ೃೀ Capítulo 2 ೄྀ•.˚
El viento me empujaba directo a la nada. No tenía adónde ir, solo me mecía por las calles de la ciudad en la madrugada. Los tacones desgastados que llevaba resonaban por cada paso que daba. Mi vestido escarlata, pegado a mi complexión escuálida, se subía cada vez más al mínimo movimiento. Intentaba bajármelo lo más que podía, pero alcanzaba como máximo hasta la mitad de mis muslos. Era lo único que me dieron en el burdel para que cerrara la boca y fuera una buena chica. Las chicas buenas no abrían la boca, no discutían, no alzaban la voz. Tendría que aguantarme.
Nueva Borink era un sitio caótico hasta la médula en todo el sentido de la palabra. Incontables bolsas de basura arropaban las aceras, una constante peste putrefacta a tabaco y alcohol se olía a cada esquina. Los delitos eran cosa de todos los días, la ley junto con el orden se tomaban extensas vacaciones. La infame ciudad del pecado del nuevo futuro, donde todos jugaban a ser Dios, se humedecía en neón casi todos los días.
Aún y con toda esa supuesta libertad, ese capricho no se me era permitido. Todo se basaba en acatar y callar, no iba más allá de eso. ¿Qué había con lo que yo quería? No, jamás lo conseguiría.
Seguí mi caminar. Las luces pintorescas de los rascacielos, luces de tránsito, faroles alumbrados en magenta y los vehículos pasando me abrumaban, mi cabello ondulado se movía al compás de la brisa. Llegué a un quiosco y tomé algunas cosas para subsistirme lo que quedaba del mes de noviembre. Golosinas, patatas fritas, leche, huevos, algo de pan, mermelada y un paquete de toallas higiénicas. Se me había antojado un pastel, hasta mi estómago gruñó ante la tentación, mas no cedí a mis propios deseos al recordar que con el poco dinero que tenía debía mantenerme una semana más. Nada de lujos, solo lo esencial y lo más barato.
Fui a la fila para pagar, la cual no era tan larga como otras veces. Miré a los lados y me hundí en un pesado suspiro en lo que esperaba mi turno. Estaba tan exhausta, tanto mi cuerpo como mi mente. Una vez pagué salí de allí con dos bolsas en las manos. Di dos pasos al exterior y una fuerte llovizna azotó el cielo matizado en azules y morados.
Magnífico...
Regresé a caminar rumbo a la que se suponía que fuera mi hogar: un humilde apartamento. Por fortuna, no me quedaba tan lejos, solo unas cuadras más y ya estaba en casa. A medida que avanzaba sentía las miradas críticas y amenazadoras de la gente que pasaba cerca. Algunas madres que andaban con sus hijos les tapaban sus ojos y los alejaban de mí como si tuviese lepra o algo. Los hombres, en cambio, me lanzaban asquerosos «piropos» y me lanzaban propuestas indecorosas. Sabía muy bien lo que pensaban de mí y tenían razón. ¿Y qué más opción tenía una chica con la vida que yo tengo a mitad de la noche con el peligro a cada esquina? Rezar por vivir o morir.
—Si ojos tienen que no me vean; si
manos tienen que no me agarren. No permitas que me sorprendan por la espalda; no permitas que mi muerte sea violenta; no permitas que mi sangre se derrame. Tú que todo lo conoces, sabes de mis pecados, pero también sabes
de mi fe. No me desampares. Amén.
Me perdí en mis oraciones y pensamientos hasta que inicié a recorrer el mar en el que he estado bailando desde que tenía memoria. Era imposible no hacerlo. Definitivamente esta noche no fue la mejor.
«¿Quién soy?»
