Una revelación oculta
Habían transcurrido dos semanas desde que Syphiel huyó despavorida de las cuevas en donde residía Moa, la poderosa hechicera que le lanzó una maldición a su hija no nacida. La pobre muchacha reposaba en silencio sobre la deteriorada cama que le había preparado la anciana que la recibió en su casa, luego de que la encontrase desmayada frente a esta. Aunque el doctor le había asegurado que tanto ella como su bebé se encontraban fuera de peligro, la joven sabía muy bien que eso no era verdad. Las terribles palabras de Moa resonaban en su cabeza una y otra vez: "Con el poder que me confieren los seres que residen en las más densas tinieblas, te maldigo. El fruto de tu vientre acarreará desgracia, sufrimiento y dolor para toda la humanidad. Llevará en su alma la marca del rencor." El estar consciente de que su propia progenie destruiría a todas esas personas por las que ella tanto se había esforzado en ayudar le destrozaba el corazón. Nunca más podría volver a gozar de tranquilidad y seguridad. Un trágico destino ya había sido escogido para ella y su amado retoño. Después de llorar en silencio unos instantes, Syphiel trató de quedarse dormida, pues quizás de esa manera podría apaciguar sus miedos por un rato.
No supo cuánto tiempo transcurrió desde que cerró los ojos, pero cuando los volvió a abrir, de inmediato comprendió que ya era de noche. Dejó escapar un agudo grito del más puro terror en cuanto cayó en cuenta de que no se encontraba descansando sobre el camastro en el hogar de la viejita. Estaba recostada sobre el pasto, junto a un riachuelo cristalino que emanaba desde el interior de una oscura gruta. No tenía idea de dónde se encontraba ni de cómo había llegado hasta ahí. Lo único que sabía era que algo o alguien la había llevado hasta allí sin su consentimiento, pero no tenía deseos de quedarse a averiguar cuál era la identidad de su secuestrador. Por esa razón, en cuanto pudo recuperarse del susto, se incorporó y comenzó a caminar río abajo. Nunca había visitado aquel sitio y eso la hacía avanzar con pasos sigilosos y vacilantes. "Todos los arroyos llevan hacia algún sitio poblado, de eso estoy segura", murmuraba para sí. Daba gracias de que aquella noche fuera de luna llena, pues eso le permitía distinguir con claridad formas y movimientos.
Tras unos breves minutos de caminata, quedó claro que nada en el bosque parecía tener intenciones de atacarla. Solo se escuchaba el murmullo de las aguas y el silbido de las ramas de los árboles cuando la suave y fresca brisa las atravesaba. Sin embargo, eso no le garantizaba a Syphiel que estuviese a salvo. Hasta que pudiese hallar alguna señal que le ayudara a determinar cuál era su ubicación exacta, la joven estaba decidida a seguir caminando sin detenerse. Y lo que más le preocupaba en ese momento no era saberse perdida, sino su total carencia de armas para defenderse. ¿Qué haría si un animal salvaje se le abalanzaba? O peor aún, ¿qué haría si algún hombre quería abusar de ella otra vez? Ese amargo episodio estaba fresco en su memoria y la atormentaba tanto como la maldición que pesaba sobre su niña. Prefería morir siendo atacada por una bestia que revivir la violenta experiencia mediante la cual existía su hija. Pero a pesar del horror y dolor por el que tuvo que pasar a causa de ese despiadado hombre, ese tipo de quien ella nunca conoció ni siquiera el rostro, la muchacha amaba mucho a su bebé. Por el bien de su descendencia, lucharía por salir adelante. Quizás podría encontrar la manera de deshacer la maldición y salvarlos a todos...
