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ೃೀ Capítulo 25 ೄྀ•.˚

Dios, no sé si alguna vez me has escuchado realmente. Sé todo lo que he hecho y todo lo que me has quitado, pero por solo esta vez, ponte de mi lado. Déjame ejecutar y castigar con gran venganza y terrible cólera a aquellos que envenenan la verdad, a aquellos que abusan de mis hermanos y hermanas en la ciudad del pecado.

Si mi vida vale algo, haz que mi valor sea fuego contra la oscuridad. Amén.

—¡Hora del espectáculo!

De la espalda de Lance se liberaron unos gigantes tentáculos de carne iguales a los que vi en el gran salón, solo que esos palpitaban al ritmo de mi nuevo corazón y de la canción Drums de Blue Floyd que resonaba en los altavoces. Estos al abrirse en el espacioso lugar rompieron parte de la cúpula de cristal que caracterizaba la pista de patinaje Anicca. El cielo de la ciudad se transformó en una intensa cortina de humo carmesí. La luna llena se mantenía en lo alto. Una revoltosa revolución en los aires acariciaba mi rostro y movía mi cabello caoba con furia. Mi ira fluía como agua sobre una roca. Extendí mis manos, empuñando mis abanicos, y me puse en posición. Alcé la mirada hacia los ojos de Lance y arrugué la nariz tras ver mi reflejo en ellos.

No había vuelta atrás. Este era mi momento. Todo o nada, victoria o muerte.

Las manos de Lance se abalanzaron contra mí al igual que aquellos hilos dorados que flotaban por el aire. Alisté mis pies y empecé a esquivar esos hilos deslizándome por la pista. El suelo temblaba bajo mis pies con cada azote de la mano de Lance, anhelando mi caída de la superficie de hielo. Daba lo mejor de mí por mantener la cabeza fría, mucho más cuando él invocó de la nada un ejército de bestias de origami y sombras, dignas de pertenecer al infierno. También hizo algunos vejigantes bestiales a modo de darme una indirecta cargada con resentimiento.

—¡Cobarde! ¡Ni siquiera puedes darme la cara tú mismo!

Las cuchillas de mis abanicos lograron cortar camino con los hilos que se abalanzaban contra mis extremidades. No obstante, cada vez que los cortaba se multiplicaban y se volvían más resistentes y rápidos. Cuando quise apartarme de ellos fui abofeteada por la palma de una de las manos flotantes que se agrandaron por orden de su portador. Los abanicos salieron volando de mis manos y cuando cayeron se oyó el chillante sonido del metal contra el hielo. Quedé un poco desorientada tras la corriente de dolor que arrasó con mi cuerpo por cortos segundos. Rayos, entonces así se sienten los los pequeños insectos cuando los golpeaban.

Cuando iba a rematar con su puño rodé en el suelo y me salvé por poquito. Sí, en definitiva debía sacarme del paso esas manos. Me puse de pie, confiando en que las cuchillas de mis patines no me abandonaran. Mis abanicos estaban muy lejos y tardaría mucho en recuperarlos con esa horda de bestias origami persiguiéndome.

Retomé la jugada despedazando con mis garras los tentáculos que se me venían en camino. El hielo se pintaba de turquesa entre el gélido terreno que de convirtió en una arena de gladiadores desesperados. Mi cara, mi atuendo albo y todo de mí era salpicado con sangre azul producto de los tentáculos derrotados.

—¿Qué esperan? Atrápenla —exclamó Lance, encorvándose.

Las bestias obedecieron y trataron de enfrentarme. Cada intento mío por quitármelo de encima no dio frutos, pues mis ataques estaban limitados por mis patines si no quería caerme. Bloqueé sus ataques y pude hacerle cortes significativos a algunas de las bestias, pero no pude derrotar ni a una. Los vejigantes eran los más fuertes y estaban dándome con todo.

En un momento pude subirme encima de la espalda de uno de los monstruos y agarrarme fuertemente del cuello para decapitarlo. Sin embargo, este logró dar conmigo, me sujetó con brutalidad y me lanzó hacia la pista de hielo. Cuando mi cuerpo golpeó la superficie escuché el crujido de uno de mis huesos;
era mi pierna. Gemí de dolor y ahogué mi respiración. Sentí punzadas y un calambre inimaginable que me carcomía por dentro. La nariz comenzó a sangrarme. Apreté mi mandíbula e intenté levantarme, pero a mis muñecas se amarraron aquellos hilos dorados que me alzaron violentamente para que después un par de tentáculos me estrangularan.

Logré ver a Lance a lo lejos entre mi mirada borrosa por las lágrimas de dolor. La satisfacción que irradiaban sus ojos y su sonrisa de lobezno me quemaba la piel. Una descarga eléctrica se vino a mi cuerpo como si un trueno se tratara y mi cuerpo se revolvió entre gritos desgarradores.

—Mis ojos son espejos divinos, Scarlett. Todo lo que puedo ver es oscuridad en tu corazón y el dolor en tu cara. Ya te he dado muchas oportunidades para que te sometas y ocupes tu lugar. No hay nada que puedas hacer contra mí o mis bestias. Ríndete mientras puedes o tendré que quitarte del camino antes que ellos te den un peor desenlace.

Fruncí el entrecejo entre gargajeos. Traté con todas mis fuerzas de hacer lo imposible para moverme y mis esfuerzos terminaron en un logro frustrado mientras que el agarre en mi cuello incrementaba con una fuerza increíble. Él era un sol potente y abrasador mientras yo era una luna a merced de su luz. Me mataría si seguía así.

—Te equivocas —titubeé fallidamente, dando profundas bocanadas de aire sin poder quitar mi vista de sus ojos deseosos por verme derrotada ante su poder.

Espera, sus ojos... ¡Eso es! No había nada más sincero que los ojos. Allí estaba su punto débil entre tantos engaños y secretos. Tenía que cambiar mi jugada para vencerlo a él y sus bestias, mismas que me esperaban ansiosas por devorarme como a un bocadillo. Kikuya me entrenó bien, pero sus enseñanzas no me ayudarían en este preciso momento. Si quería ganar debía hacer lo mismo que he hecho durante toda mi vida, lo único que realmente sabía hacer: bailar.

Relajé mi cuerpo ante él y extendí mis brazos hacia él. Al momento la canción que estaba sonando cambió a una que ambos sabíamos muy bien: Undisclosed Desires de Muse.

—¿Qué piensas que estás haciendo, Scarlett?

Le mostré mis dientes con orgullo.

