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Fiesta.

Los cuerpos con vestidos pomposos y trajes coloridos iban de un lado a otro en ambas casas. Era casi imposible transitar por la superficie de tierra que las conectaba sin que alguien chocara contigo. Una especie molesta de tráfico humano que ponía a todos de mal humor, incluyéndome.

Dentro de la casa Morgan, las mujeres se habían dividido para organizar a los meseros y personas del banquete que habían contratado, mientras, los hombres se encargaban del mobiliario y la decoración. La sala principal había sido elegida como salón de fiestas, así que el acceso frontal era casi inaccesible.

La fiesta sería hasta la tarde, así que aún estaba en casa. Había sido obligada a arreglarme porque, según mi familia, después no habría tiempo.

Mi madre hablaba con mi abuela haciendo ademanes en la cocina mientras reían, pero yo no era consciente de lo que decían. Eran solo un murmullo lejano que coexistía conmigo en el mismo espacio.

Miré mis manos apoyadas en mi regazo encima de la tela suave del vestido celeste que había sido obligada a comprar para la ocasión. Lucían estáticas, pero, por dentro, temblaban lo suficiente para agitar un batido. Mi corazón latía a un ritmo tortuoso y, en un momento, fue necesario que cerrara los ojos para relajarme.

Era el día.

La familia Morgan ya tenía conocimiento del testamento del señor Morgan. El día de mi visita a Jimmy habían visto salir al notario y el propio anciano había confirmado todo, pero nadie conocía el nombre del heredero. El enigma había puesto la tensión a niveles inimaginables. Todos lucían tan desesperados por complacerlo, que incluso habían organizado la fiesta sin su aprobación.

Hacía días que nadie tenía contacto íntimo con él y todos sentían la imperiosa necesidad de complacerlo de alguna manera para tenerlo de vuelta. Era como si su toque fuera un cordón vital que habían cortado. Exactamente lo que él quería: dependencia.

Había pensado mucho en la dinámica particular de esa casa. Los niños de 12 y menores eran excluidos por "respeto", pero había cierta edad en la que sus padres o tutores hablaban con ellos acerca de sexo y comenzaban a incursionarse en el juego. La mayoría de ellos huérfanos debido a la muerte masiva de algunos adultos, lo que yo consideraba como una reducción de la competencia. Llegada cierta edad, eran expulsados del juego y muchos abandonaban la casa. Ninguno tocaba al señor Morgan, era él quien ponía las reglas y límites en el contacto. Solo Jimmy podía traspasarlos, por alguna extraña razón que no terminaba de esclarecerse en mi mente.

Jimmy, Danielle y yo habíamos decidido hacer del evento la oportunidad perfecta para llevar a cabo nuestro plan. Si envenenábamos una copa o uno de los platillos, sería difícil rastrearnos debido a la enorme cantidad de gente que habría dentro. Nunca sabrían que fuimos nosotros, solo debíamos ser extremadamente meticulosos. Cada paso, cada movimiento, cada mirada.

Una voz en mi cabeza rió haciéndome irritar. Era consciente de mi cobardía e inseguridad respecto a todo el asunto, pero no podía detenerme. El acuerdo que había firmado a cambio del dinero me obligaba a llegar hasta el final.

Caminé hacia la puerta frontal en busca de aire. Las cuatro paredes entre las que me encontraba comenzaban a sofocarme y la risa en mi cabeza no dejaba menguar la jaqueca.

Giré mi cabeza a la casa Morgan. No podía detenerme. No se trataba solo del dinero, sino de una vida completa. Seríamos capaces de escapar de esa estúpida cadena que los ancianos habían puesto en nosotros desde antes de nacer, tendríamos oportunidad de viajar lejos y ser quienes quisiéramos ser. No se trataría de la familia, sino de nosotros.

Sonreí de lado. La idea de la libertad valía la pena, incluso si el pago era mi cordura.

***
La fiesta estaba por comenzar. Algunos de los invitados ya cruzaban la puerta hacia la sala principal. El sonido de la música se escuchaba ligeramente palpitando contra las paredes.

El ambiente que había unas horas atrás casi se había esfumado. Parecía obvia la necesidad de destruir la tensión antes de que los invitados llegaran, o de que el señor Morgan apareciera, como si se sumergieran juntos en una felicidad virtual que hiciera al hombre cambiar su opinión respecto a la herencia.

Vi a Jimmy salir de la puerta frontal con un saco azul y corbatín rojo mientras Danielle se acercaba desde el costado solitario de la casa en un vestido rosado con olanes parecido al que había visto en 3 de sus primas. Ambos tenían pintado en sus rostros la misma cara de nerviosismo y miedo que yo sentía en mí. Mi respiración se agitó al reconocer lo cerca que estábamos de comenzar. Ni siquiera la idea de nuestra recompensa podía hacer que mi corazón regresara a su ritmo habitual.

Íbamos a matar a un hombre.

Con miradas y silencio nos transmitimos la información necesaria para saber que el veneno estaba en el bolsillo de Jimmy y que Danielle había conseguido la forma de entrar sin problema a la cocina, con el personal del banquete. Yo seguía sin saber dónde se ubicaba el señor Morgan, pero conocía al derecho y al revés la ubicación de los invitados, comida y bebidas, y la regularidad con la que las mujeres o alguien del banquete se acercaba a estos.

El sol comenzaba a ponerse, otorgando un ambiente cálido a la escena. Giré mi vista hacia la vereda, pasando por el bosque, intentando conseguir una mejor vista del cielo para calmar mis nervios. Mi mirada se detuvo antes de llegar a su destino.

Fruncí el ceño. El señor Morgan estaba sentado en un tronco con una expresión perdida que jamás había visto en él. Lucía cansado con la vida.

Noté un arma en su mano y un escalofrío recorrió mi espalda. Comencé a caminar en dirección a él sin dejar de observarlo. Se encontraba cerca, en los límites del bosque, pero el terreno se tornaba húmedo conforme me acercaba y era difícil de atravesar en tacones después de algunos metros.

Observé cómo dejaba salir un suspiro y levantaba el arma hacia su sien. El pánico se apoderó de mí. No podía hacer eso. No podía dejar que lo hiciera.

Comencé a correr sin importarme mucho los tropezones que daba o si me caía. La adrenalina quemaba en mis venas. El miedo me consumía más de lo que podía soportar. Quería gritar, pero estaba temporalmente muda.

Vi cómo ponía el cañón del arma en su piel. Estaba a unos 4 metros de distancia.

Escuchaba gritos en medio de mi bruma, pero no podía dejar de correr. No podría llegar a él a tiempo. No podría detenerlo.

Quitó el seguro del arma y giré para correr en sentido contrario a resguardarme. Un balazo resonó y, por primera vez, el silencio sepulcral reinó.

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