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El dolor de las llamas


En cuanto abandonó los túneles subterráneos que le habían servido de morada por tantos años, la primera imagen frente a los oscuros ojos de Nahiara fue desconcertante para ella. Se topó con una pareja de hombres de cabello dorado y tez muy clara, los cuales estaban llevando a cabo una serie de movimientos extraños en torno a una chica de larga cabellera roja y múltiples pecas en la cara. Ambos chicos estaban de pie junto a un frondoso roble de tronco grueso, uno a la derecha y el otro a la izquierda del mismo. La muchacha se encontraba sentada sobre el suelo, con la cabeza erguida y los ojos bien abiertos. Una gran cuerda la sujetaba al árbol, pero eso no parecía incomodarla. Más bien, su expresión facial denotaba una gran alegría. Lo más curioso era que no actuaba de acuerdo con el entorno a su alrededor. Hablaba en voz alta acerca de unas gigantescas palmeras y un precioso mar azul, tal y como si estuviese soñando despierta. Mientras tanto, los jóvenes se desplazaban con gran lentitud en un espacio reducido del terreno, trazando pequeños círculos con sus pies cada pocos segundos. Los brazos de ambos se elevaban hasta llegar a juntar las palmas abiertas sobre sus cabezas, para luego descender despacio y quedarse reposando sobre sus caderas por unos breves instantes. Aquel proceso se repetía una y otra vez, sin interrupciones para descansar o tan siquiera articular alguna palabra.

Tras varios minutos de observarlos con suma atención, en completo silencio, desde una distancia prudencial, la pálida niña decidió acercarse un poco más para verlo todo desde un mejor ángulo. En cuanto estuvo a escasos cuatro metros de donde se encontraban los varones danzantes, su piel comenzó a escocerle cual si hubiese sido picada por cientos de abejas. No parecía haber ninguna razón lógica para semejante reacción tan violenta de su epidermis, pero la sensación seguía incrementándose a medida que avanzaba aquella ceremonia tan rara. Del cuerpo de los dos hombres se desprendía una especie de polvareda áurea flotante. La nubecilla resplandeciente viajaba directo hacia las fosas nasales de la mujer atada, quien no paraba de reírse a carcajadas ante la magnífica visión que estaban recibiendo los ojos de su imaginación, la cual había sido diseñada exclusivamente para ella. Luego de un rato, la dama empezó a toser sin control. Una sustancia grisácea de consistencia espesa salió de su boca y cayó sobre la tierra. Acto seguido, los jóvenes se tomaron de ambas manos y se colocaron en torno a aquel desagradable desecho. De la parte posterior de sus cabezas emergieron dos diminutas llamas. Una era plateada como la luna llena y la otra era amarilla, tan reluciente como el oro. Las lenguas de fuego se desplazaron con rapidez hacia el centro del semicírculo formado por las manos entrelazadas de los peculiares chicos.

En ese preciso momento, Nahiara sintió un espantoso ardor en mitad de su pecho. No lograba respirar y su campo de visión se le estaba tornando muy borroso. Cuando las flamas de los chicos se fusionaron y cayeron sobre la masa opaca y húmeda en el suelo, esta se incendió al instante. Se chamuscó por completo, sin dejar rastro alguno tras de sí. En perfecta sincronía con ese acontecimiento, la descolorida chiquilla cayó de rodillas, con una mirada de terror absoluto y con la boca abierta al máximo. Unas garras invisibles estaban destruyéndole las entrañas y no podía hacer nada para detener su creciente sufrimiento. Estaba paralizada de pies a cabeza, sin esperanzas de recuperar la movilidad por sí misma. Mientras ella experimentaba el más profundo de los dolores físicos conocidos por la humanidad, los muchachos ni siquiera se habían percatado de su presencia en el sitio. Estaban concentrados en desatar la cuerda que aprisionaba a la chica pelirroja, para luego ayudarla a incorporarse y mostrarle el camino de regreso a su casa. Sin embargo, uno de ellos, el más bajito del dúo, le pidió a su compañero que se adelantara. Le mencionó algo sobre la presencia de unas débiles vibraciones sónicas muy inquietantes, por lo cual debía asegurarse de que no resultasen ser algún tipo de amenaza. Prometió no tardar mucho en su tarea de inspección.

