ೃೀ Capítulo 18 ೄྀ•.˚
Inefable.
Con esa palabra definía el gran paso que di hace solo unos minutos. Todavía no podía describir todas las emociones que sentía, eran demasiadas para mi cuerpo. Obtuve de recompensa por mi presentación un debut vistoso, una ovación armoniosa y un cuarto lugar. Tercer lugar. ¡A la mierda, estaré en las Nacionales!
Es que... Rayos, ¡fue maravilloso! Todo mi esfuerzo por fin valió la pena. Después de todo sí podía llegar lejos, sí podía ser algo más. Alcé vuelo con alas nuevas. Y a todos esos hijos de puta que me despreciaron ya se podrán tragar sus propias palabras. Lo hice y lo volveré a hacer hasta que todos supieran quién soy.
«Existimos. Somos reales.»
Solo había un pequeño inconveniente: no fui perfecta. Pude hacerlo mejor y no lo hice, qué patética. No era la chica con un talento natural, todo lo que he aprendido lo he tenido que observar primero y practicarlo todo el tiempo. Si decepcioné a la entrenadora Mohammed, si desilusioné a Suri cuando me vio caer, si le fallé a Lance al no ser tan buena patinadora como creía...
—¡Todo será tu culpa!
—¿Quién dijo eso? —miré de reojo cada espejo del baño con un reflejo diferente de mí.
Mi cuerpo continuaba tendido en el suelo y recargado del inodoro, esforzándome por guardar energías mientras sujetaba en mi mano la medalla de bronce que colgaba de mi cuello. Estaba muy cansada. Ya vomité dos veces, todavía no me vestía para salir a festejar y ahora me hablaban muchos reflejos de mí misma, o de Pagóni; diferenciarnos cada vez se hacía más complicado con tanta distorsión en mi cabeza. Que alguien estuviera tocando la batería muy fuerte tampoco ayudaba, cada vez más fuerte con cada escupitajo de veneno de los reflejos.
—Ay, pobre Scarlett. Está tan frustrada con su fracaso que pronto llorará sangre. Eso sí quiero verlo.
—¿Y si se dan cuenta de la estafa que eres? Te van a dejar sola como siempre. Qué mal que arruines todo lo que tocas.
—No puedes hacer nada bien, mira cómo tienes a Suri. Me da pena esa niña. ¿Acaso por ser una mujer incompleta te crees con el derecho de hacer sufrir a los niños de otros?
Más rápido y más fuerte; la batería subía su intensidad sin prestarle importancia a mis oídos a nada de sangrar. Me limpié la boca y comencé a echarme agua en la cara para escapar de sus voces.
—¿En serio te crees merecedora de tus logros manchados en tu consciencia con tus mentiras?
—¿Qué se siente estar rota?
—Estamos esperando a que digas toda la verdad. Ya verás que cuando lo hagas nadie estará para socorrerte.
—No más mentiras para nosotras.
—Acepta. La. Verdad.
—¡CÁLLENSE TODAS O LAS VOY A CALLAR YO, MALDITA SEA! —señalé cada reflejo con las puntas de mi cabello mojadas y cuerpo sumamente tieso—. No me van a arruinar este momento, no les daré esa satisfacción a ninguna de ustedes.
—Scarlett, llevas mucho tiempo ahí adentro. Abre la puerta, por favor. Lance y yo estamos preocupados —dijo la entrenadora desde el otro lado de la puerta.
—Mierda —dije entre dientes. Con los segundos contados me sequé la cara, me masajeé las mejillas y me apuré a abrirle a la entrenadora, dándome cuenta al mirar de reojo por un segundo que mis reflejos ya no estaban en los espejos—. Perdón a ambos por la tardanza. No sé qué me pasó, yo solo... ¿me distraje con los azulejos?
Donatella y Lance no se vieron muy convencidos, mas la cuarentona no perdía esa mirada maternal.
—¿Por qué no te has vestido, mi niña? Te ves pálida, ¿necesitas ayuda?
—¡Para nada! Solo denme unos minutos más, prometo no distraerme.
—¿Estás segura de que estás bien?
—Definitivamente, Lance. Nos vemos al rato.
