|15| Pero aquello que liberta, también duele
El departamento era pequeño, pero los muebles estaban bien distribuidos en el espacio. Al atravesar la entrada, uno encontraba la cocina (un horno, algunos almacenes, una mesa redonda y tres sillas rodeándola) y una sala de estar (un sofá situado frente a una vieja televisión) dentro de una misma habitación. Luego, estaban el cuarto de baño y el cuarto que servía como dormitorio. Éste último tampoco era nada amplio. Había pocos metros libres entre la cama y el armario y, seguramente, para algunos resultaría algo incómodo, sin embargo, para Justin (quien había pasado toda su vida durmiendo en un trastero) era como una fantasía hecha realidad.
—¿Estás de acuerdo con este? —inquirió Fabrizio, echando otro vistazo al lugar— Puedo pedir otro si quieres.
Justin se apresuró a negar con la cabeza.
—N-no hace fa-falta ¡E-este es p-perfecto! —estableció.
Los ojos del chico brillaban mientras inspeccionaba el lugar, la sonrisa exhibida en sus labios no podía desvanecerse por nada e incluso sus movimientos delataban su efusión.
Linda se sentía plena observando el estado de su novio. Se acercó a él y puso una mano sobre su espalda, llamando su atención para señalarle un área cercana al techo.
—Tienes aire acondicionado. Frio y calor —apuntó— Por supuesto, estamos en el norte, así que jamás vas a precisar usarlo en calor —se burló.
Justin plantó un largo beso en la mejilla de la joven, lo que provocó que ésta sonriera. Cuando al fin permitió que sus labios se separaran de ella, miró el aparato y volvió a exclamar para los presentes en el lugar:
—¡Mu-muchas gracias por esto! En serio, g-gracias.
Aquel pintoresco departamento era más de lo que él hubiera soñado conseguir, en especial por el bajo precio al que lo había adquirido. Era una de las residencias pertenecientes al campus de la Universidad de Gold North y Fabrizio había sido capaz de persuadir a los encargados de que no le cobraran alquiler por vivir allí, sino solo las expensas y los servicios varios, lo que reducía demasiado la cantidad de dinero que debía invertir mensualmente.
—No tienes nada que agradecer —negó el entrenador— Todos en el consejo están eufóricos porque llevé a su equipo a la victoria. Convencerlos que me cedieran este departamento fue realmente fácil.
El timbre se escuchó en ese instante, emitiendo un sonido agudo. Justin se apresuró a abrir la puerta de su nuevo hogar para revelar del otro lado a su tutor, el señor Janks, quien cargaba un bolso ligero.
—Aquí está toda tu ropa —anunció, ingresando al departamento y dejando el bolso sobre el sofá— Puse otras de tus cosas en algunas cajas. Están en mi auto.
—Mu-muchas gracias, señor Janks —manifestó Justin con profunda sinceridad.
—¿Has hablado con los Bieber? —preguntó Fabrizio al recién llegado.
Éste se había encargado de ir a buscar las pertenencias de Justin a la que anteriormente era su casa. Por supuesto, la tarea no había resultado fácil, pues la mujer (a quien siempre creyó madre del chico) se encontraba allí.
—Sí. La señora Bieber intentó impedirme el paso y exigió saber dónde estaba Justin. Le dije que eso no le incumbía y que, si no me dejaba entrar, iba a llamar a la policía para informarles la situación. Como sospeché, se aterró ante la idea.
Frente a la mención de la mujer, los músculos de Justin se pusieron rígidos, principalmente, a causa de los malos recuerdos que lo asaltaban. Ya no quería saber nada de esas personas. Estaba seguro que no iba a extrañarlas para nada.
—¿Necesitas ayuda con las cajas? —ofreció Fabrizio para desviar el tema de conversación y la consiguiente tensión.
—Necesitaría un par de manos extras. Solo son dos, pero no puedo con ambas —confirmó Janks.
Los hombres salieron de escena, dirigiéndose al aparcamiento. Linda aprovechó que se encontraba a solas con su novio para reconfortar la evidente inquietud que se había gestado en él. Lo abrazó con fuerza y depositó fugaces besos por toda su cara.
