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Una verdad a medias

El duque estaba nervioso a causa de las fuertes reacciones que de seguro produciría el impactante mensaje que estaba por revelar. Sin embargo, se presentó sereno y solemne, como era usual en él, pues sabía ocultar las emociones a la perfección. De su penetrante mirada purpúrea emanaba una calma sobrehumana, profunda, casi tangible. Aunado a ello, la claridad en la voz tan varonil que poseía infundía respeto por sí sola. Manteniéndose bien erguido, el caballero por fin empezó su discurso.

—Es muy probable que cada uno de ustedes piense acerca del mundo desde el cual procede como el único que existe, pero esto no es así. La Tierra fue dividida en tres dimensiones distintas hace muchos siglos.

Todos los presentes en la sala se quedaron boquiabiertos ante semejante noticia. Los profundos suspiros de sorpresa y las murmuraciones no se hicieron esperar. Sin embargo, una simple palmada de Savaelu los trajo de vuelta al silencio sepulcral de antes.

—Se tomaron estas drásticas medidas con el objetivo de poner a salvo las conciencias de los Tévatai. Si hubiésemos el mundo dejado tal y como estaba, Xirdis, su vengativa hermana renegada, habría tenido una valiosa oportunidad de absorber la esencia de ellos para así venir a ese planeta y destruirlo todo. Además de haber estado separadas, las conciencias de los integrantes del Pacto de Fuego estuvieron completamente dormidas hasta hace muy poco. Ese fue el medio escogido por Rakkaus, el poderoso corazón de la Tierra, para que la presencia de los hermanos no pudiese ser detectada. Al estar las cinco conciencias despiertas ahora, la única manera de mantenerlas indetectables ante Nahiara era trayéndolas a un lugar que estuviese fuera del alcance de las reglas que gobiernan a las tres dimensiones terrestres. De lo contrario, los portadores correrían un enorme riesgo de ser aniquilados con impresionante sadismo, como le sucedió a casi toda la población en la dimensión negra. Por esta razón, nos encontramos hoy en un refugio construido por mí sobre la superficie lunar.

En ese momento, Leonardo levantó la mano derecha. Quería hacerle decenas de preguntas al duque, pero había un tema en particular entre esa multitud de interrogantes que lo inquietaba en demasía. Necesitaba saber la verdad. Para su buena suerte, el noble lo miró a los ojos e hizo un ademán de aprobación.

—¿Por qué solo hay ciento ochenta personas en este lugar? ¿Acaso los demás no merecían ser rescatados? ¿¡Por qué nadie los defendió!? ¡Murieron millones de seres inocentes! —clamó él, con un tono furibundo que mostraba gran indignación.

Savaelu bajó la vista y suspiró. Aquellas cuestiones tenían mucha lógica. Él mismo se había preguntado lo mismo varias veces. Todavía no terminaba de comprender bien la respuesta tan extraña que había recibido cuando le habló acerca de ello a Rakkaus. Le parecía imprudente compartir información que no sabía cómo explicar. Sin embargo, no podía negarse a responder, pues aquel hombre era una parte vital del rompecabezas para restaurar la paz. Merecía recibir respuestas, aunque estas no fuesen claras.

—Con respecto a eso, solo puedo decirte lo poco que me ha sido revelado. Ni yo mismo entiendo del todo los motivos que se ocultan detrás de esas aparentes injusticias. Repetiré para ustedes las palabras pronunciadas por la voluntad del planeta ante mi presencia: "Los descendientes de la luz debe ser liberados, mas el alto precio a cambio de sus almas aún no se ha pagado. La ofrenda esencial para el retorno está incompleta".

Aquellas palabras indescifrables no hicieron más que aumentar la irritación en el joven Castro. Los rostros contrariados de los demás presentes no le ayudaron a calmar su ánimo.

—¿Me está diciendo que ni siquiera millones de vidas pueden pagar por el valor de unos pocos? ¿¡Cómo es posible que tantas vidas sacrificadas no importen!?

Dicho esto, el muchacho comenzó a caminar en dirección a la puerta abierta más cercana. Sentía que una espesa nube le estaba nublando los pensamientos. No podía aceptar una excusa, a su parecer, tan pobre para justificar el deleznable acto que había sido permitido. No le cabía en la cabeza que unas criaturas tan poderosas como lo eran Rakkaus o el propio Savaelu hubiesen sido capaces de permitir el aniquilamiento de otras especies más débiles y, en muchos casos, incluso indefensas. No estaba dispuesto a luchar por un simple puñado de seres desconocidos cuya libertad exigía tanto daño y sufrimiento a cambio.