Y con eso cerré la puerta de un portazo. Me sostuve de la pared justo cuando mi cabeza daba muchas vueltas. Gracias al cielo que ninguno de los dos lo notó. Me sentía atrapada. Mi búsqueda por la perfección era demasiado grande, tanto que no podía sentirme suficiente con mi victoria. Mi mente quería sabotearme y me preocupaba no estar a la talla para combatir mis pensamientos. Odiaba sentirme así y evitar lo inevitable, pero era la única manera que conocía para no lastimar a los demás con mi inestabilidad.
En eso, se escuchó a alguien tocar al otro lado de la puerta. Al abrir con algo de miedo vi a Donatella aun ahí, parada y con una sonrisa que alejaban en buena parte esos pensamientos intrusivos que me hacían tanto daño.
—Tal vez puedas engañar a un hombre decente como Monroe, pero jamás a tu entrenadora. ¿Me dejas pasar?
—Claro.
La entrenadora Mohammed se dio paso en el baño sin perder ese porte elegante que la hacía a respetar. Se me quedó viendo un rato hasta que se puso a buscar entre los miles de artículos en su bolso de marca hasta encontrar algo. Al entregármelo descubrí que se trataba de una pastilla azul. Levanté la mirada y miré a la entrenadora, ella solo me hizo un ademán con una sonrisa. Sin más tomé la pastilla y fui al lavabo a buscar algo de agua después de que casi me ahogara. Rayos, ¿de qué estaba hecha esa pastilla? ¿De cemento?
—No necesitas explicarme si así te sientes más cómoda. Solo quiero que te quedes tranquila y te tomes esa pastilla. Verás que te pondrás mejor. Sé lo difícil que puede ser la primera presentación —Me dio unas palmadas en el hombro y se volteó para retocar su maquillaje mirándose al espejo—. La próxima ves que te sientas así debes ir conmigo para ayudarte, ¿está bien?
¿Qué podía decir? Donatella Carillo parecía ser mi hada madrina; siempre que la necesitaba ella sabía qué hacer. Después de la pastilla me sentí mejor, las voces se callaron después de media hora de tortura en el baño. Se sentía tan tranquilo el silencio en mi cabeza, ya no me acostumbraba a tener tanta serenidad sin que las alucinaciones o las voces aparecieran a cualquier hora. Mientras ella se retocaba el maquillaje, yo me vestía para salir con Lance. No era oficial, pero sería lo más parecido a tener una cita. La emoción hacía que mi corazón danzara.
Luego de ponerme uno de mis mejores atuendos, me acerqué a ella y solté mi cabello.
—¿Señora Carillo?
—Mande.
—¿Alguna vez siente que todo es demasiado bueno para que sea verdad?
—¿Por qué preguntas esas cosas? —inquirió mientras se colocaba máscara de pestañas.
Debía saber qué palabras escoger. Donatella era muy lista y no quería que pensara mal de mí.
—Mi cabeza se siente incompleta. Todo esto está bien para mí, me encantó patinar allá afuera, pero... no creo que sea suficiente. Me enamoré de un buen hombre, gracias a ti cumplí mi sueño de patinar y me están pasando muchas cosas geniales después de mucho. ¿Y si todo es una mentira? ¿Y si estoy engañando a todos y sea una estafa? ¿Y si no soy lo suficientemente buena para estar a la par de otras chicas que han patinado toda su vida sacrificándolo todo?
Donatella me miró a través del reflejo del espejo. Mis piernas tambalearon por la sonrisa que puso, como si me hubiera leído la mente. Me hacía flaquear esa sonrisa en específico, tanto que varias veces me preguntaba si ella no tenía algún poder telepático.
—El universo nos pone obstáculos. Tal vez sea por todo lo que has tenido que lidiar últimamente con tu vida privada, o qué sé yo, solo soy una chavorruca obsesionada con ir de compras —dijo mientras un labial marrón terminaba de pasar por sus labios abundantes—. Si me lo dices a mí, te diría que te tomes las cosas con calma. Vas por buen camino, solo trata de no ir más rápido de lo que tus pies pueden ir.
