|13| La verdad rompe la superficie y emerge
El domingo, Justin se despertó temprano, sabiendo que tenía algunos quehaceres de los que encargarse. Se sentó en la cama y utilizó sus dedos para frotar sus ojos, tratando de disipar el cansancio. Había llegado tarde a su casa la noche anterior, ya en horas de la madrugada y, a pesar de la fatiga que lo asediaba, no se arrepentía en absoluto.
Cuando concluyó la presentación de las animadoras y salieron a comer, no habían pasado más tiempo del necesario en el local de comidas, pero cuando volvieron al campus de la Universidad, Justin y Linda no se encontraban listos para dar por terminada la velada aún. Dejaron a Rose en su dormitorio y ellos caminaron al campo de fútbol, que en ese momento se encontraba totalmente vacío.
Solo dos reflectores, ubicados en extremos opuestos de la cancha, alumbraban el terreno donde esa noche se había jugado la semifinal del campeonato. El césped denotaba un color verde brillante por el sistema de riego que había sido activado horas antes y el joven pudo comprobar que era suave cuando se tumbó de espaldas sobre éste, mirando al cielo.
Linda estaba en la misma posición que él, centrada en las estrellas esparcidas por el manto negro de la noche. Sus manos estaban unidas en el pequeño hueco que los separaba y Justin giró su rostro, apoyando su mejilla en el suelo, aprovechando la distracción de su compañera para contemplarla.
Todavía le costaba creer la situación en la que se encontraban. Ni en sus más descabellados sueños hubiera imaginado que estaría viviendo algo así junto a una chica como Linda.
Ella giró su rostro y lo descubrió observándola. Le dedicó una sonrisa al tiempo que preguntaba:
—¿En qué piensas?
Él mordió su labio inferior, delatando nerviosismo.
—En lo hermosa que eres.
Aún se sentía tímido a la hora de hacer halagos y expresar lo que sentía. Nunca había tenido una relación en el pasado y estaba aprendiendo día a día cómo construir una. A pesar de su falta de experiencia, darle cariño y respeto a su novia le salía naturalmente, pues ella lo inspiraba.
El chico cambió su postura, poniéndose de costado y apoyando su codo en el césped para elevarse un poco. De esa forma, pudo presionar sus labios contra los de Linda cómodamente. Ésta le devolvió el beso con suma dulzura y él sintió que su corazón podría estallar debido a el remolino de sensaciones que lo llenaban.
Se apartó con delicadeza, abriendo sus párpados con lentitud para mirar los ojos de la joven. Ella le puso una mano sobre la nuca, acariciando sus cabellos. Justin cerró los ojos una vez más, disfrutando el contacto.
—Gracias por hacerme tan feliz, Lin —suspiró.
Volvió a tumbarse boca arriba y Linda apoyó la cabeza en su pecho, permitiendo que él la abrazara mientras continuaban observando los brillantes luceros.
Sentado en su cama, mirando fijamente el suelo de su dormitorio-trastero, Justin sonrió al tiempo que el recuerdo se reproducía en su mente. Se calzó antes de ponerse de pie y salir al angosto pasillo. Caminó por la casa, tan silenciosa como cualquier mañana de domingo, hasta llegar a la cocina, donde preparó el desayuno, no solo para él, sino para su familia.
La tranquilidad lo acompañó hasta mediodía. Se dedicó a limpiar los baños de la planta baja y el comedor. Estaba encargándose de la sala de estar cuando su madre apareció, bajando los peldaños de las escaleras a paso apresurado. Justin dejó la franela que había estado frotando contra los muebles a un lado cuando notó la expresión colérica de la mujer.
—¡Tú! —lo señaló ésta— ¡Ven aquí! —determinó con severidad.
Su hijo obedeció de inmediato. Se acercó, lo suficiente para atender su orden, mas dejando un par de metros interponiéndose entre ellos.
—¿S-sí? ¿Q-qué p-pasa? —inquirió, preocupado.
—¿Te crees listo? ¡¿eh?! —masculló su progenitora, visiblemente enojada— ¿Creías que podías escaparte de esta casa sin que yo lo notara?
