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Lágrimas de quimera


Justo después de que las dimensiones del cuerpo de Dahlia igualasen a las de misteriosa mujer, una secuencia de insólitos cambios dio inicio. Lo primero que la niña terrícola percibió fue un agradable cosquilleo recorriéndole la piel. Un lejano rumor idéntico al del vaivén de las olas la arrullaba, al tiempo que cientos de puntos lumínicos inundaban sus cabellos, cual si fuesen restos de polvo cetrino diamantado. Un iridiscente traje hecho de etéreas plumas albinas alargadas recubrió su descubierta anatomía casi por completo. Aunque no comprendiera por qué estaba sucediendo todo aquello, la hija de Emil tenía la inexplicable certeza de que era su congénere quien lo ocasionaba. Estaba segura de que lo hacía porque estaba tratando de ayudarla.

Dahlia sentía un indescriptible apego hacia la dama que tenía frente a sí. A pesar de que no la reconocía, una parte de su corazón le indicaba que esa mujer era muy importante para ella. Quizás era esa desgarradora sombra de tristeza en la mirada invernal de la desconocida lo que creaba una extraña conexión entre ambas féminas. Aún sin recordar nada acerca de sí misma, la rubia estaba consciente de que la expresión de su propio rostro era idéntica a la de aquella pelinegra. La chiquilla había perdido el brillo en los ojos y su pálida boca ya no recordaba cómo sonreír. Eso era justo lo que le transmitía el semblante melancólico de su nueva acompañante. Parecían haber sido sincronizadas en cuanto a gestos y sentimientos. Sin ser capaz de identificar las razones que impulsaban sus actos, la jovencita se acercó a la señora y le sostuvo el rostro entre sus manos, al tiempo que sus mortecinas mejillas se poblaban de abundantes lágrimas.

—Mea mater, te diligo ex toto corde —susurró Dahlia, mientras le retemblaba la mandíbula.

La respiración de la dama comenzó a hacerse dificultosa. Con delicadeza, retiró los brazos de la muchacha de sus mejillas y caminó unos cuantos pasos hacia atrás a toda prisa. De repente, sus globos oculares se tiñeron de negro y una perturbadora rigidez se adueñó de los músculos de su cara. Elevó la vista hacia el resplandeciente firmamento verdoso, tras lo cual permaneció inmóvil durante varios segundos. Luego de un desesperante silencio casi interminable, un pequeño remolino tormentoso se formó en el cielo. Desde el vórtice del mismo, un potente relámpago salió disparado e impactó contra el torso de la mujer. La enorme descarga eléctrica le provocó una serie de violentas convulsiones, pero ella logró permanecer de pie y no dejó escapar de su garganta ni el más leve de los quejidos. Después de que las sacudidas en sus miembros por fin cesaron, el tono ceniza regresó a los iris de la pelinegra. Las comisuras de sus finos labios se curvaron hacia arriba de manera muy sutil.

—Mea filia, vide cor meum —declaró la señora, con mucha ternura en la voz.

Acto seguido, la dama extendió ambas palmas y las colocó sobre su pecho durante un lapso breve. Al removerlas, podía verse con claridad que un intenso resplandor carmesí palpitaba justo debajo de su translúcida piel. Aquel corazón brillaba cual gema preciosa cristalina que es atravesada por los rayos del sol. La otrora lánguida fisonomía de la desconocida ahora lucía como la de una lozana niñita, puesto que exudaba vitalidad y alegría.

—¡Sabía que algún día me encontrarías, pequeña! —exclamó la mujer, mientras caminaba hacia donde se encontraba la rubia.

Dahlia se sorprendió al notar que su interlocutora le estaba hablando en su propio lenguaje. La joven Woodgate era monolingüe, por lo cual no conocía el idioma nativo de aquella fémina tan peculiar. Aún no se explicaba cómo había sido posible que ella hubiese logrado reconocer lo que la señora le decía. Y mucho menos entendía de dónde había sacado las frases que utilizó como respuesta. De cualquier modo, lo que le interesaba en ese momento era el hecho de que ambas podrían comunicarse con facilidad de allí en adelante.

—Por favor, dime, ¿quién eres? ¿Cómo supiste que yo vendría? ¡Yo no sé nada de nada! Sin importar cuánto lo intento, no puedo recordar ni una sola imagen acerca de mi pasado o de las personas que me importaban. La única cosa a la que me puedo aferrar es mi nombre: Dahlia... ¡Ayúdame, te lo ruego!