—De seguro para ti es bien fácil decirlo. No tiene nada de qué preocuparse en la vida, jamás sabrá lo que es estar en mis zapatos.
—Te equivocas, te entiendo perfectamente. ¿Y sabes lo gracioso de todo? Que no es ni tu culpa ni la mía que vivamos así, queriendo todo lo que no podemos tener y tras obtenerlo perder todo lo que necesitamos —dijo con un nudo pronunciado en la garganta casi desapercibido porque intentó disimularlo al guardar su maquillaje en su bolso—. Escucha, Scarlett. Es difícil vivir. Las decisiones que tomamos siempre tendrán consecuencias, tendremos al mundo en nuestra contra sin importar lo que hagamos. La mejor decisión que podemos tomar es elegirnos a nosotras. Nadie más lo hará si tú no lo haces primero —añadió untándose uno de sus perfumes caros en miniatura por su cuello y brazos.
No supe cómo decirle lo mucho que me apenaba hacerla recordar un momento traumatizante en su vida. Imaginaba que debía ser duro todo por lo que debió pasar al no ser aceptaba por sus padres. Aunque no tenía todos los detalles para conocer su trasfondo para saber cómo era ella ya había visto muchos casos de mujeres como Donatella y era muy triste. Yo formaba parte de todo un colectivo de personas rechazadas por ser diferentes. No tenía que escuchar sus historias porque en sus ojos podía saberlo. Es imposible ocultar los colores del alma. Por mucha propaganda que se haga, Nueva Borink no era lugar para todos, no era lugar para personas como nosotras.
—En fin, ¿en qué me quedé? Ah sí, ya. Está bien que des amor a otras personas, pero se te olvida darte amor a ti misma, Scarlett. Valórate un poco. La neta te mereces todo lo bueno que está entrando a tu vida. ¡Muero por verte crecer hasta convertirte en una patinadora legendaria! —Se volteó a apapacharme con su bolso colgando de su antebrazo. Amaba que tuviera esa atención conmigo, me sentía como una cachorra recibiendo cariño.
—Gracias, señora Carillo. ¿Sabe? Es mejor que nos apuremos. Nos espera una fiesta.
«Annata». ¿Quién diría que una calle con letrero de neón junto a una una bola disco y una libélula sería la entrada al paraíso? Todo allí era etéreo, un País de las Maravillas en luces de colores, lentejuelas y euforia. Cuando entré con Lance y Donatella sentí una vibra completamente diferente a la del burdel.
Parecía sacado de un cuento tornado en una bizarra y celestial fantasía. El piso de adoquines bajo mis pies, la poca iluminación, los destellos de colores que se movían al son de una canción psicodélica, el aire fresco abundante en brillantina, los edificios antiguos de colores llamativos, la diversidad de personas bailando y bebiendo con unos atuendos más que estrambóticos...
Magia cósmica, solo sentía eso. No cabía duda, las fiestas de la calle Annata eran un evento único en la vida.
—Che figo! Esto sí es una fiesta —Mariand llegó hacia nosotros con un vaso de sangría—. Pensé que no vendrían. Bien por ustedes.
—Lindo vestido, Cardinale. ¿Es de temporada? —preguntó Donatella, casi babeando por el hermoso vestido corto que se inspiraba en una mariposa roja al puro estilo que solo Mariand podía ejecutar.
—Por favor, mi estilo jamás pasa de temporada, todos lo sabemos —Mariand modeló su obra maestra dándose la vuelta con un toque de sensualidad—. Veo que por fin te dignaste a usar el blazer naranja y las sandalias de gladiador que te regalé, Scarlett. De verdad te urgía un cambio de estilo.
—Quería usarlo en una buena ocasión —contesté con una mano en mi cintura. La verdad se me veía muy bien acompañándolo con unos pantalones cortos y un bustier del mismo color. No podía negarlo, era de mis colores favoritos si no es que lo era.
—Demasiada chachara por ahora. Vengan, la fiesta está recién empezando y hay un montón de cosas por ver.
