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ೃೀ Capítulo 19 ೄྀ•.˚

Después de mucho tiempo trabajando juntos en una resistencia de revolucionarios problemáticos, oficialmente era pareja del hombre más maravilloso de Nueva Borink.

Tres meses de nuestra declaración y viviendo juntos en mi apartamento podía asegurar con certeza de que Lance me completaba en todos los sentidos al igual que yo lo completaba a él. A veces no le gustaba que lo tocara y evitaba de vez en cuando los besos y abrazos, así que respetaba mucho su espacio personal sin ser intrusiva. No obstante, al dormir nos abrazábamos compartiendo la sábana. Ambos podíamos expresar nuestro amor por el otro de muchas formas. Podría faltarnos algo de dinero o tener días difíciles donde queríamos tirar todo por la borda, pero estaba segurísima que nuestro amor y nuestra visión por una mejor ciudad era más fuerte.

Lance iba a almorzar todas las tardes al negocio de Murakami para visitarme en el trabajo. La mayoría de las veces me obsequiaba alguna flor que encontraba de camino y me dedicaba una canción en la radio cuando el clima o el tiempo nos querían separar. Una vez a la semana teníamos un día para nosotros, aunque fuera para cenar juntos o ver una película. Era un deleite escucharlo hablar de cómo fue su día o cómo aprendió a hacer otra técnica nueva de origami. Por cierto, no sabía lo mucho que le gustaba reciclar. Era muy tierno cuando me enseñaba a dividir la basura y todo eso. Me costaba llevarlo a cabo, pero daba mi mejor esfuerzo.

Yo no me quedaba atrás. A veces, y hasta me apena decirlo, me escapaba del trabajo para ir a Paradise Bul y entregarle un bocadillo que le preparaba especialmente para él. Usualmente por el ajetreo en la cocina le reservaba un trozo de pastel de dulce de leche, pero su favorito era el vada pav, un panecillo de hamburguesa relleno de patata especiada. A mí no me gustaba mucho a decir verdad, pero me fascinaba ver el brillo en sus ojos cuando comía aquel sándwich. Oh, y casi siempre intentaba dejarle un mensaje bonito en un origami mal hecho que intentaba hacer en mi hora libre. No eran perfectos, pero los hacía con mucho amor. Por la noche, y si quería, le daba un masaje para que se relajara mientras escuchábamos música.

Pero no todo podía ser tan bonito como sonaba. Lance la pasaba muy mal, aunque quisiera demostrarme lo contrario.

El ambiente borinkeno estaba más tenso que nunca. Se levantaron varias protestas de gente en el Distrito Central de Nueva Borink contra los ricos en Boüreikén. Según las noticias en la tele no pintaba nada bien. Habían varios heridos por los enfrentamientos con la policía y anoche uno de ellos golpeó a una mujer embarazada. Todo un horror. También la inflación y el clima están más volátiles, se rumoraba que vendría un huracán fuerte. Eso nos tenía preocupados, en especial cuando faltaba poco para que dieran de alta a Suri.

Lance tenía el trabajo de informar a las personas en la radio y ser un faro de esperanza en medio de la incertidumbre, lo que desgastaba su energía jovial. Tenía miles de motivos para estar así, eran tiempos difíciles para todos.

Hoy era uno de esos días en los que Lance llegaba a Synthwave & Chill a comer. Mientras él llegaba, yo debía seguir trabajando añorando su pronta llegada. El tiempo iba demasiado lento el día de hoy, tal vez sea por la próxima lluvia a azotarnos. Otra vez.

Por ahora me encontraba limpiando los suelos de la cafetería con un trapeador y un balde con agua enjabonada. Le coloqué aroma de lavanda para que todo oliera agradable. No recurrían muchos clientes después de toda esta situación en la ciudad, pero el ambiente seguía igual de tranquilo a pesar de las noticias de la televisión en la pared que querían apagar mis ánimos.

