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Recuerdos de sangre

El breve lapso en que la conexión con Amadahy había estado rota le permitió a Dahlia contemplar los acontecimientos desde su propia óptica. El terreno circundante estaba repleto de ramificaciones resplandecientes y el suelo no cesaba de sacudirse. ¿Cuál era el significado de todo aquello? La jovencita permanecía en ignorancia casi absoluta en cuanto al origen del fenómeno que presenciaba. No sabía a ciencia cierta qué o quién la estaba induciendo para que actuara con tanta decisión y eficiencia, pero su corazón la impulsaba a creer que hacía lo correcto.

Cuando la joven Woodgate percibió de nuevo la presencia de la chica que luchaba en sincronía con ella desde algún rincón en la Tierra, las fibras de su alma se estremecieron. Un fuerte ardor que iba desde el pecho hasta la espalda la hizo temblar. Había tenido la impresión de que una larga y filosa espada estaba atravesándola de lado a lado. Sin embargo, no tenía marca alguna en la piel ni tampoco se avistaban señales de un posible atacante. Entonces, ¿por qué experimentaba aquel dolor? ¿Era el augurio de alguna desgracia?

Al reconectarse, la muchacha en Hélverask recibió, una vez más, las imágenes que los grandes ojos de la princesa Páyori contemplaban. La escena terrestre era bastante similar a la que tenía lugar en aquella lejana prisión estelar. A medida que las innumerables ramas luminosas lo iban cubriendo todo a su paso, los cuerpos de los seres allí presentes comenzaban a perderse de vista. Con todo, ninguno de aquellos impresionantes sucesos logró captar su interés, pues fue Nahiara quien atrajo la atención de sus pupilas.

Cuando los ambarinos ojos de Dahlia alcanzaron a cruzarse con el carmesí en los orbes de la emperatriz olvidada, la sensación de ardor en el pecho de la chica se intensificó. Por su parte, la pálida dama al mando de La Legión de los Olvidados se había quedado completamente inmóvil. Aunque no tenía la capacidad de ver más allá del intenso anaranjado en los iris de Amadahy, su alma detectaba la presencia de la dueña del cuerpo que ella portaba detrás de esa intensa mirada de fuego. El organismo de la Nocturna también experimentó un poderoso estremecimiento, seguido del agudo pinchazo en su tórax.

El sonido de un canto triste y remoto llegó a los oídos de las dos mujeres mientras estas aún se miraban. El timbre de la voz masculina era suave y armónico. Pronunciaba cada sílaba de manera lenta, como si pretendiese arrullarlas con la cantilena. El varón estaba utilizando un lenguaje que resultaba desconocido para cualquier oído ajeno al de las dos féminas. Con eso les daba a entender que el mensaje contenido en la canción iba dirigido solo a ellas.

—Fija tu mirada en las profundidades de la turbia esmeralda...

Ambas mujeres giraron la cabeza para observar la enorme expansión de ramas brillantes cuya tonalidad era verdosa. Para su sorpresa, la sustancia que le había dado aquella pigmentación a la creciente expansión de raíces luminosas estaba comenzando a separarse de los tentáculos. El gran muro intangible que surcaba los cielos se asemejaba a una catarata cetrina con aquel líquido nebuloso descendiendo sobre él. Poco a poco, el fluido fue acumulándose bajo cada una de las mujeres.

—Sumérgete en ella a través de los giros en los tres laberintos...

Tres remolinos se hicieron visibles en medio de los charcos verdosos a los pies de Dahlia y de Nahiara. Justo en medio de cada vórtice, un centelleante ojo del mismo tono de la sustancia se mantenía plenamente abierto. Desde las aberturas de los iris, seis hilos negruzcos de consistencia fangosa emergieron. Dichos filamentos se unieron entre sí de manera tal que llegaron a conformar un triángulo equilátero.

—Danza entre cementerios inmaculados...

Aquellos triángulos pronto se transformaron en figuras tridimensionales, pues dejaron de ser un simple dibujo plano sobre el terreno y se convirtieron en prismas triangulares. A medida que estos ganaban profundidad, las caras que yacían sobre la superficie del suelo iban desprendiéndose por completo de la misma. Ambas figuras sólidas ahora se encontraban flotando en el aire. No cesaban de dar giros a gran velocidad hacia todas las direcciones posibles.

Con cada viraje, una gota del líquido negro que las conformaba caía en algún punto aleatorio del terreno. Las partículas redondeadas repartidas por el campo adyacente se hincharon como globos hasta alcanzar el tamaño y la forma de lápidas. Acto seguido, tanto las piernas de la joven Woodgate como las de la reina de los Olvidados empezaron a deslizarse sobre la tierra con delicadeza. Se movían de manera idéntica y lo hacían al mismo tiempo, mientras seguían el dulce compás de la música que las féminas escuchaban a lo lejos.

—Regocíjate a causa del eterno sufrimiento...