—¡Leonardo, por favor, aguarda! —rogó la enérgica voz de la conciencia de Násatrak en su interior.

Aquel llamado repentino lo hizo sobresaltarse pero, aun así, siguió caminando a paso rápido. No tenía intención alguna de quedarse en presencia de personas que parecían estar de acuerdo con un proceder que era, a todas luces, una tremenda injusticia. Necesitaba tiempo para estar solo en la tranquilidad de su habitación y pensar. Pero la voz del Tévatai resultó ser un amargo recordatorio de la imposibilidad que tenía para aislarse de verdad. Sin importar adónde se dirigiera, siempre llevaría a un invasor de su privacidad consigo. ¡Vaya tortura!

—¡Cállese y déjeme en paz! ¿No le basta con obligarme a soportar su presencia segundo tras segundo? Al menos manténgase al margen de mis asuntos. No pienso regresar a esa sala llena de crueldad y egoísmo. ¡Esto es inconcebible!

El rostro del chico estaba lleno de arrugas de todas clases. La mueca de desagrado que le deformaba el semblante solo se iba haciendo más pronunciada con cada nuevo suceso que acontecía. "¿Para esto esperé tanto? No puedo creer que yo esté aquí, sin un rasguño, cuando tanta gente inocente fue masacrada con semejante crueldad... ¿Qué rayos pasa aquí? Debo hacer algo", pensaba él, rogando que el usurpador en su cabeza no pudiera escuchar sus cavilaciones silenciosas. Sin darse cuenta, el joven había apurado tanto el paso que ya estaba corriendo. El desorden en su cerebro se hacía cada vez más evidente, puesto que empezó a abrir varias puertas por error, creyendo haber hallado la entrada a su cuarto todas las veces. En uno de esos intentos fallidos, se tropezó de frente con Déneve, quien se hallaba sola en ese momento. Al llevar tanto impulso, el empuje de su cuerpo la hizo perder el equilibrio por accidente. Como resultado, la mujer cayó sentada sobre el suelo. No pudo disimular un mohín de dolor mientras se frotaba la parte baja de la espalda. A pesar de estar muy alterado, el chaval de inmediato reaccionó para asistirla.

—¡Por favor, discúlpeme, señora! ¿Se encuentra usted bien? Permítame ayudarla a ponerse de pie —propuso Leo, extendiéndole los brazos para que los utilizara como punto de apoyo.

Ella se había sonrojado a causa de la vergüenza de caerse en público. Sin embargo, aceptó la oferta del chico y se lo hizo saber imitando la posición corporal de él, al tiempo que le sonreía con algo de timidez. El pelinegro se tranquilizó en cuanto vio que la mujer no había recibido daños graves ni se había enfadado por su culpa. Sonriéndole de vuelta, el chico entrelazó sus dedos con los de ella y luego la haló hacia sí con delicadeza. No le resultó difícil levantarla, dado que era bastante menuda y de contextura delgada. Apenas estuvo nuevamente de pie, la señora Woodgate se quedó mirando el rostro del muchacho como si este le perteneciera a una exótica criatura recién descubierta por los científicos. Su curiosidad era tan grande que no la pudo controlar y actuó por impulso. Deslizó el dedo índice derecho sobre la frente del varón hasta llegar a la punta de su nariz. Allí se detuvo en seco y abrió los ojos al máximo.

—Tenías dibujada una extraña línea negra. Lucía gruesa y brillante. Parpadeaba y se movía como si fuera líquida pero, apenas pasé mi dedo por encima de ella, desapareció. Fue muy raro, ¿no lo crees? —manifestó ella, mientras se sostenía la barbilla, pensativa.

Leonardo no dijo nada al respecto, pero no se debía a que fuera maleducado. Se sentía mareado y le había comenzado a doler la cabeza. Incluso estaba experimentando fuertes náuseas. Se puso ligeramente pálido de un pronto a otro. Al notar la descompensación repentina del joven, Déneve posó su mano derecha sobre el hombro de él y, con el ceño fruncido, le hizo una pregunta.