En eso, llegó una pareja de ancianos. Los dos eran de tez oscura y parecían quererse mucho por cómo se trataban recién entrando a la cafetería. Qué adorables, especialmente la señora ante la caballerosidad de su pareja cuando tomaron. Me gustaría que lo mío con Lance durara tanto que nos viéramos así a pesar del paso del tiempo en nuestras pieles. Me pondré sentimental si sigo pensando en cursilerías.

—Scarlett-san, concéntrate y atiende, por favor —exclamó mi jefe desde la cocina.

—Ya voy, señor Murakami.

Antes de dejar de trapear para atender a los dos ancianos un cliente salió del baño y pasó cerca de mí. Demasiado cerca. Tan así que el descarado fue capaz de agarrar mis caderas por un segundo. Creyó que fui tan tonta en no darme cuenta, maldito desgraciado. Para colmo se acercó a mi oreja para decirme «con permiso» de la forma más vomitiva posible y seguir campante su camino. No era la primera vez que algún hombre o mujer se sobrepasaban conmigo con acercamientos y piropos de ese tipo. Claro, no era de todos los días, pero cada vez que pasaba detonaba en mí esas experiencias del burdel que buscaba enterrar en el centro de la Tierra. ¿Tan difícil es dejarme trabajar a gusto? Tampoco quería molestar a Murakami con eso, él desconocía sobre mi pasado y si lo supiera me despediría. Era un hombre anticuado.

Sacudí mi cabeza de un lado a otro y me moví hacia la dirección donde estaban sentados aquel par, no sin antes dejar el trapeador y la cubeta en una esquina para que no estorbara. De los bolsillos de mi delantal agarré un trapo húmedo y comencé a limpiar la mesa, saludando cordialmente a los mayores.

—¿Qué tal? Buenas tardes. Soy Scarlett y seré su mesera el día de hoy. ¿Qué les puedo servir en este maravilloso día? —dije haciendo ademanes educados con mis manos y sonriendo como de costumbre aunque por dentro deseara gritar en un callejón y romper algo, cualquier cosa.

—Hola. Sí, sería una malteada, un café negro, unas donas glaseadas y un sándwich de jamón con queso —habló el hombre.

—Perfecto, pronto estará su pedido.

Fui a darle el pedido a Murakami en la cocina. Al regresar, se suponía que esperaría que tuviera un receso por la baja tasa de clientes de hoy, pero la anciana sacudió su mano de un lado a otro haciendo sonar sus pulseras de perlas. Bueno, por lo menos no chasqueaba los dedos como otros. Sin más me acerqué a la mesa con cierta curiosidad.

—Oiga, joven, ¿no eres la misma que patinó hace poco? —preguntó la anciana gordinflona y aretes de zafiro.

—Lolita, no le preguntes eso a la chica, por Dios —intervino el señor con bifocales y audiófonos.

—No se preocupe, caballero. Sí, soy yo. ¿Por qué la pregunta?

—Solo quería confirmarlo. Ay, te ves tan adorable. Te pareces a mi nieta —exclamó la señora con una sonrisa—. Felicidades por tu competencia. Eres una sensación en la ciudad, ¿sabías? Parece que esa tal entrenadora te entrenó bien, pero mira cuán flaca estás. Deberías comer más de vez en cuando, ¿no, Eugenio?

—Sí, cariño, pero no sigas distrayéndola y déjala en paz. ¿No ves que está ocupada?

—Descuiden. Me gusta conversar, no hay tantos clientes y soy ágil. Además, eso hará su espera y la mía más amena, ¿no les parece? —respondí animosa. Realmente sí estaba ocupada, pero se me hacía lindo hablar con ellos.

La señora parecía estar maravillada con la propuesta, aunque el señor no tanto. Sin embargo, este al ver la alegría de su mujer se le contagió una sonrisa al igual que a mí. La sonrisa de esa señora me recordaba mucho a la de Suri.

—Eres tan buena niña, todo lo contrario a lo que dijo ese comentarista.

—¿Cómo es eso, señora? ¿Qué dijeron?

