ೃೀ Capítulo 10 ೄྀ•.˚
Ocho de febrero y el invierno solo se ponía más desalentador, como la suerte adversa que no se apiadaba de ningún alma. No obstante, las personas que me acompañaban me daban una calurosa acogida que me ayudaba a lidiar con ello.
Lance, Mariand, Suri y yo vagábamos por las calles incógnitas del barrio chino. Monroe acordó conmigo una expedición importante en busca de una persona en particular, una que solo encontraría en esta zona. Al principio tuve mucha inseguridad, ya que jamás he salido del corazón de la ciudad, pero él logró convencerme de ir con ellos. Inclusive, a Suri le emocionó la idea de un paseo, ¿cómo me negaría ante sus ojos piadosos? Sujetándola de la mano veía su ilusión a medida que caminábamos a un ritmo pausado.
Por lo poco que he tenido el tiempo de estar con ellos, Lance me parecía un buen hombre. Caballeroso, gentil, amable, respetuoso... tan dulce como las manzanas acarameladas. Era sin dudas maravilloso y teníamos casi la misma edad. Casi.
Mariand llevaba más o menos la dulzura de su primo, solo que a su manera más arisca y agresiva, sin olvidar sus serios problemas con el alcohol y los cigarrillos. Aun así, era una mujer excéntrica en la que podía confiar. Cuando se ponía de buen humor podía ser toda una diva sacada de una revista de primer mundo. Una rebelde sin causa con la autoestima por los cielos y una afición por vestirse de rojo sin excepciones, pero no cualquier atuendo, ella solo se ponía sus propias creaciones en boga. Admiraba su independencia y su ambición por llegar tan alto como el monte Everest, por más estrambótico que fuese su arte y actitud ante la vida.
Me agradaba la idea de crear lazos con más personas. En parte lo necesitaba. O al menos así lo quería ver yo.
En oposición a lo que suponía, el barrio no cargaba con infinidades de luces neón y aires tóxicos como en la ciudad, sino que se alumbraba con la luz de los soles y de los farolillos de papel que poseían luces en tonalidades amarillentas. El aire se sentía con una ligera frescura de la que escaseaba la zona en donde vivía. Había un poco más de más naturaleza a los alrededores, en su mayoría almendros espolvoreados por la nieve y arbustos podados a la perfección. Los colores avivados se esparcían con gracia por los edificios, los letreros y los ornamentos orientales. Era como ingerir dulces con los ojos.
Pero ni toda la hermosura que cargaba el lugar conseguía despejarme de mis vagos pensamientos. Aún recordaba esa pesadilla con el laboratorio, esas escenas y frases... Algo dentro de mí insistía en qué había algo más a fondo de ser simplemente un mal sueño, todo se sintió tan real y aterrador que no podía explicarlo. Esas voces, esa niña que se suponía que fuese yo... Era imposible, ¿pero por qué lo sentí todo como si ya fuese parte de mí? ¿Y si eran más trucos de Pagóni para engañarme?
«No olvidar de dónde vine», ¿por qué todo cada vez se me dificultaba para comprenderlas? Yo vine de las calles, eso siempre ha sido así, ¿o no? Nunca llegué a recordar cómo obtuve mis plumas y mis garras, aunque estas últimas siempre las limaba y las pintaba de color negro para esconder mi identidad híbrida y hacerlas pasar por uñas excéntricas. Desde aquel accidente con los borrachos crecían cada vez más rápido, no entendía por qué. Solo podía estar segura de una cosa, había algo malo conmigo y debía saber la verdad. Estos recurrentes sueños no podían ser tan solo meras coincidencias o juegos mentales. Tal vez algo de mi sueño tenía la razón: no conocía mi propia mente.
—Letty, ¿estás bien? —preguntó Suri una vez me zarandeó la mano varias veces, como si quisiera llevarme a algún lado.
