XXXIX. Un cuento de buenas noches
¿Te acuerdas de mí?
Pues claro que sí,
soy el fantasma
que te corta la lengua
cuando te preguntan
sobre qué nos pasó.
Es un buen interrogante,
¿qué nos pasó?
Porque yo te quería bastante,
¿qué fue aquello tan grande
que lo desbarató
y detonó todo?
Ahora al pensarlo
me carcajeo
pero antes
solo podía sentir arcadas.
Tú seguro tendrás
tu versión sutil
y mordaz
en el que te posicionas
como el príncipe
pidiendo auxilio,
¿y quién seré yo?
La bruja con la poción,
persiguiéndolo,
para encarcelarlo
en las mazmorras de su mansión.
O a lo mejor estoy equivocada
y evitas hablar,
porque sabes
que no es verdad,
que ya no tenemos una relación
porque la contaminaste
y en vez de solucionarlo,
más hondo cavaste.
A mí me da pena,
yo quería estrechar lazos,
seguir contándote mis rechazos,
mis tormentas
y aconsejarte
cuando todos te ignorasen,
estar ahí
arropándote,
con una bebida caliente
y un cuento de buenas noches.
Pero no me dejaste,
antepusiste tu obsesión,
preferiste mentirme
con una falsa promesa
que sabías que al sacarla del cajón
me apuntaría con su machete
y me cantaría una canción.
Hablé con tu madre,
porque con ella era más fácil
plantarle cara
a tus acciones repugnantes
y aún así me temblaba
la voz al pedirle que por favor
te marchases.
A ella le recriminé,
todo lo que me hiciste
y guardé
un poquito de mis órganos
en un sobre lleno de brillos.
Era tu madre
¿qué iba a decirme,
que eras un desgraciado?
Se puso de tu lado
trató de maquillarlo,
apaciguarme
y recordarme
que estabas enamorado.
Como si esa fuese la llave
que buscaba
como una desquiciada
en lo más profundo
de mis cofres.
Como si esa fuese la clave
para abrir
tu cabeza hueca.
Como si esa fuese la aguja
que cosería
mis grietas,
mis fisuras
y de paso
mis labios.
El pañuelo que me faltaba
para limpiar mis lágrimas,
mi sangre
y mis entrañas.
Te podría pedir perdón,
por no haberme enamorado,
no haberte querido
con esa pasión
que tanto ansiabas y buscabas,
y yo tanto evitaba.
Podría arrodillarme,
suplicarte
tu bendición,
pero ¿de qué serviría,
si tu abriste mis costillas?
Aún tengo húmedas
mis mejillas,
pero conseguí bloquearte,
y aunque me costó apuñalarme,
también conseguí perdonarte
y con esto, olvidarte.
Temía por justificarte
por suerte no lo hago,
aún me avergüenza
haberte dejado
humillarme,
pero de nada sirve pensarte
cuando ya eres feliz
aceptando que la cagaste.
•••
No hay que llorar delante de nadie,
sería como sangrar
alrededor de tiburones...
pero no pude evitarlo
me disparaste
y solo la adrenalina
me ayudó a salvarme
•••
— Janny.
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