Tal vez esa sea de mis preguntas más recurrentes y estaba segura de que no era la única atolondrada que pensara lo mismo. Realmente no conocía muchas cosas ni sabía lo que vivía, solamente existía. Tampoco sabía para qué me encontraba aquí, no importaba ni tenía algún valor. ¿Se suponía que tuviera valor o propósito? Si era así, ¿cuál? ¿Seré una ramera por toda mi vida o había algo más allá de mis ojos? Me estremecía quedarme con la idea de tener que soportar esta tortura perpetua hasta el día de mi muerte.
¿Quién soy...? Podría ser cualquiera, ¿o no era nadie?
Me quedé tan embarcada en mi propia cabeza que no me percaté de un atrevido que me había dado una nalgada. Me exasperé de inmediato. Me volteé hacia el hombre detrás de mí acompañado de otros dos adultos jóvenes, riéndose pícaros como si hubiesen hecho un logro monumental.
—¡Hijos de puta! —exclamé.
En frustración y enojo, me apresuré a bajar mi vestido, lo más que me permitiera, pero terminé rompiéndolo de manera que ahora me llegaba por encima de los muslos. Pude oír las estúpidas risas del trío, burlándose de mí. Uno de ellos me arrebató las bolsas de mis manos y me obligó a ir en una persecución tras estos sinvergüenzas.
—¡Devuelvan eso! —exigí mientras corría, lo que se me hacía arduo teniendo estos tacones encima.
Las risotadas se volvieron más fuertes y cada vez corrían más rápido. Crucé varias calles, casi me atropellaban si no me quitaba de encima. Acabé en un mugriento callejón, allí uno de mis tacones se rompió y caí de cara a un bache de agua. Puse mis manos hacia adelante para amortiguar la caída, estas acabaron con raspones que me ardían horrible. Mis rodillas corrieron con la misma suerte.
Irritada, me quité los zapatos, me limpié la cara y me levanté para ver hacia el otro lado del callejón por si podía atraparlos. Los perdí de vista y allí fue cuando maldije a los cuatro vientos, dejando que la lluvia me mojara por completo. Miré hacia los lados ansiosa y nadie estaba cerca, solo una que otra rata por los basureros. Justo iba a rendirme e irme a casa. Antes de dar un paso, alguien me agarró de la cintura y me jaló hacia atrás.
Traté de gritar, pero quien fuera que me tomó abrió mi boca con brusquedad para adentrar en ella un líquido que desconocía. Por el detestable y ácido sabor supuse que era alcohol, aunque no estaba muy segura. Lo que fuera que me obligaban a tomar, tenía un sabor agrio a mi paladar. Primero lo escupí y di muchas arcadas, pero mi cabellera fue jalada del cuero cabelludo, forzándome a digerir cada gota. Me sentía débil, tensa, mis palabras se tornaron mudas, mi cuerpo no reaccionaba.
—¡Pero miren qué hermosa muñeca tenemos aquí! Con ese trajecito da ganas de comerte entera, bombón —canturreó una voz hostil cerca de mi cuello entre besos y lamidas descaradas.
Abrí mis ojos atemorizada y encaré a los tres ladrones.
—Te ves muy angustiada. Relájate, la vas a pasar de lo mejor —susurró el que estaba tras mío.
El estruendo de una botella de vidrio romperse me hizo temblar, siendo cómo mis piernas se tornaron gelatina al ser acorralada contra el cuerpo robusto de quien me sostenía del pelo. Uno que estaba frente a mí me veía deseoso, causándome puro repudio de solo verlo. Una mirada desagradable y asquerosa, tal y como la de los clientes en la cama. Con su pulgar acariciaba mis labios resecos, adentrando su pulgar en mi boca.
Quería llorar, realmente quería, pero mis ojos ardían como fuertes llamas que no dejaban salir nada. Sudaba frío y jadeaba por las obras de estos desagradables varones, escapándose uno que otro gemido involuntario. Mis mejillas ardían al punto que me era insoportable.
—Por favor, no... —Intenté hablar, pero mi voz salía trémula. Tragué grueso y miré suplicante a uno de ellos—. Por favor, no me hagan esto. No otra vez. Solo quiero ir a casa.