Para acompañar su encarecida súplica, la chiquilla intentó ponerse de rodillas, pero la dama se lo impidió. La miró a los ojos, llena de ternura y compasión, para luego estrecharla con gran fuerza entre sus brazos, tal y como si se tratase de su propia hija. Todavía recordaba con profunda pena a aquella frágil criaturita de quien tuvo que separarse en cuanto nació. Nunca supo qué fue de ella, pero había un presentimiento alojado en su corazón diciéndole que su adorada nena seguía con vida. Esta niña de cabello dorado que tenía frente a sí, por alguna inusitada razón que aún escapaba a su entendimiento, le indicaba que su intuición estaba apuntando en la dirección correcta. Después de unos segundos, deshizo el abrazo muy despacio y, con lágrimas de felicidad recorriéndole las mejillas, le hizo una enigmática revelación.

—Si lograste hallarme, eso quiere decir que todavía queda algo de la Tierra que puede ser salvado. Mi nombre solía ser Syphiel, pero ya solo me quedan algunos recuerdos muy vagos de mi vida antes de llegar aquí. Y aunque no sé quién eres tú en realidad, sí comprendo que estoy aquí para apoyarte. El espíritu de una poderosa chica de piel carmesí y cabellos blancos vino a mí hace muchísimo tiempo y me lo mostró todo mediante un sueño fugaz. Vi que el planeta entero sería puesto en grave peligro a causa de un ejército monstruoso, pero un grupo de personas lo defendería, mientras una muchacha los ayudaba desde acá, y yo era quien debía asistirla a ella. Estoy muy segura de que ese impactante sueño se trataba de ti —Hizo una breve pausa, tras la cual cambió el tono suave de su voz por uno mucho más fuerte—. Lo más probable es que no te fíes de mis palabras, pero las digo con completa convicción y sinceridad. Por eso, quiero preguntarte: ¿confiarías en mí?

La jovencita se quedó pensativa durante un largo rato. A pesar de que aún no le había dado respuestas claras a ninguna de sus preguntas iniciales, la sinceridad en los gestos faciales y el calor humano con el que pronunciaba cada palabra decían mucho más acerca de esa señora que su elocuente discurso en sí mismo. La rubia no tenía nada que perder y mucho que ganar si lograba conseguir aliados, así que decidió darle una oportunidad a aquella desconocida que parecía ser tan bondadosa.

—¡Sí! ¡Confío en ti! No tengo ni idea de lo que debemos hacer, pero sé que juntas podremos salir adelante.

Syphiel sonrió y le extendió la mano derecha a Dahlia, a lo cual ella le respondió de inmediato, tomándola con firmeza. Justo en ese instante, una repentina descarga eléctrica casi imperceptible le produjo un escalofrío que le erizó los vellos, pero la sonrisa estampada en la bella cara de su nueva amiga la tranquilizó un poco. Sin perder más tiempo, comenzaron a caminar a paso ligero. Recorrieron cerca de cuatro kilómetros entre dunas y colinas pedregosas. No se detuvieron hasta que se toparon con un amplio valle de polvareda cenicienta en cuyo centro había tres enormes orificios circulares idénticos. Todos estaban repletos de una sustancia espesa, burbujeante y turbia de tonalidad verdosa, la cual formaba remolinos que giraban con extraordinaria rapidez. La jovencita se acercó a estos lo más que pudo y se quedó mirándolos por varios minutos. En la superficie de cada uno, imágenes difusas de seres espantosos multiformes aparecían y se desvanecían de manera intermitente.

—¿Qué es lo que hay adentro de estos pozos? Juraría que acabo de ver sombras de monstruos ahí.

—Lo que viste allí son reminiscencias de las quimeras que inundaron estos santuarios de duelo con sus lágrimas. Yo misma las vi llorar en incontables ocasiones. Estas criaturas sufrieron mucho a causa de una antigua batalla entre dos hermanas que habitan en este lugar. Una de esas mujeres es la que vino a mí para mostrarme el sueño del que te hablé antes —Se quedó con la mirada perdida en el firmamento por unos segundos, pero luego reanudó la narración con facilidad, como si no la hubiese interrumpido—. Por cada golpe o herida que ellas se infligen, una nueva quimera nace y viene aquí para derramar cientos de litros de lágrimas. Plañen sin cesar hasta que sus cuerpos llegan a fundirse por completo con el llanto de sus antecesoras... Lo extraño es que hace ya muchos meses que esos seres dejaron de venir. Tampoco he vuelto a ver a ninguna de las dos hermanas. Algo trascendental tuvo que haber sucedido entre ellas para que se detuvieran y todo cambiara. Desde que aparecí aquí, ese ciclo nunca se había interrumpido...