Un desgarrador alarido se escapó desde las entrañas de Dahlia y de Nahiara en perfecta sincronización. Sin razón aparente, ambas mujeres exhibían la marca de una cortadura profunda tanto en el pecho como en la espalda. Una sustancia transparente manaba de aquellas extrañas lesiones cual si estas fuesen el nacimiento de riachuelos. A medida que la cantidad del líquido derramado aumentaba, un pequeño estanque iba tomando la forma de un círculo en torno a las doncellas. Aquella masa acuosa y cristalina se fusionó con la de color verde de manera inmediata.

El dolor provocado por los cortes en el cuerpo de las féminas era indescriptible. Sin embargo, en lugar de gritar para liberar la tensión ocasionada por las heridas, ellas empezaron a reír. El ruido proveniente de sus carcajadas se iba haciendo más y más fuerte conforme las ondas de sonido hacían contacto con la superficie de las oscuras lápidas. El escenario se convirtió en un gigantesco reservorio de risas. Ninguna de las dos comprendía lo que les estaba sucediendo. Tampoco podían ejercer control alguno sobre aquellas inusitadas reacciones. Alguien las estaba manipulando sin que pudieran oponer resistencia.

Tras lo que pareció ser una espera interminable, la secuencia de carcajadas llegó a su fin. Entonces, ambas damas inclinaron la cabeza para mirar hacia abajo. Encontraron allí una superficie vítrea reflectante que les devolvía una imagen algo verdosa de sí mismas, pero en sentido inverso. En otras palabras, Dahlia podía ver el rostro de Nahiara y la emperatriz, a su vez, observaba el de la joven Woodgate. Poco tiempo después, las caras de las mujeres se desvanecieron para darles paso a unos escenarios muy distintos.

En la visión de Hélverask que le correspondió a la hermana de Milo, ella pudo distinguir la figura de una niñita idéntica a su adversaria que corría a toda prisa hacia la cumbre de un risco. Al llegar allí, la pequeña se aventaba al vacío, para luego sumergirse en un inmenso océano turbio. En algún punto indeterminado de las profundidades, unas manos de hombre comenzaron a envolver entre sus dedos una masa titilante de tonalidad carmesí que emitía sonidos lastimeros.

Por su parte, Nahiara también recibió una misteriosa visión. La que le concernía a ella provenía de la Tierra. El que había sido su cuerpo original yacía inmóvil y desnudo dentro de una jaula transparente. La frágil figura dormida se encontraba flotando en medio de aguas turbulentas. De pronto, unos brazos masculinos de origen desconocido llegaron para destruir la cerradura y sacar el cuerpo. Lo sujetaron bien y empezaron a tirar de él con todas sus fuerzas.

Una nueva oleada de estrepitosas carcajadas dio inicio en ese instante, pero estas no provenían de las mujeres, sino de las extrañas tumbas. Las dos visiones fueron interrumpidas de inmediato.

—¡Láeki! ¿¡Qué está sucediendo!? —exclamó Amadahy, presa del pánico.

El lobo contemplaba la escena desde el suelo, justo en donde lo había dejado malherido la emperatriz antes de que el insólito trance comenzara. Él tampoco entendía cuáles eran las razones tras la aparente insania de la reina. Incluso Galatea, con la gran perspicacia que la caracterizaba, era incapaz de interpretar el significado de lo que sus perplejos ojos veían. Ni una sola de las criaturas allí presentes parecía tener la respuesta que la joven arquera estaba buscando. El responsable de los asuntos se encontraba escondido dentro de una fortaleza especial en el corazón de la luna...

******

Una densa cortina de humo negro comenzó a formarse en torno al cuerpo de Savaelu en cuestión de segundos. Bianca clamó por ayuda, pues no sabía si aquella nube era dañina ni tampoco tenía idea de cómo podría disiparla. Los cuatro miembros restantes del Pacto de Fuego fueron los primeros en ingresar al aposento en donde reposaba el duque. Cuando los visitantes llegaron, la Linvetsi se encontraba tumbada en el suelo, a varios metros del lecho.

—¡Todo pasó muy rápido! ¡No supe qué hacer! —sollozaba ella, mientras Olivia se le acercaba para calmarla.

El espesor del oscuro vaho no les permitía ver más allá del punto en donde habían hallado tumbada a la muchacha. Emil fue quien tomó la iniciativa al acercarse al extraño nimbo para intentar palparlo. Su mano derecha estuvo a punto de rozar la superficie de la humareda cuando la voz del noble interrumpió la maniobra. No parecía dirigirse a ninguno de ellos, puesto que las palabras que él utilizaba les resultaban ininteligibles. Lo más desconcertante para todos era que Savaelu no estuviese hablando, sino cantando.