—Sí, linda. Estoy un poco cansada, es todo —expresé tranquila. Era cierto, mis ojeras eran más visibles con el paso de los días, empero, el maquillaje hacía milagros— ¿Qué pasó? ¿Viste algo interesante?
Suri asintió y me llevó unos cuantos pasos lejos de los primos. Se detuvo en un parque tranquilo, señalándome la construcción que le interesó tanto. Se trataba de una fuente de los deseos al puro estilo oriental rebosante de monedas cobrizas, plateadas y doradas. Yo no entendía por qué mucha gente colocaba su dinero en una fuente ordinaria, pero vi que a Suri le hacía mucha ilusión pedir un deseo. A diferencia de mis fanales, los de ellas no mentían.
Saqué dos monedas de uno de los bolsillos de la gabardina verde que me regaló Mariand. Ella la tomó sonriente la moneda que le entregué y la aferró a su pecho, cerrando sus ojos por un minuto sin decir nada. Luego los abrió y lanzó la moneda suavemente al agua verdosa. Me dirigió la mirada a la espera de algo. Arqueé una ceja confundida cuando ella señaló la moneda en mi mano. Reí por lo boba que fui e imité el procedimiento hecho por Suri. Cerré mis ojos, visualicé lo que creía que era mi deseo y luego los abrí, lanzando después la moneda. Miré a la pequeña en busca de su aprobación, ella solo aplaudió con levedad y siguió sonriendo. Pocas veces su sonrisa abandonaba su rostro regordete, la verdad era muy grato; su carita llena de felicidad no tenía precio.
—¿Qué deseo pediste? —Me atreví a preguntarle mientras arreglaba su cabello despeinado por el viento.
—¡Ser una buena doctora que ayude a todo el mundo! ¡Voy a ser una heroína!
Sus orbes se abren y brillan en aspiraciones risueñas, digas de un alma depurada. Verla me endulzó el corazón, reflejándose en mis facciones tranquilas, viviendo la experiencia. Me llenaba de alegría ver sus ganas por ayudar a los demás, sus sueños azucarados en un mundo moderno repleto de amargura. Debía sentirse asombroso desear ir a una luz mucho más brillante.
—¿Y qué tú pediste? —Me preguntó de regreso.
—Que estemos así, felices todo el tiempo —Le miré y esbocé una sonrisita de lado.
Suri se abalanzó a mis brazos y yo la envolví en un dulcísimo abrazo, dándole palmadas en su pequeña espalda. Ay, Suri, qué alivio que no te haya pasado nada malo en mi sueño. Si te llegaran a hacer daño no sabría qué hacer.
Lo sé, me encariñé muy rápido con la niña, pero no me importaba. Aún sin ser tan cercana a mí la amaba como a mi si fuese mi hermana menor, o incluso como mi propia. ¿Qué podría decir? Mi corazón seguía siendo de pollo aún y con la oscuridad que le rodeaba.
Unos pasos pesados sobre la nieve nos interrumpieron al instante. Eran los dos niños de papi aproximándose a nosotras. Lance acomodó sus lentes y me dijo unas palabras al oído. Quería hablar de algo, pero Suri no debía estar cerca. Suri no sabía nada sobre la Resistencia, solo lo veía como un juego o una reunión de amigos. Tampoco le conté sobre los asesinatos que hice sin consciencia alguna, de verdad nunca quise hacerlo. Creía que era mejor mentirle de esa forma, todavía era una niña y no quería que perdiera la inocencia tan pronto como yo lo hice.
Observé a Mariand tomar a Suri de la mano y llevársela a ver otras cosas del parque, claro, sin dejar de lado su actitud amarga con medio mundo.
Giré mi cabeza para ver a Lance, a lo que recibí una de sus miradas carismáticas. Si era a propósito o no, eso no lo sabía, pero lo hacía muy bien.
—Bonitas uñas —comentó en cuanto vio que me frotaba las manos por la gélida brisa que pasaba.
