1. El puente de la libertad
"Espero su respuesta con gran anhelo," Niña terminó de escribir su carta justo antes de que comenzara a llover en la ciudad. De manera delicada, pasó el papel doblado por el hoyo del muro, y fijó su vista al otro lado, donde todo se veía hermoso y perfecto. Tan perfecto que le dio un sentimiento nuevo, un sentimiento que nunca había tenido antes, que la llenaba de esperanza y le daba un presentimiento de que esta vez los hombres del otro lado del muro recibirían su mensaje. Mientras tanto, sólo podía soñar y pensar en todo lo que había escuchado sobre ese lugar. Muchos decían que del otro lado existía todo lo que no se podía imaginar: grandes edificios de diversos colores, llenos de historias que esperaban por ser encontradas y personas que no podían esperar por encontrarlas. Había rumores de que los niños y las niñas podían jugar libremente, y de que su única obligación era la de aprender.
Cuanto más pensaba Niña en el otro lado, más quería que su carta fuera recibida. Ya no sabía cuántas veces había escrito la misma carta, enviándola por el mismo hoyo, aunque siempre con un poco más de detalle, si bien con un poco menos de certidumbre. Lo único que la motivaba a seguir era su deseo de ver a las únicas personas que le habían importado: sus padres. El muro ya tenía siete años de existir, la misma cantidad de años que ella tenía. Fue puesto de la noche a la mañana, mientras ella estaba recién nacida en el hospital y sus padres se encontraban del otro lado, desesperados con la idea de que nunca iban a volver a ver a su hija hasta que el muro fuera derribado. Si tan solo nunca lo hubieran puesto... Niña estaría con sus padres en ese mismo momento; sin embargo, permanecía sola, en medio de la fuerte lluvia, recostada contra una pared de concreto que le quitaba su propia felicidad, la felicidad que era suya por derecho, que había sido arrebatada por hombres que se creían más poderosos que ella, pero solamente eran más egoístas, cegados por una ilusión de falso prestigio. Niña detestaba a esos hombres, los que después de ganar una guerra se creían dueños de una tierra que no era de ellos, sino de todos sus habitantes, los que ya tanto habían sufrido. Ella condenaba el día en que los hombres de rojo invadieron su pueblo, imponiendo lo que ellos consideraban correcto e ideal, queriendo deshacerse de todo lo demás.
El muro sólo servía como símbolo de lo que les habían quitado, de lo que creyeron haber recuperado después de esa infame guerra: su libertad. Aun así, ya no había más por hacer excepto esperar a que algún día alguien del otro lado respondiera su carta, donde tenía todos su más codiciados sueños y sus sentimientos más secretos. Así que su única opción era esperar bajo la lluvia, aunque en el fondo sabía que su carta ya había sido destruida por el agua que caía y se llevaba todo con ella, hasta sus pensamientos más profundos.
En poco tiempo, Niña ya estaba dormida y la luz del día ya se había esfumado completamente. Algo despertó a Niña, un inexplicable sentimiento que le alertaba que algo venía y que no le iba a agradar. Sirenas empezaron a sonar en la zona, el mundo se despertó en un abrir y cerrar de ojos.
"Los hombres de rojo ya vienen. Los hombres de rojo ya vienen," decían los poblanos. "Vienen por nosotros, por todos nosotros."
Niña había escuchado de ellos, hombres sin identidad y sin cerebro, diseñados para seguir las órdenes de los poderosos y cumplirlas a toda costa. Niña debía esconderse, si no la encontrarían y se la llevarían junto con los otros niños huérfanos de la ciudad con el único objetivo de crear a más como los hombres de rojo: huecos por dentro. Así que Niña, sumergida en la gran pena de dejar su oportunidad de ir al otro lado, corrió hasta más no poder. Niña pasó por cada calle y cada casa, nunca mirando atrás, porque sabía que no le iba a gustar lo que iba a ver. Ella corrió hasta llegar al centro de la ciudad, donde la cantidad de hombres de rojo ya era escasa. Así que pasando desapercibida, logró entrar al edificio abandonado del centro de la ciudad donde no encontró nada más que silencio y oscuridad, y finalmente consiguió continuar con su sueño, pensando en lo que dejó atrás: su deseo de pasar al otro lado, pero por lo menos ahora podía descansar tranquila, encontrando paz en un lugar que no había sido visitado desde el fin de la guerra. Ahí fue cuando las sirenas y las alarmas se apagaron, y todos callaron para escuchar el silencio de la noche.