—Yo no estoy del lado del engaño. Algunos crímenes no pueden ser perdonados, tú por igual —declaré autoritaria.

Aprovechando la distracción, dejé fluir mis lágrimas venenosas, dándome la energía necesaria para dar una voltereta y escaparme de su agarre, destrozando así los tentáculos y los hilos con mis garras. Aterricé de pie apoyada de mis manos, con la mirada en alto buscando controlar mi respiración y mi dolor. La fractura en mi pierna llamó mi atención cuando unas hiedras de hielo sangrientas se formaron en toda el área. De pronto todo el dolor se anestesió como si nada, embriagándome más en la adrenalina que formaba mi cuerpo.

No te quedes ahí, Scarlett. ¡Patina!

Los maniquíes comenzaron a aplaudir en un ritmo sincronizado y eufórico al son de la intro de la canción, motivándome a ejecutar mi rutina de patinaje como lo hacía mi audiencia a la hora de competir. Juraba que escuchaba ángeles gritando a través de demonios pidiéndome que peleara. Eso es lo que haría. Crearía arte y guerra por amor.

Me deslicé por la pista de hielo con destreza y elegancia. Las bestias corrieron hacia mí y yo las esquivé mientras mis manos danzaban a la par que mis garras se preparaban para atacar y reflejaban las luces brillantes de la pista.

Las bestias se elevaron contra mí. Sin dudarlo, arremetí contra el primer monstruo. Giré y di una pirueta sobre él de forma imponente. Con un rápido corte de mi patín y una voltereta de cabeza, causé que la piel de papel de mi primera víctima se desmoronara sobre el hielo y esparciera sangre roja y confetti de estrellas sobre mí.

Miré a Lance y tenía un semblante incrédulo, formando una mueca como si se estuviera retorciéndose del dolor. Ya le di al clavo.

Estaba lista para las demás bestias. Mis patines y mis garras cortaban todo lo que estuviera a su paso como un par de katanas mientras hacía mi baile. Cada monstruo cayó al hielo y su sangre de rosas y estrellas se sentía como una cálida bienvenida a mi nueva yo.

Solo quedaba una bestia más. Ella, en forma de vejigante con diseño de serafín, era la más difícil de vencer. Sabía mis tácticas y me hacía fallar mis saltos. Puñetazos, patadas con cuchillas, embestidas con garras, giros con la cuchilla descubierta, saltos de gracia, todo. Tuve que engañarlo con mis movimientos para tomarlo desprevenido por la espalda, treparme sobre ella, ahorcarla con mis piernas y abrirle la cara con mis garras. Después, el monstruo encorvó su espalda hacia atrás y la solté. En cuanto cayó en el hielo, le di el golpe de gracia.

Con eso, todas las bestias fueron acabadas. La canción terminó por igual. Los trozos de origami, los restos de sangre y el confetti terminaron en el hielo como una pieza de arte abstracta. Concluí la batalla con una pose dramática: mis manos cruzadas sobre mi espalda derecha, mis piernas un poco extendidas y mi semblante prestando completa atención hacia Lance, quien estaba atónito y adolorido.

—De dama de la noche a algo más —dijo mientras los maniquíes aplaudían.

Entonces Lance volvió a atacar explosivamente. Esta vez dio un salto y aterrizó en la pista de hielo en una pose heroica. Sin darme tiempo a defenderme empezó a soltarme ataques rápidos mientras sus otras manos y los pocos hilos flotantes que le quedaban iban tras mi búsqueda como arañas. Lo extraño de todo era que Lance nunca se resbaló sobre el hielo.

Unas cuchillas largas crecieron de los nudillos de Lance al extender sus brazos hacia mí. Los golpes iban y venían, pero piel aguantaba toda la tormenta a pesar de la aflicción. Me movía como un pequeño pétalo de flor en el viento, a la menor oportunidad atacaba el dorso de esas grandes manos entre patadas, arañazos y puños, justo como lo llevaba haciendo con las bestias. Cada golpe se hacía más fuerte que el último. La fuerza que yo daba la recibía de vuelta, pero no me dejaría vencer. La verdad debía triunfar a cualquier costo.

Un gran puñetazo de parte de Lance en mi mandíbula me elevó hacia la cúpula de cristal, rompiéndola en cuanto mi espalda chocó con ella. Lance dio otro salto y me empujó hacia el cielo al tiempo que regresaron sus ataques contundentes. Ahora mismo estábamos rompiendo la gravedad y la física, literalmente peleando en el cielo mientras subíamos a lo que parecía ser una Nueva Borink de cabeza con olor a pimienta y cielos púrpura.

Al ascender —o descender— a la ciudad, Lance me tomó del cabello y me embistió contra el pavimento, cayendo justo después algunos pedazos de vidrio de la cúpula y mis tessens. Sin soltar su agarre, alzó mi cabeza y se puso de cuclillas a mi lado, con una de sus katanas desvainadas. Siseé al sentir su olor a hospital y el filo de la katana amenazando con cortarme el cuello. Perdía mi aliento con cada respiro que daba. Cada parte de mi cuerpo pesaba.

—Estás demasiado rota como para defender y soñar con algo que no pueden ver. Nunca olvides que te amo, pero si tengo que matarte para salvarte que así sea.

Al sentir el ligero corte del filo contra mi cuello agarré un pedazo de vidrio del suelo y se lo clavé en el ojo derecho, todo en un acto rápido. Lance se separó de mí mientras se tapaba el ojo afectado entre gritos y rechinar de dientes. Nunca soltó su katana, por lo que no podía bajar la guardia.

—Has calculado mal. Soy yo la que te mataré, pero el mal que has causado no escapará de los ojos de la oscuridad —Le dije, viéndolo agonizar a la par que me quitaba mis patines.

—¡No sabes lo que estás haciendo! —desgañitó Lance con la vena de su cuello a punto de reventar.

Agarré del suelo mis letales abanicos de batalla, abriéndolos frente a él de manera amenazante, y me levanté una vez más. Oh, mi ángel caído, créeme que sí lo sabía.

Lance me dirigió la mirada y en su único ojo ahora tenía llamas rojas. Sin previo aviso, sus manos abandonaron su ojo ensangrentado y empuñaron las katanas que tenía guardadas desde que lo descubrí en la pista. Soltando un grito de guerra cargando de furia, corrió hacia mí con sus katanas, brillantes entre la penumbra de las calles de Nueva Borink envuelta en llamas rosadas y murciélagos.