El joven cerró los ojos y aguzó su oído, con la clara intención de localizar la procedencia del sonido anómalo. No tardó en percatarse de algo espantoso. El ruido desconocido era un chillido desgarrador de baja frecuencia, producido por la voz de una niñita sufriente. Aquella certeza tan funesta lo hizo replegar los párpados de golpe y comenzar a correr como loco por los alrededores. Sin importar hacia dónde se desplazase, seguía escuchando el horrible grito en todo momento, pero no era capaz de hallar a la pobre muchachita. En un intento desesperado, se arrodilló sobre el terreno reseco y comenzó a andar a gatas, palpando con cuidado cada centímetro del lugar. Estaba enterado de la existencia de seres privilegiados con habilidades para ocultarse por completo de sus enemigos, ya fuera mediante invisibilidad o a través del camuflaje. Si había una chica con una de esas facultades cerca de ahí, era mucho más probable encontrarla mediante el tacto. Para su buena suerte, la táctica surtió efecto. Unos minutos después, el hombre logró hallar el cuerpecito rígido e hirviente de la niñita. Aunque no podía verla, percibía con facilidad su forma y su temperatura.

Mientras tanto, en el interior de la mente de Nahiara, una traumática experiencia se estaba gestando. A su alrededor, la pequeña veía un interminable sendero de figuras humanas siendo consumidas por un voraz incendio. Todas le suplicaban que detuviera el fuego, entre alaridos y llanto desconsolado. Alargaban sus negruzcas extremidades para sujetar las prendas de la niña, las cuales parecían estar hechas de cera amarillenta derritiéndose. Desde el vientre hacia el pecho de la chiquilla, un fuerte rayo calcinante la obligaba a contorsionarse y vomitar. Al mismo tiempo, a lo lejos, sobre una colina palpitante que alternaba su coloración entre naranja y negro, se encontraba de pie una niña rubia de ojos ambarinos. La mirada de ella dejaba entrever una enorme pena en su alma, como si se lamentase a voz en cuello, pero sin pronunciar ni una sola sílaba en realidad. La catástrofe circundante no la disuadía de concentrar su atención en Nahiara. De hecho, la jovencita en la loma tenía el brazo derecho extendido hacia la chica descolorida, con la palma abierta, invitándola a tomarla. Pero el intenso dolor de las llamas dentro del cuerpo de la pálida muchacha le impedían prestarle atención a aquella oferta de ayuda. A causa de ello, las mejillas de la chica de pelo dorado estaban empapadas en lágrimas.

Si no hubiese sido por la diferencia en la pigmentación de la piel, la cabellera y los ojos de las niñas, podrían haber sido consideradas hermanas de sangre. La similitud en los rasgos faciales y en su complexión resultaba muy evidente ante la vista de cualquier persona. Incluso los gestos de aflicción mostrados por ambas seguían la misma secuencia de movimientos. Parecía como si un cúmulo de sombras vivientes se hubiese tragado la vitalidad de una, al tiempo que la otra resplandecía entre cálidos haces de luz solar. Eran las dos caras opuestas en una misma moneda. ¿Qué clase de cruel broma del destino las había colocado frente a frente en semejante escenario tan macabro? Ni siquiera ellas mismas podían llegar a comprender las razones escondidas en su pesadilla compartida.

De manera simultánea, en el mundo de las criaturas despiertas, el cual no tenía relación alguna con aquella espeluznante ilusión onírica, el hombre pelirrubio intentaba reanimar a la niña. En independencia de cuánto se esforzase, él seguía sin lograr la materialización completa del organismo transparentado de la damita. Solo se veía una tenue silueta acuosa de rasgos indefinidos, con un gigantesco punto crepitante de tonalidad granate en el sitio donde debería haber estado el músculo cardíaco. Ante semejante panorama adverso, el joven se vio forzado a enviar un llamado de emergencia hacia su compañero. Dio una palmada rápida y una minúscula llama blanca se acurrucó en su palma derecha. Luego de susurrarle un breve mensaje, la sopló fuerte, para que así transportase consigo las palabras que debían llegarle a su camarada. No estaba del todo seguro, pero su instinto le comunicaba que un nuevo ritual de purificación debía ser ejecutado en ese preciso momento. Nunca antes había sentido tantas pulsaciones de maldad contenidas en un solo cuerpo.

—¡Ake, al fin te encuentro! ¿Estás bien? Me asusté mucho cuando recibí esa flama pura... ¿Qué está sucediendo? No me vas a decir que hallaste otra semilla tan pronto, ¿o sí?

—¡Franz, apresúrate! Tengo un terrible presentimiento acerca de esta niña... Hay algo mucho más grande y dañino que una simple semilla dentro de ella.