El humo se mantuvo firme en su lugar hasta el momento en que la canción entonada cesó de escucharse. Cuando la visibilidad regresó a la estancia, los testigos del inusual acontecimiento se dieron cuenta de que la figura del duque estaba suspendida en el aire. Su cuerpo parecía estar hecho de piedra, debido al tono grisáceo y a la textura áspera de su piel. Si bien conservaba los rasgos humanos, un enorme par de alas extendidas similares a las de un ave decoraban su espalda. Entre las manos crispadas, el varón sostenía una resplandeciente espada de plata cuya hoja estaba manchada de sangre.

—No sientan temor alguno, amigos míos. El tiempo señalado para la liberación de las almas está cerca. ¡Prepárense! —declaró Savaelu, a voz en cuello.

Acto seguido, el noble descendió hasta que sus pies tocaron el suelo. Extendió ambos brazos hacia delante, de manera que el arma blanca quedase en posición horizontal frente a su pecho.

—Álvet, Blásiner, Násatrak, Dálstori, ¡vengan a mí! Coloque cada uno de ustedes la mano en donde lleva la marca del Lucero de los Tévatai sobre esta sangre —exigió él, al tiempo que agitaba las alas.

Si bien las consciencias de los hermanos estelares no tenían dudas en cuanto a la importancia de acatar la orden recibida, los hombres y mujeres dentro de quienes habitaban se mostraron reacios a obedecerle. Habían visto a un Savaelu moribundo en los brazos de Bianca hacía apenas unas horas y de pronto este se les presentaba como un temible guerrero. ¿Qué había sucedido con el duque durante el lapso en que nadie había podido mirarlo? ¿Acaso era un asesino despiadado y ellos aún no se habían enterado de ello?

El líder percibió la sombra de duda en los rostros de los frágiles seres terrícolas. Lejos de molestarse por eso, invitó a la joven Bustamante con la mirada a que se le acercara. Si existía algún rastro de oscuridad dentro de él, la muchacha podría sentirlo sin mayor esfuerzo, dada su naturaleza purificadora. En cuanto entendió lo que se esperaba de ella, la chica abandonó el abrazo amistoso de Olivia y caminó hacia el noble. Levantó los brazos y posó las puntas de sus dedos sobre las plumas de piedra con sumo cuidado.

Un potente destello dorado inundó la estancia entera, mientras un tierno susurro pronunciado por la voz de Dahlia llegaba a los oídos de la pequeña Linvetsi. "No tengas miedo, él es parte de nuestra luz, está lleno de ella". Los diez puntos que habían permitido el contacto cercano entre el cuerpo de la fémina y el del noble conservaron parte de la energía benigna del centelleo. La chiquilla estaba segura de que aquella criatura alada no representaba un peligro, sino todo lo contrario.

—¡Savaelu está hecho de luz! ¡Dahlia me lo dijo! Pueden confiar en lo que él nos pide —afirmó la jovencita, quien se miraba las manos con total perplejidad.

Olivia se acercó despacio a la joven náyade con la intención de observar mejor aquel curioso fenómeno. "Ese destello luce realmente precioso, parece ser algo bueno", pensaba la chica, mientras sus ojos examinaban con gran atención las yemas de Bianca. Además del resplandor, una agradable sensación de calor permaneció en el cuerpo de la jovencita. Tenía la impresión de haber sostenido, por un instante, las manos de Dahlia.

Tras haber escuchado el tono de convicción en la voz de la Linvetsi, Emil se armó de valor y decidió ser el primero en dar un paso al frente. Aunque no sabía cómo lo hacía, su propia hija les hablaba a través de aquella muchachita y ella, a su vez, creía en el duque. A pesar del absoluto secretismo en cuanto al pasado y los propósitos del varón al mando, el señor Woodgate estaba dispuesto a colaborar con él si mediante ello ayudaba al planeta y a sus propios hijos.

—Si Savaelu nos estuviera engañando, probablemente nos mataría justo ahora o dentro de muy poco tiempo. Aun si oponemos resistencia, no tenemos posibilidad alguna de ganarle. Por otro lado, si confiamos en él, tal vez en verdad logremos ser útiles —manifestó el hombre, mientras observaba los rostros de sus compañeros uno a uno.

—Yo estoy de acuerdo con él, ¡acepto! —dijo Olivia, al tiempo que caminaba despacio hasta llegar al lado de Emil.

—Si ella quiere aceptar esto, yo también lo haré —afirmó Gabriel, con una sonrisa tímida.

Leonardo resopló con fuerza y los miró a todos con recelo. El muchacho todavía no estaba seguro de nada en absoluto. Las dudas iniciales continuaban dando vueltas entre sus pensamientos y nadie había tenido la delicadeza de explicarle las cosas de manera detallada y convincente. Sin embargo, no le hacía mucha gracia tener a tantas personas en su contra con tal de salvar su orgullo. Cerró los ojos y soltó un largo suspiro. Luego de eso, se colocó de pie junto a los demás terrícolas, a la espera del siguiente movimiento.