—Deja de provocarnos que nos prendes más, preciosa. Es tu culpa por haber nacido tan hermosa.
Quien puso su dedo en mi boca empezó a juguetear con mi lengua y se hundía más en mi garganta. Alcanzaron a quitarme el vestido, procediendo a manosearme los senos y a saber qué otras cosas. No quería verlo, así que cerré mis ojos, fruncí mis facciones y rechiné los dientes. Más caricias, más besos, más fricción, más dolor, más sufrimiento e impotencia. Esta sensación era desesperante. Me cazaban con éxito y yo no podía defenderme. El hecho de que fuera una prostituta no significaba que cualquiera me violara cuándo y cuánto quisiera. ¡Tenía derechos! ¡Era una persona, carajo, una persona!
Mis plumas se desplegaron súbitamente y logré zafarme del agarre del muchacho a mis espaldas. Abrí mis ojos impactada luego de admirar el terror en los semblantes de mis acosadores. No osaba a decir ni una palabra, tenía mucho miedo.
—¿¡Qué carajos...?!
—¿Qué putas eres?
—¡Es un fenómeno! ¡Es un maldito fenómeno!
Aquel decreto fue el que impulsó al trío a tirarme al pavimento y golpearme. Pasé de ser una puta a una sabandija en cuestión de segundos, qué risible. Múltiples golpes chocaban con mi piel con severidad. Iban desde puños en mi cara hasta patadas en mi estómago. Incluso recibí azotes sin cesar con un palo de madera. Sus amenazas de muerte e insultos me dieron pavor, temiendo mi destino en sus manos. ¿Me agredirán hasta matarme? ¿Qué harían conmigo?
Si este era mi final, que fuera rápido.
Cerré mis ojos de nuevo, hice bolita y llevé las rodillas al pecho. Respiraba poco, gritaba adolorida en busca de auxilio y mordía mi lengua para aguantar el dolor de mis plumas siendo arrancadas. No podía más con este abuso, sentía como si una fuerza en mi interior estuviera exigiendo salir, como si por mis venas corrieran hormigas bravas.
Desperté y me hallaba patinando sobre una gélida pista de hielo, deslizándome por todo un sombrío escenario con ayuda de unas filosas cuchillas adheridas a pulcros patines blancos. Una luz blanquecina me seguía a medida que me movía. Todavía sentía dolor por todo mi cuerpo, pero de alguna forma el dolor me fortalecía. Mis piernas se impulsaban a dar saltos y giros ocasionales, muy parecido a una mariposa surcar por los aires. Mis movimientos eran agraciados, ágiles, justo como el tango danzado en aquel gran palacio.
Retomaba la libertad y era maravilloso sin duda. En mi apartamento me encantaba ver competencias de patinaje artístico y en una ocasión fui a una pista cerca de la plaza para ver entrenar a las mejores patinadoras de la ciudad. Mi sueño desde niña siempre había sido ser la mejor patinadora artística del mundo, pero para el mundo solo era una renegada con un hermoso sueño.
Una fascinante y poderosa armonía se formaba dentro de mí, una canción que solo yo podía escuchar. Un tango... ¿Otra vez? Ahí me percaté de una chica idéntica a mí que danzaba a mi lado; sin embargo, esa extraña no era yo. Vestía de elegante negro y mucha brillantina, contrario al color níveo y vestimenta acatada que yo ocupaba. Sus ojos eran ébano, vacíos y sin pupilas, hipnóticos como dos perlas negras. Emanaba lágrimas azabaches que manchaban todo su cuerpo delicado y cargaba con pequeños diamantes literalmente adheridos a sus brazos, clavículas y cuello.
En un sutil movimiento nos acercamos una a la otra y nos deslizábamos en círculos mientras examinábamos nuestro posible reflejo. Sospechaba que teníamos una especie de vínculo, sentía una corazonada. Blanco con negro, belleza y dolor, luz y oscuridad...