—Gracias —devolví sin saber qué decir.
Traté de no acercarme mucho a él ni verle por demasiado rato, teniendo en cuenta de que éramos solo una clase extraña de aliados desconocidos. Lance tampoco daba una muestra de querer tomar la iniciativa, frotándose los brazos y expulsando aire caliente de sus fosas nasales. Ninguno de los dos quería incomodar al otro, cual niños tímidos sin saber mucho de la vida.
—¿Qué ibas a comunicarme, Lance? ¿Es algo malo? —Me dispuse a hablarle, mis iris encontrándose con las suyas.
—No, para nada. Solo que me preocupa lo que será de usted y la pequeña Suri ahora que no tiene, bueno... un trabajo.
—Deja las formalidades, me haces sentir como en el siglo pasado —reí.
—Lo siento, es la costumbre. Ser educado me ayuda a sentirme mejor conmigo mismo —juntó sus palmas y prosiguió—. Como decía, Mariand y yo podemos darles lo que les haga falta, solo necesitas pedirlo, ¿sí? Créeme, no estaré tranquilo sabiendo que pasan por alguna necesidad.
—Agradezco tus buenas intenciones, pero ya estoy buscando un nuevo trabajo. Quiero empezar desde cero e independizarme como una mujer nueva —tragué saliva nerviosa, hecha un manojo de músculos tensos—. Me daría mucha pena aprovecharme de ustedes justo a horas de terminar con mi antigua y contaminante vida de la prostitución. No creo que sea correcto de mi parte.
—Scarlett, puedes contar con nosotros. Sé que no es fácil por lo que estás pasando, pero no tienes que sobrellevarlo sola. Te daré una pequeña suma de dinero para que las dos se mantengan en lo que consigues un trabajo y no aceptaré un no por respuesta —Me señaló con una sonrisa pegadiza que mostraba sus dientes con brackets.
Iba a negarle otra vez, pero tras ver su ánimo y buena voluntad me acobardé. ¿Cómo le diría no a esa tierna sonrisa?
—Está bien, pero que conste que no quiero aprovecharme de ustedes.
—No lo harás, ahora eres parte de la familia Viborera y en las familias se apoyan unos a los otros.
Alargué mis labios animosa una vez recibida esa ligera dosis de dopamina que recibía cuando Lance estaba a mi lado. Se preocupaba mucho por mí, y lo mejor de todo, me daba mi espacio para llevar a cabo mis propios asuntos. ¿Qué mejor hombre que él? Ninguno.
Miré a Suri y Mariand, quienes se pusieron a sacarse fotos entre ellas con una cámara instantánea. Me acerqué un poco más a él para no sentirme tan incómoda e imité su gesto de frotarse los brazos. Este frío se hacía insoportable mientras pasaba más tiempo a la intemperie. Luego de un rato, Lance rodeó mi cuello con su brazo y me ayudó a mantener algo de calor corporal. Me dio la cara y pasó su pulgar por la curvatura de mis labios resecos por la temperatura fría, contrario a la calentura en mis pómulos.
Quiso decirme algo, pero el destello de la cámara de Mariand nos tomó por sorpresa. Al escuchar sus fuertes carcajadas me separé de Lance muerta de la vergüenza, sobándome un brazo con la mirada en el suelo. Ay no, ¿en qué estuve pensando? Debí quedar como una idiota.
Pensé que me lo había tomado pesado hasta que asomé los ojos para ver a un Lance sudoroso y yendo donde su prima tratando de arrebatarle la foto aún sin revelarse. Me puse a reír a rienda suelta al verlo tan nervioso y ansioso, se me hizo muy tierno. Teniéndolos a los tres en una sola escena me puse a recapacitar las palabras de Lance, en verdad no estaba sola. Ellos eran mi nueva vida, mi nueva familia.
¿Familia? Eso sonaba bien.
—Porca miseria. Lance, ¿en qué mierda nos metiste? —reprochó Mariand entre bisbiseos.