Justin tuvo la sensación de que su corazón se detenía en ese momento. Su boca se secó, por lo que no fue capaz de responder.
»—¡Y encima ir a los lugares que pertenecen a James! —continuó ella— Metiéndote en sus partidos, en su Universidad, ¡con sus amigos! —dando dos grandes zancadas, cerró la distancia que los separaba y tomó el brazo del chico, apretándolo con tal fuerza que comenzó a doler enseguida— ¡No tienes el derecho a molestarlo así! Como si alguna vez pudieras merecer algo de lo que él tiene ¡A diferencia de ti, James es valioso!
Su madre le clavó las largas uñas en el antebrazo y él aspiró entre sus dientes, expresando el agudo dolor que aquello le había provocado.
»—Escúchame bien, maldito disléxico inútil: a partir de hoy, no saldrás de esta casa... ¡Mejor! No saldrás de tu cuarto, excepto para limpiar e ir a ese trabajo tuyo. Estaré controlando tus entradas, tus salidas, y tus horarios... No quiero volver a oír que estuviste fastidiando a mi James. Recuerda siempre cuál es tu lugar en esta casa, pedazo de basura.
Concluyó la sentencia haciendo algo que llevaba mucho tiempo sin hacer: le dio un cachetazo. Justin sintió el ardor cosquillear en su mejilla. Puso una mano sobre la misma, intentando calmarlo.
—¡Ve a limpiar! —exclamó la mujer, dirigiéndose a la cocina.
Las lágrimas que habían empezado a nacer en los ojos de su hijo, cayeron al fin por su rostro. Sorbió por la nariz, tratando de retener los sollozos que amenazaban con emerger de su garganta. Sentía mucha aflicción por los golpes, físicos y verbales, que acababa de recibir. Pero, también, por primera vez, se sentía enfadado: enfadado porque su familia estaba arruinando el mejor momento de su vida, y era consciente entonces de la injusticia a la que estaba siendo sometido.
Descubrió en ese momento que él no era tan insignificante como siempre había creído, (como siempre le habían hecho creer). Linda estaba a su lado, lo había acogido como su amigo y, luego, había accedido a compartir una relación de índole romántico con él. Además, los amigos de ésta lo trataban con respeto y lo hacían sentir un par. Debía tener algo bueno para que eso sucediera.
Pensó en ese instante que quizás, solo quizás, el problema en esa casa no era él, sino su madre y su hermano.
Limpió los restos del llanto que todavía empapaba su semblante e ignoró el dolor de su brazo y su mejilla. No le importaba lo que hicieran ellos, no iba a permitir que le quitaran su incipiente esperanza.
Fue difícil prevalecer con esa seguridad la semana siguiente. Su madre fue fiel a su palabra y estuvo pendiente de cada uno de sus pasos. Se sentía agobiado por aquella constante presencia, en especial porque ella se comportaba más desagradable con él que de costumbre, lo cual era decir mucho. Los maltratos aumentaron en número e intensidad y, por momentos, Justin pensó que no iba a poder soportarlo.
Extrañaba a Linda. Quería verla, quería poder compartir encantadores momentos a su lado como se había habituado a hacer. Esperaba que su familia bajara la guardia para poder escabullirse y volverla a encontrar. Por el momento, tenía que conformarse con el teléfono. Había sido capaz de poder hablar con su novia cada noche y, a su pesar, había tenido que informarle la situación.
Ella había hecho audible su indignación y su enojo. Le ofreció quedarse en su dormitorio e, incluso, en la casa de su padre. El joven declinó las propuestas. Sabía que, si se iba, su progenitora iría a buscarlo, pues, por mucho que lo denigrara, él era el único que se encargaba del mantenimiento de la casa y era un enorme ahorro en servidumbre para ella. La mujer le había dicho en varias ocasiones que aquel era el único motivo por el que todavía lo soportaba allí.
—Pero falta poco para mi cumpleaños —anunció Justin en una de sus conversaciones nocturnas con Linda— Cumpliré veintiuno.
—¡Oh, eres un bebé! —exclamó ella, evidenciando en su tono que se trataba de una broma— ¿Por qué estás recordándome que soy más vieja que tú?
