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Capítulo 9. En la pantalla grande

La pasamos viendo películas, abrazados en el sofá. Rato después pide comida a un restaurante.

El anochecer hace presencia. Estoy entre emocionada y nerviosa por ver mi estreno en la pantalla grande. Salimos cerca de las nueve de su casa y conduce hasta el cine para adultos. Yo siempre veía mis películas un día después en la página de la agencia. Nunca había entrado en un cine así. Hasta ahora.

Guardo mi bolsa en la guantera y dejamos el auto en el estacionamiento y caminamos al cine. No está lejos. Froto mis brazos, hace frio y olvidé abrigarme. Sonrío cuando me rodea la cintura con un brazo y me pega a su cuerpo. Yo rodeo su torso y me dejo llevar. Inmediatamente mi cuerpo se entibia.

—Tú no me dijiste que poder tienes—lo miro y puedo ver las luces reflejarse en su pupila. Es fascinante.

—Yo, nena, puedo follar por horas—sonríe de lado y alza el mentón orgulloso.

Sonreímos. Puedo darle la razón. Ahora entiendo su resistencia y agilidad. Que loco ¿No?

Las personas hacen fila para las golosinas y los boletos. Parece un cine normal, solo lo distingue el letrero que dice "Solo mayores de edad"

— ¿Quieres palomitas o algo?

—No

— ¿Por?

—Debo cuidar mi cuerpo ¿Lo recuerdas? —asiente.

—Está bien

Vamos por los boletos y entramos a la sala. Estamos casi en medio. Menos mal no hay carteles de la película por todos lados sino me reconocerían. Pone su mano en mi muslo y acaricia suavemente. La gente empieza a entrar con golosinas y palomitas, también disfrazados desde látex a conejitas con poca ropa y muy ceñida. Veo a Jean muy entretenido viéndolas. Y sé que no debo reclamar nada aunque me fastidia. 

Amor sin sentimientos sigue en pie.

Los comerciales de al principio se basan en compra de juguetes y condones. Después las luces se apagan y la gente chifla animada.

☆☆☆

Jean sube su mano hasta mi parte íntima y acaricia por encima de las bragas. Abro más las piernas, estoy caliente.

—Estuviste genial...

—Lo sé—le sonrió orgullosa

Apenas llegamos a su casa y la ropa voló. Nos deshicimos en suspiros y gemidos en la sala y luego subimos a su habitación.

☆☆☆

Un tono de llamada me despertó. Creí que era el mío y en realidad era el suyo, que aparte de sonar, vibraba arriba de la mesita de noche.

Me moví de su hombro y lo llame.

—Jean— ¿O debería llamarlo Asmodeus?

Frunce el ceño y abre lentamente los ojos.

—Tu celular —lo toma y contesta

— ¿Qué pasa?—bosteza mientras lleva la otra mano detrás y se acuesta en ella. Se ve tan lindo y antojable así, sin playera y el cabello revuelto. Las sabanas le cubren hasta la cadera pero sé que no lleva más que el bóxer.

Me estiro y bostezo. Me acuesto sobre su hombro y subo mi pierna en su cadera. Humm está duro. Sonrío y me muerdo los labios. Estar con él alrededor no implica más de dos minutos con ropa porque enseguida estamos desnudos. No me molesta, al contrario, me encanta.

Me estoy volviendo ninfómana por su culpa.

—Voy para allá—mi sonrisa se desvanece. Alzo la cabeza para verlo. Tiene la vista fija en el techo y no veo más que su cuello. Se me ocurre una idea.

Subo un poco más y alcanzo a lamerlo. Me palmea una nalga. Doy una pequeña risita. Mi lado travieso ríe. Subo en él, acostándome sobre su torso. Me estruja el trasero. Vuelvo a lamer su cuello y esta vez hasta la barbilla. Clava su mirada divertida en mí. Cuelga el teléfono y entonces subo más para besarlo.

—Me gusta tu lado juguetón.

— ¿Ah jam?— río cuando después de dejar el celular de nuevo en la mesita nos hace girar y ahora él está sobre mí. Se mete entre mis piernas y se restriega deliciosamente. Lame mis labios y reparte besos por mi cuello.  —Jean...—jadeo

—Si...—recorre mis pezones con su lengua. Baja lentamente mirando divertido como me retuerzo del placer. Alza la palma hacia la sabana y esta se levanta. No sé qué hacer o decir, solo veo la sabana flotando sobre nosotros mientras mete los pulgares en la orilla de mis bragas y las desliza abajo. Me hace doblar las piernas para sacarlas no sin antes depositar un suave beso en el dorso de mis pies y la lanza al aire. Estoy que ardo, el corazón me late agitado mientras en mi estómago revolotean excitantes sensaciones y en mi mente se forman tantas escenas calientes.