—Cuida tu lenguaje y sígueme la corriente, ¿quieres? —reprendió Lance sentado de rodillas sin bajar su posición formal en frente de las japonesas.
Y sí, dije japonesas. ¿Cómo acabamos acá? En pocas palabras, arribamos frente a la puerta de lo que, según Lance, era el lugar aislado que estábamos buscando: una okiya, o casa de geishas. Todo bien, pero al parecer hubo un malentendido con ellas por hacer mucho ruido y tomar fotos de manera indiscriminada cerca de su lugar sagrado. Lance estaba en el proceso de explicarle a las mujeres lo ocurrido, que por el idioma que hablaba con ellas parecían conocerse de antes.
Estaba sentada a la derecha de Lance, al igual que él de rodillas y descalza con solo unos calcetines. Nos obligaron a quitarnos los zapatos y los abrigos en la entrada. A nuestras espaldas había una muchedumbre de mujeres orientales vigilando cada movimiento de nuestra parte. Me abrumaba sentirme tan observada por tanta gente en medio de una habitación gigantesca y luminosa, cosa demasiado irónica si no fuese por el hecho de que esas mujeres pudieran matarnos en segundos con las armas que empuñaban, una especie de lanzas con un cuchillo en la punta. Por suerte tenía a Suri a mi lado para protegerla en caso de ser necesario.
Las tres mujeres delante de nosotros vestían con ropajes coloridos, peinados extravagantes y maquillaje cargado, resaltando el blanco por todas sus frentes y el rojo tanto en sus párpados como el turquesa en sus labios. No sabían lo que eran, a palabras de Lance la del medio y de peinado más sencillo era una geisha; las otras dos por sus colores vivos además de los ornamentos poco discretos eran supuestas oirans. Cuando le pregunté por la diferencia él apuntó al cinturón, el de la geisha era el único que no estaba atado a la espalda. Las oirans tenían un peinado más elaborado que el de la geisha, cargado con muchos ornamentos llamativos, entre ellos picos y peines bastante grandes.
De repente esto se puso muy trillado, ¿no?
—¿Qué es lo que buscan aquí? No aceptamos la presencia de forasteros con poca educación —interrogó la geisha de kimono negro con una voz fina y apaciguada.
—Por si sus ojos rasgados no se han dado cuenta, estás hablándole al futuro de la moda. Cuida tus palabras hacia mí, querida, porque no me intimida el circo kabuki que se arman.
Y a la obstinada de Mariand se le ocurrió sacar a relucir su arrolladora personalidad. A este paso íbamos a tener un problema serio. Despreciaba estar en silencio en medio de la tensión como un barco varado en la tempestad.
—Nos importa muy poco lo importante que seas. Llegan como turistas inadaptados, interrumpen nuestra rutina, toman fotos de nuestras reliquias, le faltan al respeto a nuestra cultura y tienen el atrevimiento de insultar a nuestra shihan. ¿Cómo se atreven? —ladró la japonesa a la izquierda de la presunta dueña.
—¿Faltar al respeto? ¿En Nueva Borink? Vaya descubrimiento, genia. A llorar a la llorería si no aguantan presión y de paso se van por donde vinieron.
No era un misterio el desprecio que nos tenía. Apostaba a que daría lo que fuera por derramar nuestra sangre. Sus manos se dirigieron a desenfundar una espada amarrada al cinturón, mas Lance se adelantó haciendo una reverencia donde sus manos y su frente tocaron el suelo. Sin saber lo que pasaría, aferré a Suri a mis brazos y escondí su cara en mi pecho. Mi corazón palpitaba desembocado, separaba mis labios buscando la forma de exhalar sin desplomarme ahí mismo.