Dahlia frunció el entrecejo y exhaló un suspiro de profundo agotamiento. Era demasiada información para su cabeza, la cual ya estaba bastante confundida desde antes. Sin embargo, sus incansables deseos de hallar respuestas a las miles de dudas que la atormentaban la impulsaron a seguir haciendo preguntas.

—¿Puedo saber por qué motivo me trajiste acá?

La señora la miró de reojo por un momento. Guardó silencio mientras ordenaba sus pensamientos. Sus movimientos corporales acelerados y repetitivos no hacían más que realzar su creciente incomodidad.

—Antes de contestarte, necesito que me hagas una promesa. Debemos tomarnos de la mano de nuevo... Pero esta vez, pase lo que pase, no la sueltes, pequeña. Si eso llegara a suceder, nunca más volveríamos a vernos y no podrías salir de aquí. Prométeme que no me soltarás, ¿de acuerdo?

La muchacha se irguió, respiró hondo y le contestó sin vacilación alguna en el tono de su voz.

—¡Te lo prometo! Aun si debo morir en medio de esta lucha, no soltaré tu mano. ¡Cuenta conmigo!

—¡Tu valentía es admirable! Espero que puedas mantenerte así, pues lo que estamos por encarar no es nada sencillo ni tampoco agradable.

—Ya estoy acostumbrada a lidiar con todo tipo de problemas... No he tenido tiempo para ninguna otra cosa que no sea luchar por mantenerme con vida... Me pediste que confiara en ti; ahora soy yo la que pide lo mismo de tu parte.

—¡Así será, entonces! Confío en ti y sé que podremos ganar esta batalla.

La dama le hizo una reverencia a la chiquilla, tras lo cual extendió su brazo derecho. Al igual que la vez anterior, estaba invitándola a tomar su palma abierta.

—Entrelaza tus dedos con los míos y apriétalos tan fuerte como te sea posible. Incluso si te resulta doloroso sujetarme, no me sueltes. No podemos arriesgarnos a que te extravíes por causa de los laberintos.

Dahlia hizo caso omiso a aquella exhortación no verbal, pues el desconcierto que le produjeron las últimas palabras de la pelinegra hizo que se pusiese a la defensiva.

—¿¡Laberintos!? ¿A qué te refieres con eso?

—Estos santuarios son como espejos que se conectan con una infinidad de simulaciones de acontecimientos pasados, presentes y futuros que se relacionan con la vida de las hermanas en discordia o con algunas otras personas y seres cercanos a ellas. Lo sé porque ya me he sumergido en cada uno de los pozos, como tú los llamas. Unos minutos después de que entro en cualquiera de estos, siempre aparece entre las tinieblas la silueta borrosa de una chica muy pálida que me expulsa del interior. Me arroja a sitios distintos cada vez, y todos esos sitios se encuentran muy lejos de aquí. Transcurren varias semanas para que me sea posible volver a localizar este valle.

La joven bajó la vista, se encogió de hombros, sacudió la cabeza y se frotó los brazos con las manos, como si estuviese intentando calmar un terrible escalofrío. La perturbadora imagen que se formó en su mente, basada en el relato de Syphiel, le produjo nauseas. No obstante, eso no fue suficiente para acabar con su curiosidad.

—Pero si acabas de decirme que son como espejos, entonces, ¿por qué les llamaste laberintos?

—Les llamo laberintos porque los sucesos que presentan tienen una secuencia lógica. Si eliges bien los eventos de cada cadena, puedes seguir avanzando hacia nuevas imágenes. Si no lo haces como corresponde, tu avance se detiene y eres expulsada, como me ha sucedido todas las veces. Pero temo que a ti te pueda ir peor que a mí. Nunca he sido castigada o torturada, pero tú sí has experimentado muy de cerca lo crueles que pueden ser los habitantes de este lugar. Es probable que vuelvas a caer en manos de los Pomaksein o de alguna otra alimaña mucho peor que ellos... Tú y yo nos encontramos por casualidad. Por esa razón, no te puedo asegurar que vaya a encontrarte otra vez si nos separamos. ¿Me comprendes?

—Creo que sí. Es por eso que me pides que no suelte tu mano, ¿cierto? De esa manera, si me equivoco, la silueta no podrá lanzarme lejos de ti, sino que nos lanzaría a ambas a la misma zona, ¿verdad?