—¿No te enteraste? Un comentarista de patinaje te llamó zorra tropical mientras participabas.

—¿En serio? —fruncí los labios y me abracé a mí misma. ¿Por qué Lance no me dijo nada de eso? ¿Por qué nadie me lo dijo? Tal vez a mis ojos esté progresando, pero tal parece que al resto del mundo solo me verán como una mera prostituta.

—No te desanimes, no todos piensan así de ti. Si con esa carita tierna que tienes no se te puede decir nada más que cosas bonitas.

—Eres muy simpática, señora Lolita. Gracias.

—Tus brazos están temblando, chica. Trata de relajarte.

Bajé la mirada y traté de relajar mis brazos sosteniéndome de la mesa. No podía perder la educación ni mi porte como mesera, no podía verme frágil.

—Lo siento, señor. No han sido días fáciles.

—Para nadie es fácil lo que está pasando. ¿Sabes? Sería una lástima que se perdiera de la gran fiesta. Eres talentosa y joven, tal vez eso te anime y te de a conocer a gente importante —dijo Eugenio.

—¿Qué dice? —inquirí mirando discretamente por las ventanas a ver si Lance llegaba en cualquier momento.

—Ay, querida. Estás más perdida que un jíbaro en metrópoli —rio Lolita. Jíbaro... ¿de acuerdo?—. En unos días habrá una gran celebración, es de las más importantes en toda Nueva Borink. Las empresas BS cumplirán su cuadragésimo aniversario y van a recaudar fondos por la situación actual con la participación de personas importantes.

—Oh sí, como esa ruidosa diseñadora, esos gemelos músicos y esa increíble bailarina de bomba. El señor Benítez y la señora Steele desean que todo aquel talento de la ciudad vaya para alegrar estos tiempos difíciles, eso te incluye a ti. De seguro debes haber recibido la invitación esta semana —dijo Lolita.

Mi corazón se detuvo y mi cuerpo se frisó al escuchar el nombre de esa empresa. Benítez, Steele... he escuchado esos nombres antes. Mi estómago se comenzó a revolcar solo, mi cabeza se sentía nublada. Sin ninguna razón me entró una sensación de pánico y enojo que me costaba disimularla. ¿Por qué?

—Oh no, ¿dije algo malo? —Lolita miró a los lados preocupada.

—¿Me pueden decir más sobre esa empresa? —pregunté tratando de no endurecer mi semblante o que al menos no les respondiera de mala manera. Mis emociones querían dominarme y eso era lo que me aterraba.

—¡Claro! —exclamó Eugenio con actitud amigable—. Elmer Benítez y Vanessa Steele son dueños de una de las empresas más importantes de aquí, si no es que la más importante. Básicamente dan servicios de biotecnología y neuroingeniería a favor del futuro de la ciudad y ya sabes, esas cosas científicas tan confusas. Dicen que su trabajo es excepcional. Es cuestión de tiempo para que les den algún premio.

—Elmer es nuestro hijo, por cierto. Está hecho todo un campeón. Iba a dejarle la empresa a nuestra nieta, Arlet, pero la pobre murió hace quince años. Verte a ti me recuerda mucho a ella, mi pequeña muchacha tenía la misma mirada que tú, llena de esperanza y amor. Incluso tienen casi el mismo nombre —mencionó Lolita sonriéndome tras tomar mi mano—. Me hace feliz poder volver a ver a esa niña a través de ti, querida. No sabes lo mucho que significa esto para mí.

Solo bastó con escuchar más sobre esos dos nombres para que un fuerte mareo y dolor de cabeza me atacaran. Miles de recuerdos se clavaron en mi cabeza al mismo tiempo con una fuerza igual a la de una ola que me golpeaba una y otra vez. Las pesadillas retorcidas, las caras de las personas en el laboratorio, mi infancia perdida. Todo tan claro en solo segundos, pero tan rápido y ruidoso que no me dejaba asimilarlo.