Sus katanas chocaron contra mis abanicos con un resonante sonido metálico que soltó chispas. Al separarnos luego de un duelo por derribarnos, él cortó el aire con sus armas con toda la intención de cortarme la cabeza. Mientras tanto, yo lo esquivé y zigzagueé, intentando mantener a la altura mis reflejos contra la bestialidad de Lance en combate. Observé cada movimiento de él, esquivando sus patadas y ataques con sus armas. Nunca lo había visto pelear así, tan rudo y descontrolado. Era como pelear contra un tigre hambriento.

Desaté mis garras contra él con cada arañazo que le proporcionaba a sus brazos y a su cara, aunque intentaba mantener mi distancia para no ser golpeada por los golpes mortales de Lance. Moví mis abanicos con técnica y precisión para desviar las katanas, llegando a cortar una después de una danza de desamor.

No tenía tiempo para respirar. Lo haría cuando tuviera la cabeza de Lance entre mis manos.

La pelea continuó por lo que parecieron horas. Pude igualar su combate no con fuerza, sino con astucia, como me enseñó Kikuya. Toda mi vida me he rodeado de gente más poderosa y fuerte que yo, así que debía ser más lista si no quería que el mundo terminara conmigo. El sudor, la sangre y la lluvia goteaba por nuestros rostros mientras luchábamos. Lance logró asestar un golpe en mi brazo, haciéndome chillar de dolor. De un segundo a otro, lanzó un poderoso golpe con su katana, cortando mi abanico de guerra y desarmándome.

Me tambaleé hacia atrás, agarrándome el brazo sangrante entre gemidos que parecían susurros. Lance avanzó. En lugar de contraatacar, simplemente me quedé allí, con los ojos fijos en los de él. Solté mi único abanico intacto y levanté la barbilla.

—El amor nos ha consumido hasta destruirnos. Ahora lo único que queda es un sueño de lo que pudo ser y una pesadilla de lo que será. Rojaijú xodó, Lance.

El rostro de Lance se desarmó con mis palabras, horrorizándose por completo. Mis lágrimas, mi virogénesis, serían su verdugo. Mis ojos ardieron con la virogénesis que dejaba un rastro de líquido tóxico a su paso. Lance trató de alejarse, pero ya era demasiado tarde. El veneno en mis lágrimas hizo contacto con su piel, y sintió un dolor punzante atravesar su cuerpo expresado en cómo se retorcía a la voluntad de mi veneno. No tardó nada en derrumbarse de rodillas al suelo, siendo apoderado por mí poder y mi maldición.

Mi cuerpo adoptó una posición de poder, pero mi nuevo corazón abría sus cicatrices. Sabía a lo que conduciría su dolor, lo que agrandaba mi sufrimiento. Eso era lo malo de la justicia, a veces te hace sacrificar tu corazón por el deber.

Caminé hasta llegar frente a él. Me puse de rodillas y lo tomé por los hombros, acallando un sollozo. Su rostro lo iba consumiendo la muerte.

—Mi amor no fue el que merecías, pero sí el que necesitabas. Fue real, tan real como los latidos de mi corazón —murmuró Lance sin muchas fuerzas, atragantándose entre veneno y sangre mientras me miraba con una sonrisa entristecida—. Mi rosa negra... mi luz y mi oscuridad, mi vida y mi muerte. Las cosas se salieron de control, ¿no?

Me quedé sin decir nada. Mi postura dominante perseveró hasta que mi frágil espíritu recayera. Sin contenerlo más, lo abracé entre sollozos. Sostuve su espalda y su cabeza con compasión, meciéndolo suavemente en silencio para apaciguar las convulsiones por las que estaba pasando. No pensaba dejarlo solo. No tenía el corazón para hacerlo después de todo por lo que pasamos juntos. Mi perdón no estaba en venta, pero mi frialdad tampoco.

El amor, después de todo, fue una droga... y terminó conmigo de la forma más desastrosa que me pude imaginar.

Cuando dejé de sentir su cuerpo moverse cerré los ojos con un profundo pesar y un vacío que no podía explicar. Pensé que verlo sufrir me haría sentir mejor después de todo lo que me hizo, pero no fue así. Hice justicia y, una vez más, perdí. Era a prueba de balas hasta que sangrara.

Dejé su cuerpo en el pavimento y cerré con cuidado sus ojos. Le di un beso en la frente de despedida y lo dejé ir por completo, hundiéndolo en el océano de un amor que nunca pudo ser y nunca nos llevó a ningún lado. Nuestros ideales fueron nuestra propia condena. Quizás Evangeline estaba en lo cierto: las mujeres como yo somos muy difíciles de amar.

Tras sobarme la cabeza, levantarme a arduas penas con un fuertísimo dolor en el cuerpo y vendarme el brazo con un pedazo de mi vestido de patinaje rasgado, caminé lejos de allí.

Y ahora estaba aquí, caminando sola a pasos torpes en estas calles pavimentadas de fantasías y con mis colores encerrados bajo llave. Solo me quedaba por hacer una cosa: saldar mi deuda con la vida misma.

Mi virogénesis regresó a la normalidad después del duelo con Lance. La nieve no paraba de caer. A mi herida le pasó lo mismo que a mi pierna. Esas hiedras subieron a mi costado y me cerraron la herida de alguna manera extraña, pero eso no quitaba que sintiese el daño causado. Estaría bien, pero no por mucho.

Solo faltaba una cosa por hacer. Una muerte más, o dos.

Mis instintos me guiaron por las calles, mi frente en alto mientras me engullía la culpa y el dolor de una perdida más, una muerte más. Tenía que arrancar mi problema de raíz, donde mi condena comenzó. En el vientre de mi madre, en el seno de un laboratorio cruel.

El rascacielos moderno de las empresas BS estaba cerca, podía sentirlo. Con cada segundo que caminaba sentía mis recuerdos volver a mí, mas vivos que nunca. No pude evitar notar la destrucción en las calles, el fuego rosa, los pedazos de espejo flotando por todos lados y esa sensación de falsedad. La bandera colgada del asta de algunos edificios ya no era la de la ciudad que conocía. Triángulo negro, franjas negras y blancas y una estrella. No, definitivamente no era la misma, pero esta no podía ser otra alucinación mía. Nueva Borink era difícil de imaginar tan siquiera porque superaba hasta la mente más trastornada.

Esto era real, por más surreal que se viera.

Veía a gente caminar como si nada por momentos cual fantasmas, viviendo sus vidas normalmente sin importarles el desmoronamiento de nuestra patria. La noche ya sabía mi nombre, pero sentía que había algo más... algo más grande que yo.