Faltaba poco tiempo para que amaneciera cuando Syphiel pudo distinguir la figura de unas casitas de madera a lo lejos. Se le dibujó una amplia sonrisa en el rostro, pues pensaba que había salido ilesa tras pasar una noche sola en mitad de la nada. Empezó a avanzar a paso más rápido, dado que deseaba llegar a ese pueblo cuanto antes. Al estar tan concentrada en la imagen que tenía delante, su atención hacia los alrededores se perdió. No notó que una enorme sombra de una criatura alada se paseaba justo sobre su cabeza. Cuando por fin se percató de que tenía compañía, ya era demasiado tarde para actuar. El ente descendió y la sujetó de los hombros, con la ayuda de las afiladas garras en sus poderosas patas. Una vez que la tuvo asida con firmeza, se elevó varios metros y luego empezó a sobrevolar la floresta a gran velocidad.
La respiración de la joven se tornó irregular y dificultosa. Su corazón quería escapársele del pecho. Además del vértigo que le ocasionaba la monumental altura a la que se hallaba, la idea de estar a merced de una alimaña gigantesca estaba a punto de arrancarle la poca cordura que le quedaba. Hacía largo rato que había cerrado los ojos de manera inconsciente, puesto que así disminuía su sensación de mareo. No obstante, la curiosidad la carcomía por dentro. Si había de perecer ese día, al menos quería saber adónde la estaban llevando y qué era lo que la había atrapado. Se dispuso a levantar la cabeza antes de abrir los ojos, ya que eso le permitiría mirar a su captor en vez de mirar hacia la tierra, la cual nunca antes había estado tan separada de sus pies. No estaba preparada para lo que encontrarían sus perplejos orbes grises ante sí...
Ni en sus mejores sueños hubiese podido fantasear con la magnificencia del animal que la sostenía. Se trataba de un gigantesco búho real, cuyo reluciente plumaje dorado hacía un hermoso contraste con sus enormes ojos verdosos. Los inusuales globos oculares del ave ostentaban unos chispeantes iris de tonalidad olivácea y unas penetrantes pupilas incoloras. Sus patas fibrosas y su pico curvo eran tan rojos y brillantes como los mismísimos rubíes. Los prominentes y sedosos penachos junto a sus oídos se mostraban completamente elevados. Esa característica causaba la impresión de que la criatura poseía un par de cuernos largos y puntiagudos, lo cual la transformaba con facilidad en un ser escalofriante, pero no por ello era menos espléndido.
Syphiel no daba crédito a lo que estaba presenciando. "¡Esto no puede ser! Los Jánaret no existen... La triada de bestias sagradas es solo una leyenda," pensaba para ella para sus adentros. Aunque se empecinara en negarlo, aquel colosal búho era visible y tangible. Ya no le cabía duda alguna de que los antiguos mitos que Kylmä les había narrado a los miembros de la Orden del Péndulo Celestial estaban basados en la realidad. Uno de los tres espíritus protectores que los Tévatai les habían obsequiado a todos los habitantes de la Tierra desde el principio de los tiempos estaba junto a ella, dándole un paseo cerca de las nubes. Por descabellado que pudiese resultar, a la chica le reconfortaba mucho saber que no había sido secuestrada por un animal cualquiera. Su raptor era nada más y nada menos que Fánok, el benévolo guardián de los aires.
Una vez que llegaron a cima de una montaña, el ave aflojó su agarre y le permitió a la muchacha ponerse de pie frente a su formidable cuerpo. El animal y la mujer cruzaron la mirada y permanecieron en silencio por unos cuantos segundos, los cuales se le hicieron interminables a esta última. Tras el corto lapso de completo mutismo, Fánok replegó sus grandes alas sobre sí mismo. Un leve destello blanquecino le dio paso a su nueva forma. Ante Syphiel se erguía ahora un atlético hombre muy alto, de tez trigueña, albos cabellos e impactantes ojos escarlata. Aún conservaba en su espalda las preciosas alas doradas de la bestia, cuya envergadura sobrepasaba los treinta metros. Su torso estaba desnudo, pero sí estaba cubierto de la cintura para abajo con una tela negra y opaca que dibujaba toda su musculatura a la perfección. La joven no pudo evitar sonrojarse ante semejante despliegue de belleza masculina. A pesar de que sabía que en realidad no estaba frente a un ser humano, sentirse atraída por aquella figura le resultó inevitable.