Me alejé de la pareja y miré a todos lados sin saber que hacer. Los latidos de mi corazón iban muy rápido y mi respiración volvía a fallarme. Mi cabeza daba muchas vueltas y no iba a ningún lado. Estaba muy perdida.

—Joven, ¿se encuentra bien?

—¿Qué te pasa, querida?

Te lo dije.

Las voces las oía como un eco. Ni siquiera podía distinguir una voz de otra, de cuáles eran reales y cuáles no.

Mis pupilas se dilataron y más recuerdos vinieron a mi mente. Gritos, llanto, sangre, corrupción. Dos figuras a las que mi yo de la infancia llamaba «padres» golpeándome e inyectándome cosas, mi «madre» tirándome al suelo, mi «padre» dándome electrochoques junto a otros científicos en bata, ambos de ellos encerrándome en una habitación oscura... No paraban las escenas donde me amarraban a una silla y arrancaban mis plumas, donde me daban latigazos estando desnuda, donde me raparon el cabello, donde me hacían múltiples cortes por todo el cuerpo con varios utensilios, donde me encadenaban y me mojaban con agua hirviendo y me encerraban en una nevera. Más gritos, más lágrimas, más dolor... Todo con un nombre que ni siquiera sabía que era mío.

¡Esto me está matando! Mi cabeza... ¿Por qué?

Sentía una fuerte presión en el pecho y náuseas. Todo en lo que creí que era mi vida no era real. Todo lo que creí que era yo solo era mentira. Ni siquiera mi nombre era real.

Mientras seguía en un laberinto que no tenía idea que llegaría a descubrir, sentí a alguien acercarse a mí a toda prisa. Pensé que sería alguien que me ayudaría en el estado tan perdido en el que estaba, casi al borde del desmayo, pero la vida me volvía a despertar. El mismo hombre que me molestó hace un rato me había dado un empujón que me hizo chocar con una de las mesas. No volví a ver a los dos ancianos.

—¿¡Dónde está mi comida, perra!? ¡Llevo rato esperando y no haces nada!

Entonces fue cuando mis sentidos me gritaron que reaccionara. Mi mente estaba todavía girando, mis ojos solo veían rojo, mis latidos se sincronizaron en una voz que gritaba que le diera su merecido a ese maldito. Quería desquitarme con cualquier cosa que se me topara y él fue el suertudo que colmó mi control sobre mí misma.

Miré fijamente al hombre, tomé una de las sillas y lo comencé a golpear con ella mientras expulsaba toda mi rabia y frustración con mi cabeza por medio de gritos. Una y otra vez él se lamentaba y pedía piedad, pero yo ya no lo escuchaba. Defenderse no le serviría de nada. Para mí cada estocada con la silla pasaba a la velocidad de un rayo, pero muy dentro disfrutaba cada maldito segundo. Mi alma la sentía viva aunque todavía no me salía de la cabeza toda los déjà vu.

—¡CÓMEME AHORA, PUÑETA! ¡VAMOS, JODIDO CABRÓN! ¿¡AHORA SOY UNA BUENA PUTA, AH!?

A este punto solo bramaba palabras a la par que le daba incontables patadas sin medir mi fuerza y le tiraba platos sucios de comida que veía cerca.

La letra con sangre entra, o eso es lo que dicen. Después de todo se suponía que yo conociera eso de antemano.

—No puedo creer que Satoshi haya sido capaz de hacerte algo así, cariño —habló Lance totalmente indignado—. ¿Cómo pudo haberte despedido sin más, después de los sacrificios que has hecho por él?

—Le fallé y lo dejé en ridículo con ese pleito, Lance. La cagué de la peor forma, todo por esa epifanía que no sé si sea cierta. Lo siento mucho —junté mis manos y oculté mi rostro en ellas.

—Descuida, mi alma. Lo solucionaremos juntos, encontraremos la forma de avanzar.

