Moa pudo percibir de inmediato el cambio abrupto en el movimiento del aire que la circundaba. Una sonrisa algo torcida curvó sus resecos labios por primera vez luego de las incontables lunas que pasó sumida en la amargura. Su más poderoso encantamiento había dado el resultado que esperaba. La satisfacción colmaba su alma y la hacía soñar con las múltiples posibilidades que ahora se le manifestaban en toda su gloria. Debía darse prisa si deseaba que su única alegría en años no se le esfumase cual si fuese un etéreo vapor. Puso su cálido manto de tonalidad verdosa sobre sus hombros y comenzó una larga travesía subterránea, pasando a través de la intrincada red de túneles que había diseñado y construido años atrás. Se dirigía hacia el sitio donde la esperaba la llave de su éxito.
Después de varias horas de viaje, la hechicera detuvo su marcha y se concentró en escuchar con cuidado. Estaba casi segura de que ya se encontraba en el lugar correcto, pero nunca era una mala idea asegurarse de las cosas antes de actuar. Tras unos minutos de permanecer en completo mutismo, las débiles ondas sonoras que tanto anhelaba oír por fin acariciaron sus tímpanos. El desconsolado llanto de aquel recién nacido se convirtió en una relajante melodía para Moa, lo cual sucedía por razones insospechadas para todos los que la conocían, excepto ella misma. La mujer jamás había experimentado ninguna sensación que tan siquiera se aproximase al afecto por alguien. Nada que no fuese su propio ser y sus intereses le resultaba relevante. El instinto maternal jamás se le desarrolló. Entonces, ¿por qué se alegraba de haber hallado a ese bebé? Solo su desequilibrada mente conocía la respuesta.
En cuanto hubo confirmado que nadie más, aparte del pequeño, estuviese cerca de la zona, la sombría dama colocó ambas manos en la tierra deshidratada sobre su cabeza e inhaló con fuerza. El suelo empezó a temblar sin control alguno. Gruesos terrones caían dentro de la garganta de la fémina, al tiempo que algunas partículas de polvo inundaban sus cuencas oculares. Pero nada de ello parecía incomodarla, sino todo lo contrario. Con cada segundo que transcurría, su potencia de succión se incrementaba. La espera para estrechar entre sus brazos a la criatura neonata no fue prolongada, puesto que solo ocho metros de tierra endurecida se interponían entre la encantadora y la superficie sobre la cual reposaba su premio viviente. En cuanto recibió el impacto del diminuto bulto lloroso contra su pecho, Moa lo sostuvo con ambas manos y sopló la frente arrugada y pálida del bebé con suma delicadeza. Sus gimoteos desesperados cesaron de inmediato, tras lo cual abrió sus grandes ojos y estos se quedaron fijos en el rostro de la señora cubierta por una amplia túnica verdosa. Un par de chispeantes iris carmesí contrastaban a la perfección con las escleróticas renegridas que los rodeaban. La desafiante mirada de aquella pequeña causaba miedo y fascinación al mismo tiempo.
—Así que eres una niña... ¡Muchísimo mejor, entonces! ¡La gran Branwen escuchó las plegarias que le hice! ¡Bendita sea! Siempre deseé que fuese una mujer quien ejecutase la última etapa de mis planes.
La hechicera tomó una botellita de hierro que traía consigo en el interior de su capa. Retiró el trozo de madera que le servía como tapón, tras lo cual quedó expuesta una sustancia plomiza, de penetrante olor sulfúrico. Sin dilación, le dio a beber el espeso brebaje a la recién nacida. Ella lo ingirió a toda prisa, como si de leche materna se tratase. Al terminar de sorber el contenido, la debilidad en el cuerpecito de la criatura desapareció. Agitaba sus cuatro extremidades con ímpetu y no dejaba de balbucear a todo pulmón.
—Parece que sí te gustó el regalo que te traje, ¿no es cierto? Gracias a mi poción, no tendrás que volver a comer o beber nada hasta la próxima luna llena. Eso me facilitará las cosas contigo, pues me dejará más horas disponibles para concentrarme en tu adiestramiento. No me queda mucho tiempo junto a ti, así que debemos empezar pronto.
La embelesada mirada de la dama no abandonaba a la niña ni un segundo. Apenas podía creer que su mayor sueño se estuviese materializando a pasos tan vertiginosos.
—¡Ah, sí! Antes de que lo olvide, ¿cómo quieres que te llame? Puedes elegir el nombre que tú desees, no me importará.