El aludido comenzó a reír, procurando mantener sus carcajadas silenciosas.
—Porque esa es la edad de la emancipación legal. Entonces, si me voy, mi mamá ya no tendrá derecho a reclamar por mí —explicó.
—¿Ya tenías planeado eso?
—Sí. He estado ahorrando durante muchos años. Tengo suficiente para, al menos, ir pagando cuotas de hipoteca de un monoambiente.
Linda estaba muy angustiada por la situación de su novio. Quería ayudarlo a salir del infierno que transitaba. Se dio cuenta que él estaba metido en su mente y en su corazón más de lo que imaginaba, pues aquellos días sin verlo habían causado una profunda nostalgia en ella.
El sábado al mediodía, justo cuando se cumplían siete días sin poder verse, la chica apareció en la parte trasera de la Farmacia en el horario de salida de los empleados. Justin atravesó el umbral, cerrando tras de sí la puerta y dio un solo paso por la vereda antes de notar la presencia de su novia y detenerse de forma abrupta.
—¿Lin? —emitió, sorprendido.
—Hey, Jay —saludó ella.
El muchacho pintó una amplia sonrisa en sus labios, al tiempo que exclamaba:
—¡Hey!
Se acercó a la joven con suma rapidez. Acunó las mejillas de ésta con ambas manos y le observó detenidamente el rostro con ojos fascinados.
—También te extrañé —aseguró Linda, en respuesta al gesto de su novio.
Él se inclinó para besar sus labios, y se encargó de hacerlo repetidas veces antes de volver a hablar.
—¡¿Qué estás haciendo aquí?!
—Quería verte —respondió su novia— Y recordarte lo mucho que te quiero.
Justin no pudo evitar que la felicidad gestada en su pecho por las palabras de Linda estallara en una potente risa. Volvió a besarla, aún sonriendo.
—Yo también te quiero, princesa —murmuró al separarse. De repente, su expresión alegre se nubló con un atisbo de congoja— Cielos, deseo tanto poder verte esta noche.
La joven negó con la cabeza, restando importancia al asunto.
—No te preocupes. Estarán filmando el evento, podemos verlo juntos después —afirmó.
Ese día, al caer el sol, se jugaría la final del campeonato de fútbol, por ende, sería la última presentación de las porristas hasta el próximo año académico (pues el verano estaba ya acercándose).
En esa fecha, siempre daban todo de sí para realizar un cuadro deslumbrante. Durante la semana, habían estado practicando seis horas diarias y, en menos de treinta minutos, Linda debía estar en el campo de deportes para el último ensayo. Echó un vistazo al reloj para confirmarlo y suspiró con pesar.
—Debo irme, pero te llamaré esta noche en cuanto termine —garantizó.
—Te deseo lo mejor para hoy, Lin —deseó el chico, besando la frente de su novia— Esperaré tu llamado.
Ella se estiró para besarlo por última vez antes de partir.
Esa noche, al salir de los vestuarios para posicionarse en el campo y empezar la presentación, tuvo las mismas sensaciones placenteras que siempre experimentaba haciendo lo que amaba, mas algo era diferente. Ya no se sentía completa si Justin no estaba ahí. Realmente, lo extrañaba.
Culminó el cuadro con un truco aéreo, junto a otras dos flyers que había seleccionado para la ocasión. Una de ellas era Annie. La había escogido con la esperanza que se enfocara nuevamente en la rutina del equipo y no en la creciente hostilidad que denotaba hacia ella. Estaba empezando a ser difícil trabajar juntas y Linda quería evitar que eso trasluciera en sus presentaciones.
La multitud situada en las gradas estalló en vítores cuando terminaron. La capitana de las animadoras había notado algunos movimientos desprolijos en la exhibición, así que no estaba del todo satisfecha con el resultado, aunque, en realidad, nunca lo estaba en las finales. Saludó al público, mostrando una sonrisa, antes de darles la espalda para recibir a los jugadores.