—¿Quieres que vaya a pedir alguna medicina para ti? Te ves realmente mal.

El muchacho no pudo articular palabra alguna. Con gran rapidez, una masa compacta de tonalidad grisácea ascendió por su garganta y fue expulsada desde su boca. Cuando el desagradable deshecho tocó el suelo, se convirtió en polvo. La mujer se había alejado del varón en cuanto percibió que este iba a vomitar, pero se aproximó de nuevo para sujetarlo al ver que las rodillas le temblaban. Para sorpresa de Leo, el haberse librado de aquella sustancia desconocida hizo maravillas por su estado de salud. Tanto el malestar físico como la terrible ira anterior se habían desvanecido por completo. Recuperó las fuerzas en un parpadeo, así que decidió soltarse del agarre de la dama.

—No se preocupe más, señora. Ya me siento mucho mejor. No es necesario que busque ayuda, puedo valerme por mí mismo. Pero le agradezco todo lo que ya ha hecho. Por favor, disculpe las molestias.

Sin darle tiempo a la madre de Dahlia para decir nada más, el joven Castro se apresuró a abandonar la habitación. Empero, no había cruzado aún el vano de la puerta cuando se encontró cara a cara con Amadahy.

—Vine a buscarte a petición de Savaelu. Nos dejaste a todos muy intranquilos desde que te fuiste. Entiendo tu reacción ante las palabras del duque, a mí también me impactaron. Pero no podemos dejarnos llevar tanto por las emociones negativas. Estamos en tiempos difíciles y debemos estar más unidos que nunca. Te necesitamos, Leonardo. Vuelve con nosotros.

Mientras la muchacha hablaba, las marcas en sus palmas habían empezado a resplandecer, al igual que la de su interlocutor. Como reacción instintiva, la fémina colocó sus manos en posición suplicante, instando así al hombre a aceptar su invitación. El brazo del varón no tardó en extenderse, tras lo cual la arquera estrechó la palma de él entre las suyas. Como resultado de aquel acto, un suave calor inundó el pecho de ambos y les infundió paz. Las amplias sonrisas dibujadas en los rostros de los dos permitían adivinar con facilidad cuáles eran sus sentimientos. Los jóvenes humanos se estaban mirando con la misma ternura que Icai y Násatrak se hubiesen mirado de haber tenido la oportunidad de utilizar sus propios ojos.

Déneve los estaba observando en total silencio, sorprendida, pues a ella nadie le había explicado con claridad qué estaba ocurriendo y cuál era su papel en todo eso. Algo dentro de ella le indicaba que estaba en el lugar correcto, pero esa sensación no era suficiente para calmarla. Todavía seguía sin obtener información acerca del paradero de su hija. No entendía cómo era posible que tuviera un hijo al cual no conocía en absoluto y a quien, no obstante, amaba de verdad. Tampoco comprendía por qué sentía tanta cercanía emocional con aquel grupo de muchachos desconocidos. ¿Quién era Savaelu y por qué tenía tanto poder sobre todos, incluyéndola? Él le había prometido darle las respuestas que tanto anhelaba su corazón, pero se estaba tardando demasiado en hacerlo. Harta de esperar en aquella solitaria estancia, la dama se resolvió a cambiar su situación. Antes de que se retirasen los chicos y, con ellos, su oportunidad para hablar con el noble, la señora carraspeó suavemente a propósito, con lo cual llamó la atención de los visitantes.

—Disculpen que los moleste... En verdad necesito hablar con el duque, y creo que me perdería en estos pasillos tan largos si no voy con alguien que me guíe. ¿Podría irme junto con ustedes?

—¡Claro! No veo ningún problema en ello. Además, nunca les negaría la ayuda a mis mayores. Será un gran honor acompañarla —respondió Amadahy, inclinando la cabeza.

Dicho esto, los tres compañeros se encaminaron hacia el salón principal. Los demás presentes estaban discutiendo entre ellos cuando el trío ingresó al aposento. Una frase inconexa llegó a los oídos de Déneve: "...así no era mi esposa, algo le pasa...". Emil estaba dirigiéndose a Savaelu en ese preciso instante. Se lo notaba enfadado, pero sus palabras se transformaron en silencio y su rostro se relajó un poco apenas se dio cuenta de que la pelirroja había llegado. Intentó esbozar una bonita sonrisa para ella, pero el resultado fue una mueca rara que mezclaba el nerviosismo con una alegría fingida. Los temores y dudas de la madre de los gemelos se incrementaron después de escuchar aquello. "¿Qué me están ocultando? ¡Ya no soporto más esto!", pensaba ella para sus adentros. Olvidándose de los modales, la mujer caminó hacia donde estaba el duque y sujetó una de las mangas de su elegante gabardina.