La geisha subió la barbilla y detuvo en seco a la oiran vestida de color crema con solo levantar su mano hacia el costado de su faz arrugada con el paso de los años. La mujer de la espada puso sus manos en su regazo, su furia reflejada en sus iris oscuras no se esfumó en ningún momento. Por otra parte, la geisha mayor se mantuvo grácil y modesta, observando a Lance con su ojo izquierdo, el único que estaba libre de cataratas. Recé por que funcionara lo que sea que pasase en ese instante por la cabeza de Lance. Estos nervios me dejaban mal y el aroma a incienso no servía de mucho.
—Nakama, Gozen Kikuya —enunció después un minuto de silencio tomando una bocanada de aire—, me disculpo por el ingrato comportamiento de nuestra parte hacia su venerable labor, no teníamos la intención de ofender o hacer nada malo. Prometo que tengo un muy buen punto para haber llegado hasta aquí.
—Entonces hazlo. Mi paciencia no es eterna para tus palabras adornadas.
—Sí, lo sé. Llegamos hasta ustedes humildemente para pedirles que nos brinden sus vastos conocimientos en las artes marciales y nos dirijan por el camino de los guerreros samuráis. Nuestro pueblo necesita justicia más que nunca, por eso buscamos unirnos a su causa. Lo imploro en nombre de nuestra vieja amistad.
Mariand y yo cruzamos miradas sin saber qué rayos hacía Lance, aunque ella no dejaba de masticar chicle a todo lo que da. Bueno, si hasta ahora fue que abrió uno de esos chicles era índice de que estaba a nada de perder su santa calma. Lugares como este no parecían ser lo suyo.
Entonces Lance y esa tal Gozen eran amigos cercanos. Para ser un reconocido y respetado locutor mantenía lazos con gente muy singular. Le acaricié el cabello a Suri por un rato en lo que se iba ese silencio fúnebre e incómodo. Ella tomó mi mano y sentía lo asustada que se encontraba, detestaba verla así.
Kikuya, la geisha, se inclinó un poco hacia el cuerpo inerte de Lance y alzó su mentón con la punta del abanico cerrado en su mano.
—Dame una razón para creerte y olvidaré esta insolencia —demandó con superioridad.
Lance enderezó su espalda antes de responder.
—La chica de pelo gris ansía una oportunidad de una nueva vida. Le juro que ella es diferente a todo lo que ha visto.
Kikuya me dio una fugaz mirada de arriba para abajo. Quitó aquel abanico de la barbilla de Lance y con ayuda de las dos oirans a su lado se levantó. Abrió el abanico tapando su boca al tiempo que susurraba algo que se me dificultó entender en su totalidad. Enseguida cerró de un tirón el abanico de bambú y me hizo un ademán delicado. Ella quería que me acercara.
Me ofuscaron las dudas. Esas mujeres me intimidaron a tal grado que dejé de sentir mis piernas en cuanto me puse de pie apoyándome de Suri. Me encaminé hasta colocarme a un lado de Lance, mismo que me hizo un gesto sereno en cuanto percibió mi recelo hacia ellas.
—No tengas miedo, solo haz lo que te digan —Me susurró desde su puesto.
Le miré de reojo y entreabrí los labios. Tragué en seco cuando la punta del abanico hizo contacto con mi mentón y alzó mi cabeza. Kikuya me examinó detenidamente, lo tomó entre su mano mientras toqueteaba cada parte de mi faz y mi cabello. Me hizo quitarme mi blusa azul cobalto con el propósito de analizar mi complexión. Me tuve que quedar bien quieta en todos esos minutos que me golpearon como mil horas.
Mis pómulos ardían de vergüenza, me sentía como un producto listo para ser vendido. Sabía que no tenía por qué angustiarme de más, pero no estaba acostumbrada a otra cosa que no fuera el prostíbulo.
Una vez terminó sacó el abanico de mi cara lo guardó en su cinturón bermellón. Me puse la blusa, así como acomodé el cuello de tortuga. Qué humillante, Dios santo.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó con su acento intacto.