—Sí, así es. Al menos, eso es lo que espero que suceda, pues nunca antes había tenido la oportunidad de hacer algo como esto. Es un gran riesgo el que correrás, pero quizás este sea el único recurso que existe para ayudarte a conseguir información sobre tu identidad y para enviarles apoyo a tus amigos en la defensa de la Tierra. ¿Estás dispuesta a hacerlo, aun sabiendo lo que podría sucederte si nuestro plan sale mal?

—¡Por supuesto que sí! Antes no tenía ni siquiera una pista de qué hacer, pero ahora, gracias a ti, tengo esperanza.

La dama sonrió al percibir el coraje que Dahlia transmitía en cada sílaba que articulaba. Por un motivo que le resultaba difícil de explicar, la chiquilla despertaba en ella todo el amor maternal que jamás pudo prodigarle a su propia descendencia. Si algún día se encontraba con aquella hija que se vio obligada a abandonar, deseaba que tuviera tan siquiera la mitad de la nobleza y las agallas de la niña que tenía frente a sí. Mientras la mujer se perdía entre sus cavilaciones, un silencio incómodo estaba creciendo entre ambas. Sin embargo, la muchacha no permitió que el mutismo perdurase y, con presteza, tomó la iniciativa y le ofreció la mano derecha extendida a su colaboradora. La pelinegra no tardó ni cinco segundos en corresponder aquel claro gesto de alianza. Acto seguido, arrancó un largo mechón de su cabellera y lo utilizó, cual si fuese un cordel, para anudar las muñecas de las dos. Luego de ello, bastó una breve mirada para darle a entender a la rubia que debía elegir uno de los tres santuarios e ingresar en él. Un ligero asentimiento de cabeza fue la respuesta que dio la joven, tras lo cual caminaron unos cuantos pasos y saltaron juntas al hoyo que estaba ubicado en el centro de la tríada...

En cuanto estuvo adentro, la chica creyó que se sofocaría. Inhalaba y exhalaba con desesperación. Su mano diestra le cubría el pecho, como si así pudiese infundirle ánimo a los pulmones para que estos no cesaran de funcionar. No fue nada fácil para ella aclimatarse al despiadado frío y a la escasez de oxígeno de la densa atmósfera circundante. Y por si esos no fuesen motivos suficientes para sentirse intranquila, los ensordecedores chillidos de lo que parecían ser cientos de aves asustadas no le permitían concentrarse en nada. Sin importar hacia dónde mirase, interminables cúmulos de espesas nubes amarillentas estaban ahí presentes, bloqueándole las posibilidades de distinguir el camino que debía seguir. De vez en cuando, el fugaz roce de pequeños entes amorfos que corrían entre las sombras le producía deseos de salir huyendo, mas no lo hizo, pues no lograría nada si trataba de evadir su realidad en cuanto esta se le complicaba.

Luego de batallar contra el miedo natural que suscita una situación así de inquietante, la joven Woodgate consiguió calmar su respiración y aclarar el embrollo en su mente. La tranquilidad que emanaba de su experimentada y silenciosa acompañante también le fue de mucha utilidad para enfrentar con éxito aquella complicada circunstancia. Al estar ya más sosegada, su capacidad de comprensión se aguzó y por fin pudo descifrar lo que debía hacer a continuación. A unos veinte metros de ella, se avistaba el contorno borroso de tres grandes triángulos rojos titilantes. Dichas figuras geométricas eran lo único visible en todo el neblinoso lugar. Cerró los ojos y tomó una larga bocanada de aire, para luego comenzar a desplazarse con pasos firmes hacia ellos, muy segura de que estaba tomando la decisión correcta. En cuanto llegó al sitio, los puntos rojizos se desvanecieron y le cedieron el espacio a una de las escenificaciones acerca de las cuales le había hablado Syphiel minutos antes.

Iluminadas por una tenue luz blanquecina, dos grandes porciones giratorias de barro moldeable cayeron al suelo. Acto seguido, un par de gigantescas manos transparentes emergieron de entre la neblina para dar inicio a la compleja tarea de darles forma. Con gran destreza, los cristalinos dedos fueron delineando los contornos de dos figuras humanas: una masculina y la otra femenina. En cuanto los maniquíes arcillosos estuvieron terminados, una copiosa lluvia de plata fue derramada sobre ellos, al tiempo que un vientecillo caliente soplaba de norte a sur. Poco a poco, los cuerpos inertes fueron adquiriendo movilidad y suavidad. No tardaron en verse como una pareja de copias exactas de personas vivas. Después de eso, el escenario se oscureció durante un minuto. Al término de este, cuatro sonoras palmadas de procedencia indeterminada devolvieron la iluminación e hicieron despertar a las marionetas de su letargo. Habían sido vestidas y maquilladas de manera impecable. Enseguida, ambas figuras comenzaron a ejecutar los papeles para los cuales habían sido creadas.