Veo mis bragas volar y la sabana cae sobre él. Ríe y asoma la cabeza. Me enseña la lengua y la acerca a mi sexo. Mi cuerpo pide a gritos que lo haga, mi respiración se detiene y sus ojos me prometen una y mil cosas. Quiero empujarle la cara en mí, quiero que baje.

Baja, baja, baja.

De pronto sonríe mientras baja el mentón, mete dos dedos en mí para abrirse paso y pasa su lengua una vez.

— ¿Quieres?—cuestiona en un ronco y sensual tono que hace que arda más.

—Si...

—Más alto, no te escucho.

—Sí, hazlo

—Qué Tayna ¿Qué quieres que haga? —chupa sus dedos, se relame los labios.

—Lame, pruébame...—y entonces entierra la cara en mí y la sabana le cubre la cabeza.

Arqueo la espalda, tenso todos los músculos, estrujo la sabana debajo de mí y dejo salir un gran y alto gemido al aire. Siento como mueve la lengua, como hunde sus dedos en mí, como succiona y presiona con sus labios. Esto es el cielo maldita sea, no me importa si es un demonio.

Alzo la sabana y observo atenta sus repeticiones. Me separa más las piernas y me lanza una sonrisa llena arrogancia. Entreabro la boca y me aprieto los pechos. Para y me detiene las manos.

—Jean...—suspiro frustrada.

— ¿Quién te ha dado permiso que te toques? —me sujeta las manos en el abdomen y se levanta sobre mí. ¡Voy a explotar maldita sea!

Me hace bajar las piernas y trepa hasta mi pecho.

—Jean

— ¿Si?—pregunta divertido

— ¡Jean!—exclamo frustrada y enfadada.

—Dime

— ¡Quiero un maldito orgasmo ya!

—Gánatelo—alza el mentón con aire chulesco y me señala con los ojos su entrepierna. Me pone las manos sobre ella y me suelta. Bajo su bóxer de un jalón, su polla erecta salta emocionada. Sube más y la mete a mi boca. La acepto acaparando lo más que puedo. Cubro mis dientes con los labios. Echa la cabeza atrás y gime ronco mandándome disparos de adrenalina por todo el cuerpo. La saca y vuelve a arremeter. Siento sus testículos chocar contra mi barbilla. Entra lo más hondo posible y luego vuelve a salir.  Repite el movimiento mientras se sujeta de la cabecera de la cama y yo mantengo la boca abierta escuchando sus candentes jadeos. La ensalivo con la lengua y dejo más para que tope ahí. Sube el ritmo casi ahogándome. Aumenta y aumenta más. Observo sus gestos de placer y lo envidio, yo también quiero disfrutar.

Entonces sale y deja caer sus restos en mi rostro. Cierro los ojos sintiendo el líquido caliente resbalar por mis mejillas. Termina y se baja de mí. Bato las pestañas entreviendo las manchas y gotas corriendo por mi piel. Trago la saliva.

— ¿Contento?—me limpio.

—Satisfecho—se posiciona entre mis piernas —Ahora tu turno

¡Por fin!

Se abalanza sobre mí. Entierra su miembro mientras acaricia mis muslos y sube hasta tomar mi cadera. Observa fijamente el recorrido.

—Jean

— ¿Puedes darte orgasmos tu sola no? —sonríe.

—Ni se te ocurra—muevo la cadera yo misma, sintiéndolo pero me aprieta deteniendo mis movimientos.

—Tengo que irme pero te puedo prestar los juguetes.

— ¡No! ¡A saber quién se los metió! —respondo y rompe en carcajadas. — ¿¡De que te ríes!?

—Vale, vale —embiste sujetándose a mi cintura. Lo veo relamerse los labios y mordérselos. Quiero hacerlo yo, maldita sea. Quiero comérmelos, comerme entero a este hombre. Pega su torso a mí. Muerde mi oído y me derrito. Nos movemos al ritmo de sus arremetidas. Suspiro y jadeo, me deshago viendo la unión de nuestros cuerpos. Se hace de lado y acaricia mis pechos, baja recorriendo mi abdomen y finalmente mis muslos. Suspiro dejándome flotar en su nube de placer. Tu tacto me eriza la piel y su calidez me hace retorcerme de gusto. Estoy a punto de cerrar los ojos cuando me toma de la barbilla y me obliga a verlo.