Sacudí mi cabeza y comencé a vagar con mis defensas en alto. Sin mi plumaje, me sentía más susceptible a cualquier amenaza. Con cada paso que daba, las luces de neón y las luces de los faroles cambiaban de color y reaccionaban a mis pasos. Todo se veía más tétrico y desolado. Sentía la presencia de mis progenitores, aunque no los tuviera cerca. Ellos tenían un hedor muy particular, un aroma a laboratorio y a familia. Debía encontrarlos.

Seguí andando, buscando alguna pista de su paradero o cualquier cosa que pudiera cubrirme del frío que empezaba a azotarme. Iba a empezar a nevar. No pasó mucho hasta que encontré una pequeña tienda de ropa con las ventanas rotas y el letrero desviado. Ladeé mi cabeza y miré a ambos lados, manteniéndome alerta mientras pasaba por ahí. «Fana», ¿pero quién en su vida le pondría ese nombre a una tienda de ropa?

Oh, claro. Mariand. Los inicios de una soñadora.

Solo era cuestión de tiempo para que terminara de frente a las puertas del rascacielos BS, el único sin llamas amenazando su estructura. Ni la boutique de Mariand se salvó del fuego, ¿y este edificio sí?

Pasé mis manos por mi cabello, tratando de formular un plan para llegar hacia el laboratorio sin ser detectada. Podía hacer esto por las buenas como decía mi cabeza, como Jíbaro diría, o podía hacerlas como Pagóni lo haría.

Pero yo era Scarlett. Yo podía hacer ambas.

Asentí y entré modestamente por la puerta giratoria, sacando mis garras por mera precaución. No podía confiar en nadie. Todo estaba apagado y oscuro, apenas veía con los pocos focos encendidos en reducidas áreas. Continué adentrándome a un paso lento, como un felino en busca de su presa, guiándome por los ruidos de máquinas y las luces que cambiaban de color cuando pasaba de lado. Algo no me gustaba de este edificio, pero debí suponerlo.

Pasé por cuadros medianos con distintos rostros parecidos y a la misma vez desconocidos para mi memoria, como si supiera de quiénes se trataban, pero jamás los quisiera volver a ver. Tal vez serían cosas mías, pero juraba que sus ojos seguían cada uno de mis movimientos.

Subí varios pisos, crucé largos pasillos, incluso encontré una habitación donde tenían ropa de laboratorio, ya saben, batas y trajes apretados de cuerpo completo con apariencia metálica, o algo así. Demasiado blanco para mi gusto. Me puse uno de los trajes blancos y me cubrí con una de las batas, queriendo pasar desapercibida. Los pies me dolían como mil agujas con cada paso, eso no me podía detener. No ahora cuando estaba tan cerca.

Terminé por varar a pasos del piso donde pensaba que estaba el laboratorio, o al menos donde yo recordaba. El piso más alto. Con solo dar unos cuantos pasos hacia adelante, me topé con un ejército de robots de apariencia deteriorada y la complexión de unas catrinas mexicanas. Llevaban coronas de flores de cempasúchil en sus cabezas y me apuntaban con metralletas futuristas. No tenía ni idea de la cantidad de tecnología humana en el mundo, esa era la especialidad de Elliot, pero esto... Mis padres podrán ser asquerosamente desquiciados, pero sabían lo que hacían.

Sonreí de lado y puse mis manos a mis lados con mis garras expuestas. Finalmente, algo emocionante... Juguemos un poco.

De las metralletas salieron láseres de azul eléctrico que irradiaban mucha calor incluso a una distancia considerable. Traté de evitarlas a toda costa, moviéndome lo más ágil que me permitían mis piernas. A medida que desviaba los disparos, atacaba a las catrinas sin ganas de doblegarme. Les clavaba mis garras en sus pecho abiertos e iluminados o las despedazaba yo misma, miembro a miembro. Aproveché el momento y tomé una de las metralletas para facilitarme quitármelas del camino, se estaban volviendo muy molestas para mi gusto. Algunas se movían como arañas intentando no ser atacadas, pero no les servía de mucho. Era una pena haber terminado con ellas de esa forma, su diseño no estaba tan mal a pesar de odiar a muerte tanta tecnología. Tal vez a Elliot le hubiera encantado tomar algunas muestras.

Aquella pelea duró menos de lo que esperaba. Fue un gran respiro que no terminara con más heridas, al menos no graves. Aún con la metralleta en manos, me quedé observando los montones de hojalata despedazados en el suelo. Una cabeza de las catrinas aún funcionaba a pesar de estar separada de su cuerpo, emulando algunas palabras trabadas y distorsionadas.

Ladeé mi cabeza, intrigada por lo que pudiera decir, tal vez alguna señal de estar cerca de encontrarme con Vanessa o Elmer, pero la catrina solo decía números al azar.

—Qué mucha mierda hablas... —murmuré con la respiración agitada para luego dispararle tres veces hasta que la catrina dejó de emular esos números.

Limpié un poco mi frente salpicada de sangre con mi antebrazo. Coloqué el arma de lado, la acerqué a mi pecho y retomé mi camino hacia el laboratorio, mirando con dificultad los pequeños letreros en las puertas con códigos y palabras rebuscadas. Cuando llegué al supuesto laboratorio, pateé la puerta e impuse mi presencia en la habitación, empuñando el arma con fuerza y estando atenta por si veía alguna señal de Vanessa y Elmer. De todas las áreas en el rascacielos, esta era la más iluminada. Unos himnos impíos empezaron a sonar desde un tocadiscos por sí solo, acompañados de música. Esa canción... Unholy Hymns de Bridge City Sinners. Habían unas cuantas computadoras encendidas y varios animales pequeños que se alejaban lo más que podían cuando me acercaba a sus jaulas. Estaba justo como la última vez.

Lo que me llamó la atención fue la botella gigante en una parte del mega laboratorio. Una versión idéntica de mí se encontraba allí con el cabello aún platinado, inconsciente y flotando entre la marea verdosa. Una sonrisa se formó en mis labios al ver a mi vieja yo, la Scarlett vulnerable e ingenua, satisfecha por ya haber mudado esa piel que tanto me hacía daño. Era una nueva rosa. Sin embargo, mi sonrisa se desvaneció cuando vi a otras personas en la misma condición, incluyendo a Mariand con una fea herida en el vientre.

¿Por qué ella estaba aquí?

—Mira nada más a quién tenemos aquí —Alguien habló a mis espaldas.

Velozmente, apunté con la metralleta hacia la dirección en que percibí la voz, dilatando mis pupilas.