La primera dramatización que fue presentada frente a los ojos de las dos compañeras fue impactante para la hermana de Milo. Una hermosa mujer de la larga cabellera renegrida exhibía en su rostro un gesto que se debatía entre la malicia y la sensualidad. Caminaba con donaire y desembarazo hacia el sitio donde se encontraba de pie un esbelto mozo de elegante ropaje turquesa, quien la miraba con temor y deseo entremezclados. Aquel muchacho la recibió entre sus brazos y comenzó a prodigarle caricias desenfrenadas, al tiempo que la besaba con gran fogosidad. Dahlia no reconocía a ninguno de los dos protagonistas de la escena, pero sintió una espantosa punzada en la boca del estómago en cuanto los miró. Justo en ese instante, dos parejas idénticas a la original se materializaron, una a la derecha y otra a la izquierda de esta.

Una de las simulaciones mostraba a la pareja llevando a cabo la continuación de su apasionado episodio. El joven reposaba sobre la fémina y le susurraba al oído, mientras deslizaba sus dedos por cada centímetro de la tersa piel desnuda de ella, quien suspiraba de manera agitada, con los ojos cerrados y la espalda un poco arqueada. En claro contraste, la segunda obra teatral presentaba la dramática transformación física que sufrió la bella mujer. Ahora lucía como un atemorizante ser de cabellos y tez lechosos que enmarcaban un par de oscuros y amenazantes globos oculares. Las largas uñas de su mano derecha herían al mancebo en mitad de su pecho, dejándole allí una marca circular del color de un trozo de leña quemado. Tras un par de minutos, las parejas derivadas de la original se petrificaron a mitad de su actuación. Los integrantes de la dupla inicial se quedaron mirando sin siquiera pestañear a la hija de Déneve. Una sonrisa amplia y pérfida decoraba sus rostros. Entonces, el metálico tic tac de un reloj comenzó a taladrar los tímpanos de la joven. Había llegado el crucial momento de elegir una de las dos posibles continuaciones de la primera puesta en escena.

La chiquilla tenía unas intensas ganas de llorar atrapadas en la garganta. Su estómago estaba revuelto y le dolía la cabeza. Aquella reacción parecía ser la de alguien que recién escuchaba la peor noticia de toda su vida. ¿Cómo era posible que pudiese sufrir tanto a causa de las acciones de unos perfectos desconocidos? Ni ella misma podía hallar la respuesta a esa interrogante. Pero si la ponían a escoger, prefería ver el sufrimiento del muchacho antes que el gozo de la mujer, la cual le resultaba despreciable, aunque no supiese definir cuál era la razón que ocasionaba su creciente antipatía hacia esta. Sin pensarlo mucho, Dahlia señaló con su dedo índice izquierdo la imagen donde el mozo era lastimado. Justo después, una encandiladora luz carmesí, acompañada de un calor insoportable, inundó la estancia y disolvió los seis maniquíes. Luego de que transcurriese un breve lapso de reinante oscuridad y absoluto silencio, una nueva imagen apareció frente a la confundida mirada de la pelirrubia.

Un enorme ventanal de vidrio separaba a la muchacha y a su acompañante de lo que aparentaba ser una suntuosa habitación palaciega. Las blancas paredes curvas eran de mármol y el esplendoroso piso renegrido se asemejaba, tanto en brillo como en textura, a una costosa piedra semipreciosa. El destello platinado que bañaba el aposento le daba un aire misterioso y elegante. En el centro de aquella amplia sala, había una gran roca redondeada y lisa sobre la cual estaba recostado un hombre inmóvil. Vestía una túnica azul desgastada y manchada de sangre antigua. La completa negrura de sus ojos paralizados y la opacidad de su piel mohosa daban la impresión de que ese individuo no era más que un cadáver que ya había empezado a descomponerse. No obstante, el débil movimiento rítmico de su caja torácica indicaba que seguía respirando.