—No cierres los ojos, mírame—clavo los ojos en él y entreabro los labios. Mete un dedo en mi boca y lo chupo recordando el rico momento de hace unos minutos.

Acelera el ritmo. Gimo. Toco su espalda, lo araño y clavo las uñas cuando por fin me corro. 

☆☆☆

— ¡Carajo Asmodeus! ¡Te dije que pasaba en veinte minutos! — exclama molesto Alexander apenas abriendo la puerta y viéndonos bajar las escaleras muy campantes. Trae puesto un traje oscuro, sus tatuajes sobresalen por su cuello y las manos, las cuales llevan gruesos anillos en todos los dedos. Parece enfadado y cada que habla puedo ver sus colmillos ser más largos que los demás dientes.

"La próxima vez que veas algo así te aseguro que tu vida no correrá peligro"

Recuerdo lo que Jean dijo la vez que vi a los demonios...siendo demonios. Además dijo que le agradaba. Raro, pero le agradaba. Así que solo sonrío y él clava sus ojos en mí.

—Me debes unas bragas grandulón—una sonrisa se dibuja en su rostro. Se cruza de brazos y alza el mentón.

— ¿Cuál es la palabra mágica? —sus ojos brillan con malicia. Y yo frunzo el entre cejo.

— ¿Dame mis bragas por favor?—niega. Le hecho un vistazo a Jean pidiéndole ayuda pero él me ignora acomodándose los gemelos de la camisa aunque sé que está al tanto porque puedo ver su sonrisa divertida. —Ni idea

— ¿No le has enseñado?—Jean niega y se pone el saco. Mi cuerpo se enciende al verlo tan formal. Lo recorro con la mirada.

—No quiso—cruzamos miradas cómplices. Sé que el también quiere.

—Bueno, pues la palabra mágica es "Por favor, amo" —mi cuerpo reacciona dando un pequeño salto. Mi corazón late tan agitado que pareciera que quiere salir corriendo...al igual que yo.

No puedo evitar escanearlo con los ojos. Si, también es atractivo... y mucho, pero si da un poco de escalofrió tan solo verlo no quiero ni imaginar cómo será en la intimidad.

— ¿La prestaras?—voltea a ver a Jean y este alza una ceja.

— ¿Quieres que te la preste? —frunzo el ceño.

—Si hablan de mí, les recuerdo que no soy un objeto —le digo enfadada y dejo caer mi peso en una pierna con las manos en la cintura.

—Por las buenas—abre su saco dejándome ver una pistola en la cinturilla del pantalón. Abro los ojos sorprendida. Su rostro se ha puesto serio y creo que yo pálida. —O por las malas...

—Tampoco es para que la asustes—le recrimina Jean. Y en ambos se forma una sonrisa, me miran con diversión y estoy que ardo del coraje. Suspiro fuerte y ruedo los ojos.

—Me largo—pero Jean me toma del brazo

—No, no lo harás. Quiero que pases el fin de semana conmigo

Un celular vuelve a sonar interrumpiendo el momento. Esta vez es el mío. Lo saco de mi bolsa y contesto el número desconocido.

— ¿Si?

—Buenos días señorita Tayna, me presento, soy su nueva asistente Loreta Frasshé

¿¡Qué!?

— ¿Asistente? —pregunto confundida. Y más confundida es la mirada que me lanzan los hermanos a mi lado. Avanzo a la puerta dándoles la espalda.

—Así es. Le llamo para informarle que su pago ya está depositado en su cuenta. —unas manos me sujetan de los hombros y me obligan a salir. Abren la puerta y veo la limusina a fuera.

—De acuerdo, gracias—Jean aparece en mi campo de visión y me guía para meterme en la limusina.

—Por nada. Nos vemos el lunes —entro yo primero y me recorro, luego Jean y por ultimo Alexander quien cierra la puerta y le hace seña al conductor para que avance.

—Sí, nos vemos. —cuelgo. Ya quiero ver, así que rápidamente abro la aplicación para ver mi cuenta y doy un pequeño gritito al ver la cantidad, rápidamente me cubro con la mano para evitar escándalo. Los hermanos clavan su mirada en mí. ¡Quiero saltar de emoción!
¿Asistente y una cantidad de cinco dígitos en mi cuenta? ¡Estoy que quiero gritar a los cuatro vientos!