Dicho eso seguimos a Mariand para zambullirnos en ese nuevo lugar donde la felicidad no acababa. Al principio estaba tímida y temía al ver a tanta gente en un solo espacio, pero después me fui soltando gracias a Lance. Junto a él me dejé hipnotizar con la música y las nuevas bebidas y comidas que ingería. ¿Tripletas¹ con tostones y mayoketchup? ¿Piñas coladas? Esto definitivamente era el paraíso. Toda la comida de los kioscos era riquísima comparándola al menú reducido de mis comidas, pero esto superaba mis límites.
—Come despacio, querida. ¿De verdad te encantan tanto esas tripletas? —preguntó Lance viéndome con una sonrisa nerviosa.
Yo tenía la boca llena, así que le asentí y seguí comiendo. Ya era mi segunda ronda. Él, por su parte, comía a un ritmo apaciguado un cuajito² de cerdo con unos guineos verdes sancochados y un refresco. Cielos, hasta comiendo se veía lindo. Nos habíamos sentado en un banco que estaba cerca del kiosco en el que compramos después de descubrir toda la zona y visitar algunas tiendas. Mariand y la entrenadora Carillo se quedaron por ahí comprando jabones artesanales y joyería.
Después de llenarnos el estómago y descansar un poco, Lance me invitó a bailar tomando mi mano con gentileza. Yo lo miré de arriba a abajo con la temperatura en mis cachetes elevándose, pero con todo y eso acepté. Él me sonrió y ambos empezamos a correr. No sabía adónde quería ir Lance, incluso pasó del centro de la calle donde todas las parejas danzaban.
Pasamos por la multitud y por el Paseo de las Reinas hasta detenernos en la fuente Raíces. Eran pocas las personas que transitaban por la zona y la música escandalosa se escuchaba un poco lejos al igual que todo el alboroto de la fiesta.
—¿Por qué me trajiste hasta aquí, Lance? ¿No íbamos a bailar?
Cuando se trataba de Lance, lo primero que se me venía a la cabeza era un príncipe en el cuerpo de un samurai, pero ahora parecía irreconocible. Su carácter seguía recto y amable, pero esta vez había algo más. Podía sentirlo en sus hombros tensos y su mirada evasiva por momentos defendiéndose con el paisaje a nuestra disposición.
—Pues sí quiero bailar, pero quería que fuera en un lugar más tranquilo sin tanto alboroto. Sé que eso no es lo tuyo, tampoco lo mío —empezó a hablar Lance—. Eh, la verdad soy pésimo bailando. Intenté practicar algunos pasos por meses, pero soy muy torpe. Pensé que podrías enseñarme a bailar un poco.
—Qué gracioso, Lance. Parece que se te olvida en qué circunstancias nos conocimos —reí. Eso sí era nuevo.
—Justo por eso. Tienes el baile en la sangre, en patinaje y en bailes exóticos. Haces ver muy fácil mantener el ritmo y hacer los pasos correctos sin tropezarte con tus propios pies.
—Está bien, no tienes que halagarme tanto. Si tanto quieres que te enseñe supongo que puedo ayudarte.
—Me place escuchar eso. Oh, casi se me olvidaba...
Me indicó con señas que cerrara mis ojos y así lo hice. Cuando me pidió que los abriera después de un silbido, quedé congelada ante la maldita sonrisa carismática de hoyuelos y el ramo de flores de origami que sujetaba con un nerviosismo casi imperceptible.
—¿Cómo apareciste eso de la nada? —reí por los nervios.
—Tienes que creer en la magia de vez en cuando, querida —Me guiñó el ojo—. Son para ti, igual de únicas que tú. Felicidades por tu tercer lugar.
—Ay, Lance, muchas gracias.
Tomé con vergüenza los lirios de papel debido al flaqueo de mis brazos y mi sonrisa quisquillosa, sin olvidar que mi rostro ardía como nunca. Las flores tenían el dulce aroma a libro viejo. Los pétalos negros con manchas doradas estaban hermosos, se veía en cada esquina el esfuerzo que le tomó hacer algo tan delicado. Si no supiera que era un artista a la hora de hacer origami y por el perfume peculiar del ramo las confundiría con rosas reales.
Podría jurar que me veía como una idiota enamorada, pero no me importaba. Nada me importaba, solamente estar con él.