Lance colocó su mano en mi brazo y lo sostuvo con el cariño y la fuerza suficiente para reconfortarme, pero seguía sintiéndome insuficiente. Después de lo acontecido en la cafetería, del despido y todo eso, Lance me llevó a Paradise Bul para que no estuviera sola y conversáramos sobre lo qué pasó. Sus compañeros de trabajo le estaban haciendo un favor cubriéndolo en la radio mientras nosotros hablábamos sentados encima de un escritorio vacío dentro del estudio donde Lance hacía su trabajo. Sin embargo, eso no me dejaba tranquila. Nada de lo que estaba pasando me tenía tranquila. Ni siquiera le cayó bien a Lance la comida que le reservé.

Estos tiempos iban demasiado rápidos que no me dejaban respirar.

Desde niña todo lo que he sabido es más que trabajar. No tenía estudios en una escuela como tal, no tenía una belleza increíble o un talento que me haga resaltar. No era una prodigio en nada más que en la prostitución. ¿Qué se suponía que era si no tenía un trabajo? ¿Quién en el mundo podría ser yo ahora que no podía producir algo para ayudar a mi novio y a mi niña? ¿Justo ahora tenía que hacer una rabieta?

—¿Cómo te va a ti, intrépido? —dije mirándolo a los ojos—. Y, por favor, dime la verdad. No te guardes la carga para ti mismo.

Lance me miró, dio un profundo suspiro y sostuvo mis manos dándoles una suave caricia.

—Paradise Bul va a cerrar si no podemos pagar el mantenimiento del equipo y el personal. Todo sube, la paga se queda estancada, ya sabes el cuento —Lance se encogió de hombros, se levantó del escritorio y empezó a caminar de un lado a otro—. Hago lo mejor que puedo, te prometo que trato, pero no puedo asegurarte que me quieran aquí por más tiempo. Ya están despidiendo a gente, puedo ser el siguiente en cualquier momento.

—Pero eres Lance Devon Monroe, todos te aman y te conocen. No van a despedirte así como así, ¿verdad?

—Eso no les importa, cariño. Siempre hay alguien más para sustituirme —Lance se detuvo y pasó una mano por su cabello hecho greñas cerrando sus ojos con fuerza—. Scarlett, yo... No sé qué hacer. Necesito ser fuerte para ti, para Suri, para Mariand, para el pueblo, pero estoy muy cansado.

Entonces fue cuando me quebré totalmente: Lance, después de aguantar tanto peso bajo sus hombros, por fin lloró. Sus lágrimas cristalinas resbalaban por su cara y caían como gotas de lluvia. Me levanté del escritorio y por un momento dudé en qué debía decir o hacer para reconfortarlo como él lo hacía conmigo, pero solo pude abrazarlo sin decir ni una sola palabra. Yo estaba ahí para él y saber cómo se sentía por dentro me daba una sensación de melancolía intensa. Quería llorar, pero esta vez era yo quien debía ser fuerte por nosotros. Todo por amor.

—Yo tampoco, mi amor, pero tú justamente lo acabas de decir: lo solucionaremos. Vamos a estar bien, lo prometo —Le susurré y después le di un beso en la cabeza.

Lance me abrazaba con fuerza y lloraba en mi hombro, desahogándose de tanta atribulación. Todavía tenía un nudo en la garganta, pero pude mantenerme firme. Para calmarlo un poco, le tarareé una canción de cuna que solía tararearle a Suri cuando tenía pesadillas. Era una pésima cantante, así que no intentaría cantarle, pero hacía el intento. Al parecer eso lo hizo sentir mejor, ya que su respiración cada vez iba más lenta y relajada.

—Gracias por esto, Scarlett. Podría estar así todo el resto de mi vida así —Se separó un poco para verme con los ojos enrojecidos por llorar y con una sonrisa de alivio.

—Haría lo que sea por ti, Lance —Le sonreí de regreso.

No obstante, nos interrumpió uno de los compañeros de Lance. Rápidamente, nos separamos y mi amado fue a atender qué quería su compañero, pero al escuchar la noticia de que se trataba me puso la piel de gallina.

