La niña
Todos los músculos en el cuerpo de la emperatriz estaban tensos. No había un centímetro de su anatomía que no estuviese rígido y listo para luchar a muerte. La imagen que la Nocturna proyectaba no se parecía en nada a su antigua forma, excepto por el tono pálido de su piel y sus inconfundibles iris carmesí en medio de escleróticas negras. Tanto el torso como las extremidades de ella parecían ser enormes troncos de robles macizos y llenos de azulinas venas dilatadas, cual si fuesen las ramificaciones de una exuberante enredadera. No quedaba rastro alguno de la figura femenina y delicada del cuerpo robado. Ahora se trataba de una colosal bestia desnuda que amalgamaba las características físicas de un felino y las de un ser humano en una sola criatura furibunda y peligrosa. Sin embargo, aunque Milo poseía un organismo igual de majestuoso al de su oponente, sus habilidades no bastaban para contrarrestar el poder de Xirdis, el cual fluía a través de su representante en la Tierra. El chico lo sabía y entendía que podría morir en cualquier momento, pero no por ello huiría del sitio. Estaba listo para dar su vida a cambio del triunfo de los aliados de la luz.
El joven comenzó a batir sus seis grandes alas de manera vigorosa. Pretendía ascender varios metros más para así dificultarle a Nahiara la tarea de atacarlo. Volar parecía ser la única habilidad que la reina de los Olvidados no tenía. No estaba seguro de eso, pero debía intentar ponerse a salvo de la única manera que conocía hasta ese momento. Mientras el muchacho se desplazaba por los aires, la emperatriz no le quitaba los ojos de encima. Inhalaba y exhalaba con impresionante rapidez, como si le costase trabajo respirar. Pero ese no era el caso, sino que la dama estaba preparando una nueva forma de ataque. Tras unos instantes, el acelerado ritmo de sus jadeos cesó de golpe. La bestia inclinó la cabeza hacia atrás y abrió sus fauces al máximo. Un vapor denso de tonalidad blancuzca emanó de sus entrañas. Dicha nube comenzó a condensarse y a tomar una forma inesperada. Poco a poco, la silueta transparentada de una niña delgada cuya piel y cabellera carecían de pigmentación fue adquiriendo densidad. En cuanto su cuerpo menudo completó el ciclo de formación, sus párpados se abrieron de manera veloz, con lo cual dejaron ver la tonalidad de los ojos que se ocultaban tras ellos. Un par de orbes negros, coronados por dos discos membranosos rojizos, miraban hacia el cielo. La inexpresividad de aquella mirada era idéntica a la que Nahiara solía mostrar cuando no estaba alterada. La chiquilla era la viva imagen de su creadora cuando esta tenía tan solo diez años de edad. La figura translúcida permaneció suspendida en el aire, inmóvil, a la espera de recibir órdenes.
Milo se quedó muy extrañado ante aquella aparición. Por alguna razón que no alcanzaba a explicar, tenía la sensación de haber visto antes, en otra parte, a esa misma pequeña. Aunque se esforzó por recordar el sitio, le resultó imposible. Y no era el simple hecho de que aquella nena le pareciera familiar lo que le resultaba inquietante, sino el ominoso presentimiento alojado en su pecho a causa de dicha visitante inesperada. ¿Qué estaría maquinando la Nocturna al convocar a esa chiquilla? ¿Acaso ella sí podría volar? El joven no esperó mucho para recibir una respuesta a las preguntas que se hacía en la privacidad de los pensamientos. Nahiara cerró su gigantesca boca, aspiró profundo y luego frunció los labios hasta hacerlos quedar en una posición similar a la que se usa para besar. Acto seguido, sopló en dirección al cuerpo de la niña. En cuanto el aire en movimiento proveniente de la dama alcanzó a la jovencita, esta extendió sus cuatro extremidades y se elevó cual si fuese una hoja seca impelida por el viento otoñal. En menos de lo que tardan dos parpadeos, la chica se hallaba frente a Milo, escrutándolo con la total frialdad de su mirada.