—Soy Scarlett. Ustedes deben ser... eh... ¿cortesanas asesinas?
Kikuya al darse cuenta de mi desconocimiento negó y me mostró sus dientes chuecos con una armonía confusa a mi entendimiento. Unió su palma derecha con su puño izquierdo. Ambas japonesas ante el gesto se levantaron e hicieron la misma pose; las otras damas de armas ninjas lo único que hicieron fue bajar la guardia y posicionar sus lanzas de forma vertical. La geisha les dio una mirada discreta a sus discípulas para luego mirarme con sus ojos saltones.
—Nosotras no somos cortesanas, mucho menos asesinas. Somos las Hermanas Yoshiwara, y tú, Scarlett-san, pronto serás como una de nosotras.
Nobushin, Onao y Kikuya me guiaron por toda la okiya en compañía de Lance. Mariand se negó a liarse en eso de las artes marciales, así que se quedó cuidando de Suri en un patio dentro del edificio, bello y evocador a la naturaleza oriental. Estarían bien. Además, unas geishas las están acompañando.
La señora Gozen nos encaminó sin mucha prisa por toda la estructura, explicándonos llena de orgullo sobre la labor de su distintivo clan para hacer más ameno el trayecto hacia el dojo, la sala de entrenamiento. En resumidas cuentas, las Hermanas Yoshiwara somos mujeres fuertes y leales a la verdad, guerreras bien entrenadas para enfrentar la injusticia desde el anonimato con el fin de perseverar la paz. Técnicamente, eran cien mujeres dentro de la okiya, la mitad siendo maikos en formación, aprendices de geishas. Las demás eran geishas, algunas yéndose por los aspectos culturales de las tradiciones de las oirans. Solo unas pocas han abandonado la okiya para operar por su propia cuenta como guerreras solitarias.
Onao, la oiran reservada de kimono cereza, dijo que tanto ella como sus hermanas fueron niñas, jóvenes y mujeres con una mala vida antes de rescatarlas. Vivieron por mucho tiempo en las calles, algunas siendo mujeres pobres, prostitutas, huérfanas, fugitivas de nuestras propias familias...
Ya veía por qué Lance quería que viniera aquí.
Una a una, Kikuya las reclutó, las instruyó en el arte del ninjutsu y el bushido, entre otras artes marciales y tradiciones propias de Japón. Con el tiempo, crearon una red secreta al servicio de la justicia, justo lo que querían hacer Lance y Mariand. Nobushin, la oiran de la espada, contó que el nombre de Yoshiwara lo adoptaron por ser la cuna de la cultura Edo. Qué nombre más extraño.
Para ellas era muy importante el honor y la lealtad a sus ideales, se notaba el gran respeto que le tenían a Kikuya, la más anciana y la última onna-bugeisha con vida. Las tres guerreras concordaron en que pertenecer a esa hermandad arcana les daba la habilidad de defenderse por sí mismas. A algunas también les ayudó a encontrarse y aclarar sus mentes, a otras las completaba y les facilitaba canalizar sus emociones a través de la meditación y la espiritualidad. Era algo que deseaba experimentar en mi vida.
Su fascinante cultura me llamaba la atención. La okiya parecía ser sacada de otro mundo. Todo impecable, minimalista y meticuloso con cada detalle. Mesas muy bajas de madera pura, pequeños árboles por todos lados, espacios abiertos llenos de aire puro, muchas alfombras, guirnaldas, adornos, altares y decoraciones hermosas, además de un aroma intenso a mandarina. Tenía una estética asiática que era apenas nueva para mí, mas no dejaba de impresionarme.
La voz gruesa de Lance me sacó de mis pensamientos vagos donde me encapsulado en mi propia cabeza. ¿Pero qué culpa tenía yo si el entorno me desconectaba de la realidad?
—Continúan con su misión, ¿no? —preguntó él.