—¿Lance...? —pregunté en un hilo de voz. No podía ser que lo que escuché fuera cierto, no debía ser cierto.

—Hay que irnos ahora.

Llegamos al hospital lo más rápido que pudimos con un taxi. Lo primero que vimos al entrar al vestíbulo fue a una multitud de gente alterada, un rastro de humo de un rosa específicamente familiar y los enfermeros corriendo con camillas y personas en muy mal estado. El humo solo pudo significar una cosa: Bluebeam Guasábara.

—¿¡Qué pasó!? —exclamó Lance tratando de entrar mientras intentaba ayudar a las personas que veía en el suelo.

—Una bomba explotó dentro del plantel. Ya no hay peligro, pero la policía tardará un poco en llegar —respondió una de las enfermeras mientras revisaba el pulso de una mujer en el piso. Muerta.

—¿¡Dónde demonios está la policía en una emergencia cómo está!?

—No lo sé, señor Lance.

—¿Dónde está Suri Harding? —Fue lo único que pude decir a través del shock que me volví a poseer viendo todo un escenario de caos.

Miré a la enfermera titubear y antes de que pudiera volver a preguntarle se fue corriendo por el pasillo. Eso no me gustó nada. Sin mirar atrás ni escuchar los gritos de Lance corrí a través de los pasillos preguntándole a cada enfermero que vi dónde estaba mi niña. Ninguno me quería responder.

Finalmente, encontré al enfermero personal de Suri y lo agarré de los hombros entre lágrimas que se comenzaban a formar en mis ojos. Luchaba por no llorar realmente, si no controlaba bien mis emociones podía darse la virogénesis.

—Enfermero, ¿dónde está mi niña? ¿Está a salvo? —pregunté desesperada. Tenía la respiración acelerada, no podía pensar muy bien las cosas. Solo quería verla, solo eso.

—Señorita, primero necesito que se tranquilice y respire hondo —dijo con calma, como si no importara.

—¿¡Cómo quiere que me tranquilice si no me dicen dónde está!? ¿¡Dónde coño está Suri!?

—Señorita, yo de verdad...

—¿¡DÓNDE ESTÁ!? —vociferé apretando el agarre que tenía en sus brazos. Me miró atónito y levantó ambas de sus manos con temor. Eso no me doblegó.

Lance llegó y me pidió que lo soltara de una vez. Desistí en un principio hasta que él me abrazó por la espalda y me susurró que no perdiera los estribos en una situación tan volátil con esta. Tenía razón. Yo, sin tener más opción y viendo el terror con el que el joven enfermero me miraba, lo solté y apreté los puños sin apartar la vista de él.

—Ustedes son Scarlett y Lance, los encargados de Suri, ¿verdad?

—Eso es correcto —afirmó Lance más tranquilo—. Díganos dónde se encuentra, por favor.

—Suri... —tragó en seco. Me estaba preocupando verlo tenso y nervioso, mucho más con ese sudor en la frente y las salpicaduras de sangre en su uniforme—. Su habitación estaba cerca del epicentro donde detonó la bomba. La llevamos a cirugía urgente, pero no pudimos salvarla. Lo sentimos mucho.

Bang. Una estocada directa al corazón.

No... eso no era verdad. ¡Eso no era verdad! Suri estaba viva, Suri no podía morir. Tenía que estar viva para ser feliz y cumplir sus sueños. Seguía siendo una niña, tenía un gran camino por delante. Debía estar viva para iluminar al mundo con su inteligencia y alegría. ¡Incluso teníamos planeadas muchas cosas para hacer juntas! No, no, NO.

Comencé a reír involuntariamente, secando las pocas lágrimas que empezaban a caer por mis mejillas y batallando por no llorar lágrimas venenosas.

—No estoy para bromas, no es gracioso —dije a punto de caer en llanto—. Lléveme con ella, por favor. Necesito verla, debe estar cerca. Tal vez está dormida o se asustó mucho con el incidente.

El enfermero cerró sus ojos abruptamente y endureció su mirada cristalizada una vez sus ojos se abrieron.

