◖ 15 ◗
ALEJANDRA.
Estando media dormida, me había movido de un lado a otro tratando de encontrar un lugar cómodo dentro de mi cama para continuar con mi descanso.
A lo mejor era la almohada que estaba en una posición incorrecta a la que normalmente me gustaba que estuviera, o tal vez era el hecho de mover alguna de mis extremidades y que un escalofrío me recorriera al sentir el frío de la superficie que no había llegado a tocar con anterioridad haciendo contraste con la calidez de mi cuerpo; ya fuera al pasar mi brazo bajo mi propia almohada o estirar mis piernas hacia otro sitio. O simplemente era por el hecho de que, al estar acostumbrada al silencio absoluto a la hora de dormir y no tener el sueño pesado, cualquier pequeño e insignificante sonido me podría molestar. Ya fuera por el crujir de las ramas de los árboles si había viento; las gotas de lluvia chocando contra la ventana, el repiqueteo que provocaba la perdida de agua de algún grifo que estaba mal cerrado, o el cruzar de un vehículo por el vecindario.
Y si llegábamos a un nivel extremo, hasta un alfiler cayendo al suelo podía irrumpir mis sueños, o el cantar nocturno de algún animal en las lejanías. Pero sobre todo, y superando cualquier cosa normal y algo que había sucedido recientemente; el sonido de pasos yendo de un lugar a otro para luego avanzar hasta mi puerta, detenerse y ya no volver a escucharse. Esa última parte sólo la sabía yo y, al ocurrir en una sola ocasión, no quise alterar a nadie porque supuse que mis oídos me habían fallado en aquel momento. No quería darme ideas, tampoco pensar demasiado en aquello ya que sabía que si lo hacia todo empeoraría; por eso aquella noche seguí descansando y ni siquiera me molesté en ponerme de pie y ver de qué se trataba. Aunque se me dificultara, debía de actuar como si nada hubiera sucedido y continuar con mi vida casi normal.
Así que sí, cualquier ruido me mantenía en alerta por más que no quisiese, sobre todo al estar sola en casa.
Hacia un par de horas que Eddie se había ido de viaje a quién sabía qué lugar y, como en todas esas ocasiones, las dudas de si tendría forma de poder comunicarse, si el avión había aterrizado ya, o siquiera saber cuándo regresaría llegaron rápidamente. Nunca me lo decía, no me daba información de su paradero ni de su tardanza y eso lo detestaba. Me gustaba saber que estaba bien, saber dónde estaba y con quién.
No era una mujer entrometida o controladora, pero la manía de querer tenerlo todo perfectamente organizado y claro no se iba; como una madre, que al estar esperando noticias de su hijo y no recibirlas, no dejaba de enviar mensajes o hacer llamadas hasta obtenerlas. Ese era un gran ejemplo, sólo que yo no había llegara a tal extremo porque sabía que sería molesto e incómodo. Además, entendía que no tenía derecho de meterme en sus cosas, y él tampoco me debía explicaciones de lo que hacía. Cada uno seguía con su camino sin sentir la necesidad de comentar qué pasos daría, así nos habíamos mantenido en los últimos años; únicamente nos limitábamos a dar señales de vida de vez en cuando para no preocupar demasiado al otro. Y, aunque sólo hubieran pasado horas desde su partida, necesitaba saber de él con urgencia, simplemente era el instinto protector de querer cuidarlo aunque pareciera una persona metiche.
Eddie era lo más parecido a una familia que yo tenía, y me preocupaba. Si constantemente buscaba tener información sobre mi progenitora, era obvio que con mi mejor amigo, la persona que estuvo siempre a mi lado sin criticarme ni juzgarme, sería igual o más intenso todavía.
