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Astaroth duque de el infierno - Minho

Los sollozos y latigazos como penitencia resonaban creando un eco lamentable en aquella oscura capilla, el goteo de la sangre que caía al suelo acompañaba el ruego desesperado y agónico que reflejaba su voz que imploraba por perdón.

Uno, dos, tres latigazos.

El era un pecador y anhelaba ser redimido, se sentía agobiado, aterrado, pudo percibir que si paraba de orar la oscuridad le consumiría y le llevaría donde pertenece, donde su avaricia le había destinado a llegar desde un inicio.

El había pactado con aquel ser de oscuridad, convirtiéndose en un brujo, solo para obtener vida eterna al igual que su belleza que deslumbró en su momento a hombres y mujeres.

Ahora, después de haber vivido tanto, se dio cuenta de que no valía la pena, trato de deshacer sus pactos con todo lo malo, fue a la iglesia y buscó salvación en esta, pero de él ya no quedaba nada.

Permanecía arrodillado frente a la cruz, gritando sus plegarias, los latigazos en su espalda no eran suficientes, tenía que seguir. Sus ojos permanecía cerrados por miedo a lo que pudiese ver o que alguna distracción le impidiese seguir rezando.

Uno, dos, tres latigazos se oyeron.

La sangre escurría por su espalda magullada y adolorida, más continuó dando latigazos, uno tras otro y otro.

De un momento a otro, se oyeron voces gritando injurias y maldiciones fuera de la puerta, el suelo empezó a temblar levemente, pero lo suficiente como para lastimar las adoloridas rodillas del castaño.

Cuando todo se calmó y menos lo esperó, el suelo empezó a temblar brutalmente y no pudo evitar gritar de dolor y caer sobre sus manos, el látigo que sus dedos sostenían con fuerzas para golpear su espalda, cayó a poca distancia de el. Las cruces e imágenes del mesías temblaban y se volteaban de manera automática y como una parsimonia aspaventada.

Lo que el había hecho no tenía perdón de Dios.

Y lo sabía bien. Pero rogaría. Rogaría incansablemente por perdón hasta que de él no quedase nada.

Oh, Señor Jesucristo, yo me postro a los pies de tu cruz y te pido que me cubras con la preciosísima sangre que brotó de tu sacratísimo corazón y tus santísimas llagas — Sus ojos se empuñaron con aún más fuerza en cuanto el suelo bajo sus rodillas empezó a temblar, pero esta vez era diferente, era como un balanceo en medio de feroces brincos que ayudaban a que el dolor de sus piernas incrementara. Sollozando, trato con dificultad seguir con la oración —: Lávame, mi Jesús, en el agua viva que brota de tu corazón, señor Jesús, te pido que me rodees con tu santa luz.

Risas, gritos, golpes, pasos, maldiciones resonaban fuera de la puerta de la pequeña capilla.

Esa era la respuesta de su amado "Dios y salvador".

Una voz terrorífica y sacada de ultratumba le llamo fuera de la puerta entre gritos agónicos.

Tomo con fuerzas aquel rosario de madera, bendecido por el padre de la inglesa a la que había acudido por ayuda de su cuello, se apoyó en el suelo y con su ahora diestra vacía, tomó el látigo con todas las fuerzas que quedaban en su esquelético cuerpo.

¡Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa! — Casi desgarró sus cuerdas vocales al gritar como un desquiciado y también cuando tres latigazos más a su ya de por si lastimada espalda — ¡¡Ruego a la bienaventurada siempre Virgen María, a los ángeles y a los santos que roguéis por mi a Dios nuestro señor. Amén!! — Entonces dos latigazos más impactaron contra la espalda del joven. Todo Jisung temblaba en dolor y su apariencia de en sí era cadavérica, recordándole la forma en la que su avaricia y el poder, había acabado plenamente con todo lo que el era — ¡Yo, pecador, me confieso a Dios todopoderoso! ¡Perdón, padre, te imploró perdón!.

Y calma...

El suelo paro de moverse de repente, además de los crucifijos e imágenes que se encontraban en toda la capilla.

Jisung se detuvo, sus brazos cayeron sobre sus piernas agotados y sintió el líquido caliente y espeso recorrer toda su espalda. Sonrió casi con verdadera felicidad, esperado que su señor le haya oído, pero sabía que aquella calma era momentánea y que Dios no le había oído, era la calma que había antes de que llegara el mensajero de Lucifer, con el mismo que había pactado hace tantos años.

El lugar oscuro que había permanecido en calma por unos segundos retumbó y las lágrimas se precipitaron a bajar por las pálidas y huesudas mejillas del pecador.

Todas aquellas voces, gritaron al unísono haciendo que sus tímpanos dolieran y empezaran a sangrar por el desagradable sonido de las almas que ardían.

La puerta que había permanecido sellada en todo momento se habría de repente y con un chirrido, una figura oscura y de apariencia terrorífica envuelta en neblina negra se asomo, y la neblina que le cubría de apago se disipaba, dejando al descubierto un hombre que tenía la apariencia hermosa y sin igual como si de un ángel se tratase, pero era sólo su apariencia.

Una sonrisa burlona hizo asomo en los labios de aquel hombre alto, de cabellos largos y blancos como la nieve. Su rostro se distorsionó y la apariencia del demonio hizo dar a Jisung un respingo, la misma apariencia con la que se había presentado ante el hace cientos de años, para hacer el trato que lo había traído hasta su perdición.

El rostro del demonio regresó a su superficial belleza y el magenta diabólico de sus ojos brilló en la oscuridad con una malicia indescriptible.

Es el momento, Han Jisung, es momento de que me dejes tomar posesión de tu cuerpo por esta traición — su voz, la voz que le había acechado en todas sus pesadillas más oscuras, se estaba volviendo a dirigir a el, para cobrarle — Deja de rogarle a tu Dios por perdón, estas condenado a arder en el infierno como la basura que eres — aquellas palabras resonaron en el húmedo y frío lugar, haciendo estremecer al mencionado.

No podía hacer nada, era su destino, no podía rogar por siempre, estuvo condenado desde el momento en el que su mano y la de aquel monstruo de ojos magentas se tocaron, desde el momento en el que el mensajero del mal se presentó ante el.

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