—Si le sirve de consuelo, tuvo una muerte rápida. En verdad lo siento, pero Suri ya no está.

No, Señor. No te lleves a mi niña, por favor. No me la quites.

Lance me giró suavemente y volvió a abrazarme, sosteniendo mi cabeza contra su pecho y acariciando mi espalda. Saqué un grito horrorizada y lo abracé con las manos temblorosas.

—Necesito que seas fuerte, Scarlett, muy fuerte. Suri está mejor ahora, ya no sufrirá más —dijo en voz baja aguantando sus ganas de llorar—. Te necesito de corazón firme de ahora en adelante, ¿de acuerdo? Mata esas lágrimas, cariño.

Me quedé paralizada. Mis piernas perdieron fuerzas y lágrimas resbalaban por mis mejillas sin control. Mi mente colapsó y mi alma se rompió. No quería asimilar que mi niña había muerto, no quería. Me arrancaron mi corazón y me clavaron filosas espadas como a la Virgen María. Me quitaron a mi niña, mi preciosa niña. Era lo único que tenía en el mundo, lo único que me hacía soportar todo el dolor y hacer todo el sacrificio hasta ahora. Mi sol...

Ni siquiera pude despedirme.

Me abracé a mí misma y arañé mis brazos en el proceso. Lance estaba ahí, podía sentirlo, pero aunque mi cuerpo estuviera presente yo realmente no estaba más ahí. Esto... todo esto ya no daba ninguna gracia. Mordisqueé mis labios intentando reprimirme, cosa en la que fracasé absolutamente. Cada vez que sentía que la virogénesis iba a aparecer me clavaba las garras en mis brazos y me mordía la lengua hasta que saliera sangre.

Los gritos que comenzaron a salir de mí no eran humanos, sino como los de una bestia enfurecida y llena de dolor. No había llorado tanto en toda mi vida. Me sentía sola de nuevo, derrotada y sumergida en un abismo sin fondo. Ese día perdí muchas cosas, me habían arrebatado todo lo que más amaba en el mundo.

Esa fue mi segunda muerte.

Mis pies se arrastraban desanimados sobre el pavimento mojado de las calles lluviosas. No notaba al resto del gentío pasando cerca mío al estar sumergida en mis propios pensamientos. Tampoco sentía a Lance a pesar de saber muy dentro de que él me estaba sosteniendo y acompañando en el camino al apartamento. La tarde ya no tenía sentido para mí. Las nubes habían oscurecido tanto el cielo que parecía ser de noche. Volvió a llover con más voracidad y simplemente ya no podía andar por mí misma. Las luces no brillaban como antes, era como si todos los colores se desvanecieran. En parte la lluvia me hacía sentir cuán insignificante eran lágrimas y todo lo que sentía.

—Lluvia, déjame llorar —pedí en un murmullo, deteniéndome por un momento para levantar mi mirada al cielo e imaginar que había un dios allá arriba.

Las gotas de lluvia llegaban a mí como disparos a mi alma, hacían ver mis delgadas lágrimas más pequeñas. Cerré mis ojos y tragué en seco aquel trago amargo de ese tormentoso día.

Mariand, Elliot y Donatella no tardaron en enterarse de lo ocurrido, así que irían para el apartamento pronto. No tenía los ánimos de nada, solo quería estar sola y asimilar cada evento a mi ritmo.

Suri siempre fue tan fuerte, tan feliz... Fue una gran heroína, en todas las formas en las que una persona lo sería. Era la verdadera heroína de mi historia, me dio un propósito para vivir y avanzar. Si tan solo hubiesen más personas como ella tal vez el mundo fuese un lugar distinto.