Acto seguido, los dos integrantes del Sydän de fuego se colocaron en posición fetal, uno junto a los pies y el otro cerca de la cabeza de Nahiara. Así era como se le daba inicio a la compleja danza solar, la cual era esencial para aniquilar cualquier vestigio de las fuerzas oscuras en el interior de los seres humanos. En cuanto los Valaistu comenzaron a moverse en torno a la chica, esta convulsionó de inmediato. A raíz de los múltiples espasmos, decenas de finos hilos espinosos de tonalidad negruzca salieron de su boca. No tardaron ni quince segundos en enredárseles en las piernas y en el tronco a ambos varones. Tan pronto como los aprisionaron, los aguijones en las ramificaciones se clavaron en la carne de ellos. Un sonoro clamor se escapó de sus gargantas justo antes de que sus globos oculares se tiñeran de las más profundas tinieblas. El último soplo de vida les fue arrebatado sin darles una oportunidad para pelear por él. Entonces, los tentáculos asesinos regresaron a su punto de origen y la portadora de los mismos recuperó la conciencia. La despiadada tortura del fuego había cesado.

Justo después de segar las vidas de aquellos jóvenes inocentes, la descolorida niña se incorporó como si nada le hubiese sucedido. Se quedó mirando los cascarones abotagados y oscuros en que se habían convertido los organismos de los mancebos. No sentía ningún pesar o tan siquiera un leve atisbo de repulsión ante la grotesca escena frente a sus ojos. Se limitó a observar cómo se desintegraban los restos. Los cabellos dorados de ellos se habían vuelto blancos en su totalidad, para luego endurecerse, resquebrajarse y ser esparcidos en forma de cenizas por medio del viento. Las vívidas imágenes de la pesadilla todavía estaban frescas en su memoria, pero no significaban nada para ella. No sabía cómo debía interpretarse el críptico mensaje, si es que acaso lo había, y tampoco sabía quién podía habérselo enviado. Aquella experiencia era algo que no deseaba revivir jamás. Por lo tanto, se dio permiso para olvidar poco a poco todo cuanto había acontecido en ese día...

Pasaron los años, y Nahiara jamás volvió a pensar en su dramático primer contacto con el mundo exterior. Tampoco se acordó de la niña con el cabello dorado y ojos de ámbar, quien le había ofrecido una mano amiga para salvarla de su sufrimiento. Todo aquello permaneció dormido en las áreas más recónditas de su mente hasta el día en que se vio a sí misma ocupando el cuerpo de la jovencita de la colina titilante. Y la espantosa sensación de estarse quemando viva regresó a ella con mayor fuerza cuando había estado a punto de exterminar a Cedric. ¿Por qué se repetían los acontecimientos del pasado? ¿Estaba la mocosa rubia empecinada en negarle la paz? Ni habiéndole arrebatado su preciado organismo se había podido deshacer de ella. Eso encendía su cólera como ninguna otra cosa en el mundo lo había hecho antes. No tendría sosiego hasta que se deshiciese de cada uno de los aliados de Dahlia. Sin importar en dónde se estuviesen ocultando, los hallaría y les arrancaría la vida con gran placer. Si era por causa de ellos que la maldita niña seguía aferrada a su mundo, toda su energía debía ser cortada de un solo tajo...

Savaelu se relamía de gusto mientras contemplaba a la furibunda y confundida emperatriz de la Legión de los Olvidados. Desde su trono cristalino en medio del velo interdimensional, no había nada de qué preocuparse. Sabía que ella era una criatura muy poderosa y peligrosa, pero eso no lo atemorizaba en lo más mínimo. No existía un mejor estratega en cuestión de batallas que él. Sus fichas ya habían comenzado a moverse de la manera esperada. Ya solo le restaba consumar la reunión de los cinco portadores del Lucero de los Tévatai. Cuando eso sucediera, la verdadera guerra por la Tierra estallaría. Y todo apuntaba a que los antiguos guerreros de fuego tenían enormes posibilidades de éxito. El único factor inquietante para el monarca era la recuperación de la conciencia de Dahlia. ¿Quién iba a llenar el vacío dimensional que su partida dejaría? No podría liberarla si no había un ser equivalente a ella en todo. De lo contrario, Hélverask colapsaría y su amado planeta azul también lo haría. Necesitaba conseguir a un sustituto idóneo tan pronto como fuese posible. Si la chica pelirrubia no regresaba, de nada servirían sus esfuerzos por restablecer el reinado de la luz. Nadie más que ella tenía la capacidad para unificar los hilos rotos de la tela planetaria. La importante expedición de Gabriel y Olivia era su única esperanza para encontrar la clave del intercambio tan urgente y necesario. Tendría que confiar muy profundamente en ellos...

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