La mañana siguiente, Niña entendió la razón por la cual el edificio gris y triste estuvo abandonado todo este tiempo. En él encontró lo que antes sólo creía que era un mito, que casi parecía irreal, encontró en el edificio, algo que nunca antes había visto en sus siete duros años de vida: encontró en estantes de madera vieja y polvorienta muchas palabras que se combinaban en el papel para crear lo que parecía prohibido saber. Aún en oscuridad, el edificio había tomado otro significado para Niña. Ese lugar pasó de ser otro simple edificio vacío de emociones a ser una señal de esperanza para ella.
Después de muchas horas logró recorrer todo el lugar, excepto por el sótano de la librería que estaba sellado por una puerta que parecía nueva. La madera era diferente a la de todos los estantes y muebles allí, y estaba rodeada por un marco plateado que daba la ilusión de un espejo. Sin embargo, aquella puerta no tenía manija, y solamente se podía abrir desde adentro. A Niña no se le ocurrió nada más que hacer excepto tocar la puerta, lo cual creía que no iba a dar resultado, pero igual quiso intentar.
Para la sorpresa de Niña, de pronto se oyeron unos pasos en la madera, parecían inquietos y curiosos. Cada vez, se acercaba más el sonido continuo de esos pasos y cuando por fin paró, la puerta se abrió revelando el cuerpo de una pequeña anciana de ojos azules y una mirada que se llenó de esperanza al ver a Niña. La anciana tenía unos ochenta años, pero parecía haber vivido más de lo que el tiempo permitía demostrar. Tenía una vestimenta desgastada y vieja, y un par de sandalias rotas. Niña se quedó atónita al notar que había cierta dificultad en que la anciana se comunicara. Parecía que tenía mucho que decir, pero su discapacidad no le permitía hablar. Había algo peculiar que llamaba la atención de Niña sobre esta mujer, ya que aunque ésta era la primera vez que la veía, había algo diferente sobre ella, como si siempre la hubiera conocido. La anciana no era como las demás personas de la calle, ella veía el mundo con ojos diferentes, al igual que Niña, creía que la paz no era una ilusión y que la esperanza no era un delirio.
Rápidamente, las dos supieron quiénes eran, de dónde venían y hacia dónde iban, con sólo una mirada que reflejaba la inmensa admiración y curiosidad por la otra. Y así fue como en ese mismo momento forjaron un pacto, en el que las dos se iban a cuidar y respetar. Niña encontró esperanza en la anciana y la anciana encontró compañía, que no había tenido durante trece largos y aburridos años. Niña no podía parar de pensar en cómo la vieja había estado tanto tiempo en el sótano, sin cansarse de no poder vivir.
Cada mañana, desde ese día, Niña iría a traer un poco de pan para la anciana, y ella le devolvía el favor con el mayor regalo que Niña podía pedir: el saber. Aunque la anciana no podía hablar, Niña no tenía ningún problema en escuchar, por lo que se podían comunicar con solo una mirada o un gesto. Niña aprendió grandes lecciones, que a ningún otro niño se le había permitido conocer y pronto descubrió su pasión por saber cómo funcionaba el mundo. La anciana le explicó sobre los muchos tipos de personas y sobre cómo nuestra mayor enfermedad era el egoísmo y las falsas palabras. Le explicó cómo los hombres poderosos se repartían todo, teniendo propiedad de nada y cómo muros habían sido construidos por todo el mundo, para dividirnos y clasificarnos como los observadores que clasifican aves en el cielo. Le explicó que sólo son ciegos aquellos que creen poder ver, y sólo son mudos aquellos que tienen una voz.