Pero debía de admitir, que esa noche todo había parecido subir de nivel. La ansiedad que había tenido una hora después de que la puerta principal se hubiera cerrado detrás de su cuerpo empujando un valija, me inquietó. Fue la primera vez que, mordisqueando una de mis uñas, lo llamé con desesperación y él, un tanto risueño por la situación, me tuvo que confirmar que estaba por tomar su vuelo y que regresaría pronto. Tal vez para Eddie era gracioso que lo llamara luego de 60 minutos de decirnos adiós, pero para mí había sido todo lo contrario, y esos minutos me habían parecido horas repletas de agonía y angustia. Después de colgar, mis dedos estuvieron inquietos e inconscientemente había comenzado a golpear la encimera con mis nudillos, tratando de que el sonido provocado disminuyera esa sensación que apretaba mi garganta y no quería dejarme respirar con normalidad. Mientras que el ruido conseguía su propósito, mis ojos se movían de un lado a otro, atentos antes cualquier situación que tuviera que enfrentar.
Sabía que, con cada día transcurrido, mi estado de alerta iba en aumento y que lo estaba empeorando todo. Y a sabiendas de que no era correcto ni mucho menos saludable estar constantemente observando todo determinada y detalladamente, se había convertido en un ritual un tanto agotador. Era una mezcla de fatiga y a la vez de querer vigilar todo lo que pasase a mi alrededor, por miedo a encontrarme desprevenida.
Así que, deseando que toda esa inquietud que me causaban los viajes de Eddie; el estar sola y en alerta, desaparecían, había subido a mi habitación; y luego de haberme duchado, me coloqué mi pijama —que consistía en una camiseta de tirantes y unos shorts de chándal, tan viejos y desgatados que podrían pasar como basura— y me metí directamente en mi cama. Luego de algunos intentos por fin me había quedado dormida, hasta que la incomodidad que no tener todo el silencio que requería, comenzó a molestarme.
Y en ese momento, la causa de que estuviera buscando una mejor posición se debía a las diminutas, pero rápidas garritas que parecían correr sin descanso en todas las direcciones posibles en el piso de abajo.
Sí, una chiquita bola de pelos me había molestado con su pisar, y su maldito collar con campanilla. El tintineo a esas alturas de la noche era frustrante e irritante, sólo pedía que se detuviera o tendría que bajar y quitarle ese artefacto molesto.
¿Acaso Eddie no se había detenido a pensar que ese sonido no nos dejaría dormir? ¿No recordó que, a pesar de estar descansando, el canino se movía porque soñaba que estaba correteando a algo? Al parecer no notó que con cada movimiento de Loky, ya fuera porque estuviera contento; rascando su cuerpo o simplemente persiguiendo su cola, ese mínimo ruido terminaría con toda la paciencia de hasta la persona más paciente del mundo. Supuse que en ese sentido mi mejor amigo no era el más inteligente de todos.
Di una vuelta más sobre mi cuerpo hasta que por fin hallé el lugar correcto entre tanta maraña de sábanas y mantas. Un espacio ancho, cubierto que suavidad, comodidad y calidez.
Suspiré con satisfacción y, en menos de un segundo, me adentré en el mundo de los sueños... lo malo fue que duró muy poco.
Di un pequeño brinco al despertarme sobresaltada, mareada y confundida. Parpadeé un par de veces encontrando con la oscuridad que me rodeaba, exceptuando la tenue luz de fuera que entraba por mi ventana. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que me quedé dormida? No lo sabía realmente. De lo único que era consciente en ese momento, era que Loky estaba en la cocina ladrando como loco. Mi sentido auditivo se había agudizado sorprendentemente a lo largo de los días y aunque fuera algo bueno, en ciertas situaciones no lo agradecía.
¿De qué me servía oír más si eso no me permitía dormir? ¿Qué sentido tenía estar siempre en alerta si eso no me dejaba tranquila?
¿Por qué ya no podía actuar como una mujer normal como antes?
Porque esa mujer ya no existe.
Perfecto. Ni siquiera en la madrugada mi estúpida voz interior se callaba. Uno diría que, quizá, a cierta hora sus pensamientos cambiarían, pero no tenía tanta suerte para que dejara de decir estupideces.
Froté mi rostro y bufé, no estaba de humor para aguantar a mi conciencia, demasiado tenía ya con soportar al canino haciendo quién sabía qué cosa y por qué. Mentalmente anoté enviarle un mensaje a Eddie por la mañana y preguntarle si podía tirar la campañilla del collar de Loky; si no podía regresarle el perro a su dueña, me conformaría con hacer desaparecer ese artefacto del mal y así no tener que volver a escuchar ese tintineo nunca más.
Cerré mis ojos con fuerza cuando los ladridos se hicieron más fuertes, al parecer estaba correteando de un lado a otro y no se detenía. Era extraño ya que sólo él estaba abajo; no tenía ningún juguete cerca o algo que fuera divertido como para estar a esa hora despierto, así que debía de estar entretenido con su manta o tal vez algún cojín del sofá. Esperaba que no fuera lo último, porque sino esa bola de pelos estaría en grandes problemas conmigo. Aunque su estatura no era la suficiente como para que pudiera subir al mueble y hacer de las suyas sobre él, así que esa idea la descarté de inmediato.
— Está jugando con su manta.— me dije a mí misma con un bostezo.
Eso quería creer, así que simplemente lo dejé pasar. Necesitaba dormir, estaba muy cansada como para levantarme, caminar hasta la cocina y ver cuál era la razón de tanto alboroto. Además eso sería una total y absurda perdida de tiempo y energía, ya que el canino jamás me hacia caso. Así que si, le pedía que guardara silencio, seguiría con lo mismo sólo para fastidiarme, si es que una mascota podía entender y tener cierto resentimiento por una persona.
Suspirando, volví a mi lugar seguro cubierto de mantas.
Sólo pedía silencio, aunque recibiera todo lo contrario. Sus ladridos no paraban, es más parecían ir en aumento, ser más ruidosos. El sonido de sus garritas también lo acompañaba en velocidad, moviéndose de un lado a otro sin cesar.
Lentamente elevé mi mano derecha hasta chocar mis dedos con la mesita de noche que estaba a un lado de mi cama. Fui palmeando la superficie fría y dura de madera, tanteando la forma de cada cosa que había sobre ella hasta que di con mi celular. Lo tomé y presioné el botón de encendido, la pantalla alumbró, dejando ver la imagen de bloqueo; una bonita foto donde estaba abrazada con Eddie y mostrando un grandiosa sonrisa. Estuve a punto detenerme a apreciar y recordar cuándo nos la habíamos tomando, pero el recordatorio de que la pantalla pronto se apagaría me lo impidió. Con sólo un ojo abierto —ya que aun estaba medio dormida y no me había acostumbrado todavía a la luz del móvil— miré la hora que estaba marcada a un lado de nuestras cabezas.
02:30 A.M.
Maldición.
Tenía que volver a dormir lo más rápido posible antes de que el insomnio se apoderara de mí. Ya había pasado muchas noches en vela como para agregarle una más a la lista, además presentí que ya no podría soportarlo. Mi cuerpo estaba demasiado agotado, y mis ojos ardían cada vez más al no poder descansar. Sin mencionar que, aunque se lo había impedido la vez lo que lo propuso, ya no tenía a mi mejor amigo para que cuidase de mí, él estaba a no sabía cuántos miles de kilómetros de distancia y tardaría mucho en llegar a rescatarme.
Dejé el aparato tecnológico de regreso en su lugar, y me acomodé una vez más dispuesta a cerrar mis párpados y no volver a abrirlos hasta que el sol saliera y la aves hicieran su canto mañanero. Pero claro estaba, que el sonido de abajo no me ayudaba para nada con mi cometido.
Volví a dar vueltas sobre la cama, al no encontrar el sitio correcto, otra vez se presentaba el mismo problema. De mala gana, coloqué una de mis almohadas sobre mi cabeza en un fallido intento por acallar, sólo un poco, todo mi alrededor. Si no iba a ser capaz de levantarme, al menos algo tenía que hacer para tratar de descansar.
De repente lo oí gritar, como si se hubiese golpeado. Olvidé mi pereza por completo, a toda velocidad salí de mi cama; me coloqué mis zapatillas, y caminé hasta la puerta. Pensé que sería fácil, como en todas las veces anteriores en las que había querido salir de mi habitación, pero esa noche no lo fue. No me equivoqué al decir que todo había subido de nivel, y el sonido de unos pasos caminando por el pasillo hasta mi dirección me lo confirmaron.
Inmediatamente, mi vista se pegó al suelo al querer observar algo. La vez pasada, cuando escuché el mismo ruido, no me había movido pero en esa ocasión ya estaba de pie y nada me impediría saber qué sucedía. Y a pesar de que todo se encontraba en penumbras, logré ver, por la rendija que quedaba en el espacio entre el final de la madera y el inicio del piso, a una sombra debajo de la puerta. Al parecer había avanzado hasta allí y se había detenido como la otra noche, sólo que esa vez pude notar que se trataba de... ¿Una persona?
¿Alguien había entrado en mi casa en plena madrugada? ¿Cuáles eran sus intenciones? Sobre todo, ¿Quién carajo se había atrevido a golpear al perro?
Me molestó pensar en ello; ni Eddie ni yo lo hacíamos cuando Loky cometía algo indebido, sólo tratábamos de enseñarle lo que estaba bien y mal con palabras o incluso habíamos llegado a señalarles las cosas para que entendiera. No me gustaba maltratar a los animales, mucho menos saber que alguien más lo hacía.
Con los dientes apretado, maquinando un millón de insultos para el insolente que tuvo las agallas de pegarle, tomé la perilla y la giré. Y como si mi enojo no fuera suficiente, el maldito picaporte no cedió.
Me estresaba no poder abrir, aunque lo hubiera intentado más de una vez, y empujado la puerta hacia atrás, continué haciéndolo. Es más, en cierto momento, pensé que tenía el seguro puesto, pero me equivoqué al querer quitarlo y encontrarlo en esa posición.
Fruncí en entrecejo, si nada detenía la posibilidad de que se abriera, ¿Por qué aún seguía encerrada? ¿Había algo dañado que ocasionaba que no pudiera salir?
Seguí girando y empujando, pero nada cambiaba. Gruñí por lo bajo al sentirme tan impotente, hasta una puerta podía conmigo, ya era demasiado estúpido. Mi debilidad había superado todos niveles, y me había dejado en una posición incómoda y frustrante.
El grito de Loky volvió a oírse, y eso me desesperó aun más. Él no podía enfrentar solo a lo que fuera que lo estaba molestando, me necesitaba y yo estaba encarcelada en mi habitación sin poder ayudarlo. Mis manos comenzaron a temblar debido a que, sin saber la razón, empecé a sentir miedo.
Algo no estaba bien, y el cachorro lo había comprobado, en lo que parecía, dos veces.
— ¡Ya basta!— grité con enojo, estallando mi palma contra la madera. Estaba cansada y preocupada.
Dejé mi mano, que ardía por el golpe, sobre la puerta, apoyé mi frente en ella y cerré mis ojos. Tomé aire y mordí mi labio inferior, al querer tranquilizarme. No debía descontrolarme por no poder salir, tenía que hallar otra forma de lograrlo. No me detendría un pedazo de madera pintada con perilla y bisagras hecho por un carpintero. Si me iban a impedir el paso, tenía que ser con algo más fuerte y grande.
La idea descabellada de abrir la ventana y saltar dos pisos, correr hasta la cocina y comprobar que Loky se encontraba en perfectas condiciones, hizo que abriera los ojos de golpe. Pero justo en ese momento, mi vista se perdió en el suelo; la sombra que antes parecía estar esperándome en el pasillo había desaparecido.
¿Dónde estaba? ¿La persona que se había metido en mi casa ya se había ido? ¿Me había robado algo? ¿El canino aun seguía en la cocina o también se fue con él?
Con preocupación por la última pregunta, lo intenté otra vez, giré la perilla y milagrosamente la puerta se abrió. Sin dudarlo, salí de mi habitación y corrí escaleras abajo hasta llegar a la cocina.
Una vez que entré, encendí las luces y comencé a buscar cualquier cosa que estuviera fuera de su lugar; no hallé nada que insinuara que alguien hubiera estado en ese espacio, todo estaba limpio y ordenando como lo había dejado antes de irme a dormir. Seguí observando mi alrededor, hasta que di con el responsable de mi susto e insomnio. El perro estaba sentado en el suelo, mirando un punto fijo cerca del árbol del jardín. ¿Tanto escándalo para nada? Pasé por muchas emociones al no saber cómo estaba para que, cuando tuve la oportunidad, encontrarlo como si nada disfrutando de la vista. Negando con la cabeza, y prometiéndome que ya no me preocuparía por la mascota de la hermanita de Eddie, contemplé la vista que nos mostraba el ventanal. La noche era oscura, por la inexistencia de la luna, y no se podía ver mucho más que las siluetas de las cosas que estaban fuera.
Y a pesar de tener las puertas y ventanas cerradas, tuve que abrazarme a mí misma cuando una ráfaga helada de aire me rodeó. Conocía perfectamente ese estado de frío, ya lo había vivido en las pesadillas, minutos antes que él hiciera aparición. Y, aunque en ese momento no me hallaba dentro de una de ellas, sentí que una presencia merodeaba nuestro alrededor.
No sabía explicarlo bien, pero era como si alguien estuviera escondido en algún lugar, observando todo lo que pasaba allí; lo que hacia yo y también lo que Loky hacia. Pero eso era imposible, la casa estaba rodeada por un muro, la única entrada y salida era el pequeño portón de la entrada, el cual estaba cerrado con llave.
Estaba tan paranoica que cada vez que salía, cerraba cada puerta y ventana con cerrojo, por más que la propiedad no permaneciera completamente sola. Eddie se había enfadado porque tenía que cargar su juego de llaves todo el tiempo o quedarse sin entrar hasta que yo llegara del trabajo, pero debía de entenderme. Sabía que algo estaba siguiéndome, estaba vigilando cada paso que daba y eso ya no me gustaba para nada.
Una cosa era enfrentarme a alguien en mis pesadillas, ya en la vida real era algo mucho más grande e imposible. Sería incapaz de lograrlo, por más que lo quisiera con todas mis fuerzas. Sin mencionar que mi cuerpo no era tan ágil como lo había sido días atrás, sabía que mi atacante podría conmigo incluso utilizando sólo una de sus mano.
Por eso agradecí que la persona que había entrado en mi hogar ya no estuviera.
— Loky...— lo llamé, segundos después— Ven aquí, cariño. Ya es tarde.
El perro pareció sentir mi frustración, cansancio y miedo, porque me hizo caso al instante, y se acercó a mí. Le mostré una media sonrisa, era la primera vez que lo hacia, y por el momento en el que estábamos le agradecía que lo hiciera.
— Buen chico.— lo felicité.
Comenzamos a caminar hasta la salida de la cocina, pero otra vez se detuvo y empezó a ladrar. Pero ya no era hacia fuera, sino a la encimera cerca de la nevera.
Miré el motivo de su enfado y me quedé estática, no lo podía creer. Tenía que ser una puta broma... el amuleto estaba encima de ella. La madera que lo complementaba brillaba bajo la claridad de los focos.
Sorprendida, me pasé las manos por mi rostro, ¿Qué carajo hacia allí? Cuando me había ido a dormir no estaba en ese lugar. Es más, le había preguntado a Eddie dónde lo había dejado y me contestó que estaba en la mesita de noche, cerca de su cama.
Eso era demasiado confuso y raro, por no decir espeluznante. Sabía que nada bueno podía traer algo que desentierras, porque por alguna razón lo habían dejado bajo tierra para que nadie pudiera verlo ni tomarlo. El escalofrío que sentí al mirar el amuleto la primera vez fue una clara advertencia de que, entre más alejado estuviera ese objeto de nosotros, era mejor.
Algo malo iba a suceder si permanecía cerca, pero claro, no me hacían caso. Le dije a Eddie que se deshiciera de eso y, sin embargo, hizo todo lo contrario y decidió consérvalo.
¿Quién en su sano juicio conservaba algo que no sabía ni de dónde salió? Sí, Loky lo había encontrado escarbando en el patio. Pero ¿Y qué? Esa no era razón válida ni suficiente para confiar en que no tuviera un maldad adherida en él.
El perro parecía asustado y yo no entendía por qué... o no quería aceptar el por qué. Sabía lo que vendría después, y me negaba. Había sido suficiente el tener que aguantarlo en mis pesadillas, no podía seguir viviendo con el temor de verlo o sentirlo a cada minuto del día.
En el preciso momento en que pensé en él, un nuevo escalofrío recorrió mi cuerpo. Moví mi cabeza de un lado a otro, ya había superado el límite. Con miedo, di un paso atrás y choqué con la pared, lo que causó que chillara y me diera media vuelta.
— Joder.— gruñí. Estaba aterrada y chocar con algo no me ayudaba en nada.
Miré el amuleto otra vez, y sí que sentí que todo lo que me rodeaba se detuvo; mi boca se secó, mis ojos casi se salen de sus cuencas y mi respiración se atoró en mi garganta. Los ojos, los cuales sólo eran orificios circulares, se volvieron rojos. Uno tan brillante como maligno.
Me estaba volviendo loca, eso no podía ser cierto. ¿Cómo era posible que algo que podías atravesar de un lado a otro de repente tuviera color? No era lógico, era una cosa que no todos lo creerían si se los contara. Se reirían en mi cara si les decía que por tener un amuleto pequeño e indefenso me sentía asustada y temía por mi vida.
Pero allí estaba, viendo esos ojos rojos... al igual que en las pesadillas, sólo que en esa ocasión en una porción más diminuta y en la realidad.
Eso no podía estar pasando, ¿Y si todo se trataba de otra alucinación? Me había pasado estando en el psiquiátrico, ¿Qué podría asegurarme que no pasaría en mi casa al estar sola? O mejor aun, ¿Y si estaba soñando? Quizá me quedé dormida y todo el alboroto de Loky sólo se trataba de un mal sueño. Tal vez nada de lo que estaba viviendo era real.
Con eso en mente, pellizque uno de mis brazos y con un leve ardor y molestia comprobé que, una vez más, me equivocaba. No estaba descansando en mi cama y teniendo una pesadilla, sino que estaba en la cocina y eso era de verdad.
— ¡Maldito seas, Víktor! Deja de jugar con mi cabeza.— vociferé, desesperada.
Era en vano gritar tanto, pero quitaba una parte del enfado. Además, sabía que él no tenía la culpa de nada de lo que me estaba pasando, pero en ese momento no lo entendía. Necesitaba recargar mi furia en alguien o explotaría pronto en millones de pedazos.
Ese era el problema del ser humano; cuando se sentía arrinconado y acabado, creía que todo el mundo era culpable de su desgracia, menos él mismo. Era como un escudo para no sentirse tan mal con sigo mismo, aún sabiendo que esa protección no siempre podría salvarle.
Y en mi caso, eso estaba pasando. Nada podría salvarme... el juego recién comenzaba, y no había culpables, ni reguardo. No habían príncipes azules con brillantes armaduras montados a caballos dispuestos a enfrentarse a cualquier cosa horripilante con tal de salvar a la damisela en apuros, como aparecían en los cuentos de hadas. En nuestra infancia nos hacían creer toda clase de estupideces imposibles, que era decepcionante pelear sola contra una entidad que quería acabar contigo en la vida real.
En la realidad, no habían príncipes sino hombres cobardes que arruinaban la existencia de los demás. En la realidad, no habían damiselas en apuros sino mujeres valientes dispuestas a enfrentarse cara a cara con cualquier cosa que se pusiera en su camino.
Lo malo fue saber que, en ese momento, mi valentía estaba huyendo muy lejos del lugar donde pertenecía.
Pegué un salto cuando el sonido de un celular se hizo presente, tan constante que dejó en claro que se trataba de una llamada entrante. Conocía bien ese tono, dado a que casi siempre lo escuchaba... provenía de mi móvil.
Con el ceño fruncido miré hacia un lado de la encimera, y sinceramente estuve a punto de gritar de fastidio cuando vi que, justo a pocos centímetros del amuleto, se encontraba el aparato.
Ya sería estúpido preguntar por qué estaba allí, ¿Verdad? Aun así... ¿No lo había dejado en mi habitación? ¿No estaba sobre la mesita de noche?
Podría seguir perdiendo el tiempo en cuestionarme muchas otras cosas, y continuar culpando a todo el mundo por mis desgracias, pero no lo hice. El nombre que resaltaba en la pantalla no me dejó.
«Mamá♡»
¿Por qué mi progenitora me estaba marcando? ¿Había sucedido algo para que estuviera despierta a esas horas? ¿Había sido algo malo?
Sin pensarlo, lo tomé y contesté:
— ¿Hola?— aún seguía un tanto aturdida; por la situación y su llamada.
— Hija, ¿Cómo estás, cariño?— me preguntó.
¿Que cómo estaba? Asustada hasta la médula. Pidiendo volver a ser una niña para poder hablar con ella y rogarle que me abrazara hasta que el miedo ya no existiera en mí. Poder dormir y despertar al día siguiente sin tener recuerdo de la fea noche que había pasado.
Estaba mal por supuesto; tenía muchas dudas y pánico, pero sobre todo, estaba sorprendida. La voz y el tono meloso de mi madre me sorprendió de sobremanera.
¿Acaso había olvidado que no hablaba conmigo desde hacia años? ¿Ya no recordaba su indiferencia? ¿Su enojo? ¿Su infantil frase de «“yo no tengo una hija”»?
¿Olvidó que me odiaba porque había elegido lo que amaba y no me había importado su opinión?
Preferí evitar todo aquel interrogatorio innecesario, y centrarme en lo importante.
— Mamá, ¿Sucedió algo malo?— quise saber, sin dejar de observar al amuleto. Y para mi sorpresa, el rojo de los orificios ya no estaba.
— No, ¿Tiene que suceder algo malo para que llame a mi hija?— atacó. Bien, no había cambiado en nada.
Por un escaso segundo llegué a pensar que me llamaría porque me echaba de menos y deseaba verme, tomar un café y charlar de todas las cosas que no habíamos podido por haber perdido el tiempo en discusiones.
— Sabes la hora que es, ¿Verdad?
— Sí, lo sé, Alejandra.— oí un suspiro— Sólo quería saber cómo estabas y platicar un poco contigo.
Estuve a punto de sonreír, casi lo hacia, pero recordé que no estaba en una buena situación para hacerlo. Lo malo a mi alrededor se había detenido pero no eso significaba que se había ido realmente.
— Estoy bien, mamá.— mentí, no podía decirle nada de lo que ocurría o estaba segura de que me diría un: “te lo dije, ese trabajo no era para ti.”— ¿Tú, cómo estás?
— Yo estoy bien, querida. ¿Qué tal todo por allí? ¿Cómo está Eddie?
— Bien, tuvo que viajar de improvisto hace unas horas.— le comuniqué, ya echaba de menos a mi mejor amigo.
— Ese chico te abandona sin mirar atrás.— medio bromeó y a la vez mostró el disgusto que eso le causaba.
— Es su trabajo.— bufé, aunque también yo podría haberme quejado por dejarme sola.
— Lo sé, ¿Qué tal va el tuyo?— y las sorpresas no parecían acabar.
Había esperado tanto tiempo esas palabras de su parte, que en ese momento lo creía irreal.
¿Mi madre me estaba preguntando por mi trabajo? Aquel edificio lleno de gente enferma y dañina para el mundo entero. Y no lo decía yo, así tal cual lo había dicho mi progenitora cuando le conté sobre qué carrera tomaría en la universidad. Esa mujer carecía de empatía por lo demás, pero claro estaba que eso ya había quedado demasiado a la vista después del trato que había tenido con su hija por sólo una elección.
Mi mente se perdió entre esos recuerdos, pero mi mirada permaneció en la actualidad. Allí donde el amuleto aun estaba sobre la encima y que, en ese mismo instante, los orificios circulares comenzaban a tintinear hasta mostrar, una vez más, un rojo oscuro.
— Mamá, llamaste en un mal momento.— susurré, no quería cortarle, pero tampoco podía seguir con esa conversación mucho menos después de lo que acaba de ocurrir— ¿Te parece si te llamo cuando el sol salga?