El joven Woodgate sentía un gran pesar ante la idea de ser forzado a atacar a una niña. Aunque comprendía bien que esa no era una nena ordinaria, ni siquiera humana, la contemplación de su frágil cuerpecito desprovisto de ropaje lo hacía experimentar un cierto grado de compasión. A pesar de las múltiples atrocidades perpetradas por aquella criatura al mando de La Legión, la similitud en los rasgos de ella con respecto a los de Dahlia siempre había sido que dejaba intranquilo al chaval. Le parecía estar lastimando a su propia hermana de alguna manera cuando peleaba en contra de la Nocturna. Y aquella pequeña era su vivo retrato. El conflicto mental causado por esa perturbadora semejanza física nunca había dejado tranquilo a Milo. Algo dentro de sí le indicaba que aquello no se trataba de una mera coincidencia, pero no era capaz de determinar por qué pensaba así. Tendría que ignorar su extraño instinto una vez más y prepararse para pelear con todas sus energías. Ninguna de las técnicas utilizadas por su adversaria resultaba débil o inofensiva. Por lo tanto, no podía permitir que la piedad lo hiciera dudar en los momentos más críticos. Entonces, colocó su cuerpo en posición defensiva y esperó a que fuese la niña quien diera el primer paso.
La pequeña no tardó en imitar los recientes movimientos de su creadora. Tomó todo el aire que pudieron contener sus pulmones y sopló hacia donde estaba Milo. Pero, en lugar de viento, lo que emergió de la boca de la muchachita fue una larga extremidad vegetal serpenteante con decenas de ramificaciones de tonalidad negruzca. La increíble velocidad en el desplazamiento del brazo de la hiedra tomó al chaval por sorpresa. No tuvo tiempo suficiente para reaccionar ante aquella inusual manera de atacar y, solo unos segundos más tarde, el cuerpo de Milo estaba envuelto entre las ramas afiladas y constrictoras del arma de su minúscula enemiga. Intentó romperlas, pero fue en vano. Cuanto más batallaba, estas ejercían más presión sobre él. Estaba en serio peligro de morir asfixiado. Además, el ardor que le producían los cortes en la piel provocados por las espinas venenosas estaba por hacerlo perder el conocimiento. La ayuda ahora le resultaba más urgente que nunca antes...
*****
El ejército proveniente de la dimensión gris estaba movilizándose a paso rápido. Pronto estarían frente a una de las entradas más importantes de la ciudad subterránea de Lutkyneva. Desde ahí enviarían a un escuadrón de soldados montados sobre tigres de bengala en la primera fila. Estos animales tenían un excelente sentido de la vista y se caracterizaban por su agilidad en todas las maniobras, así que resultarían útiles para guiar a las tropas por en medio de la compleja red de túneles que conectaba los distintos edificios de la metrópoli oculta. Al encontrarse los Olvidados sin la presencia de sus más poderosas representantes, el ataque directo los tomaría por sorpresa y le daría una valiosa oportunidad al ejército de Savaelu para acabar con una buena parte de las peligrosas criaturas a favor de la oscuridad.
La escena del asedio resultaba sobrecogedora, pues todos los hombres y mujeres en el frente de batalla llevaban el rostro cubierto con unas máscaras metálicas que les cubrían las cabezas por completo, dejando ver solo sus ojos a través de un grueso cristal transparente. Tanto humanos como bestias se habían protegido con dichas caretas para así bloquear los gases venenosos expulsados por los Soldados Negros. Unos finos tubos de acero estaban conectados a un tanque de oxígeno ubicado en una mochila de resistente piel de rinoceronte que los guerreros llevaban colocada en las espaldas. De esta manera, podrían respirar aire puro aunque sus alrededores estuviesen contaminados. Por otro lado, las sofisticadas armas que portaban funcionaban, en su mayoría, con fuego. Pero no se trataba de un fuego ordinario. El duque había logrado extraer parte del tejido celular de la zona de las marcas de las manos de Leonardo y Emil para fabricar una sustancia que resultase más fuerte que las flamas normales. Había logrado crear una imitación del fuego de los Tévatai. También contaban con espadas y lanzas de metales muy resistentes. Aunado a todo ello, sus cuerpos iban cubiertos por una particular indumentaria.
Sus prendas habían sido diseñadas por el célebre Harland Sawyer. Estaban hechas a base de alas de las poderosas libélulas del duque, bañadas con una sustancia rojiza extraída de las Vérinen. Esas pequeñas flores de siete pétalos redondeados secretaban un líquido espeso durante las noches. Este poseía la propiedad de endurecer a cualquier ser u objeto que fuese embadurnado con ello. Las afiladas zarpas de los Soldados Plomizos y las ventosas succionadoras de los Soldados Blancos no podrían penetrar dichas prendas. Deberían desnudar a los portadores de aquella resistente vestimenta roja si deseaban herirlos. El duque conocía bien a los enemigos y había preparado a sus aliados contra todas las formas más comunes en que estos podrían atacarlos. Herir a los representantes de la dimensión gris sería una tarea bastante difícil para los esbirros de Nahiara.