Antes de que la chica pudiese emitir siquiera una exhalación, el guardián se le acercó y entrelazó sus manos con las de ella. Sin quitarle los ojos de encima, su melodiosa voz por fin se hizo manifiesta.
—No debes temerme, Syphiel. Tengo algo que te pertenece y he venido a entregártelo. Tú eres la única que puede decidir qué hacer con este obsequio que te he traído...
Tras pronunciar esas enigmáticas palabras, Fánok se inclinó hacia adelante y fundió sus delgados labios con los de la mujer en un delicado y prolongado beso. Esa acción desencadenó una extraña visión que resultaría ser trascendental para el futuro de la entera humanidad...
Syphiel se vio a sí misma dando a luz a una frágil niñita. Luego presenció su propia muerte con la pequeña en brazos. Saber que perecería poco después del parto le destrozó el alma por completo, pues eso significaba que su hijita quedaría desamparada. Pero la imagen que vino a continuación le heló la sangre. Contempló el momento en que un espectro se fusionaba con el cuerpo de su bebita, para después transformarla en un ente pálido semi-monstruoso. Posterior a eso, fue testigo de la destrucción casi total de la vida en la Tierra a manos de un despiadado ejército que estaba bajo las órdenes de su hija. La última parte de la visión la dejó aún más perturbada, dado que pudo verse nadando junto a una chica de áurea cabellera, quien era casi idéntica a su niña, en medio de un vasto océano grisáceo y turbio. Parecía que ambas estaban buscando algo allí, pues no paraban de mover sus cabezas de un lado a otro, como si intentasen divisar algún objeto perdido entre la inmensidad de aquel espacio acuoso. Un diminuto punto en lontananza titiló y las dos comenzaron a bracear a toda prisa en esa dirección. "¡Ese es su corazón! ¡Estoy segura!" exclamó la muchachita. Y en ese preciso instante triunfal, la misteriosa visión llegó a su final...
Cuando Syphiel volvió en sí, no pudo evitar caer de rodillas sobre el suelo. Sentía como si le hubiesen robado el aire y le pesaba mucho la cabeza. Su mente no podía soportar aquel cúmulo de imágenes tan inquietantes. Todo lo que había visto le parecía confuso e inconexo.
—¡No quiero recordar nada de esto! No soy capaz de comprenderlo, y mucho menos de hacer algo al respecto. ¡Tengo miedo! Solo quiero dar a luz y morir en paz... Por favor, llévame ante la presencia de los Taikurime —suplicó ella, con la voz quebrada por un súbito llanto.
Fánok ya había retomado su forma animal, pero preservó la misma voz que había utilizado antes para contestarle.
—Está bien, así lo haré. Como te dije, solo tú tienes la potestad de decidir qué harás con todo lo que has presenciado.
Acto seguido, el formidable ave tomó a la joven de los hombros de nuevo y se dirigió hacia los dominios de Cedric, el Príncipe del Tiempo y el Espacio. Tan pronto como llegaron a las afueras del palacio, el búho desapareció de inmediato. La muchacha no perdió tiempo y se fue directo hacia las amplias puertas del colosal edificio. Comenzó a gritar a todo pulmón hasta que los guardias acudieron a su llamado y la dejaron pasar. Una vez dentro, Syphiel se arrodilló y le suplicó con vehemencia al primogénito de la casa que le arrancara la totalidad de los recuerdos relacionados con el abuso del desconocido y con la hechicera Moa. También le pidió que removiese las memorias de todos los demás acontecimientos posteriores a su abrupta salida de la casa de la anciana. Al verla tan atormentada, el joven príncipe le concedió su deseo y no le solicitó nada a cambio de ello. La chica se marchó con una expresión de absoluta serenidad en el rostro, dejando tras de sí importantísimas revelaciones que permanecerían ocultas durante muchas centurias...
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