Pronto, el partido dio comienzo. Los nervios eran palpables entre las jóvenes, pues estaban unidas a los miembros del plantel de fútbol, a pesar de que (como en todo grupo numeroso) había vínculos más estrechos y otros más superficiales. Todos pasaban una considerable cantidad de tiempo juntos, suficiente para saber que, en el campo, pertenecían al mismo equipo.
Sin embargo, era difícil para Linda empatizar con James Bieber. Ni siquiera fue capaz de animar con verdadero entusiasmo cuando éste marcó el primer gol. Era culpa de él que Justin estuviera encerrado en su casa, siendo hostigado con mayor rudeza por su madre. Aquel pensamiento hacía que hirviera en el interior de la muchacha un rencoroso enfado contra el jugador.
Para su fortuna, James no fue el único en lucirse esa noche. Su amigo, Chad, fue capaz de patear el balón con suficiente habilidad para meterlo dentro del arco rival dos veces más. Cuando el silbato sonó, anunciando el final del partido, y el marcador exhibía con grandes números brillantes que la Universidad de Gold North había ganado tres a cero, la locura no solo se desató entre los aficionados de las gradas, sino también dentro de la cancha. Director técnico, entrenadores, suplentes, personal del campus, futbolistas y animadoras se fusionaron en medio del césped para festejar.
La multitud saltaba de arriba abajo, cuerpos chocaban entre sí, abrazándose, tirándose al suelo, levantándose por los aires. La música de fondo era opacada por los gritos, las risas, el estruendo de la victoria. Linda se apartó del círculo que había formado con sus amigos y dentro del cual se encontraban brincando y lanzando exclamaciones de alegría. Buscó con su mirada la camiseta que tan bien conocía y, cuando la localizó, corrió en dirección a su padre.
Fabrizio abrió los brazos para recibir a su hija entre ellos. Ella chilló cuando chocó contra su pecho y escondió su cara allí.
—¡Felicitaciones, papi!
—Gracias, Damita —la emoción era audible en la voz del hombre y la chica se apartó para mirarlo a los ojos— ¡Mañana estaremos festejando en casa! Invita a Justin —avisó.
Parte del entusiasmo escapó abruptamente de Linda al oír aquello. Sabía que su novio no iba a poder ir, pero se guardó para sí misma esa información, percibiendo que no era el momento adecuado para comunicárselo a su padre. Se limitó a asentir y a dibujar una sonrisa falsa, para luego separarse de su progenitor y ser aprisionada en un abrazo por su mejor amiga.
—¡Lo hicimos, Lin! Lo hicimos... —voceó Rose— ¿Sabes lo que eso significa?
—¡Haremos presentaciones nacionales el próximo año! —respondió la aludida, comenzando a reír debido a la alegría.
—¡Es fantástico! Cielos, ya quiero comenzar. Es la primera vez que deseo que no haya vacaciones de verano.
—No dirás lo mismo cuando empiecen los exámenes finales esta semana —indicó la capitana.
—No seas aguafiestas —la regañó su amiga— Y hablando de fiestas, los chicos acaban de decirme que harán una super celebración en casa de Dave. Tenemos que ir —dictaminó.
—No —Linda se opuso de inmediato— No podría soportar extender el festejo, estoy realmente cansada. Además, quiero ir al dormitorio para poder hablar con Justin.
Una expresión de entendimiento moldeó el semblante de Rose. Por supuesto, estaba al tanto de la situación, mas no quería que su incondicional compañera se perdiera el evento, por lo que insistió:
—Realmente, tú más que ninguna de nosotras deberías estar allí. Has trabajado tan duro. Iremos solo por una hora, como máximo.
La sugerencia hizo que Linda lo considerara, así que terminó accediendo con esa condición. Luego de ducharse y cambiarse, se encaminaron con varias animadoras al piso donde se llevaría a cabo la fiesta (propiedad de uno de los jugadores). Como el mismo se encontraba dentro del campus y a pocas cuadras de la cancha, decidieron ir a pie, no obstante, una vez en el edificio, ignoraron las escaleras y tomaron el ascensor.
Al llegar a su destino, llamaron la atención de muchos jóvenes que ya estaban allí presentes. Todos les dedicaron un aplauso y la mayoría de las muchachas disfrutó la atención recibida, mientras otras prefirieron escabullirse para evitar la avalancha de halagos. Linda estuvo entre las escurridizas. Buscó refugio en la cocina, donde la música llegaba con menor potencia y había menos flujo de personas.