Dicho eso, Moa acercó su oreja derecha a la boca de la bebé. Posó su dedo índice en medio de la garganta de esta, tras lo cual se quedó en silencio, a la espera de una contestación.
—Na... hia... ra —musitó la pequeña, con total claridad.
—¡De acuerdo! Nahiara serás, entonces. Tienes buen gusto, ¿sabes? Me agrada ese nombre. Ya empezamos muy bien —afirmó Moa, con un intento fallido de sonrisa cariñosa estampado en su boca.
Cuando el momento para la inevitable despedida por fin llegó, había transcurrido una década completa desde el primer encuentro entre la hechicera y la huérfana. Para suerte de la mujer, la chiquilla había aprendido todo lo que necesitaba saber a una velocidad impresionante. Obedecía las órdenes que le daba sin chistar, aunque estas resultasen descabelladas y crueles la mayoría de las veces. Jamás se quejaba de la rigurosidad de la educación que recibía, pues estaba dispuesta a soportar cualquier cosa con tal de serle útil a su ama. Todo el caudal de conocimiento de las artes mágicas que poseía aquella inigualable señora fue transmitido sin fallo alguno a la perspicaz muchachita.
—Hoy es el día en que nuestros caminos deben separarse. Me marcho con tranquilidad, pues doy fe de que ya estás preparada para tomar las riendas de tu vida y para hacerte cargo del destino de este viejo mundo sentenciado a la desaparición. Confío en que un día volveremos a encontrarnos. Cuando eso suceda, sabré que cumpliste de lleno con mi más ferviente deseo.
La pequeña Nahiara se quedó observándola por un largo rato, con el ceño fruncido y los labios apretados. No entendía de qué estaba hablando su mentora. A pesar de que no era capaz de sentir amor por esa señora, la niña estaba acostumbrada a seguir estrictas órdenes todos los días, sin pausa o descanso alguno. Le gustaba estar al servicio de aquella estrafalaria mujer. La chica nunca había tomado una sola decisión por sí misma, pero tampoco sentía la necesidad de hacerlo. Tenía la creencia de que existía con el único propósito de satisfacer los designios de Moa, y eso le bastaba para estar satisfecha de sí misma. No se preguntaba qué había más allá de las grutas subterráneas en donde había vivido siempre, y jamás se había planteado la posibilidad de escapar hacia el exterior. ¿Por qué ahora su maestra le hablaba de dejarla sola? ¿Qué significaba tener el destino del planeta en sus manos? Esas complejas cuestiones aún estaban fuera del alcance de su mente inexperta.
—Sé que en este momento no entiendes a lo que me refiero, pero tu prodigiosa inteligencia y una pequeña ayuda de mi parte te lo revelarán todo en cuanto me marche. No te preocupes. En el futuro, puede que llegues a odiarme más que a cualquier otro ser sobre la Tierra, pero recibir tu repudio será lo ideal. Esa clase de sentimientos te harán poderosa y te darán la clave para cumplir con tu papel. ¡Hasta pronto, Nahiara!
Acto seguido, la hechicera trazó un pequeño triángulo en medio de la frente de la niña. Pare ello, utilizó su dedo índice derecho, el cual tenía impregnada una gran cantidad de carbón mineral. Partiendo desde cada uno de los vértices de dicha figura geométrica, la maga delineó tres espirales idénticas. Al esbozar la última línea sobre la parte superior del rostro de la chica, Moa retrocedió unos cuantos pasos y procedió a hacer un dibujo idéntico al primero, pero esta vez en su propia frente, usando el dedo índice izquierdo.
La piel que estaba justo debajo de su marca se dividió a la mitad. El largo corte horizontal puso al descubierto un agujero oscuro e insondable. Enseguida colocó su palma izquierda sobre aquella cavidad mientras murmuraba unas palabras que eran ininteligibles para la chiquilla. Una vez que terminó de pronunciar lo que parecía ser un encantamiento, avanzó de nuevo hasta donde se encontraba la jovencita. Sin previo aviso, trasladó la mano con la que cubría el orificio en su frente hacia el triángulo en la frente de su aprendiz. La cavidad desapareció de la piel de la encantadora y reapareció de inmediato en la de Nahiara. La dama sonrió satisfecha por última vez.
—Jamás le reveles a ningún otro ser en dónde se encuentra Hélverask ni cuál es el método para entrar allí. Tu propia existencia y la mía dependen de que resguardes muy bien ese secreto.