—¡Adelante, vamos a luchar! —exclamó el capitán Lockhart, mientras descendía hacia las entrañas de Lutkyneva para guiar a sus tropas.
Daerg percibió una inusual vibración en el terreno, lo cual puso a todos sus sentidos en estado de alerta absoluta. Los ojos se le abrieron de par en par y sus manos comenzaron a retemblar. Él no era tan confiado y orgulloso como lo era la gran emperatriz, así que no dudó ni un segundo en dar la orden para que los despiadados entes exterminadores que tenía por subordinados saliesen en su defensa de manera inmediata. Colocó ambas manos abiertas sobre su pecho, miró hacia arriba y soltó un grito grave a todo pulmón, tras el cual habló.
—¡Ataquen ahora! ¡No permitan que nadie ponga ni un pie sobre el santuario de nuestra señora! ¡Protejan la ciudad sagrada!
Acto seguido, las rejas de las celdas en donde reposaban las hordas de las espantosas criaturas defensoras de la urbe bajo tierra fueron desbloqueadas. Cientos de entes empezaron a correr hacia el lugar desde el cual provenían los temblores en el terreno. En tan solo unos instantes, los túneles se convirtieron en el escenario de una encarnizada batalla. Los diversos animales bajo el mando de los guerreros de Savaelu pateaban, empujaban y rasguñaban a los engendros de Nahiara con fiereza, al tiempo que los valientes jinetes dirigían el flujo de sus lanzallamas hacia las cabezas de sus adversarios. Los chillidos producidos por los soldados oscuros eran ensordecedores. Las flamas los consumían con una rapidez nunca antes vista debido a su origen sobrehumano. Los guerreros de la luz estaban avanzando hacia el corazón de Lutkyneva sin mayores problemas. Daerg y los demás miembros destacados de La Legión habían comenzado a hacer planes para defenderse mientras intentaban traer de vuelta a Galatea. Aunque no quisieran aceptarlo, se sentían desprotegidos sin la segunda al mando de los Olvidados a su lado. Algunos de ellos, en secreto, sentían una mayor lealtad hacia ella que hacia la mismísima Nahiara. No tenían tan claro cómo debían actuar sin su guía y, sin sus múltiples habilidades mágicas, no podrían hacerles frente de manera efectiva a los enemigos inesperados que amenazaban con destruirlos en breve. La estrategia de Savaelu estaba dando excelentes resultados, puesto que por primera vez estaban haciendo temblar a los seguidores de la oscuridad...
*****
De un pronto a otro, las ramificaciones venenosas abandonaron el cuerpo de Milo. Regresaron a su punto de origen en un santiamén y la niña se quedó petrificada, con la mirada perdida en el horizonte. El joven Woodgate logró mantenerse en el aire a duras penas. Respiraba con dificultad y tiritaba de frío ante la gran cantidad de energía vital que le habían arrebatado las ramas asesinas. Mientras tanto, se preguntaba qué pretendía aquella chica al retirar su eficaz ataque justo cuando había estado a punto de matarlo. ¿Acaso pretendía burlarse de él haciéndolo pensar que estaba a salvo? Eso no le hubiera parecido extraño en lo más mínimo si no hubiese sido por la impactante escena que se desarrolló unos instantes más tarde. Un sonoro jadeo salió de la boca de la pequeña, tras lo cual todo su cuerpo sufrió un potente espasmo. Se llevó la mano derecha al pecho y dejó escapar un desgarrador alarido de dolor. Luego de ello, como si de un espejismo se tratase, su figura se evaporó por completo. No quedó rastro alguno de la muchachita en ninguna parte. "¿¡Qué rayos está sucediendo acá!? ¡Esto tiene que ser una trampa!" pensaba el chaval. Un rugido de rabia por parte de la versión gigantesca y bestial de Nahiara lo trajo de vuelta a la realidad. Aquella repentina evanescencia de la niña no parecía haber sido parte del plan de la Nocturna. Entonces, ¿qué había sucedido frente a sus atónitos ojos? Ese acontecimiento guardaba una estrecha relación con un incidente aparentemente inconexo que estaba desarrollándose muy lejos de ese lugar, pero Milo no tenía manera de saberlo. Dahlia estaba teniendo mucho que ver en todo aquello...
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