Cuidadosamente dejé las flores de origami reservadas en un lugar seguro en la fuente en cuanto una canción nueva sonó. Lance fue el primero en reconocerla, se trataba de Smalltown Boy. Tomé la mano de Lance y lo llevé a bailar, ayudándole a que perdiera el miedo a moverse a su ritmo. Yo sacudía vivaracha mis caderas y extremidades, sentía como la energía de la música llenada cada parte de mi cuerpo que se movía en una sincronía, sin presión en ser perfectos. Simplemente existía y vivía el presente ante mis ojos con la mejor de las compañías.
A cada rato nos mirábamos y él me pedía indicaciones sobre qué hacer cuando se intimidaba por mi coreografía para nada fija, mi respuesta siempre era la misma:
—¡Siente el ritmo y déjate llevar!
Poco a poco Lance empezaba a moverse con más libertad, sus manos se elevaban en el aire y giraba sobre sí dejándose influenciar por las explosiones musicales. Se veía tan lindo divirtiéndose sin importarle el trabajo, sus responsabilidades o la Resistencia. Aún en pantalón y zapatos de vestir su camisa tropical y su cabello salvaje lo alejaba de esa imagen rígida y formal de siempre. Me encantaba todo de él, pero sobretodo que fuera feliz sin ataduras.
Rayos, es que este chico sacaba lo más cursi de mí.
Es divertido como en mi propia estupidez, en mi propia naturaleza que me hacía diferente a una humana corriente, era al mismo tiempo como las demás chicas cuando estaba Lance. Eso me daba esperanza. Tal vez era más humana que fenómeno. Quizás el amor me daba más humanidad.
Mi mente se iba nublando cada vez más, pero seguía cuerda como para ver lo cerca que estaba de Lance. A él no pareció importarle. Todo pasaba a través de mis ojos a una reproducción bastante rápida. Bailes, música intercalando en volumen, el rostro fresco de Lance y mariposas negras pasando alrededor de nosotros. Todo eso acompañado de gritos de euforia de ambos. Incluso podría jurar que la noche estrellada tenía una aurora boreal.
No sabía exactamente por qué, pero después de eso no podía asimilar tantas cosas. El tiempo no lo percibía y los latidos de mi corazón iban en crescendo. Solo sabía que la sensación explosiva en mi cuerpo no se iba y Lance se me quedaba mirado a los ojos detenidamente mientras yo lo abrazaba por el cuello. Estábamos tan cerca, nuestros labios a casi centímetros. Su sudor tenía brillantina, mucha de hecho. Ninguno sabía qué hacer ahora que la música era más lenta. En mi mirada había deseo de tomar el siguiente paso y dejarme llevar por la calentura que me estaba matando por dentro, pero sabía que Lance no era de tener esa clase de deseo. Sin despegarme de él coloqué una mano en su pecho y entreabrí los labios empapados en saliva.
—En serio dan ganas de besarte.
—¿Qué? —Lance abrió grande sus ojos y acomodó sus lentes.
¿En serio dije eso en voz alta? Ay no, qué desastre.
—Disculpa, no debí decirte eso —dije lo último más para mí, mirando mis pies totalmente avergonzada. En serio que tener la cabeza en las nubes me hacía hacer bobadas.
—En realidad sí quiero, Scarlett, solo que no sé cómo funciona nada de esto y jamás me perdonaría si te lastimo por accidente —Lance tomó mi mentón y subió mi cabeza, juntando nuestras frentes. Había un semblante confuso sin perder ese destello en los ojos ni ese cálido tacto en sus manos—. Yo... te amo y no sé cómo tratarte como la talentosa y magnífica mujer que eres. Tú me haces sentir completo, me haces ser yo sin sentir culpa y adoro eso. Amo esa libertad que tengo junto a ti. Tal vez pienses que eres complicada, pero a mis ojos eres perfecta. Viviría mil vidas por ti, moriría otras mil solo por verte otra vez, incluso mataría por ti, pero necesito que me dejes entrar a tu corazón aún si soy insuficiente. Mereces lo mejor y me esforzaré por serlo. Prometo protegerte y darte toda la felicidad que mereces.