Unos instantes más tarde, la misma mujer descolorida de antes entró a la habitación. En esta ocasión, Dahlia estaba mirándolo todo a través de sus ojos. La risa sardónica que la caracterizaba resonaba al tiempo que caminaba despacio en dirección a la ancha piedra que le servía de recostadero al varón. Una vez que estuvo al lado de él, se inclinó hacia delante para besarlo en los labios. Aunque aquella acción luciría íntima y romántica en un contexto normal, un beso así tenía un significado muy distinto para esta dama en particular. La rubia presenció, horrorizada, el fortísimo temblor del muchacho y los desgarradores alaridos que este emitía mientras los labios de la fémina se mantenían unidos a los de él. Con cada segundo que transcurría, la masa corporal del joven disminuía. Sus tejidos musculares estaban siendo drenados.

—¡No! ¡Ya déjalo en paz! ¡Detente ahora mismo! —exclamó la hermana de Milo, a voz cuello.

La reacción inmediata de la pelirrubia fue la de interceder por el hombre moribundo. Aunque no conocía su identidad, un poderoso instinto en su interior la impulsaba a defenderlo. Los agudos gritos de Dahlia hicieron que la torturadora cambiara su posición de forma abrupta. Se incorporó sobresaltada y furiosa. Su cabeza giraba de lado a lado, como si estuviese buscando a quien había osado a interrumpir su banquete. A causa de la distracción, no pudo notar que la coloración esmeralda natural en los ojos del muchacho regresó a ellos durante unos cuantos segundos.

—¿¡Quién se ha atrevido a hablarme usando ese molesto tono tan insolente!? —inquirió ella, con las manos tensas de rabia.

La jovencita abrió los ojos al máximo de su capacidad. No esperaba que su voz fuese a causar algún efecto en la mujer. Creía que su presencia no podía alterar de ninguna manera el curso de los eventos y que solo le correspondía decidir cuál era la secuencia correcta en que estos habían acontecido. Al percatarse de que había sido escuchada con claridad, la chiquilla no dudó en dirigirse a la sádica fémina de nuevo.

—¡He dicho que lo dejes en paz! ¡Eres una abusiva! Nada te da derecho a lastimar a otras personas y, peor aún, si estas se encuentran indefensas. ¡Basta!

La inmensurable fuerza de los sentimientos que acompañaban las declaraciones de la valerosa muchacha resquebrajó la ventana mediante la cual podía ver todo lo que la desalmada dama ejecutaba. Esta se sostuvo las sienes con ambas manos y cerró los ojos, frunciendo los párpados con notoria incomodidad.

—¡Cállate! ¡Maldita seas, mocosa! ¡Esta osadía me la has de pagar con sangre!

Dahlia y Syphiel quedaron sumidas en las tinieblas. Solo se escuchaba el ruido de un ejército de truenos que caían muy cerca de ellas. Sin previo aviso, un ardor idéntico al que es producido por quemaduras graves despertó y comenzó a lacerar la parte trasera de la cabeza de la rubia.

—¡Socorro! ¡Por favor, ayúdenme! —clamó la chica, a punto de perder el conocimiento.

A miles de años luz de distancia, cinco personas escucharon aquella llamada de auxilio. Las flamas naranja que llevaban estampadas sobre las palmas de sus manos brillaron con una intensidad nunca antes vista. De manera involuntaria, todos ellos levantaron las extremidades que portaban el símbolo y gritaron al unísono: "El lucero de los Tévatai te proteja, honorable guerrera estelar". Un rayo dorado salió disparado desde cada una de las marcas flamígeras hacia el cielo. Luego de eso, el malestar físico de la jovencita desapareció de inmediato. Pero, además de haber sido aliviada, recibió otro insospechado regalo: un vívido recuerdo del rostro de Emil. Aquella memoria correspondía al emotivo momento en que ambos habían llorado juntos luego de que ella lo perdonase por no haber sido un buen padre. Lágrimas idénticas a las que la niña derramó ese día le recubrían las mejillas ahora.

—¡Por favor, espérame, papá! Te prometo que regresaré muy pronto —sollozó la conmovida muchachita, con voz ronca.

Acto seguido, un gigantesco portal en forma de triángulo rojizo, el cual lucía igual a los que le habían servido como guía al principio de la travesía, se abrió ante ella. Syphiel la miró con aprobación y le sonrió. Dahlia se sintió aún más decidida que antes a continuar su lucha. Sin importar cuán dificultoso le resultase, tenía la certeza absoluta de que era posible salir adelante. Habiendo renovado su fuerza de voluntad, caminó hacia delante e ingresó en la nueva estancia...


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