Capítulo 3 - TERROR
Afuera, la amenaza de una inminente tormenta está acelerando la caída de la noche. Me apresuro a entrar para refugiarme de las primeras gotas que comienzan a caer, y la calidez del local que contrasta con el frío del exterior me da la bienvenida. El murmullo de conversaciones cómplices se fusiona con la suave música de jazz, y el aire está matizado de vainilla y canela.
Mientras me pregunto si quizás no sería buena idea quedarme a disfrutar de un café en aquel lugar luego de terminar con la consulta, a mi encuentro sale una mujer mayor, que se presenta como Doris.
—¿Vienes por Ismael? —me pregunta.
—Sí —respondo, y reviso la ficha que me han enviado—. Según tengo entendido ha estado experimentando mareos, agotamiento...
Doris asiente, sus cejas frunciéndose en un gesto de preocupación. Ismael es parte de su equipo, muy trabajador pero también muy terco, y no quería que llamaran a nadie, me cuenta mientras me guía por un pasillo hacia el fondo de la cafetería.
Al final del corredor me espera una habitación decorada con el mismo gusto exquisito del frente: libros por doquier, pinturas antiguas, y artefactos curiosos.
Allí, con los ojos cerrados y la frente apoyada en el respaldo de un sillón forrado en terciopelo, hay un joven vestido con un uniforme elegante, al estilo de los mayordomos del pasado.
—¿Ismael? —pregunto.
—Estoy bien —responde él, sin abrir los ojos—. No necesito ayuda médica.
—No seas testarudo y deja que te revisen —dice Doris, antes de disculparse porque debe volver al mostrador y dejarnos a solas.
Los sonidos de la cafetería no llegan hasta nosotros. Solo se escucha la agitada respiración de Ismael, que se niega a mirarme. Los únicos ojos sobre mí son los de las pinturas, cada una en su mundo de fantasía. Me siento en el sillón, pensando en cómo convencerlo de que me deje ayudarlo.
—Va a ser solo una revisión rápida —aseguro.
—No entiendes —responde él—. No hay nada que puedas hacer.
Al fin se vuelve hacia mí, y abre los ojos: están llenos de sangre, sus pupilas oscurecidas por un horror escarlata. Lágrimas espesas comienzan a correr por sus mejillas, manchando el cuello de su camisa hasta empaparla de un rojo intenso. Él no intenta detenerlas.
—Aléjate —susurra.
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