Al entrar al apartamento le dije a Lance que se retirara a buscar algo de comer para todos cuando llegaran Mariand y compañía. Él se negó varias veces, pero después de insistirle terminó por acceder e irse. Una vez cerró la puerta y escuché sus pasos esfumarse en el silencio tiré todo lo que encontraba en un llanto desconsolado y adolorido, dejando salir mis lágrimas venenosas que tanto me fastidiaron hoy. Rasgué mi ropa y lancé mis zapatos sin importarme si rompía algo o no. Me quedé en ropa interior y abracé el televisor sin parar de llorar. Cada vez que cesaba por el cansancio regresaba a abrirse la herida con más furor. ¿Por qué dolía tanto?

Me levanté y rompí los VHS de las películas que veía junto a Suri al igual que los peluches que lograba tomar. Iba a romper su oso de peluche favorito pero no tenía las fuerzas para hacerlo, solo pude agarrarlo del cuello por unos minutos y luego aferrarlo a mi pecho como si de una daga se tratara.

Agotada y con los ojos hinchados, solté el muñeco de felpa y fui al baño. Tenía que arreglarme un poco, no podía dejar que los demás me viera de esta forma. No quería preocuparlos.

Entré al baño y cerré la puerta, revolcando mi cabellera con desgano. En el reflejo del espejo me vi a una yo inexpresiva, dorada y resplandeciente con un vestido de lentejuelas del mismo color. Sus ojos no tenían pupilas y su cabello emanaba llamas doradas sin quemar las hebras. Ladeé la cabeza y sequé mis mejillas tras soltar un hipo.

—¿Por qué? —dije en un hilo de voz sin quitar mi vista enseriada del espejo.

—No puedo decir que todo está bien ni decirte que lo estará porque no es realmente así, pero necesitas hacer de tu corazón una piedra y ser valiente. Suri ahora está en un lugar donde el dolor no podrá alcanzarla. Ya se reunió con los ancestros. Estoy segura de que te amaba mucho como tú a ella y ahora está cuidado de ti como el ángel en el cual se convirtió.

—¿¡Por qué!? ¡Eso va contra las leyes del puto universo! ¡Esto no es justo, ella no se merecía esto! ¿¡Qué carajos quieren de mí!? —alegué entre lágrimas con el ceño fruncido.

—Queremos que dejes de tener miedo. Te estás matando lentamente. Justamente estás pasando por el infierno mismo, debes continuar. No te atrevas a detenerte ahora. No puedes evitar estas cosas, pero siempre puedes levantarte y ser más fuerte.

Fruncí aún más el ceño y me acerqué al espejo, sintiendo mi respiración más agitada y la sangre hervirme.

—Dejen de decirme qué debo de hacer. Estoy harta. Ustedes son solo alucinaciones. ¡Son monstruos! ¿¡Qué más quieren que pierda para que estén satisfechos!? —golpeé con mi puño el espejo varias veces, mirando el reflejo con odio—. ¿¡Qué más debo sufrir para tener algo de felicidad en esta vida!?

El reflejo ni se inmutó a pesar de estar en miles de fragmentos.

—El odio te consume. Hay una línea muy fina entre la realidad y la irrealidad que estás amenazando con romper. Si no defines tu realidad a tiempo, te perderás en tu miseria.

—¡Ya basta, deja de decirme estas cosas! —Ahora golpeaba mi cabeza con mis puños, sintiendo mis nudillos sangrar.

—El dolor es a lo único que recurres y recaes. Mata esas lágrimas de una vez. Deja de lamentarte y sé tu maldita heroína, de lo contrario serás la culpable de tu propia destrucción. La única que se interpone en tu vida eres tú misma.

Tras la desesperación grité furiosa y le di un cabezazo al espejo, cerrando los ojos por inercia. El espejo se terminó de quebrar al igual que yo. Me alejé rápidamente de éste tras la herida que me hice en la frente, apoyando ambas manos en ambos lados de mi cabeza. Un zumbido se quedó en mis oídos al haber caído sentada en el suelo, la espalda contra la puerta. Gruñí e hice tensión en mi mandíbula. Al abrir mis ojos lo único que pude ver fue sentada frente a mí a Suri hecha un ángel desde la cabeza hasta los pies.

El infierno no era nada comparado al desastre que hice de mí.

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