—¿La de vigilantes trabajando en las sombras sin llevarse el crédito? Seguro, pero a diferencia de ti nos hemos vuelto menos altruistas con el tiempo. Todavía hay mucho trabajo por hacer y demasiados cambios por aceptar; es poco tiempo para nosotras y es inútil meternos en problemas que no forman parte de nosotras. Nos cuesta entender en lo que se ha convertido la que antes considerábamos una ciudad de esperanza —dijo Kikuya.
—No podemos rendirnos. Ahora más que nunca debemos estar juntos en esto, estamos muy cerca de terminar esta guerra invisible. Pronto el sol volverá a nacer ante nosotros, Gozen, estamos muy cerca.
—Que los ancestros te escuchen, Lance, que los ancestros te escuchen —Kikuya unió sus manos en oración y siguió con su andar sosegado.
—Y... ¿consideran que Scarlett pueda con el entrenamiento?
—No tiene mucha pinta de luchadora que digamos, si es que la tiene, pero veremos qué podemos hacer con ella. Se ve más como una de esas Yuisas desgraciadas en lugar de una Hermana Yoshiwara —dijo Nobushin—. ¿Qué opina, okasan?
—Yo creo que tiene potencial. Las mujeres dispuestas a lo que sea por lo que quieren son fuertes. Prostituta, ¿no es así? —dijo la onna-bugeisha.
—Exprostituta —respondí.
—Eso es un avance, es mejor cuando las nuevas tienen traumas sin resolver.
—¿En qué parte del mundo se considera eso como algo bueno? —inquirí cruzándome de brazos.
—Yo no hice las reglas. Si funciona, funciona. Esto será muy interesante.
—¿Entonces debo aprender a ser justo como ustedes o cómo? —cambié el tema algo incómoda para evitar ponerme molesta.
—Así no es cómo funciona, Scarlett-san —desmintió Onao—. Deberás aprender a ser tú misma. Entrenarás con nosotras, aprenderás las artes marciales tradicionales hasta que puedas defenderte y sepas usar lo que sea que tengas de especial para un bien mayor.
—En cada una de las mujeres que ves hay mucha historia. Dolor, misterio y belleza escondidas en obras de arte andantes —continuó la señora Kikuya—. Tú, por igual, llevas una historia, solo debes encaminar tu rumbo por el camino que buscas en tu vida. Nosotras te ayudaremos en parte del proceso, tu éxito dependerá únicamente de ti.
» El conocimiento que nosotras tenemos nos costó años de entrenamiento, incluso décadas en mi caso. A ti te tocará aprenderlo en meses arduos. No será fácil. Tienes que construir un cuerpo y una mente fuerte en un mundo corrompido, también necesitarás dominar todas las artes de combate de una Hermana Yoshiwara y controlar tus capacidades. Solo así serás digna de llamarte guerrera de las Hermanas Yoshiwara.
—¿Y cuál es el camino indicado para serlo?
—No hay tal cosa, a cualquier lado que te dirijas siempre pararás en alguna parte. Solo en ti estará la decisión sobre cuál camino quieras seguir.
—Entiendo —emulé con los dedos entrelazados.
A simple vista, tener éxito en el grupo de japonesas lo consideraba algo inalcanzable. Escaseaba de cualidades que me hicieran una guerrera fuerte y hábil como ellas, pero dentro de mí había esa chispa de ganas por lograrlo. Lance tenía fe en mí mientras que yo confiaba en él ciegamente. Entrenar a su lado me daba la seguridad de que no estaría sola en este proceso. Sobre todo, me daría más tiempo disfrutando de su placentera compañía. Trataría de dar lo mejor de mí en todo lo que estuviera a mi alcance.
—Ay Scarlett, Scarlett, Scarlett... —escuché a Pagóni reírse de mí en medio del paseo—. Te dije que no te ibas a deshacer de mí tan fácil. ¿Cuántos secretos vas a ocultarte?
Ese maldito parásito no pensaba en dejarme descansar.
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