Los integrantes del Pacto de Fuego se posicionaron de manera tal que Emil y Gabriel quedasen del mismo lado, puesto que ambos portaban el sello de la flama sobre la mano derecha. De igual forma procedieron Leonardo y Olivia. La expresión indiferente en el rostro de Savaelu se mantuvo, pero su corazón rebozaba de agradecimiento. Tan pronto como él les dio la señal a través de un nuevo movimiento de sus grandes alas, los cuatro humanos posaron sus palmas abiertas sobre el frío metal ensangrentado de la espada.

Una onda calórica se propagó por cada célula en el organismo de los cuatro seres humanos. En cuanto sus palmas abiertas tocaron el fluido rojizo que recubría la hoja plateada, un fuerte jadeo colectivo inundó el lugar. Sin previo aviso, sus cuerpos completos se cubrieron de llamas doradas. Al mirarse unos a otros en esa condición, el desconcierto y el terror se estamparon en sus rostros. Se vieron tentados a interrumpir el contacto con la sangre, en especial al darse cuenta de que el color en sus iris lucía idéntico al de Amadahy.

—¡Núcleo de luz, Señora de los Tévatai, recibe al ejército de almas! —clamó el duque, mientras las plumas en sus alas temblaban.

En ese momento, un halo multicolor fue expulsado a través de las bocas de todos los hombres, mujeres y niños que habitaban en el palacio lunar. Una vez que abandonaron aquellos receptáculos de origen terrestre, los anillos polícromos se descompusieron en millones de partículas luminosas de color blanco. Las diminutas esferas flotantes parecían susurrar durante su veloz trayecto hacia la estancia en donde se encontraban los compañeros de la hija de los Páyori.

—¡Honorable guerrera estelar! Escucha el llanto del oprimido y alégrate porque el día de la libertad está a las puertas.

Cuando Savaelu pronunció la última sílaba de su enigmática declaración, las bolitas brillantes comenzaron a fluir a través de las marcas en las manos de los cuatro miembros del Pacto de Fuego. Sus cuerpos se estremecían con violencia a medida que el tránsito de almas se llevaba a cabo. No obstante, la determinación en sus corazones se había fortalecido más que nunca. Al conectarse con la joven princesa, ahora ellos también eran capaces de sentir la presencia de Dahlia. Estaban dispuestos a resistir cualquier tipo de prueba, tal y como lo había estado haciendo ella.

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La energía de Amadahy estaba a punto de extinguirse. La pérdida de sangre y el colosal esfuerzo que le representaba mantener el nexo con Dahlia la estaban debilitando mucho más de lo esperado. Sus párpados querían cerrarse, pero ella los obligaba a mantenerse en posición de alerta. Cuando el organismo de la joven llegó al límite de sus capacidades, un torrente de luz empezó a nacer desde las marcas flamígeras que portaba en ambas manos. Su cuerpo entero fue envuelto por un cúmulo de áureas llamas que le sanaron las heridas.

Un incalculable ejército de esferas resplandecientes fluía como si de fuertes ráfagas de viento se tratase. Si bien aquellos globos intangibles no habían estado contenidos dentro de la princesa, el hecho de liberarlos a través de sus palmas abiertas la hacía sentir como si estos fuesen una parte importante de ella. Aunque no tenía control alguno sobre ellos y desconocía lo que eran, tenía la certeza de que estaban de su lado, podía percibirlo.

La esencia vital que emergía de la joven se iba directamente hacia las numerosas lápidas que saturaban los alrededores. Al ser tocadas por el etéreo brillo de estas, las tumbas cambiaban de forma y color. Pasaban a ser tan blancas como la esencia de las luces vaporosas y adquirían la apariencia de humanos translúcidos.

Aquellas valiosas consciencias habían estado resguardadas en los cuerpos de los pocos seres humanos que Sóturi había ayudado a rescatar. Los residentes de la fortaleza lunar habían sido escogidos por el propio Savaelu tras encontrar en ellos la misma clase de pureza que caracterizaba a los desaparecidos Valaistu. Únicamente criaturas como esas serían capaces de albergar dentro de sí tanta energía sin llegar a corromperla.

En cuanto la transmutación de las tumbas concluyó, un gigantesco ejército se hallaba de pie frente a Nahiara. Las almas de todas las personas que habían muerto a manos de la emperatriz y de su Legión de los Olvidados estaban ahí, listas para luchar a favor de Dahlia. Esperaban por la llegada del día en que ella les devolvería todo cuanto les había sido arrebatado.

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La joven Woodgate se había quedado boquiabierta. Una cantidad gigantesca de seres desconocidos cuyos cuerpos eran transparentes se encontraba de pie junto a ella. Sus rostros lucían tan perplejos como el de la chica que los había convocado. Ninguna de aquellas almas recordaba su pasado o el motivo por el cual se encontraba dentro de Hélverask.

—¿¡Cómo llegaron hasta aquí!? ¡Esto no es posible! —declaró Moa, con una mueca indefinida entre la rabia y el asombro.

