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ೃೀ Capítulo 9 ೄྀ•.˚

No podía conciliar el sueño. Mi cabeza se esperaba en darle vueltas a mi nueva responsabilidad. Desde esta noche formaba parte de una rebelión secreta y Suri no sabía nada. Todavía no me la creía. Mis oraciones por fin fueron escuchadas. Ahora lo que no me dejaba dormir era esta simple pregunta: ¿Por cuánto duraría mi suerte?

Admiraba a través de mi ventana el paisaje de neón de la ciudad a mitad de una tormenta, eso me ayudaba a sedar la tempestad de preocupaciones y temores que me inquietaban. A diferencia de otras noches, esta madrugada en particular la vi desde otra perspectiva. Los colores brillaban muchísimo más, las guirnaldas que cruzaban por cada edificio se unían al desfile de luces coloridas en la atmosfera. Gracias a eso, no era demasiado fácil ver las estrellas ni la luna llena de rosado. No dejé que eso me desanimara, en cualquier caso, era bendecida la melodía de la lluvia chocando con el concreto y el canto del piano de un vecino.

Nunca me había detenido a deleitarme con la belleza de la metrópoli. Será porque me enfocaba más en todo lo malo de mi vida que me negaba a ver las cosas buenas a mi entorno. Suri, la aparición de Lance y Mariand, el pase a un nuevo capítulo, el dinero suficiente para darme a mí y a Suri una vida digna... El sosiego no me cabía en el pecho. Mis esperanzas germinaron de la tierra en donde las enterré, todo mejoraría de ahora en adelante.

Entré a mi habitación y vi a Suri descansar aferrada a su tierno oso de peluche. Fui de puntillas, le di un beso de buenas noches en la frente y le acaricié sus rizos definidos.

—Descuida, cariño, todo será muchísimo mejor. Vuela alto, mocosa, pronto te daré la vida que mereces —Le dije entre sus sueños con una alegría que me la guardaba para mí misma.

Me senté al otro lado de la cama y agarré el pastillero arcoíris en la mesita de noche. Saqué dos píldoras de melatonina, las cuales no tardé en digerir con un vaso de agua. A ver si eso me dormía definitivamente.

En cuanto mi cráneo tocó la dura almohada y las sábanas me cubrieron hasta los hombros, las retinas me comenzaron a pesar hasta que me hundí en un sueño profundo.

Me sentí a mí misma levitar, no, más bien descender, solo que lentamente. Mi cuerpo pesaba tanto como una pluma y mi cabeza parecía estar en las nubes. Abrí mis ojos para darme cuenta de que me encontraba en el limbo, en la absoluta nada. Si es que hubiera un mundo ideal, el mío sería un grandioso disparate.

Miles de objetos flotaban a mi alrededor y pasaban en lo que pareciera ser una espesa niebla de colores multicolores en tonos pasteles. Caía en picada a un ritmo algo denso. Relojes, estrellas, plumas de pavo real, pétalos de rosas, joyas, peluches, flores, dados, cartas de tarot... había de todo lo que alcanzara a imaginarme. Tan intrincado, tan confuso. ¿Cómo fue que terminé aquí?

Pasé a escuchar varias voces tanto masculinas como femeninas diciendo cosas en un orden alocado, unas más graves que otras y en distintos tonos de voz y que por alguna razón se me hacían conocidas. Me causaban un dolor de cabeza tremendo sin siquiera poder descifrar lo que trataban de decir.

Después de un descenso que creía que jamás terminaría acabé aterrizando en un nenúfar gigante. Sí, eso dije, un nenúfar como tres veces más grande que mi tamaño. No me di cuenta de mi plumaje cubriéndome la espalda, me pesaba más de lo que acostumbraba. Traté de reincorporarme, temerosa de caer al agua y ahogarme como en esa pesadilla de la sirena. Tambaleé un poco, pero logré mantenerme en pie. Mi abanico colorido se abrió y sonreí al voltear al verlo. Algunas veces estaba súper segura de que mis plumas tenían vida propia, así no me sentía sola todo el tiempo.

Mis pies vestidos de unas sandalias elegantes tocaron el agua cristalina del riachuelo y las piedras lisas como adoquines, observando pasear a unos pequeños peces fluorescentes. Presté atención hasta captar mi reflejo en el agua mientras caminaba. Mi cabello estaba recogido y decorado con unos adornos metálicos en verde, azul y gris oscuro. Llevaba un bonito vestido gótico de malla azul marino que dejaba mis hombros libres además de cubrir mis brazos con velos casi traslucidos. Tenía bordados y diseños extraños en plateado y negro que le daban esos aires de la realeza. Me agradaba este aspecto. Lucía como una princesa sacada de un cuento, solo que, claro, en un vestido más corto y un estilo más punk. Tal como me gusta. 