—¡Dígame la verdad, se lo ruego! —clamó la dama, con el rostro compungido.

El noble la miró a los ojos con una clara expresión de compasión, pero no tuvo el valor suficiente para decirle lo que ella tanto deseaba saber. Solo pudo levantar la mano izquierda de golpe, para así darle una orden no verbal a una de sus leales libélulas. La criatura comprendió al instante lo que su amo deseaba. Se posó sobre el hombro de Déneve y comenzó a entonar una canción relajante que solo ella era capaz de escuchar. La fémina iba aletargándose más y más a medida que el canto avanzaba. Tras un lapso breve, cayó profundamente dormida en los brazos de su marido. El hermano menor de Kissa se acercó al señor Woodgate y le habló en murmullos, muy cerca del oído izquierdo.

—Siento mucho haber tenido que hacerle esto. De hecho, odio haber permitido que Rakkaus modificara sus memorias, pero lo hicimos así porque ella aún no está lista para conocer toda la verdad. Algún día le pediré perdón y compensaré la angustia que le he ocasionado... Por favor, llévatela de acá. Procuraré que ella no despierte hasta que llegue el final de la batalla. Busca a Anastasia y dile que te muestre la habitación en donde podrás dejarla para que repose.

Emil no tuvo la valentía para cuestionar el proceder y las órdenes de Savaelu con respecto a su esposa. Él se había dado cuenta de que había algo mal con ella desde el momento mismo en que lo había perdonado tan fácilmente. Quiso convencerse de lo contrario, pero era imposible que esa inocente mujer lo amara si conocía la realidad acerca de su terrible trato con los Olvidados. El hecho de saber que los recuerdos de Déneve no eran suyos del todo le había caído como un balde de agua fría sobre el corazón. ¿Qué haría ella cuando por fin pudiera conocer la verdad? Estaba seguro de que lo detestaría a muerte. Mientras el angustiado hombre caminaba hacia fuera del salón con la dama durmiente en brazos, el duque se aproximó a Milo para hacerle una solicitud de suma importancia.

—Antes de hacer el despliegue total de nuestras tropas, quiero intentar engañar a Nahiara. Necesito que la hagas alejarse por completo de Galatea, su emisaria. Deberás ir ante su presencia sin compañía alguna. Parecerá que estás actuando solo en contra de la emperatriz, pero no será así. Estaremos justo detrás de ti, listos para defenderte en caso de que sea necesario. No quiero que conozca el tamaño de nuestro ejército todavía. Enfrentarla cara a cara es una maniobra muy riesgosa, no hay duda. No obstante, eres el único a quien podemos enviar sin darle pistas en lo relacionado con la identidad y la cantidad de los aliados. ¿Podrás lograr este objetivo?

—¡Sí, señor! Esta vez no les fallaré, téngalo por seguro.

—¡Magnífico! Dejo a tu criterio las decisiones en cuanto a las técnicas de ataque y de defensa que consideres más convenientes.

—¡Entendido! Muchas gracias por confiar en mí, señor.

Acto seguido, Savaelu sacudió los brazos de manera enérgica, con lo cual liberó a un gran grupo de libélulas. Le indicó al muchacho el medio que utilizarían para trasladarlo de vuelta a la Tierra. De la misma forma en que habían transportado a Cedric al interior del refugio, así sacarían a Milo de ahí. Nina ya estaba esperándolo en los linderos de la exosfera terrestre para asistirlo con sus útiles extremidades hechas a base de los vientos.

—Hagas lo que hagas, nunca olvides que tu hermana nos necesita. Lucha en su honor con todas tus fuerzas.

—¡Así será! Dahlia estará muy orgullosa de mí.

Después de ello, el jovencito Woodgate fue envuelto por el clan insectil. En solo unos cuantos minutos más, él estaría contemplando el rostro de la temible soberana de La Legión de los Olvidados...


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