Personas de casi todas las épocas habían sido engañadas por la emperatriz oscura. Su único objetivo había sido convertirlas en Olvidados, simples máquinas de guerra sin voluntad propia. La Nocturna conservaba sus cuerpos y, en algunos casos especiales como el de Galatea, la inteligencia y los talentos. La parte bondadosa de sus almas iba a parar allí. Todo rastro de sentimientos que tendieran hacia la luz les era arrancado. Su humanidad era extirpada y solo quedaba lugar para el miedo, la amargura y el odio en organismos deformados.

Moa jamás creyó posible que la esencia de las marionetas de Nahiara pudiera despertar del prolongado letargo en que habían estado sumidas durante siglos. Solo ellas dos conocían los secretos del funcionamiento de Hélverask. Sin embargo, era obvio que alguien más había descifrado dichos enigmas y sabía cómo llamar a las almas escindidas. ¿Cómo había sucedido semejante cosa?

Aquella osada muchachita impertinente se había atrevido a desafiar todas las leyes de aquella aterradora prisión estelar una y otra vez. Dahlia no estaba actuando sola pero, entonces, ¿quién había estado ayudándola en secreto? ¿Cómo lograba alterar la realidad de esa dimensión sin estar dentro? La oscura dama temía descubrir la respuesta. Sin importar quién fuera, ese ser había tenido el poder suficiente para torcer su encantamiento y utilizarlo a su favor. La hechicera contemplaba la escena sin saber qué hacer.

Mientras tanto, una mujer de grandes ojos azules, piel morena y largos rizos negros salió de entre la multitud de almas. La chica había estado observando fijamente a la joven líder, como si intentara recordar algo importante que se relacionaba con ella. En cuanto su mano incorpórea tocó el brazo de Dahlia, esta última volteó la cabeza y la miró con asombro.

Gruesas lágrimas comenzaron a empapar las mejillas de la dama sin motivo aparente. Aunque esa parte de Anwar aún no lo sabía, aquella chiquilla rubia que tenía en frente era descendiente suya. No pudo evitar que su espíritu se conmoviera al encontrarse con alguien que existía gracias a la sangre de Kadar, el niño que ella había dado en adopción tan pronto como abandonó su vientre.

El emotivo momento entre la gitana y su pariente lejana no fue duradero, ya que Moa se apresuró a destrozarlo con una nueva estrategia ofensiva. Tras aspirar profundo, abrió la boca y escupió un polvo finísimo de tonalidad indefinida. A partir de los gránulos expulsados, cientos de poderosos cuervos comenzaron a ser moldeados. En unos cuantos segundos, una hueste de aves negras había oscurecido los cielos. Aquellos seres alados eran tan grandes y grotescos que fácilmente podían ser confundidos con crías de dragón. Largas hileras de dientes puntiagudos sobresalían a los lados de sus picos y, en lugar de plumas, tenían escamas de metal cubriéndoles el cuerpo.

Los gigantescos pájaros de la hechicera graznaban a todo pulmón, ansiosos por atacar y obliterar a las frágiles almas incompletas que estaban junto a Dahlia. La muchacha necesitaría, una vez más, la ayuda de sus amigos.

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Vihaan había estado intentando traspasar la barrera incontables veces desde todos los ángulos posibles sin conseguir más que fuertes golpes en la nariz. Milo se limitaba a observar sus movimientos desde el aire. Si bien la criatura no lograba hacerle ningún daño, él no sabía cuánto tiempo más le duraría el amparo de la barrera. Debía estar listo para escapar del sitio si llegaba a ser necesario, pues ya había comprobado que no tenía posibilidades de ganar una pelea en contra de aquel engendro.

Para sorpresa del protector Keijukainen, la infructífera ola de impactos contra el muro intangible cesó de pronto. El muchacho percibió la llegada de una gigantesca cantidad de energía benigna al planeta en ese preciso momento. El cuerpo del ente rival se paralizó en pleno vuelo y luego cayó en picada. Su pesado organismo se estrelló contra el suelo unos segundos después. Vihaan emitió un agudo chillido justo antes de perder su transformación.

La endeble figura del príncipe ahora reposaba sobre la tierra cuarteada. Los múltiples golpes que él mismo le había dado al terreno en su forma bestial dejaron marcas idénticas a cráteres lunares. Cedric apenas respiraba y no le quedaban fuerzas para levantarse, dado que las heridas internas y externas eran numerosas. La suspensión total de sus facultades había sido más prolongada que nunca antes. Era casi milagroso que todavía conservara la cordura.

Cuando Milo se dio cuenta de que la consciencia de Vihaan había desaparecido y la del Taikurime estaba de regreso, intentó acercársele. De seguro necesitaba ayuda urgente para recuperarse de todo el daño que la manipulación de Nahiara le había provocado. El chico sabía lo mucho que significaba Cedric para su hermana. No podría perdonarse nunca si lo dejaba abandonado por temor a que se transformara otra vez. Debía rescatarlo a como diera lugar.