Muchos de los miembros del equipo de fútbol estaban allí. La cantidad de alcohol dispuesta sobre la mesa era exorbitante y ellos revoloteaban alrededor de ésta, llenando sus vasos hasta el tope. Aprovechaban que la temporada había acabado y ya no debían concentrar para los entrenamientos hasta el próximo año académico. Al fin, eran libres para beber sin reparos y eso empezó a manifestarse enseguida en sus estados ebrios.
De los chicos, quien se encontraba más borracho era James Bieber. Linda no ocultó su exasperación cuando éste la abordó, parándose justo frente a ella.
—Linda D'amico... —pronunció, arrastrando las palabras a causa del alcohol que ya embotaba su cerebro— ¿De verdad la belleza del norte estaba viéndose con un bastardo perdedor?
—No hables así de él —masculló la aludida con brusquedad, visiblemente enojada.
—Pero si solo digo la verdad —se excusó el futbolista, intentando que sus facciones adoptaran un falso aire de inocencia— No puedo creer que ese maldito se acercara a ti... ¿Dónde fue que se conocieron, de todas formas?
—No te incumbe. Ahora, muévete y déjame pasar.
Ella dio un paso al costado para rodear a su interlocutor, mas él imitó su movimiento, estorbando su camino nuevamente.
—¿Qué diablos viste en una piltrafa como él? ¿O solo lo aceptaste por lástima? —James mostró una sonrisa malvada mientras formulaba la segunda pregunta— Es eso, ¿cierto? ¿Fue por lástima?
—Hazte a un lado, James, estoy cansándome de ti —advirtió Linda, esforzándose por mantener la calma.
—O es que no sabes elegir hombres —el joven estalló en carcajadas luego de enunciar aquello— ¡Sí, eso es! ¡Todos aquí sabemos que solo eliges a los peores!
—¡Dije que te movieras! —la chica lo empujó, pero el impacto simplemente logró que él se balanceara un poco hacia atrás— ¿Sabes, James? Lo que digas no me importa en absoluto, no eres más que un cretino sin neuronas... Pero, ¿lo que le haces a Justin? ¡Juro que, en algún momento, voy a hacerte pagar por el daño que le causas a tu propio hermano!
El semblante del aludido se endureció frente a aquella mención. Apretó su mandíbula y soltó entre dientes:
—Él no es mi hermano.
Linda tardó un poco en procesar esas palabras. Al principio, creyó que el muchacho solo las había empleado para negar su vínculo con Justin por el desprecio que sentía hacia éste. Sin embargo, la manera en que las había dicho plantaba la duda en ella que, quizá, fueran ciertas.
—¿De qué hablas? —indagó.
—De que él no es mi hermano —repitió James, denotando su desagrado por aquella idea— Mi mamá lo sacó de no sé qué pozo cuando era un bebé y lo trajo a nuestra casa. Ese maldito bastardo debería estar agradecido con nosotros por todo lo que hemos hecho por él.
—Espera... ¿Estás... estás diciéndome que Justin no es realmente hijo de tus padres? —continuó interrogando la porrista, totalmente pasmada por lo que estaba escuchando.
—¡Por supuesto que no! ¿Te parece que ese harapo disléxico podría tener algo que ver con mi apellido?
La confesión emanada del chico ebrio golpeó a Linda con fuerza. Cuando la estupefacción dejó de obnubilar sus sentidos, la primera emoción que llegó a ella fue la esperanza.
Si aquella revelación era cierta, su novio tendría la posibilidad de arreglar, no solo la situación legal entre él y su supuesta familia, sino cada aspecto de su vida que había sido perjudicado por las acciones de los Bieber. Si ellos no estaban emparentados, los años de sufrimiento a los que él había sido expuesto tendrían otra perspectiva, una más favorable para ayudar a sanar el corazón de Justin.
Entonces, Linda fue asaltada por otro pensamiento y surgió la segunda emoción dentro de ella: miedo.
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