El ambiente parecía acogedor, amigable y hasta hermoso, como un mundo fantasioso creado por una niña pequeña bien risueña.

Llegué a la orilla y hallé con muchas mariposas de todos los colores que me pudiera imaginar encerradas en burbujas. También flores, mayor parte de ellas lirios, orquídeas y amapolas, cada una de un tamaño distinto. Un montón de flores del infierno ornamentaban la vegetación del arroyo, incluyendo algunos peluches gigantes y cuadros abstractos plantados en la tierra.

El tranquilizante sonido del agua recorrer sin prisa, el cálido y radiante sol índigo, la preciosa atmósfera tornasol rebosante en nubes de algodón, los colibríes y mariposas yendo de flor en flor, la suave brisa del viento, el pasto de un hermoso tono verde... Me sentía como una niña maravillada ante una belleza de lugar como esta. La naturaleza me proporcionaba serenidad, me daba seguridad como si nada en el mundo pudiese hacerme daño, como si la Madre Tierra me protegiera de la crudeza del mundo real.

La mente es un mundo extraño, el cuerpo es complicado y la gente en Nueva Borink suele ser muy despiadada.

Mientras me daba paso por la zona me topé con un busto gigante del busto de una imponente mujer tallada en piedra caliza, llorando cascadas infinitas que caía en el arroyo y en las bellas flores que la rodeaban. Me paré justo delante de ella. La estatua abrió sus ojos y me miró fijamente cual intrusa, manteniendo esa haz triste e inexpresiva. Me daba una sensación extraordinaria e incómoda. Una de sus manos posadas en sus húmedas mejillas se movió para señalarme con su dedo índice. Subí la mirada y respiré hondo, aún alucinada por su temeraria impresión.   

—Oh, pobre y dulce niña. Siempre supe que volverías a nosotros —oí decirle entre su llanto calmado—. Te ves muy perdida.

—¿De qué hablas? ¿Por qué estoy aquí? —inquirí con la vista fija en sus ojos sino pupilas.

—¿No lo recuerdas? Dijiste que jamás te olvidarías —mencionó sorprendida, en su voz se sintió una decepción que no llegué a comprender.

—Este lugar es nuevo para mí. Nunca te he visto ni he estado aquí, solo es otro sueño del que saldré enseguida —contesté con ambas manos en mi cintura.

—¿Eso crees o es lo que quieren que creas? Aquello que desconoces es simplemente eso que quieres negar. Sabes lo qué pasó, pero no quieres asimilarlo —encerró su mano en un puño y pausó—. Yo sí te reconozco y ya no te tengo miedo, ya no... ¡Oh no! ¡Estamos condenados, olvidados! ¡Mira lo que causaste!

Su rápido cambio de humor me dejó desorientada. ¿Qué quería decir con eso? No tuve tiempo para pensar, de repente las facciones de la mujer se tornaron agresivas, volviendo sus ojos rojos y sus lágrimas en sangre. El arroyo se transformó en un valle de plasma y azufre, el cielo se oscureció, las flores se amargaron y el sol se volvió negro. No, esto no daba buena espina.

—¿Qué haces? ¿Qué está pasado? —pregunté histérica, sintiendo como el terror regresaba a mí. ¿Es que no podía estar en paz por ni un solo minuto?

—No conoces ni a tu propia mente, Scarlett. Esta vez hay más a lo que temer. Sabes, soy bastante real.

—Estás mintiendo.

—¡Soy el reflejo temeroso y retorcido de lo que has creado, al igual que los demás! ¿¡Por qué no nos recuerdas!? ¡Despierta! —mangoneó la llorona, ahora más siniestra y maquiavélica.

No supe qué decir. Mi cabeza daba muchas vueltas y no podía asimilar el caos desatado en frente de mí. Intenté estirar mi brazo para alcanzar a la mujer de piedra y ella solo rio entre sus lágrimas. Unos tentáculos brotaron de sus espaldas, agarrándome con fuerza y arrastrándome a un mar de llamas ardientes. ¿¡Qué era todo esto!? ¿¡De dónde salieron esas cosas!?

Forcejeé sin querer someter por esos tentáculos, siéndome prácticamente imposible. Al parecer todos eran más fuertes que yo. Desgañitaba despavorida con los ojos cerrados, una punzada me golpeaba la cabeza con fragmentos distorsionados de escenas desconocidas para mí, entre ellas la misma niña de siempre. ¡Mi mente! ¡Mi mente está destrozada! ¡Yo también estaba condenada!