En su último día con la anciana, ella le explicó que no debía perder la fe, porque hasta en los caminos más oscuros, hay luz al final y le murmuró al oído el único secreto que nadie podía saber, porque si eso pasaba, todos los hombres se darían cuenta de que todo este tiempo, nunca han estado en lo correcto. Éstas fueron las últimas palabras de la vieja mientras sostenía la mano de Niña, hasta dormirse por completo para nunca volver a despertar.
Niña veía a los hombres de rojo más frecuentemente por las calles de la ciudad. Eran altos y serios, además provocaban miedo y tensión a los peatones de la ciudad. Eran hombres vacíos, que servían sin algún propósito. Cada vez se hacía más difícil para ella ocultarse de esos hombres. Sin embargo, de cierto modo, se podía identificar con los hombres. Ella misma no sabía quién era. Cuando escapó del hospital, no tenía nombre, ni nadie con quien estar. Se basó en la forma en la que le llamaba la gente para poder bautizarse con un nombre decente: ¨Niña, ¿qué haces ahí?" "Niña, apártate del camino." "Niña, ¡aléjate de aquí!" Ese era el nombre que conocía, ningún otro. Aun así, los hombres y ella tenían una diferencia, a ambos los privaban de libertad, a ambos les quitaron su identidad, pero Niña había adquirido algo más: el saber. Algo tan valioso, pero tan escaso en ese pueblo, que parecía muerto.
Mientras Niña corría por las calles sumergida en sus pensamientos, no tuvo la oportunidad de darse cuenta de que no estaba tan sola como creía. Sus ojos delicadamente voltearon a ver algo de lo que ella sabía que se iban a arrepentir. Dos hombres de rojo, que medían cinco veces su altura, la tomaron de los brazos y uno se la echó al hombro, como si fuera un juguete quebrado, que le faltaba reparación. Niña, desgastada, no podía hacer nada más que dejarse ir. Ya no había donde escapar. Todos los ciudadanos se quedaban viendo la triste demostración del poder de los hombres, llevándose a la niña más inocente del pueblo, cuando comenzó a llover en la ciudad. A Niña no le importaba la lluvia, tenía el único deseo de ser libre, algo tan simple que se convertía en algo tan difícil.
Ella comprendió que los adultos no eran más inteligentes de lo que ella podía ser. Por supuesto, tenían más experiencia, pero eso se ganaba con el tiempo. Su visión del mundo no estaba corrompida por la avaricia ni por el orgullo. Sin embargo, ellos habían adquirido el derecho de decidir por ella, lo que no parecía correcto. Fue así cuando decidió que iba a hacer algo para cambiar eso, y empezó a murmurar al oído del hombre que la llevaba.
-Si me sueltas y me dejas huir, te diré mi más preciado secreto, pero debes prometerme que se lo dirás a todo aquel que esté dispuesto a escuchar.
El hombre de rojo la soltó y ella le dijo las mismas palabras que la anciana le había dicho en el momento de su muerte. Niña salió corriendo y llegó al lugar que la había visto crecer durante toda su vida: el indignante muro, pero había algo diferente esta vez, justo al lado de la gigante pared de concreto, había un pequeño sobre de color blanco, que seguía intacto después de la lluvia. Al abrirlo encontró lo que había estado buscando desde que había sido separada de sus padres: una respuesta.
Niña terminó de leer la carta justo antes de que terminara de llover en la ciudad. De manera delicada y firme, fijó su vista al otro lado, donde todo se veía falso e imperfecto. El muro podía seguir ahí, pero eso no la iba a impedir el construir su propio puente hacia la libertad.
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