Justin comenzó a reír por el gesto. Enredó sus brazos en la cintura de la chica y giró su cabeza para que sus labios se encontraran y pudieran fundirse en un profundo beso.
Cuando se apartaron para tomar aire, ella pasó sus dedos por los mechones color castaño claro de su pareja, y murmuró:
—Eres increíblemente apuesto, pero lo eres aún más cuando usas el cabello así.
El aludido se sonrojó, mas no rompió el contacto visual como habituaba a hacer.
—Gracias —susurró, creyendo por primera vez en los halagos que oía.
—¿Quieres que ordenemos tu ropa en el dormitorio? —sugirió la muchacha.
El semblante de Justin resplandeció ante la idea. Tomó el bolso y se dirigieron a la habitación. Él cerró la puerta y contempló su alrededor, sonriendo.
—Parece irreal —comentó, caminando hacia la cama y sentándose en la misma.
—¿Cómo te estás sintiendo con todo esto? —inquirió Linda.
El joven la tomó de la mano y la atrajo hacia él. Ella se sentó en su regazo.
—Bien... Más que bien, de hecho —confesó— Me siento un poco asustado por lo que va a ser mi vida a partir de ahora, pero sé que nunca puede ser peor que aquello que dejo atrás —aseveró.
—Estoy aquí para ti, ¿sabes? —sentenció su novia, acariciando sus mejillas— Puedes contar conmigo para lo que sea.
Justin observó los ojos de Linda fijamente. Perdido en el ensueño que éstos le causaban, mordió su labio inferior y asintió con la cabeza antes de besarla. Sus labios estuvieron pegados durante largo tiempo hasta que oyeron dos golpes en la puerta del cuarto. Se separaron y se pusieron de pie de inmediato.
La voz de Fabrizio se escuchó amortiguada detrás de la madera:
—Voy a pasar... Por su bien, espero que ambos estén con la ropa puesta.
Cuando el hombre se asomó en el dormitorio, vio a su hija riendo a carcajadas y al rostro de Justin cubierto en su totalidad por un intenso rubor.
»—Damita, debemos irnos. Sé que tienes clases en la tarde.
—Puedo faltar a estas, son solo repasos para los últimos exámenes —repuso ella.
—Con más razón debes ir. No descuides tus estudios. No podrás continuar como capitana en las porristas si bajas el promedio —advirtió su padre.
—Te veré más tarde, ¿si? —le dijo Justin al oído, para luego besar su mejilla.
Linda deseaba quedarse allí con él, mas sabía que debía atender sus responsabilidades. Se despidió y se encaminó junto a su progenitor a los edificios facultativos, situados a pocas cuadras.
Justin mantuvo una sonrisa amplia y los ojos fijos en la puerta por donde ella había salido, aún varios segundos después de que se marchara.
—Es una señorita muy bella —declaró Janks, provocando que emergiera de su ensueño.
Llevó la atención a su tutor y asintió.
—M-muy he-hermosa —confirmó, cohibido.
El hombre lo observó con detenimiento. El día anterior, cuando Justin lo había llamado explicándole la situación que atravesaba, había estado más que asombrado, mas no exactamente por lo que acontecía, sino por el hecho de que el joven se lo contara.
Luego de tantos años deseando poder ayudarlo y perdiendo las esperanzas de hacerlo, al fin su alumno lograba romper las barreras del silencio que lo limitaban, acudiendo a la comunicación, admitiendo los agravios a los que era sometido por los que denominaba 'su familia'.
Por supuesto, Janks estaba exultante porque eso sucediera. Horas antes, a través de la línea, le había asegurado:
—Tu problema con las palabras, niño mío, proviene de todo aquello que nunca has dicho.
Para su propia fortuna, Justin empezaba a liberar las palabras que yacían dentro de él. Había aprendido que, si las encerraba en su interior, se acumulaban en su pecho y le causaban una enorme pena. Debía decir lo que sentía, lo que pensaba, lo que le pasaba. Debía decir.
Mientras más decía, más libre de opresión se sentía. Eso lo fue experimentando con el paso de los días siguientes. Tenía mucho para contar de su pasado, y también varias dudas que se gestaban en su presente.