Después de entregar ese insólito mensaje, Moa posó sus labios sobre la frente de la niña, tal y como si estuviese dándole un tierno beso para decir adiós. De un momento a otro, la boca de la maestra de encantamientos adquirió una tonalidad negruzca y brillante. Su cuerpo entero se estremecía con gran violencia, mientras su cara se deformaba hasta el punto de quedar irreconocible. Antes de que la muchachita pudiera hacer algo al respecto, la anatomía de la dama se desintegró por completo. El sitio que la dama dejó vacante fue ocupado en pocos segundos, pues tres enormes cuervos de consistencia gaseosa se materializaron allí. Una a una, las peculiares aves fueron absorbidas por el hoyo en la frente de la chica, el cual se selló de golpe tan pronto como aquellos vaporosos pájaros terminaron de atravesarlo.
En ese instante, Nahiara cayó de rodillas, miró hacia arriba y liberó un intenso chillido de dolor. Mientras ella se desgañitaba, un denso humo negro empezó a salir desde su boca y se amontonó a unos pocos centímetros por encima de su cabeza. Una pétrea silueta alada, cuyo tamaño y fisonomía eran similares a los humanos, se formó a partir de aquella humareda. Parecía estar durmiendo, puesto que sus ojos estaban cerrados. No obstante, blandía una refulgente espada de plata entre sus manos. Con una potente voz que destilaba musicalidad, el ente de apariencia seráfica pronunció unos versos misteriosos que iban dirigidos a la niña.
—Fija tu mirada en las profundidades de la turbia esmeralda y sumérgete en ella a través de los giros en los tres laberintos. Búscame en la encrucijada y luego cántale a los vientos. Danza entre cementerios inmaculados y regocíjate a causa del eterno sufrimiento —declaró el querube, al tiempo que extendía sus alas al máximo de su capacidad.
Aunque lo deseaba con todas sus fuerzas, la chiquilla no podía mover ni un solo músculo. Tuvo que limitarse a ser una testigo pasiva del desarrollo de aquellos inquietantes acontecimientos que la involucraban. A pesar de todo, no se sentía atemorizada. La devoción hacia su mentora seguía intacta, por lo cual estaba dispuesta a soportar cualquier consecuencia que pudiera acarrear su impasividad. Si Moa no le había ordenado que interviniera, jamás lo haría. Mientras la jovencita intentaba descifrar cuál era el propósito de ese encantamiento que aún le era desconocido, el mensajero la sacó de sus pensamientos con un súbito y veloz movimiento. En menos de lo que tarda un suspiro, la filosa punta de la espada le horadó el pecho y la traspasó hasta llegar a su espalda. Pero en vez de expulsar sangre a borbotones, desde su herida manaba una sustancia transparente. El cálido líquido incoloro fluía cual si fuese una cascada. Poco a poco, un enorme charco se formó en torno a la chica. Luego de unos minutos, el ente alado retiró el arma blanca de la carne de su víctima y la clavó en el piso. La acuosidad debajo de la niña se solidificó en el acto, transformándose así en un inmenso espejo de increíble nitidez.
El reflejo que el cristal le devolvía a la discípula de la hechicera no era del todo fiel a la imagen original. Aunque tenía el mismo cuerpo y el mismo rostro que Nahiara, la chiquilla que la miraba desde la superficie vítrea tenía la tez sonrosada y una sedosa cabellera dorada. Los iris ambarinos y la blancura de los globos oculares distaban mucho de ser como los que poseía la pequeña huérfana. Por primera vez en su corta vida, la confusión y la inseguridad se habían adueñado de ella.
—No tendrás memoria alguna de mi existencia, pero sí recordarás con claridad el camino que deberás seguir para volver a mi lado. Te esperaré siempre... —afirmó la voz ronca de Moa, a través de la enigmática chica rubia.
Posterior a esa revelación, el querube esparció un gran puñado de plumas negras alrededor de la jovencita. Al entrar en contacto con el espejo, estas se convirtieron en cientos de cenizas pestilentes. El hedor venenoso que despedía aquel polvo ceniciento terminó por cerrar las vías respiratorias de Nahiara, quien se desmayó sin siquiera percatarse de ello. Veinticuatro horas más tarde, la chica por fin despertó. Se encontraba sola en la estancia, pero eso no la preocupaba. ¿Por qué habría de alarmarse si su vida siempre había sido solitaria? Se levantó de un salto y empezó a caminar en busca de una salida, pues tenía unas ansias terribles por irse a conocer el mundo exterior...
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