Sin embargo, el muro invisible todavía estaba ahí, impidiéndole llegar al cuerpo del muchacho moribundo. El joven Woodgate dio un fuerte grito de frustración al confirmar que su rango de desplazamiento seguía estando restringido.

—Él ya no es peligroso y necesita atención urgente. ¿Por qué razón no se me permite pasar? —preguntó el chico, a voz en cuello.

No sabía si había alguien cerca que lo estuviera escuchando, pero nada perdía con intentar comunicarse.

—El príncipe sigue encadenado y no eres tú quien puede liberarlo. Aunque te resulte difícil, debes dejarlo atrás —respondió la suave voz de Månen.

—¡No puedo hacer eso! ¡Él es importante para Dahlia! ¡Por favor, déjame traerlo conmigo!

—El único ser que puede ayudar al príncipe llegará a él a su debido tiempo. No te sientas culpable por ello. Tu hermana y la valiente joven Páyori te necesitan ahora, mucho más que Cedric. ¡Ve con ellas!

Milo pretendía insistir mucho más en el asunto, pero sus deseos se vieron truncados cuando el planeta entero comenzó a ser sacudido por un imparable terremoto. El fuerte resoplido de un hálito frío proveniente del misterioso muro le erizó la piel, al tiempo que unas grandes manos emergían del mismo para envolverlo entre sus dedos. En tan solo un instante, el cuerpo del chico regresó a su forma humana y fue transportado a otro sitio. Ahora se encontraba de pie entre varios guerreros, justo detrás de la princesa tribal.

******

Amadahy juntó las palmas al mismo tiempo que lo hacía Dahlia. Aquel gesto tan sencillo señalaba el inicio de un acontecimiento trascendental para millones de criaturas. La barrera invisible que había estado presente en ambos lugares por fin dejó de serlo. La estructura estaba lista para desempeñar su verdadera función. Un fenómeno sin precedente alguno, el cual marcaría un antes y un después en la era de la humanidad, había dado inicio. El evento se manifestó de manera distinta en la Tierra y en Hélverask, pero resultó ser igual de impactante para todas las criaturas que lo observaban.

En la prisión estelar, numerosas armaduras de mármol se iban formando a partir del material del muro para otorgarles tanto materialidad como seguridad a las miles de consciencias hechas de luz, incluida la de Dahlia. En cuanto al planeta azul, las almas de los humanos fallecidos que pertenecían a la dimensión negra recibieron una coraza hecha de reluciente esmeralda que los hacía tangibles y, a la vez, los protegía de ser absorbidos por la oscuridad. Todos los aliados de Saoirse estaban recibiendo la debida preparación para plantarle cara a la Legión de los Olvidados.

A pesar del colosal despliegue de energía por parte de sus adversarios, Nahiara no se sintió amedrentada en ningún momento. La Tierra entera sería suya a como diera lugar. No le importaba cuán insistentes pudieran llegar a ser sus enemigos, ella estaba dispuesta a luchar cuantas veces fuese necesario hasta ver el día en que los aplastara a todos. Al igual que lo estaba haciendo su mentora en la lejana cárcel de otra galaxia, la reina oscura enfocó gran parte de su poderío en la creación de nuevas tropas que pelearan a su lado. Esta vez se encargaría de utilizar soldados mucho más poderosos que los anteriores.

Nahiara comenzó a arrancar sus largas uñas una por una. A medida que lo hacía, otras iban creciendo en el lugar de las primeras. Antes de arrojar las viejas zarpas al suelo, la dama les susurraba una variedad de frases extrañas en voz baja. Se escuchaba un prolongado silbido metálico proveniente de las garras en cuanto estas perdían el contacto directo con su dueña. Al caer sobre la tierra, dichas uñas se dividían de inmediato en cientos de pedazos diminutos. Estos fragmentos, a su vez, empezaban a dar vueltas sobre su propio eje a gran velocidad. Por cada giro que completaban, su tamaño aumentaba y se iba perfilando la forma específica que llegarían a tener al finalizar la transformación.

La mayoría de aquellos entes poseían cuerpos similares a los de grandes animales felinos, pero sus rostros exhibían rasgos masculinos humanos. Sin embargo, había unas cuantas criaturas que lucían diferentes. Estas tenían las mismas características de las otras, pero en orden invertido. Dichos seres ostentaban gigantescos torsos de apariencia varonil, los cuales eran controlados por cabezas de distintas bestias félidas. Estos últimos entes tenían la capacidad de hablar y se encargaban de organizar a las demás bestias en filas para una mayor efectividad en la inminente ofensiva. Todos los nuevos soldados guardaban un cierto nivel similitud con respecto a la imagen bestial que el organismo de su creadora podía tomar si decidía desatar toda su ira.

—¡Destrocen la carne de los vivos, quiero verlos desangrarse! ¡Absorban la luz de los muertos, quiero verlos desaparecer! —clamó la reina olvidada, mientras extendía su brazo derecho para así consumar la orden de ataque.