La curiosidad por conocer su historia era demasiado fuerte. Quería saber sobre su verdadera familia y cómo había terminado en la casa de los Bieber. Fabrizio estuvo más que dispuesto a ayudarlo en su investigación, aunque todavía no estaba dando muchos resultados, pues no estaban seguros que la información que poseían (incluso la fecha de nacimiento del muchacho) fuera verídica.
Al principio, su nueva rutina le resultaba extraña. Despertaba en su departamento, más tarde de lo habitual, pues estaba más cerca de su empleo. Luego, cuando se encontraba en el mismo, no sentía la presión constante de saber que lo esperaba una larga lista de obligaciones en su casa y que, si no las cumplía, se iba a ver seriamente perjudicado. Al contrario, cuando regresaba del trabajo no encontraba mucho para hacer.
Tenía tiempo libre. Tiempo para dedicarse a sí mismo que jamás había tenido antes.
Esa semana, Linda estaba enfrentando los últimos exámenes del cuatrimestre antes de las vacaciones de verano, así que no podían verse con frecuencia, pero la chica aún se las arreglaba para visitarlo en cuanto podía. En una de sus apariciones, trajo consigo la guitarra que, una vez, había comentado que tenía.
—Es para ti —le dijo, y cuando vio que su novio iba a rechazarla, agregó —Cumplimos cuatro meses de relación en unas semanas. Tómalo como un obsequio por eso. Sería grosero de tu parte rechazar mi regalo.
Entonces, Justin pasaba sus días acrecentando una pasión que nunca antes había tenido ocasión de avivar: la música. Podía estar largas horas tocando la guitarra, creando nuevas melodías, y no aburrirse en absoluto.
De hecho, llevaba ya mucho tiempo sentado con el instrumento cuando, ese miércoles a la tarde, el timbre de su departamento lo alertó.
La alegría cosquilleó en su pecho cuando descubrió a Linda, de pie en su puerta.
—¡Aprobé! —anunció ésta con un gesto teatral—¡Aprobé el último examen!
—¡Esa es mi chica! —exclamó él, abrazándola.
—Al fin voy a tener vacaciones. No sabes cuánto las necesitaba —manifestó en tono cansino.
Justin se apartó para permitirle ingresar a la vivienda al tiempo que enunciaba:
—Ahora mi princesa puede relajarse —se posicionó detrás de ella, la tomó de los hombros y la direccionó al sofá— Siéntate. Traeré algo para ti.
La besó en los labios para luego trotar a la cocina. Regresó un minuto después con aperitivos y refrescos. La pareja se dedicó a ingerirlos mientras conversaban.
—Oficialmente, ya está todo listo —proclamó Justin— Para ser sincero, no tengo muchas cosas, pero no lograba decidirme dónde ponerlas aquí. Ahora estoy satisfecho en cómo he ordenado todo —sus ojos brillaron frente a una memoria que acababa de surgir en su mente— ¡Ven!
Tomó la mano de su novia y la llevó a su dormitorio. Ella comprobó que, efectivamente, Justin había dispuesto sus escasas pertenencias de manera muy prolija. Él se dirigió a su mesita de noche y abrió el cajón de la misma, sacando algo de allí que la joven no logró reconocer.
—Creí que había perdido esto hace muchos años —empezó a decir el chico, volviendo en su dirección— Pero lo encontré en unas de las cajas que el señor Janks trajo.
Detuvo su andar cuando estuvieron uno frente a otro. Aquello de lo que hablaba se encontraba escondido en su puño y Linda se sintió sumamente intrigada.
—¿Qué es?
Entonces, su novio extendió los dedos, revelando el pequeño objeto que reposaba en su palma. La porrista lo reconoció casi de inmediato, ya que ella tenía uno idéntico. Era un dije de oro, moldeado con la forma de un diente de tiburón.
—Por eso me había llamado tanto la atención cuando te lo vi puesto a ti —admitió Justin, sonriendo— Porque yo tenía el mismo. Solo que el mío tiene mi inicial grabada detrás.
Lo giró, revelando la "J" tallada en esa zona, con una caligrafía tan peculiar como el dije mismo.
