nosotras vayamos a apoyarla – aportó Laura.

- Y esa es Curra – acabó Raquel.

- ¿Y dónde nos vamos a apoyarla? – María acabó la pregunta cogiendo la chaqueta con capucha cubierta, característica de su alter ego de superheroína.

Raquel fue quien encontró el matasellos de la carta primero: Brujas, Bélgica.

Brujas es un lugar de ensueño, precioso e inolvidable. Uno de ellos que hay que visitar en cuanto se pueda, mientras se tenga la oportunidad, y uno de los que hay que ir a verlo con varios días libres pues se corre el riesgo de no querer irse tan pronto de allí. "Se ha ganado a pulso su apodo de La Venecia del Norte", pensó Curra subida en un bote atravesando un canal concurrido por parejas enamoradas y pasando puentes hermosos. Ese canal se conocía como el lago del amor. Era una ciudad de leyenda que tenía el privilegio de ser completamente real. Curra llevaba allí días completos. Seguía triste, pero ese lugar de día le hacía recuperar mucha fe en los jóvenes y adultos al ver a prácticamente todos en completo amor. De noche, le hacía ganar fuerza en la boca para abrirla e intentar sonreír ante las iluminaciones mágicas de todo el lugar, que junto con el reflejo perfecto que el agua entregaba a los ojos conformaba el mayor y más enamoradizo espejo ondeante del mundo. Ni la propia Navidad con todos sus adornos podría ser rival para cómo le quedaban las luces a Brujas.

Curra aún no hablaba, ni tampoco aún podía sonreír si quiera, pero el descubrimiento que hizo en Sintra le había dado mucha motivación para no parar hasta dar con el infame clan de los 30. Pero también sabía que no iba a ser tarea fácil. Había recorrido la ciudad aún estando repleta de visitantes y puestos de comerciantes para recibirlos. Desde la circular Plaza del Mercado hasta el imponente Campanario a las orillas del Mercado Cubierto, teniendo la Basílica de la Santa Sangre como referencia. Sin rendirse, día tras día, se recorría la ciudad observando y tratando de identificar a alguien que la siguiera (fuese humano o animal, como la última vez) y que fuese un indicio o pista para llegar al clan de los 30. Pero no podía encontrar a nadie. Aparentemente cansada, se paró cerca del Mercado Cubierto. Ese mercado había estrenado un puesto nuevo para vender máscaras diferentes, unas que daban miedo y otras que daban risa. Si se hubiese fijado en las alturas más altas del Campanario, habría reparado en alguien que la estaba mirando. Era una perrita enmascarada con una máscara blanca y esquelética tenebrosa, una telaraña donde la frente y las comisuras de la boca cosidas, que no la quitaba ojo en absoluto. Quien quiera que fuese, estaba claro que quería algo de Curra. Cómo si un hilo invisible hubiese querido dirigir la cabeza de la maestra hacia ese punto, Curra miró con desdén al Campanario sólo para vislumbrar a la perrita que la vigilaba. Sus ojos se clavaron en la máscara que llevaba: la de la Santa Muerte. Y la Santa Muerte le devolvió la mirada. Dejándose llevar por la intuición, Curra rápidamente echó a correr hacia el Campanario, entrando en su interior trepidante y subiendo las escaleras... Pasó tiempo, minutos, casi una hora, hasta que un solo animal salió de allí. Ese animal llevaba la máscara de la Santa Muerte.

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