—Scarlett —Me llamó su voz seductora con suma exquisitez, tanta que perturbaba.
Tomó mi cabeza con rudeza y me zarandeó, empujándome con levedad y guiándome por toda la pista en el camino y la manera que ella codiciaba. Cuando mis patines se cruzaron entre sí y casi vi mi caída predestinada, mi doppelgänger me sostuvo y me apegó a ella, manteniendo encendido el tango congelado.
» ¡Primor, mi dulce rosa negra, nunca debiste vender tu alma a la noche! ¡Por tus ambiciones lo perderás todo!
Una descarga eléctrica se deslizó por toda mi espina dorsal con esas palabras. Creía que estaba molesta conmigo, alegándome y cuestionándome cosas que no comprendía con exactitud. La tenue luz blanca que nos alumbraba se tornó roja e intermitente después de que ella voceara como un auténtico pavo real, uno bastante agresivo. Agarró mis brazos con fuerza y los estiró a los lados, girándome para quedar a sus espaldas. Una vez así, me apegó más a su agraciado cuerpo, sujetando mis caderas y elevándome al aire.
Poco a poco sentía cómo el dolor se decaída, cómo mis pesares fluían cual agua sobre la roca. No entendía nada, sumergida en un remolino de confusión del que era víctima. Un maremoto de intensas emociones me azotó desprevenida y creó caos en mis entrañas. Sentía que el mundo se venía abajo, como si todos los colores fueran arrebatados de la faz de la Tierra.
¿Por qué me pasaba esto?¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué se escuchaba muy alta la voz en mi cabeza?
Me puse soporífera. No tenía consciencia de mi entorno, solo estaba allí, entre una espiral que me envolvía a esa luminiscencia rubí. De mis ojos desbordaban diminutos diamantes negros mezclados con sangre. Recorría mis sienes, mis mejillas y terminaba en el suelo. Mi doble se detuvo y pude apreciar como surgía una oleada de aplausos y ovaciones pese a no divisar algún espectador.
Honestamente, por un momento alcancé a saborear el néctar de la gloria.
Di un parpadeo y vi de sopetón tres cadáveres tumbados en el asfalto humedecido en lluvia y una sustancia oscura. Lágrimas negras salían de sus ojos, sus venas abiertas, sus narices dislocadas y sus labios partidos. Sus cuellos estaban degollados con una fuente de sangre desbordándose de sus cuerpos sin vida. Eran los mismos que intentaron violarme, los mismos que me apalearon.
Un chillido aterrado escapó de mi boca a la vez que intenté alejarme por a lo cruda escena. Un punzante dolor se apoderó de mi cuerpo y jadeé en busca de aliento. Sostuve mi vientre en pleno malestar y observé el charco de líquido negruzco debajo de los cuerpos de esos hombres.
¿Qué ocurrió?
Bajé mi mirada y me llené de horror. Debajo de mí también había de ese líquido negro en grandes cantidades, en mis brazos abundaban manchas de vino y cuervo. Mis ojos se abrieron de par en par, poniéndome de pie en busca de respuestas a lo acontecido. Formé una mueca al tambalearme una vez mis dos pies tocaron el suelo, claramente no podía estar firme ni por mí misma.
Busqué un espejo por todo el extenso callejón hasta que encontré uno entre las bolsas plásticas de basura. Me acerqué al mediano y roto espejo y lo que vi fue inenarrable. Mis pupilas estaban negras seguidas de espesas y delgadas lágrimas, iguales a las de esos tres hombres. Mis venas se oscurecieron y los colores de mi plumaje relucían con tonos más potentes, llegando a ser cansino a mi vista. Posé mis manos manchadas en mi boca y empecé a sollozar por lo que contemplaba. Esta no era yo, esta no era yo...
¿Qué hice? ¿Qué hice? ¿¡Qué demonios hice?!
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