Mantuve mis labios sellados por un rato en lo que procesaba sus palabras mirando sus labios delgados. Una sonrisa se hizo en mis labios oscuros al asimilar que él me amaba con la misma intensidad y energía que yo. ¿Así era estar en el paraíso? Me amaba... ¡Sí me amaba! Literalmente sentía mariposas en el estómago y me resistía a besarlo para dejarle en claro que él era más que suficiente, más de lo que pudiera pedirle a Dios y todos los santos habidos y por haber.
Entonces me quité el blazer y lo amarré a mi cintura. Abrí mis plumas ante él sin ninguna pena, pues no tenía nada qué temer cuando estaba con el amor de mi vida.
—Lance, ya estás en mi corazón desde hace mucho. Eres más de lo que pueda merecer en este mundo. Seré la mujer más afortunada del mundo a tu lado —Le tomé las manos, las besé y sonreí con un enjambre de mariposas metidas en los intestinos—. Toda mi vida dudé de que si el amor era real, pero ahora sé que eso es lo que siento por ti, por más cursi que suene. Con eso bastará para mí.
Sentí mis plumas encorvarse hacia su dirección y él solo me miró con ese sentimiento tan profundo que inundaba nuestras almas. Tal vez no fue amor a primera vista, a lo mejor era un pésimo tiempo para enamorarse, pero era bastante real. Era muy real para mí.
—Rojaijú xodó³ —dijo él.
—¿Rojaijú xodó?
—Mi declaración de amor. Lo sé, muy rebuscado, pero...
Avancé y silencié sus labios poniendo mi dedo índice sobre ellos, apreciando por un momento lo divino que se veían sus ojos —y todo de él, en realidad— bajo la brillante luz de luna.
—No, está perfecto. Suena bien. Rojaijú xodó.
—¿Y vas a quedarte ahí o me darás el privilegio de bailar contigo otra pieza? —preguntó Lance con una sonrisa coqueta en cuanto sonó canción romántica de ritmo suave.
—La noche recién comienza, querido. Prepárate —entrecerré los ojos ayudando a Lance a tomar mi cintura y mi mano para volver a bailar.
Regresamos a bailar bien pegados uno al otro, pasando por unos árboles de flamboyán que dejaban caer sus pétalos al tiempo que seguíamos moviéndonos por donde quisiéramos. El cielo y la tierra ya se habían disociado para mí, solo había un alto nivel de dopamina y serotonina mientras los alrededores parecían ser galaxias coexistiendo entre sí, las auroras boreales dándonos alas para ser más que peones de batalla y miserables criaturas. El beso no se hizo esperar, uniendo nuestros labios tímidos que poco a poco tomaron ritmo. Al ser más experimentada, yo guiaba el beso con todo la pasión y ternura que tenía en mis entrañas. Lance me siguió el juego e hizo de mi noche de las mejores.
Bailamos hasta el cansancio y luego nos abrazamos sentados bajo el regazo de raíces de uno de los flamboyanes iridiscentes. Era grato ver a mi amado tan cariñoso, además de su olor a limón y cómo sus brazos me rodeaban con suma sutileza me relajaba.
A mis ojos yo era una rosa con muchas espinas, pero para él era la rosa más hermosa de todo el rosal.
Después de todo sí había placer en el pecado. Esa noche encontré al diablo y al ángel encarnados en uno solo; lo encontré en mi amante bajo las estrellas. La felicidad sí que era exquisita. Ahora entendía por qué un manjar tan exquisito como el de la felicidad se me era limitado; solo así podía disfrutarlo en todas sus matices. Tal vez desde ahora todo iría mejor que nunca, todo estaría bien.
Qué hermosa mentira.
✦•·················•✦•·················•✦
¹ Tripletas = Son unos emparedados muy populares en Puerto Rico. Casi siempre se sirven con ensalada, papas enlatadas y tres carnes: pernil asado, jamón y bistec.
² Cuajito = Es una receta criolla típica de Puerto Rico que se acompaña con unos guineos verdes sancochados. Esta receta se puede hacer con el cuajito frito o guisado con salsa.
³ Rojaijú xodó = De origen portugués y guaraní respectivamente. Xodó significa una forma de decir a la persona que más quieres en la vida; rojaijú, «te amo».
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro