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—911, ¿cuál es su emergencia?

—M-mi hijo está muerto, está colgado de una cuerda en su cuarto. —Necesito su ayuda; por favor, venga lo más pronto posible —dijo entre lágrimas la voz femenina.

—Entiendo, Sra. Dígame su nombre completo, su ubicación y la policía llegará en unos cuantos minutos —respondió el operador.

—Me llamo Kim Hwa Yeon. Estoy en mi casa. La dirección es Cll 13 #7-19.

—La policía irá junto a una ambulancia.

—Está bien. Estaré hasta que lleguen. —Muchas gracias —contestó la Sra. Kim.

—A usted por contactarnos —se escuchó antes de colgar.


...


—¡Hey, Chan!

—Dime, Min —le respondió el joven australiano a su compañero.

—Tienes trabajo. Hay un caso en el norte...

—¿De qué se trata?

— Otro chico apareció muerto en su casa, aparentemente un suicidio.

—Últimamente ha habido muchas situaciones así.

—Y sin razón común.

—Me iré pronto, Yoongi. ¿Quieres algo?

—Que no me llames así.

—No lo haré si no lo haces conmigo. En el trabajo solo me deben conocer por mi apellido, ya sabes, por seguridad, más que todo cuando estamos en trabajo de campo como el de ahora.

—Comprendo, Bang.

Después de eso, su compañero se dispuso a marcharse apresuradamente.

El oficial llegó a la dirección dada por la línea de emergencias. Antes de entrar, tomó aire y lo soltó muy despacio. Tocó el timbre y de dentro de la casa observó salir a una señora de aproximadamente 40 años de edad con un enterizo color azul oscuro y zapato bajo. Tenía el cabello hasta los hombros y, a pesar de la angustia que poseía en ese momento, se podía vislumbrar la personalidad cálida y agradable de esta mujer.

—Buenos días, Sra. Kim. Mucho gusto, soy el oficial Bang. Vengo junto a mis compañeros a hacernos cargo del cuerpo de su hijo y de todo el proceso que se requiera para resolver este hecho.

—Igual, oficial. Le agradezco por venir hasta acá y ayudarme en el caso. Realmente no sé qué pasó... No tendría razones para hacerse esto, para hacérmelo a mí. Él era un buen chico y no, n-no estoy devastada por esto, Sr. Oficial.

—Señora Kim, tenga por seguro que me encargaré de este asunto personalmente y espero poder aclarar las dudas que se tengan, ya que han surgido en estas semanas múltiples casos y algunos han llegado a ser asesinatos.

—¿Quiere decir usted que tal vez mi hijo no se suicidó, sino que alguien lo asesinó?

—Es una posibilidad y espero que la comprenda. Deme un momento; iré a revisar la escena y luego vendré para hacerle unas preguntas. Puede tomarse algo afuera; mi compañera, Rosé, estará para colaborarle en todo lo que necesite usted, igual que mi equipo y yo. Debo retirarme.

Dicho esto, el joven se abrió paso y caminó por el pasillo hasta la habitación donde estaba la escena del crimen. Todo estaba revuelto. Sacó de uno de sus bolsillos unos guantes y empezó a recorrer la gran habitación; miró minuciosamente cada rincón. Cualquier objeto podía arrojar una pista clave para esclarecer el caso.

Se dirigió en primer lugar al cuerpo, y le habló a aquel chico: No creo que te hayas podido suicidar... Eras demasiado bonito para hacerlo. No te creo capaz. Durante los siguientes minutos, en medio de un silencio solemne en aquel lugar vacío, el australiano se dedicó a admirar la belleza de aquella persona que en vida se destacó por su bonita apariencia y se atrevió a tocarle suave y sutilmente el rostro.

Exclamó para sí mismo mientras esbozaba una triste y tímida sonrisa: "Parece dormido, no muerto".

Pero a los pocos segundos, tomó conciencia de lo que estaba pensando y se golpeó mentalmente mientras murmuraba cosas entre los dientes. En serio le estaba pasando algo; ningún hombre le hablaba así a un chico y menos si estaba muerto. Finalmente, para respirar un poco y cambiar esos pensamientos y concentrarse en lo que importaba, abrió la ventana que daba al jardín y deambuló buscando señales de sangre o armas.

No había muchos muebles. Sólo un escritorio, un cajón para colgar las prendas, una canasta para la ropa sucia, un espejo y también una mesita de noche, sobre la cual descansaban unas libretas. El oficial las vio y las revisó. Era el diario de la víctima. Hablaba sobre cosas cotidianas y problemas personales que luego revisaría. Siguió inspeccionando el lugar. Había manchas de sangre en la ventana y en el espejo. La cama estaba revolcada y los libros que debían estar encima del escritorio estaban tirados por doquier. Lo demás seguía intacto.

Completada una hora en ese sitio y posterior a tomar fotos como evidencias, llamó a Medicina Legal para que se hiciese cargo de las muestras de la sangre y de verificar si habían huellas dactilares o algún detalle que se le hubiese podido pasar por alto.

—Es hora de hacerle unas preguntas. Necesito que me diga todo de forma sincera y tranquila. ¿Qué hizo entre anoche y esta mañana?

—Yo... —dijo suspirando la madre de la víctima— trabajo en una empresa de textiles a una hora de distancia. En la noche todo estaba bien; terminé mi turno a las 6 de la tarde y a las 7 llegué a mi casa.

—Perdón por interrumpirla, pero debo conocer un dato muy importante, ¿cómo se llamaba?

—Se llamaba Kim Seung-min.

—Ya veo. Siga.

—Mi hijo y yo estábamos comiendo; me contaba alegremente cómo había pasado su día, y yo le asentía constantemente. No observé algo raro, ni siquiera en los últimos meses o días antes de esta situación. —Yo desearía haber podido hacer algo por él... No sé qué voy a hacer con esto —dijo antes de romper en llanto.

—No se preocupe, se le dará una respuesta y aunque no le podemos devolver a su hijo, le brindaremos consuelo y apoyo. Es difícil perder a una persona amada y se debe ser muy fuerte para afrontar la vida y estas pruebas por las que se tiene que pasar.

—P-perdón, me desvié... Hoy llegué sobre las 8 de la mañana, le dejé un mensaje; sabía que estaría durmiendo. Le encantaba dormir los sábados hasta las 9 o 10 —comentó con un tono melancólico—. No pensé que al abrir la puerta de su habitación con la intención de darle una sorpresa, me encontraría con mi niño muerto y colgando como si fuese una lámpara o un objeto. Me dio un ataque de ansiedad y procuré calmarme para llamar al 911.

—¿Cómo era su vida y la de Seungmin?

—La mía... no ha sido la mejor; siempre tuve problemas en mis entornos y por eso me mudé. Perdón si no le cuento más de la mía, pero no creo que sea relevante y no me siento a gusto compartiendo mi vida íntima.

Bang anotó algo en su libreta y la Sra. Kim continuó hablando.

—Éramos muy cercanos, me tenía mucha confianza y me decía cuando las cosas iban mal o le preocupaban. Tenía dos amigos; bueno, se hablaba con varios chicos y chicas, pero los más cercanos eran Han Ji Sung y Yang Jeong In. Yo los aprecio mucho porque todos hacían sonreír a Seungmin. A él no le gustaba mostrar su sonrisa; en la primaria lo molestaron mucho por esta y prefirió ocultarla. Era un poco delicado; era un hombre, sí, pero le gustaba cuidarse, disfrutaba hacerlo y tener planes bastante sanos como tomar café, hacer caminatas y jugar juegos de mesa. Le encantaba el béisbol y era un excelente jugador. Tenía un promedio con buenas notas; no destacaba, pero nunca perdió un año. Estaba estudiando fotografía. Tengo un álbum completo de fotos de los dos y las que él tomaba como una muestra para autoevaluarse. Tenía un trabajo de medio tiempo. Su jefe era un chico de su misma edad; se llama Lee Félix. Hablaba mucho de él por su personalidad y cómo los dos congeniaban mucho a pesar de la diferencia de rangos. —¿Le puedo ofrecer algo oficial? —preguntó la mujer.

—No suelo recibir alimentos por seguridad, pero aceptaré. —Se lo agradezco —dijo mostrando su dentadura en una pequeña sonrisa.

Después de terminar de comer, se despidió de la Sra. Kim repitiéndole que todo estaría resuelto lo más pronto posible, pero que la idea de un posible asesinato no se descartaría. Su idea no era recordarle todo el dolor de la muerte de su hijo, pero debía ser lo más franco posible; ese era su trabajo.

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