» Debo admitir, por un instante pensé que crecerías para ser la puta del gobernador. Qué decepcionante.

—Oh, ¿me recuerdas? —dije embravecida. Vanessa ni se inmutó ante mi presencia, provocando que ladeara mi cabeza con desdén—. Tenemos asuntos pendientes.

—Nada que ver. Tienes que ser demasiado ingenua como para tan siquiera pensar que puedes hacer algo y detener lo que está en juego —dijo Vanessa como la calculadora mujer que era, la que tenía bien grabada en mi memoria—. En cuanto acabe contigo todo se solucionará y el plan se efectuará como se supone que lo hubiera hecho desde que cometí el error de tenerte. ¿Viste a mis nuevos robots? Claro que sí lo hiciste, basta con solo mirarte. Considéralo el aperitivo.

—De haber sabido sobre el plan, hubiese hecho las cosas de otra forma. Nunca me hubiese involucrado con... Nunca hubiese entregado mi corazón. Pude acabar con él, ahora lo haré con ustedes, empezando por ti —dije enseriada, acercando cada vez más la punta del arma en mis manos a su entrecejo, a lo que ella rió y pegó su frente con despreocupación.

—Por favor, Scarlett, no engañas a nadie. No tienes los ovarios, tú no eres de ese tipo.

—Te haré tragar tus palabras.

Ladeé la cabeza hacia el otro lado, mirando con el rabillo del ojo a mis espaldas, descubriendo a Elmer escondido en un rincón mientras me apuntaba con una pistola. Debí imaginar que me harían ese tipo de jugada.

Arrugué la nariz y cambié la dirección de la metralleta hacia la dirección del hombre que me engendró, disparándole varias veces con los dientes presionados, callando mis gritos. El señor Benítez cayó muerto y su cuerpo comenzó a corroerse en carne viva poco a poco. Me volteé hacia a Vanessa y ella ya estaba encima de mí, arrebatándome el arma de las manos sudorosas para quedar ahora en el suelo. Me jaló del cabello y me empujó contra la botella enorme de cristal, golpeando una de mis mejillas con sus nudillos.

—Tu padre siempre fue un jodido incompetente. ¡Si te hubiese matado en vez de permitir que los pendejos de tus abuelos te abandonaran en las calles yo me estuviera ahorraría esto!

Afilé desesperada mis garras, arañé su rostro y le di un rodillazo para apartarla de mí como una bestia luchando por no ser domada. Cuando la señora Steele se dignó a quitarse de encima, me deslicé por un lado y busqué atacarla de cualquier forma posible, pero ella desviaba todos mis golpes. Me detuvo cuando estuve a punto de golpear su rostro, haciéndome una llave para tirarme al suelo.

—Esta familia fue un accidente biológico, igual que todas las demás, pero tú... fuiste el peor accidente biológico en toda mi carrera. ¿Sabes lo que hacen los científicos cuando hay experimentos fallidos y su hipótesis no fue acertada? Descartar —replicó Vanessa mientras el tacón de su zapato pisaba mi mano, yendo cada vez más hondo. ¿Cómo es que sabía pelear siendo una puta científica? No podía entender.

Gruñí con los ojos llorosos, subiendo mis piernas para enroscarlas en su cintura y hacerla caer. Tenía que hacerla caer de un modo u otro. Al momento de tenderla en el suelo, me levanté y sacudí mi mano, soplándola ligeramente por el insoportable ardor contra mi piel. Antes de que ella pudiera atacarme puse mis puños arriba y bloqueé los demás golpes que ella me daba. Fui lo suficientemente rápida como para darle un golpe certero a su barbilla que terminó por hacerla retroceder y caer de espaldas al suelo. Ahí fue cuando mis lágrimas tóxicas comenzaron a liberarse como una flor brotando sus pétalos. Esta vez no me contuve como lo hice con Lance. Quería verdad y justicia por mi propia mano.

Me concentré y dejé que el veneno fluyera en Vanessa, manteniéndome inmóvil y neutral ante sus miradas penetrantes. En sus ojos pude ver que las lágrimas comenzaban a hacerle efecto. Sus pupilas se pusieron completamente azabaches mientras delgadas líneas negras se deslizaban por sus mejillas. La señora Steele formó rápidamente una mueca de dolor, dando bocanadas de aire y apoyando sus manos en su cabeza.

Ahora era mi turno de degustar su agonía, de sonreírle sin pena alguna. Caminé unos pasos y me hinqué a su lado, sin dejar de ver cada segundo de su tortura.

—Vas a sentir mucho dolor, parecido al día en el que me diste a luz. Sentirás violentos dolores de estómago, convulsiones y latidos desmesurados del corazón, si es que tienes uno —relaté igual de insensible que ella.

» Las toxinas entrarán por tu torrente sanguíneo, llegarán a tus canales de sodio y estos fluirán a través de tus nervios. Pero supongo que sabías eso, ¿no? Después de todo tú me envenenaste junto con mi padre. Considéralo el aperitivo.

Vanessa trató de hablar pero nada salía de su horrenda boca. Ya hasta se parecía a esa cabeza de catrina androide. Tapé mi boca para acallar una risa involuntaria, era risible solo verla retorcerse y luchando por mantenerse viva. Podía ver el miedo en sus ojos, ese terror al no poder controlar, pero sobre todo, no poder controlarme.

—Maldita.... Maldita bruja jíbara. Maldito el día en el que naciste y malditos todos los días de tu vida —titubeó.

Reí con la voz ronca al oírla, acariciando una de sus arrugadas mejillas para luego pasar suavemente mi garra, provocando un ligero y largo corte en su cachete. Aunque riera, sus palabras se hundieron en mi corazón, pero no podía mostrarme débil. Corazón de piedra, Scarlett, corazón fuerte.

—Pero tú, que sabes tanto de belleza y perfección. ¿Acaso hay algo más hermoso que el llanto de la noche? —pregunté apacible, irguiéndole para mirarla con aires de grandeza, como a un vil insecto—. El único veredicto de tu crueldad es la verdad. No dejaré que tu daño y el daño de las pesadillas que arrasan con esta ciudad pasen por alto.

» Seré una maldita bruja jíbara, madre, no te preocupes. Desde ahora las fuerzas del mentira y el mal no tendrán misericordia alguna bajo mi juicio. Ah, y descuida, no ores por mis pecados. Ocúpate de pagar por los tuyos en el infierno.