Por su parte, Moa había levantado ambas manos hacia el cielo. El firmamento se había ennegrecido por la presencia de los imponentes cuervos dentados. Solo restaba que ella les diera la orden y aquellas furibundas fieras voladoras arremeterían contra las almas luminosas.

—¡Acaben con toda la escoria de Hélverask! ¡No dejen rastro de su existencia! ¡No descansen hasta que la última molécula de su energía vital desaparezca! —gritó la dama, al tiempo que sus extremidades descendían en paralelo para apuntar hacia el bando enemigo.

Los pensamientos y los sentimientos de Dahlia habían llegado a un punto de perfecta sincronización con respecto a los de Amadahy. El vínculo entre las jóvenes se había ido fortaleciendo a medida que la esencia de Saoirse las fortalecía. Ninguna de las dos mujeres se limitaría a observar a sus fieles amigos mientras peleaban e incluso morían por ellas. Estaban dispuestas a mantenerse al frente de las tropas para así guiarlas y cuidarlas. Por consiguiente, tanto la joven Woodgate como la princesa Páyori se echaron a correr a gran velocidad. Ambas estaban listas para luchar cara a cara en contra las principales herederas de la oscuridad de Xirdis.

—El lucero de los Tévatai guía nuestro camino. No hay dolor que no podamos resistir ni miedo que nos detenga. ¡La voluntad de Westerlund impulsa nuestros corazones! —declararon las muchachas al unísono.

Un enérgico grito brotó de las gargantas de los soldados a favor de las aliadas de la luz. A su vez, las bestias felinas de la Nocturna y las criaturas aladas de Moa se abalanzaron sin piedad sobre los numerosos rivales que tenían al frente. Un torbellino de puñetazos, patadas, zarpazos y mordidas comenzaron a producirse en la melé de criaturas que combatían con auténtica fiereza y determinación. Cada guerrero llevaba consigo la firme convicción de que su bando sería el ganador.

Las llamas doradas seguían danzando en torno a la anatomía de Amadahy. La mezcla de emociones que la embargaba desde la aparición de aquel fuego ambarino no le permitía pensar con claridad. Sin embargo, de entre todas las fuertes sensaciones que pugnaban por su atención, la euforia resultó ser la predominante. El inquebrantable optimismo de sus compañeros le infundía los ánimos necesarios para enfrentarse al mayor de los retos en su vida entera.

Por consiguiente, la chica permitió que aquel ímpetu en su corazón fuera el encargado de guiarla. Se detuvo a media carrera, para luego flexionar las rodillas y dar un gran salto. Su cuerpo se elevó varios metros por encima de la superficie del suelo. Luego de ello, se mantuvo flotando en el aire durante varios segundos. Desde aquella ventajosa posición, la valerosa chica podía ver a Nahiara con total claridad. En cuanto sus ojos la identificaron, una abrumadora fuerza de atracción la hizo salir disparada directamente hacia ella, cual si fuese un proyectil.

Mientras tanto, Dahlia continuaba desplazándose a toda velocidad por vía terrestre. La hechicera se mantenía estática al tiempo que la observaba con una amplia sonrisa burlesca estampada en el rostro. A pesar de su agresividad, ninguna de las aves salvajes en los cielos había intentado atacar a la joven Woodgate. La mismísima Moa se los estaba impidiendo porque quería tener la satisfacción de acabar con la chiquilla usando sus propias manos. Solo estaba esperando el momento idóneo para atacarla.

Nahiara tenía la capacidad para detectar con precisión tanto la presencia como las intenciones de Amadahy. Pudo haberla esquivado sin problema alguno, pero se rehusó a hacerlo. Al ser tan confiada como lo era su mentora, la emperatriz oscura permaneció de pie en el mismo sitio. No intentó cubrirse el cuerpo ni tampoco se molestó en ordenarle a alguno de sus esbirros que atacara a la princesa. Nada la hacía más feliz que la idea de destruir a aquella intrépida muchacha frente a la mirada de los ilusos seguidores de la luz.

La colisión entre el cuerpo de Dahlia y el de Moa produjo una violenta descarga de energía. La onda expansiva dispersó a los demás combatientes como si de ligeros pétalos se tratase. No obstante, las manos de ambas féminas estaban entrelazadas de manera tal que sus palmas parecían imantadas. Ninguna de las dos lograba separarse de la otra, aunque lo intentaban con todas sus fuerzas. Tampoco podían hacerse daño o beneficio alguno. Al mínimo intento de utilizar cualquier tipo de habilidad especial, la energía de una neutralizaba la de la otra. Era un duelo de impresionantes poderes equivalentes.

El choque entre los puños de Amadahy y los de Nahiara desencadenó un colosal huracán alrededor de ellas. Incluso Galatea, quien alternaba sus ataques entre la pareja de los Jánaret y Milo, fue arrastrada por la descomunal fuerza de los vientos. No quedó un solo soldado en pie, pues no había criatura alguna que poseyera un nivel de energía superior al que poseían las dos mujeres al mando de los ejércitos en ese preciso instante.