—Déjame salir —exhaló un susurro pavoroso tras mi nuca, una voz tan grave que me calaba los huesos. Esa frase...

Abrí mis ojos horrorizada por la fuerza que unas largas garras me agarraban y me arañaban la piel. Me desgarraban mis plumas y cabello. Sonidos de explosiones, la sensación de mi rostro quemándose y siendo arrancada, los gritos de dolor que daba y mis huesos hirviendo con el fuego. ¡Esto era una pesadilla!

Y todo paró, el dolor fue tal que ya no pude sentir nada más y mi cuerpo quedó rostizado. Escuché la voz de la mujer de piedra mezclada con la de Pagóni diciéndome entre la oscuridad:

«Refúgiate todo lo que quieras en tus fantasías y ruega que la realidad no te alcance, pequeña Scarlett. El mundo real no es tan maravilloso como piensas.»

Coquí, coquí, qui, qui...

El sonido de un coquí era todo lo que alcanzaba a percibir en el vacío. Abrí mis ojos, ansiosa por no encontrarme otra cosa que me diera un susto. No había nada, el arroyo desapareció. Solo existía negro y la voz familiar de una niña cantando una canción infantil.

Espera... ¡Esa era la voz de Suri!

Hice el esfuerzo por moverme, pero fue inútil. Por más que quisiera hacerlo no podía. Era como si estuviera varada en el espacio. Brillantes constelaciones se asomaron poco a poco como focos de luz entendiéndose en medio del atardecer. Con el rabillo del ojo trataba de ver lo que acontecía para no perder algún detalle.

«El coquí, el coquí siempre canta.
Es muy lindo el cantar del coquí. Por las noches a veces me duermo con el dulce cantar del coquí.»

El espacio pasó a ser una habitación pintada de blanco por todos lados, escrito en las paredes frases como «¡Libera tu mente!» y «Estamos condenados» en sangre fresca. Me vi y solo llevaba una bata de hospital de un color claro. Era como si no hubiese un final para esta locura. Los tarareos de Suri todavía retumbaban en mi cabeza, repitiendo la misma letra, a veces más chillona y a veces más siniestra.

Coquí, coquí, coquí...

Lo siguiente estaba más borroso y engorroso, como si siempre hubiese estado allí, pero no me acordaba de nada, algo así como un libro viejo y lleno de polvo que no se había abierto en mucho tiempo. Escenas de brutales palizas y humillaciones a lo que sería una niña de seis años aproximadamente, de larga cabellera azabache con un degradado entre blanco y gris en las raíces, acompañado de un par de grandes ojos marrones. Ella gritaba y lloraba con furor, sangre y más sangre inundaban todo a su paso. Miraba anonadada sin saber lo que sucedía, mucho menos por qué presenciaba esto. ¿Y ahora de qué se trataba esto? Un trago amargo se me formó en la garganta. Sus ojos... cuando me vio me vi a mí misma reflejada en ellos. Por un momento pensé que era... No, ¡no! ¡Esa no era yo!

—Vamos, Scarlett, esto es por un bien mayor —canturreaba la voz de un hombre, tomando a la pequeña moribunda por el cabello y arrastrándome por el piso.

Vi unas pequeñas y descoloridas plumas de pavo real en la espalda golpeada de la niña, llena de hematomas y latigazos. De forma inconsciente me toqué la espalda baja.

«Sí, esa soy yo», musité en mi mente entre lágrimas. Lo supe por mis múltiples cicatrices en mi espalda, igual de feas que las heridas de esa niña. Pero si era yo, ¿cómo era que no podía recordarme de esto? No lo entendía. ¡Esto debía ser parte de mi imaginación, era una mentira! ¡Sí, eso es! Aparecieron más hombres con máscaras de conejos blancos salpicadas con sangre. Reían mientras la golpeaban una y otra vez, llegaron a arrancarle su vestido azul y dejarla al desnudo.

No, no, no, no... ¡Pobrecita! ¿¡Qué le hacen!?

Coloqué ambas manos en mi cabeza y cerré mis ojos sin querer ver más de lo que le hacían, sin querer escucharla continuar con su calvario. No fue hasta que sentí una mano agarrar una de mis muñecas que me puse paranoica y me resistía a que arrastrase por el suelo. Levanté la mirada frunciendo el cejo, sin dejar de sollozar a mares. No podía ver su rostro verdadero, solo una maldita máscara de conejo.