Me quedé viéndola en silencio después de eso. No podía dejar de ver cómo temblaba hasta que, en efecto, convulsionó y dejó de moverse. Había muerto. Ahora verdaderamente soy lo que Evangeline me dijo desde que me acogió en el burdel: una huérfana. Ya lo era desde que nací, solo que ahora podía confirmarlo con mis propios ojos.

No era como si me doliese haber matado a mis propios padres, después de todo lo merecían y era parte de la justicia verdadera, ¿no? Sin embargo, no sabía por qué sentía algo extraño en mi corazón. Si tan solo las cosas hubiesen sido diferentes, si tan solo ellos me hubiesen querido al menos un poco, ninguno de nosotros tuviese que bailar este tango. Tal vez en otro universo, en otra vida, en otro momento, pudiésemos tener lo que nunca obtuvimos. Quizás yo hubiese tenido unos padres amorosos y ellos hubiesen tenido a su arma perfecta.

No era momento para arrepentirse. No necesitaba orar por mis pecados si hice lo correcto.

Sequé mis lágrimas negras, alcé alta la barbilla y me abracé a mí misma, viendo atentamente el laboratorio. Era hora de finalizar con todo.

Busqué en todas las mesas cosas que me ayudaran a romper el cristal que mantenía cautiva a Mariand. No era prodigiosa como Elliot, pero algo se debió quedar en mi cabeza después de escucharlo parlotear sobre sus ideas locas. Esto era un laboratorio, ¿no? Debería haber algo que pudiese servir. Masajeé mis sienes con las yemas de mis dedos, tratando de pensar y repetirme qué haría yo si fuera Elliot. Así, di vueltas por las mesas hasta que me detuve al tener una idea, una brillante idea.

—Resiste, Mariand. Voy a sacarte de ahí.

Sin perder más tiempo pensando, corrí hacia Mariand con uno de los monitores del laboratorio en mano. Golpeé con todas mis ganas el cristal con el monitor, haciendo algunas grietas. Eso debería ser suficiente para dejar el cristal débil, o por lo menos un poco. Tiré el monitor de lado y le di un puño a las grietas, haciendo explotar el cristal y liberando el líquido que preservaba a Mariand.

Vi a Mariand y me agaché a su lado. Su pulso no me gustaba para nada, pero respiraba. Eso es bueno. La herida en su vientre se veía sana, pero su cuerpo estaba pálido y su cuello tenía marcas que no me gustaban para nada. Cualquier cosa que esos desgraciados le hicieron, no podía ser bueno. Estaba inconsciente, pero viva, y eso era lo más importante ahora.

—Tranquila, Mar. Vamos a salir de aquí —Le dije con un tono de seguridad, tratando de darme ánimos a mí misma.

La recosté en la esquina de la pared por un minuto para seguir con mi plan. Corrí a buscar cables eléctricos, un par de baterías de nueve voltios, un temporizador analógico, algo de pólvora negra, detonadores y un extintor de incendios. Por suerte, encontré el triple de lo que buscaba, por lo que empecé a armar los explosivos, teniendo cuidado con no efectuar un movimiento en falso. Mis manos estaban agitadas, pero traté de tener mi mente enfocada. Elliot hubiera hecho esto en solo segundos, pero él no estaba. Yo sí. Mariand me necesitaba.

Cuando tuve los explosivos listos, los ubiqué en tres lugares: al lado de la botella de cristal que tenía una versión de mi cautiva, en la entrada del laboratorio y sobre una de las computadoras principales.

Antes de detonarlas dejé caer todos los químicos coloridos de las mesas, tomando por último un mechero. Tomé un hondo respiro y conté los segundos que me quedaban tras ya haber activado las tres bombas. Saqué de las jaula a los conejos y dejé que escaparan. Los pobres no tenían la culpa de este caos. Tomé a Mariand entre mis brazos, aferrándola a mí y protegiéndola de cualquier amenaza. Ella era muy liviana, como una pluma. Se veía muy frágil sin su coraza tosca.

No me quedaba mucho tiempo. Corrí hacia la pared de vidrio y lo atravesé con mi cuerpo, saltando del edificio justo cuando los explosivos detonaron y la explosión me dio un violento impulso. Cerré mis ojos y esperé el inminente impacto, sujetando a Mariand contra mi pecho.

Sentí la caída contra un automóvil. Una tos me arrebató mi sangre y mi aliento en cuanto sentí el dolor apuñalarme ferozmente.

—Puñeta —gemí y lloriqueé, abriendo mis ojos y observando borroso.

Miré asustada a Mariand entre mis brazos, pero ella estaba bien, solo un poco magullada. Jadeé y sonreí ligeramente, acariciando su cabeza para apaciguar su respiración agitada.

—Ya, ya pasó... Ya pasó.

Suspiré satisfecha, mirando hacia el cielo. Con cada respiro mío expulsaba humo de mi boca. La nieve golpeaba mi rostro y daban una caricia a todos los golpes y heridas que quedaron después de todo el enfrentamiento.

Me levanté a arduas pena, cargando a Mariand de forma nupcial. Bajé de la capota del vehículo y caminé lejos hasta que mis piernas no aguantaron más. Ya llevaba un brazo roto, un labio ensangrentado, un ojo que abría con suerte y una pierna ya paralizada. Había cruzado mi límite hace mucho. La sensación de la fría y blanca nieve en mi cuerpo se sentía tan bien, como si estuviera en otro mundo distante. Entrecerré los ojos débilmente mientras veía a Mariand reposar a mi lado. Ya podía respirar tranquila, todo lo que me perturbaba se había ido. Todo había acabado. Perdiendo todo, incluso el control sobre mí, me conseguí a mí misma. No podía estar más feliz que esto.

Cerré mis ojos, ya no tenía más fuerzas. Esto fue todo lo que pude dar. ¿Fue suficiente? ¿Fui suficiente?

Esperé pacientemente mi final en ese silencio tan cándido, mas una voz llamaba mi nombre y el de Mariand, cada vez más cerca. Entreabrí mis ojos desanimada, viendo a Elliot corriendo hacia mí y echándose de rodillas a mi lado. Estaba herido, vestido igual de elegante como la última vez que lo vi en la fiesta, pero su ropa andaba sucia y malgastada. Se veía cansado, como si estuviese huyendo de algo o hubiese buscado a alguien por mucho tiempo. Una sonrisa se asomó por nuestros rostros al encontrarnos otra vez, después de todo este desastre.

—Volviste —balbuceé con un brillo en los ojos. No pude evitar la emoción al verlo otra vez. Ya había asimilado que lo había perdido, pero como siempre, él hacía lo que le daba la gana—. Pensé que estabas muerto.