Pronto llegamos al complejo donde cenamos con su familia la otra vez y el conductor nos abre la puerta. Cientos de ojos se posan en nosotros en cuanto entramos.

—Es dónde venimos a la cena con tu familia—comento y Jean asiente. No puedo evitar ver el corredor que se iluminaba de rojo esa noche. El mismo corredor que nos llevaba al pecado, para mi yo de hace dos días, el infierno.

—Correcto—el personal porta un elegante traje oscuro con las letras "Serchenko" bordadas a un costado del pecho. Las mujeres llevan una falda y su blusa blanca con el cabello amarrado en una coleta. Ellas también portan la leyenda a un costado pero... ¿Por qué de blanco?

— ¿Y aquí trabajas? —vuelve a asentir. Veo como Alexander desnuda a las mujeres con la mirada mientras que Jean solo le sonríe a todo el mundo. Entramos al ascensor, los grandes espejos de pared y la tenue luz me permiten ver las tantas similitudes de los hermanos mientras ven los números del ascensor distraídos de mis pecaminosos ojos. Ambos parecen tallados por los dioses, ambos poseen cabello castaño y sedoso, ojos picaros y seductores, nariz perfecta, labios carnosos y rosados, y lo mejor, cuerpo fornido adornado por trajes oscuros. Se ven tan elegantes y deseables.

Recuerdo la indirecta, la propuesta y mi interior se muere por probarlos, a los dos, una parte de mi mente lo suplica pero otra parte pide cordura. Bajo la cabeza sacudiéndome esas ideas. El grandulón parece peligroso, no quiero meterme en algo turbio. No cuando mi carrera va despegando. El ascensor se detiene, llegamos al tercer piso.

—Me esperas en mi oficina, no tardo—me dice Jean

— ¿Y cuál es? —el pasillo está lleno de puertas.

—Esa—señala una.

— ¿Tardarás? Tengo que hacer unas cosas

— ¿Cómo qué? —frunce el ceño.

—Yo me adelanto—comenta Alexander y sigue su paso por el corredor hasta doblar en la esquina.

—Voy a ir al banco y a comprar unas cosas, además no hemos desayunado y tengo hambre

—Lo siento se me olvidaba—me toma de nuca, ladea la cabeza y me planta un beso. —Pediré que te traigan algo, no tardo—y se aleja, siguiendo el mismo camino que Alexander

Suspiro entrando a la oficina. Esta igual de infestada de reconocimientos y medallas. Se parece a al despacho en su casa, solo que aquí hay cientos de documentos con algún idioma extraño sobre el escritorio. Hay un sillón en una orilla y ahí me siento poniendo mi bolsa a un lado. Tiene fotografías de el con sus hermanos, recibiendo medallas, montando a caballo, sosteniendo un enorme pescado, todos juntos esquiando en la nieve. Parecen una familia normal. Pero yo sé su secreto.

—Oh, hola ¿Quién eres?—una pelinegra de labios pintados de rojo entra de prisa y se detiene al verme.

—Tayna. Am, Jean me dijo que lo esperara aquí—recoge los documentos apresurada. Ella es la única que trae saco y no viste completamente de blanco.

—Bueno, siendo así, no hay problema. —reconozco cierto toque de molestia en su voz. Parece que no le he caído bien, lo que hace que inmediatamente me caiga mal.

Se sienta en la silla detrás del escritorio y empieza a ordenar los documentos. Me acomodo en el asiento y saco mi celular. Vuelvo a ver el dinero, aun no me lo puedo creer ¿Qué puedo hacer con ese dinero? ¡Ropa! Si, si, si, y me haré un manicure, tal vez pida cita en el spa, estoy tensa.

La puerta se vuelve a abrir y aparece una empleada cargando una charola con platillos de comida y un jugo. Mi estómago ruge. La mujer me sonríe y me señala la charola con la cabeza.

— ¿Donde la pongo? —la alza un poco. Vemos que el escritorio está ocupado y la pelinegra parece extenderse más.

—Dámela, la pondré sobre mis piernas—asiente y me la entrega

—Buen provecho

—Gracias—y sale.

Corto la carne y me llevo trozos a la boca. Esta deliciosa. Mi celular suena y lo saco de la bolsa. Muestra en la pantalla a Leo. Desvió la llamada pero vuelve a insistir. La pelinegra clava sus ojos en mí. 

Está bien, guardo silencio.

Dejo la charola en el sillón y me levanto.