—Vamos, Scarlett, esto es por un bien mayor —repitió esa frase anterior, llevándome contra mi voluntad a un laboratorio.

Al llegar me tiraron a una sucia camilla y me amarraron a esta con barrotes metálicos. Comenzaron a hacerme operaciones quirúrgicas y múltiples mutilaciones con químicos. Un dolor infinito había consumido al tiempo en el que me trataban cual conejillo de indias, a veces mis súplicas por ayuda sonaban como los de una niña, otras veces como los de una bestia. Me obligaron a mantener mis ojos abiertos con unas pinzas, mi plumaje se extendía y temblaba a punto de quebrarse.

—Necesitas olvidar, pequeña. Lo siento, pero tus fallas deben ser arregladas. ¡Pronto serás hermosa y perfecta, mi dulce niña!

Esa voz... Era una mujer mayor, pero no podía verle a la cara. Ya estaba muy jadeante y extenuada, no controlaba ni mi propio cuerpo. Antes de perder la consciencia, pude ver con esfuerzo una mariposa negra volar por la habitación hasta llegar a mis labios resecos y abiertos, posándose sobre ellos.

«Recuerda quién eres.»

De la nada, una luz blanca iluminó todo mi campo visual. Me levanté del suelo aturdida, el laboratorio se ha esfumado como el humo. Miré un foco potente de luz a lo lejos. Avancé hasta ella a pasos seguros y me encontré con una muñeca de trapo de espaldas con mi exacta apariencia, su cuello colgando de una soga en el techo. Giró lentamente hasta verme con una maliciosa sonrisa. Su vestido azul estaba manchado de sangre. La luz se hizo cada vez más cegadora, obligándome a tapar mis ojos sin poder soportarla. Suri no dejó de cantar, pero ahora su voz era alta y tétrica para mis oídos.

Coquí, coquí...

«No olvides de dónde vienes.»

Poco a poco, la luz se volvió más tenue. Regresé a ese palacio tan limpio y fino donde bailé tango la primera vez. Las cosas se veían distintas a la última vez. Había más espejos, los cuales me hicieron ver que recuperé mi aspecto del arroyo.

En las vastas escaleras de cristal, vi aquel ser al que no pude apreciar esa vez por la tanta iluminación del lugar. Iba a ir hasta allá, pero una red de espinas y rosas se fueron apoderando del lugar como si se tratara de hiedras controladas por una bruja. Todo en el palacio se iba desfragmentando, los candelabros cayeron en picada uno por uno. Miré petrificada a la figura, a la que por la poca iluminación que comenzaba a hacer pude descubrirle la cara. Se trataba de mí misma, similar a Pagóni, solo que con ojos blancos sin iris y una mirada resentida. Su vestido era conformado por miles de diamantes y rosas blancas que, por sus lágrimas, se pintaban de rojo. Si esa no era Pagóni, ¿quién era ella?

—Oh, Scarlett, no tienes idea de lo que has hecho —manifestó desilusionada.

Una luz carmesí alumbró la silueta de mi otra yo. Una melodía comenzó a sonar y ella empezó a bailar justo como yo lo hacía en el burdel, al ritmo de una canción seductora. Abrió las piernas y apareció la silueta de un hombre besándola y bailando junto con ella, esta vez un vals romántico, según yo. Ese romance se fue al caño cuando vi que el hombre cargaba con un cuchillo. Atemorizada, intenté advertirle a la chica, pero lo hice muy tarde. Ella terminó apuñalada y tirada en el suelo como basura.

La música paró. Todo volvió a negro. Parecía que la chica estaba encadenada por el sonido de las cadenas y sus gritos de dolor. Otra vez negro, ahora intenté acercarme un poco más para ayudarla a escapar de la silueta masculina.

Inesperadamente una luz blanca se prendió e iluminó a un espejo. Me observé a mí misma a través de él, pero la chica que vi no era yo, era una absoluta extraña. Su cara pálida, manchas de rosa y rojo oscuro esparcidas en sus párpados, sus labios pintados de azul eléctrico en forma de corazón, sus ojos muy grandes y su cabello corto picado de forma desordenada. Se veía como una loca. Una lágrima de sangre emanó de su lagrimal y recorrió su mejilla derecha, entonces una mariposa se posó en su nariz rota. Su mirada inexpresiva no cambió. Se mantenía inerte, sin vida, como un cascarón vacío. Luego de un transcurso de segundos efímeros, uno de sus ojos explotó y su cabeza estalló como un fuego artificial, dejando una cascada sangrienta.

«Mi mejor creación fuiste tú, siempre fuiste tú, hija mía.»

—Despierta, Scarlett.

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