—Está bien, tranquila, no te esfuerces demasiado. Te tengo —Lo oí murmurar entre sollozos que se formaban en su garganta. Nunca lo había visto llorar, o tan siquiera verlo vulnerable.

Me tomó de la nuca y me recostó en su regazo, la calidez de su mano pasando por mis mejillas era muy agradable. Como pude, levanté mi mano y apreté mis dientes para colocarla exitosamente junto a la suya.

—Se terminó. Pude hacerlo.

—¿Qué hiciste ahora, chica?

—Me encargué de ellos —Volví a mostrar mi sonrisa, mirando detrás de él la luna a lo alto del cielo que iniciaba a mostrar un mar de estrellas—. ¿Mariand está bien?

—Sí. Está inconsciente y algo débil, pero estará bien —dijo Elliot, dándole un vistazo a Mariand para luego soltar un suspiro aliviado—. Tuvieron suerte de salir vivas de esto.

—Yo no salí viva, Elliot. Yo morí con ellos, pero ahora nací otra vez.

Un par de lágrimas escaparon de mis cristalizados luceros, la voz se me entrecortaba y las fuerzas seguían disminuyendo.

» Perdón por no haber hecho las cosas bien a tiempo.

—Descuida, lo peor ha pasado —Elliot secó mis lágrimas con su pulgar mientras que su cuerpo se mantenía tenso—. Estarás bien, tú y Mariand estarán bien. Roderick y yo cuidaremos bien de ustedes. Ven, vamos a casa.

Hay momentos en nuestras vidas que nos definen y realmente marcan nuestro destino en el mañana. Cada uno tiene su propia verdad, cada uno tiene su propia sombra. Cada uno puede ser su propio héroe o villano, o los dos a la vez. Si algo aprendí, es que los límites matan.

Pagóni y yo hicimos una promesa, firmamos un pacto con sangre: Ni ella me perseguirá ni yo huiré de ella. Simplemente, algún día nos encontraremos otra vez, tarde o temprano. La vida podría ser una mierda, pero era mi vida.

La vida es difícil, pero también puede ser mejor. Tiene que, debe de.

La gente piensa que me conoce por solo ver mi cara o ver mis cicatrices. Creen que saben demasiado sobre todo, pero no saben nada. Ni yo lo sabía, pero ahora sí. Prefieren quedarse con la falsa percepción del poder controlar las cosas, pero a veces algunas cosas simplemente son difíciles de reprimir y esconder.

Como la verdad, por ejemplo, o las plumas de un pavo real.

Ha pasado un tiempo desde todos los eventos ocurridos en Nueva Borink y la muerte de Vanessa, Elmer y Lance. Con ayuda de Elliot y el mayordomo de Mariand, pude mejorarme de mi deplorable estado y sanar todas mis heridas físicas —incluyendo mis plumas, que se regeneraron lentamente—. Mis heridas mentales y emocionales las tenía que trabajar yo, aunque me tarde años en hacerlo. Donatella pudo conseguirme una psicóloga para poder ser una mejor versión para Mariand, quien se veía devastada con la muerte de Lance y saber que fui yo quien tuvo que tomar esa difícil decisión. Tal vez algún día me perdone.

Elliot y yo nos mudamos hace unas semanas a vivir con Mariand en Boüreikén, que a simple vista, era como vivir en Nueva York, pero yo sabía que habían muchas mentiras no reveladas, mentiras de las que yo debía encargarme. Después de todo tenía una competencia de patinaje a la que participar. Tal vez no sería tan malo vivir aquí después de todo.

El pasado ya lo he calcinado al fuego del recuerdo, pero como dicen, donde hubo fuego cenizas quedan. Trataría de enterrar mi vida anterior atrás; este era mi renacimiento en una nueva parte de la ciudad. No podía dejar Nueva Borink aunque quisiera. Sentía como si no debía dejarla, como si necesitaba seguir aquí para seguir existiendo. No iba a rendirme con esta ciudad.

Ahora me preparaba en el set para la presentación que tendría en unos minutos. Opté por vestirme con un lindo vestido negro y rojo de cuello largo y mangas largas con un escote en el pecho y la espalda. Llevaba mucho brillo porque sí, desde ahora iba a brillar. Me maquillé toda la cara con base y polvo para ocultar todas mis cicatrices a los demás, ellos no merecían conocerme de esa forma. Yo sabía lo que era, con eso era suficiente. Me puse delineador negro y pinté en mis párpados plumas negras y rojas de pavo real, extendiendo una hasta la sien.

Al ponerme el labial rojo escarlata en los labios recordé esa noche en el burdel. Sonreí un poco al rememorar, terminando de maquillarme para después ir a peinar mi cabello.

Una vez amarré mi cabellera caoba a un moño desarreglado, miré mi reflejo en el espejo por una última vez, quedándome seria y abrumada. Lo que vi ya no era yo, me había ido a un punto de no retorno. Parecía que en un parpadeo era una prostituta y ahora... alguien totalmente diferente. De prostituta a... a algo más. ¿Mejor o peor? Depende.

Los caminos de la vida son muy misteriosos, ¿verdad? Qué delicioso era el ardor en mi corazón, qué deleite me proporcionaba el dolor de la gloria y la belleza oscura.

Una vez escuché que nada bueno nacía de las mentiras. Mariand también decía que si la vida me daba limones, pidiera más limones o hiciera margarita. De buenas intenciones estaba hecho el camino hacia el infierno todo este tiempo. Gran parte de las personas que he conocido solo querían estar alto y pisotearme en el polvo, pero ya lo había perdido todo. Y no había nada más peligroso que una mujer que no tenía nada que perder. Estaba lista para lo que fuera. No me rendiría hasta acabar con la locura que quedaba. Roksana y sus secuaces seguían allá afuera. Mi trabajo aún no estaba completado. Para ellos, y para cualquiera que ose a desviar la justicia y la verdad, mi furia no flaqueará a la hora de su juicio. La muerte sería más dulce que mi toque cuando mi ira recayera en todos ellos.

Posé mi vista en mis ojos grises, esos ojos que vieron demasiado para ser expresado en novelas melodramáticas. Todo podría estar lleno de mentiras, pero los ojos son más puros que el agua más bendita. Nada ni nadie iban a escapar de mis ojos, los ojos de la justicia en la oscuridad. Fui una vez famosa por mi cuerpo, pero ahora sería infame por mis lágrimas fúnebres. Antes me hicieron llorar, y vaya que lo hicieron, pero mis lágrimas dejarían de ser de dolor para convertirse en símbolo de mi poder.