—Leonardo, deja de llamarme—salgo de la oficina pero me quedo cerca.

—Saliste en la página principal de tu agencia, como de las mejores, felicidades—comenta tranquilo.

—Gracias Leonardo ¿Es todo? —cuestiono irritada. Aunque ahora sé que sigue mi carrera de cerca.

—Emm, si...—lo imagino rascándose la cabeza sin saber que mas decir.

—De acuerdo Leonardo, hasta luego—estoy a punto de colgar cuando grita

— ¡Espera! ¡No cuelgues! —regreso el celular a mi oído

— ¿Si? ¿Qué pasa?

—Te extraño—aquello rompe mi corazón. Mis ganas de discutir se van corriendo lejos. Me quedó muda por unos segundos sin saber que decir. Quiero...no, enseguida recuerdo los brazos de esa mujer rodeándolo y ambos casi desnudos, se me revuelve el estómago y la furia sale a flote de nuevo

—Eso debiste haber pensado antes

—Tayna...—suspira—Fui un imbécil. La ira me cegó. Por favor, hablemos—me muerdo el labio indecisa, esos dos años fueron una maravilla. Jean no se tiene que enterar y además solo hablaremos, tal vez podamos arreglar las cosas y quedar como amigos, por lo viejos tiempos.

— ¿Donde?

— ¿Mañana? Te veo en tu casa...

— ¡No! —de solo imaginar que se puede topar con Jean me da pánico—Mejor...en cuanto me desocupe paso a tu casa, me daré una escapada, como en la preparatoria. Que tiempos...

—Si—y rompe en carcajadas. —Un día tú y un día yo

—Si—me río pero enseguida me callo al ver a Jean cruzar la esquina. —Bueno, te dejo. Nos vemos luego

—Hecho—cuelgo la llamada y veo a Alexander seguirlo. Ambos me miran fijamente. Ruego que no me hayan escuchado.

— ¿Con quién hablas?—me pregunta Jean frunciendo el ceño.

—Del trabajo, olvídalo—le doy un fugaz beso en los labios y entro de nuevo a la oficina.

— ¿Fin de semana? ¿Y ahora que quieren? ¿Explotarte? —parece enfadarse a medida que va diciendo las cosas.

—No—la pelinegra clava los ojos en nosotros. Le brillan al ver a Jean. Bueno, sé que es deseable así que la comprendo. Pero él es mío. Y estoy tentada a abrazarlo y besarlo. Alexander sonríe de lado recargado en el marco de la puerta.

—Bianya

—Ya casi termino las traducciones—regresa los ojos a los documentos y se levanta de la silla. — ¿Tienes hambre? —se planta frente a él. Frunzo el entrecejo. ¿Enserio? ¿De ella se alimenta? ¿De una humana? Yo podría hacerlo, y mejor que ella.

—No tengo hambre. Ve a la oficina de Luis. —ella asiente y me ve de reojo antes de recoger unos documentos más y salir bajo la mirada de todos.

—Pues yo si tengo hambre—comenta Alexander quitándose el famoso apuntador como el que usan los de seguridad y entra a sentarse en el sillón. Toma un trozo de carne con la mano y se lo come.

—Tu siempre—va a su silla y se sienta. —Pero ahora tenemos que hablar de seguridad.

— ¿Por qué? ¿Qué ocurre? —voy al sillón y me siento, guardo mi celular en la bolsa y pongo la charola en mis piernas.

—Porque hay un tipo que se está llevando mujeres y estas aparecen muertas. Lo peor es que son chicas que conozco.

Me quedo pasmada. El miedo cruza mi ser. No me imagino en garras de un demente.

—Ten cuidado porque se hace llamar Jack. Como Jack el destripador, el que atacaba prostitutas—dice Alexander llevándose otro trozo de carne a la boca

— ¡Yo no soy prostituta! —le reclamo con enojo

—No te enfades rubia, prostituta se refiere a las que trabajan dando sexo por dinero y adivina ¿qué haces tú?—eso me enfurece. Quiero golpearlo. Yo no...Bueno, sí, pero suena horrible que lo diga

—Alexander...—le recrimina con la mirada

—Solo doy mi opinión—se encoge de hombros

—Ahórratela—le digo apretando los dientes y el solo sonríe. Maldito hijo de...

—Bueno ya—se mete Jean —Tayna a partir de ahora llevarás guardaespaldas.

— ¿¡Qué!?

—Es por tu seguridad

¡Oh rayos!

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