—Oh, cielos... —exhaló Linda, impresionada— El mío también... El mío también tiene mi inicial.
—¿En serio? —indagó su interlocutor, sorprendido.
—Sí —contestó en un tono apenas audible, mas elevó el volumen de su voz al continuar hablando— ¿De dónde lo sacaste?
—No lo sé. Lo tengo desde niño, creo. Recuerdo que siempre lo usaba, hasta que cumplí doce años y no volví a encontrarlo. Creí que se había perdido.
Justin notó el semblante pálido y la expresión turbada de su novia.
»—Preciosa, ¿estás bien? —interrogó, preocupado, utilizando la mano que no sostenía el dije para acariciar la mejilla de su compañera.
Ella asintió.
—Sí, sí, yo... Creo que me afectó el estrés que pasé toda esta semana, ¿sabes? Tal vez debería... debería ir a mi departamento a descansar —titubeó.
—¿No prefieres quedarte aquí? —sugirió él— Puede que Rose aún no haya regresado y no me gustaría que estuvieras sola así, princesa. Yo puedo cuidar de ti.
La aludida negó con la cabeza rápidamente.
—Voy a estar bien, Jay —aseguró.
Renuente, Justin finalmente la dejó ir, mas la llamó tiempo después para averiguar cómo estaba. Sonaba mejor, así que el nudo que la preocupación había formado en su pecho aflojó su fuerza.
Mas no por mucho tiempo.
Linda volvió a aparecer en la puerta de su departamento al día siguiente, luciendo realmente perturbada. Tenía ojeras bajo sus ojos, los cuales se encontraban cubiertos por un tinte rojizo, delatando un llanto previo.
—¡Linda! ¿Qué ocurre? —se apresuró a interrogar, acunando el rostro de su novia entre sus manos.
Se sentía verdaderamente alarmado. Verla a ella angustiada de aquella forma le dolía en su propio pecho, y se sentía capaz de hacer cualquier cosa para librarla de ese estado y hacerla sonreír otra vez.
»—¿Qué sucede, preciosa? Dime —murmuró en su oído mientras la abrazaba con fuerza.
—Los collares —pronunció Linda en tono monótono.
Se separó de ella para mirarla a los ojos.
—¿Qué?
—Los collares —repitió la chica— Son un modelo muy extraño, nada común. Debe haber pocos ejemplares y, seguramente, fueron creados por la misma persona... ¿Cómo es posible que justamente nosotros tengamos dos iguales? Se supone que ni siquiera nacimos en la misma ciudad.
—¿Qué estás diciendo? —cuestionó Justin, a pesar de que ya había empezado a captar la idea y los latidos de su corazón había acelerado su marcha debido al nerviosismo.
Linda apretó en sus manos las cosas que había traído consigo antes de exponer una de ellas. Era su propio colgante. Lo puso en la mano de su novio y él lo examinó, deteniendo su mirada en la "L" tallada detrás del dije. La caligrafía que moldeaba esa letra era igual a la que había dibujado la suya propia. Era evidente que los collares habían sido hechos por la misma persona... y con el mismo propósito.
Justin sintió que el aliento se atascaba en su garganta. A duras penas podía respirar.
—Oh, Dios mío... Esto... Esto es... —balbuceó, sin poder hilar sus pensamientos— ¿A ti también te lo dieron de niña? —interpeló de manera abrupta.
El pánico se construía en su pecho y provocaba que emanara de su cuerpo un sudor frío mientras una incógnita golpeaba con fuerza su cráneo: ¿estaba emparentado con Linda?
No obstante, vio que ella negaba lentamente con la cabeza.
—No, Justin —respondió por fin, tomando una larga inhalación antes de extender hacia él el otro objeto que sostenía.
El muchacho tomó la fotografía y la imagen que vio plasmada lo dejó totalmente estupefacto.
Era él mismo.
Mejor dicho, otra versión de él mismo, porque la persona allí ilustrada tenía la piel menos pálida, cabello oscuro y ojos verdes... Pero todos lo demás rasgos, eran exactamente idénticos a los de Justin.
—Él es el dueño del collar —reveló Linda— Él es Logan Roy.
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