Con una animosa sonrisa me alejé del espejo, procediendo a colocarme los patines, amarrarme los cordones y colocar el seguro a la cuchilla de los patines para salir del set. Miré a la entrenadora Carillo, con el mismo atuendo y cara plácida de siempre, junto a Elliot esperándome afuera. Sabía que Roderick no iría a verme, mucho menos Mariand. Ella necesitaba su tiempo, no la quería presionar después de todo por lo que pasó.

Elliot me dio unas palmadas en el hombro y me sonrió, haciéndome imitar su gesto dulcemente. Sabía lo difícil que era para él ser cariñoso y expresar sus emociones, pero lo apreciaba justo como era y agradecía que estuviera aquí conmigo en este momento especial para mí. Tras escuchar desde la pista que era mi turno de patinar, Donatella nos hizo un ademán y yo empecé a caminar con ellos hacia allá.

Pudieron haberme roto el corazón, pude haber ganado una batalla y perdido en las demás guerras, pero aprendí una lección muy importante: no podía depender de absolutamente nadie ni esperar a que alguien me salvara de mis pecados. Ellos podrán haberme llenado con veneno y dolor, pero no contaron con que estaba bendecida con belleza e ira. Yo misma limpiaba mis lágrimas, curaba mis heridas y me levantaba para seguir andando, porque después de todo había que vivir hasta el final. Esta era la vida que elegí porque alguien en algún momento tendría que hacerlo. Tenía que ser cruel y desalmada para sobrevivir en este mundo. Aún así, el amor por las pocas personas que estaban conmigo jamás morirá. El amor era lo que me daba motivos para seguir en este mundo. Porque ese era el indomable espíritu humano, ¿no? Me levantaría por ellos y por mí misma.

Entré al estadio y abrí mis ojos de par en par al ver el montón de gente que había allí. Era demasiada. ¿Cómo podían haber tantas personas en el mundo? Tantos humanos... tan diferentes, tan llenos de vida. Miré a Elliot y a la entrenadora agarrando uno de mis brazos, tratando de contener la euforia del momento. Jamás pensé llegar hasta aquí.

—Gracias por estar aquí conmigo, no sé qué haría sin ustedes —confesé alegre, procediendo a levantar una de mis piernas para quitarme los seguros de las cuchillas y lanzarlos al suelo mientras mordía mi labio inferior en euforia.

—Recuerda clavar la cuchilla antes de saltar, impulsarte con fuerza y contar hasta tres. Da vueltas completas, controla tu velocidad y desenfoca la vista para no marearte —demandó Donatella mientras yo solo asentía a sus instrucciones—. Y una cosa más: cuida tu pierna. Todavía estás en recuperación, así que no hagas algún movimiento que te lastime.

—Lo tendré en mente —aseguré, estirando mis manos hacia los lados de las paredes que cubrían la pista de hielo.

—Solo relájate y respira hondo, lo harás excelente. Demuéstrales lo que sabes hacer. Y nada, adelante, morena explosiva —habló Elliot a mis espaldas, a lo que yo reí silenciosamente.

—Lo haré, solo espera —Volteé a verlo y le guiñé un ojo, sumergiéndome de una vez en el hielo con los brazos abiertos y una gratificante sonrisa.

Había muerto la niña asustadiza que corrió durante muchos años. Ahora daba paso a una mujer temeraria. Dejé de ser un cisne blanco para transformarme en un cisne negro. He mandado monstruos para asecharme en mis más profundas pesadillas, pero ya no más. Esos días acabaron. Ya no era esclava del temor. Ya no era más una avecilla, sino un glorioso pavo real.

El mundo ya tiene suficientes superhéroes en la fantasía y en la realidad. Nueva Borink no necesita un héroe, tampoco un villano, solo necesita una persona que tenga los pantalones bien puestos para mostrar la justicia y no ocultarla. Ahora que sé quién soy, las cartas del juego cambiarán y no se detendrán, pero yo tampoco estaba dispuesta a hacerlo. Hasta mis propios demonios temerían de mí. El mundo podía ser mi enemigo o mi amante, pero si prefería darme la espalda, entonces le apuñalaría diez veces por la espalda y pelearía hasta el final. La vida es una perra, y si yo tengo que ser una para mantenerme de pie entonces que así sea.

—Y con ustedes... Scarlett, la dama del hielo —dijo el presentador por el altavoz y el público comenzó a aplaudir y gritar mi nombre.

Los focos amarillentos me apuntaban y la emoción de la gente era casi igual a la mía. Coloqué mis manos en mi cintura y bajé la cabeza, dirigiéndome hasta mi posición para poner mi peso en una de mis piernas y extender una mano hacia el lado, esperando a que la música empezara.

Dios podrá perdonar, los humanos podrán perdonar y no olvidar, pero yo... Mejor corre, cariño, porque yo ni perdono ni olvido. Nada ni nadie podrán escapar de los ojos de la oscuridad; nadie ni nadie podrán interponerse ante las maravillas y la vesania.

Diez segundos después comenzó Jogi de Panjabi MC en honor a Mariand, la canción que había elegido cuando escuché a Mariand encerrada en su cuarto los primeros días en los que nos mudamos a su mansión.

Elevé mi brazo extendido y saqué mis garras, dando un suave giro y moviendo mis brazos suavemente cual alas de cisne. Lloré lágrimas negras, giré y ataqué a la pandilla de ladrones en el callejón con la cuchilla del patín y mis garras. Me puse en acción y derramando sangre en nombre de todo lo bueno.

—Y con ustedes... Pagóni, la doncella de la oscuridad —Me introduje con una sonrisa de oreja a oreja.

Sé que mi mente me matará en cualquier momento, pero no se la daré fácil. Yo soy y siempre seré el límite entre la noche y el día, la maldición de la cura; soy lo que el infierno ha levantado. Nada cambiará eso. De ahora en adelante nada ni nadie apagará la llama en mi corazón sin pelear, así que haré que el hielo arda hasta entonces.

Mañana será otro día. La libertad me esperaba ansiosa.

Algunos viven en oro y son una mierda por dentro, otros solo viven en mierda y conservan un corazón de oro. ¿Qué había sobre mí? Yo soñaba.

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F̵̢̱̱̩̯̣͚̰̤͎͍̉ͅ ̶̛͉̜̜̹̮̳̤̃͊̿̐I̷̗̅͛͆ ̵̮̦̫̰̦̳̂͆͌̾̾̅̓̾N̴̮̘̗̟̤̜̪̐͌

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