La reina olvidada y la princesa Páyori se enfrentaban al mismo problema que las luchadoras homólogas en la lejana prisión estelar. Sin embargo, las marcas en las manos de Amadahy sí estaban afectando al organismo de la emperatriz. La marca del triángulo negro con espirales en las puntas que esta última llevaba estampado en la frente había comenzado a hacerse visible. Conforme el portal de acceso a Hélverask iba haciéndose más manifiesto, el calor que desprendían las palmas de la joven Páyori aumentaba.

—¡Vuelve a nosotros, Dahlia! —exclamó la muchacha, al tiempo que apretaba las manos de Nahiara como si pretendiese rompérselas.

El sonido de aquel vehemente llamado llegó fuerte y claro hasta los oídos de la joven Woodgate. La chiquilla enseguida levantó la vista hacia el firmamento. La voz de Amadahy había salido desde un oscuro remolino que se estaba formando en mitad del cielo. El rostro de Moa se contrajo en una mueca de espanto al comprender lo que estaba sucediendo.

—¡Nahiara, reacciona! —gritó la hechicera, a todo pulmón.

Al escuchar aquella voz, la Nocturna dejó salir un agudo chillido de furia. El clamor de Moa la sacó del trance momentáneo durante el cual le había dado la ventaja a su enemiga. La potencia del empuje que utilizó para repeler el avance de la princesa se incrementó exponencialmente. Poco a poco, la entrada al hoyo negro fue cerrándose y la fuerte presión que sentía en ambas manos ya no le resultaba tan abrumadora. Sin embargo, Amadahy no se había dado por vencida.

—¡Si no puedes venir, nosotros iremos por ti! —afirmó la chica, sin miedo alguno.

Acto seguido, la muchacha estiró los brazos y, manteniendo sujetas las manos de la reina, se impulsó hacia delante a gran velocidad. Sus labios se estrellaron contra la frente de Nahiara, justo sobre el punto en donde se ocultaba el sello triangular. La boca de la chica empezó a sangrar, pues se había roto a causa del golpe. No obstante, una sonrisa de satisfacción apareció en su rostro cuando observó aquel fluido rojo impregnando la piel de la Nocturna. El oscuro líquido sobre la frente de la emperatriz adquirió la forma de cuatro líneas gruesas ligeramente inclinadas.

—Pronto sabrás la verdad, reconocerás el llamado del pasado y acudirás a él. Aunque no lo desees, los recuerdos de sangre llegarán hasta ti —declaró la chica, mientras el calor de los tatuajes flamígeros en sus manos aumentaba.

Aunque dichas palabras no le pertenecían, Amadahy las percibió como suyas. Tras pronunciarlas, el resplandor del fuego que envolvía su cuerpo se hizo aún más intenso. Un gutural bramido animal brotó desde las profundidades del alma de la joven. Aquel poderoso grito de guerra llevaba consigo la determinación de todos los integrantes del Pacto de Fuego y la del legítimo dueño del mensaje recién entregado, Savaelu.

—¡La Tierra es nuestra! —afirmó la princesa, al tiempo que un nuevo terremoto empezaba a sacudir los cimientos del planeta.

El cuerpo de Dahlia vibraba con la misma energía que el de su aliada terrestre. El mismo poder que fluía a través de la princesa residía en la esencia de la joven Woodgate. Como si de un mismo ente se tratara, ambas muchachas desataron el furor de Saoirse en su estado más puro al mismo tiempo. Un potente sismo estremeció cada rincón de Hélverask de una manera nunca antes vista por las inocentes almas atrapadas allí.

—¡La luz prevalecerá! —proclamó Dahlia, llena de confianza.

En ese momento, un crujido ensordecedor y prolongado se escuchó hasta los más remotos confines de la Tierra y de la prisión estelar. Una enorme cantidad de escombros y polvo se elevaba por los aires a causa de los intensos vientos que se habían desatado. Las cuatro damas implicadas en el conflicto finalmente se habían separado. Cada una de ellas fue arrastrada hacia un punto cardinal distinto, a varios kilómetros de distancia la una de la otra.

Fue entonces cuando el movimiento de las fuerzas naturales cesó por completo. Un impresionante silencio se adueñó del espacio y del tiempo por un instante. Ni una sola criatura pudo mover un dedo hasta que el sonido de un largo suspiro rompió de golpe la pesada atmósfera de mutismo. De repente, otro terremoto aún más estremecedor que todos los anteriores dio inicio. El terreno de Hélverask se resquebrajó cual si estuviese hecho de frágiles trocitos de vidrio. A su vez, las aguas, los cielos y el suelo del planeta azul se unieron en una irrepetible sinfonía de dolor cuando la Tierra se partió en dos...

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