— Está bien, pero no te olvides de tu madre.— advirtió y sonreí.
Eso sería imposible porque nada me haría olvidarla. Y no decía por los conflictos que habíamos tenido, que para ese entonces parecían absurdos, sino que nadie en el planeta podría olvidar a su madre.
— No lo haré, mamá, te lo aseguro.
— Una cosa más hija...
— ¿Sí?
— Te quiero.— confesó y sentí mis ojos picar— Ahora sí, adiós.— y sin más colgó.
— También te quiero.— respondí, aun sabiendo que no me oiría.
Tomé una larga bocanada de aire, en un intento por contener la lágrimas.
No sabía con exactitud cuándo fue la última vez que ella me había dicho que me quería, tal vez fue en mi niñez o en mi pre—adolescencia, pero volver a escucharla me había hecho sentir tan melancólica.
¿Por qué tuvimos que habernos peleado? ¿Fue tan difícil para ella aceptar lo que yo amaba? ¿Acaso no que quería que fuera feliz?
— ¿Por qué hiciste las cosas tan complicadas, madre?— lancé la pregunta al aire mientras que miraba la pantalla de mi móvil.
Y también pude haber lanzado mi celular al suelo cuando, de nada, la pantalla comenzó a mostrar líneas como si fuera un televisión y tuviera estáticas. La única diferencia era que las rayas no eran en distintos tonos de grises, sino que eran rojas hasta llegar a convertirse en negras.
— ¿Pero qué...?— no pude terminar la frase porque en realidad no sabía qué preguntar.
Murmullos y risas malignas se escucharon al segundo después, dejando a entender que nada había terminado aún.
Era como si millones de personas estuvieran hablando y riendo a la vez, no podía diferenciar sus tonos mucho menos qué decían. Pero entre todas ellas había una más sonora, que parecía rugir para escucharse por sobre las demás. Era una risa energética, llena de burla y maldad, como si disfrutara el verme de esa forma.
Sin pensarlo más, y sintiendo el martillar de mi corazón hasta mi garganta, tomé a Loky entre mis brazos, busqué las llaves y salí de la casa. No me importaba parecer una demente saliendo sólo con su pijama y su perro a las altas horas de la madrugada. Podían decirme y tacharme como quisieran, pero en ese lugar no me iba a quedar únicamente por el miedo del qué dirán, suficiente tenía ya con el pánico que me causaba el pensar en permanecer un segundo más allí dentro... cerca de ese amuleto.
No, no. Ni aunque me pagasen un millón de dólares continuaría en esa casa.
Después de pelear con el cerrojo del portón que contaba abrirse —el cual no me interesó volver a cerrar— entré en mi coche y dejé al perro en el asiento del copiloto. Apoyé mis manos sobre el volante y tomé algunas bocanadas de aire con intenciones de enfocarme en mi seguridad antes de encender el vehículo y emprender viaje. Como pude, y como mis temblores me lo permitían, me coloqué el cinturón de seguridad y comencé a conducir.
El camino parecía un gran desierto, nadie además de mí estaba recorriendo la carretera lo que dejaba que usara la velocidad que se me ocurriera sin detenerme a causa de algún peatón o automóvil que estuviera frente a mí. Los faroles que iluminaban el trayecto, aparecían y desaparecían a mis costados, quedando detrás rápidamente. Las líneas blancas de las calles habían comenzado a molestarme luego de haberlas visto en grandes cantidades y en un tiempo corto.
En un determinado momento, aparté la mirada del camino y observé la oscuridad que había mucho más allá de la tenue luz que las lámparas; las casas altas y enormes parecían tan solitarias cuando no habían personas entrando y saliendo de ellas. Los árboles asustaban con sus ramas de diferentes formas y tamaños; algunas podían pasar como si fueran brazos, otras enormes garras. Incluso el césped daba miedo al mostrarse puntiagudos como si fueran dagas, esperando a quedar incrustadas en mi piel. Miré más arriba de todo lo aterrador y me encontré con la luna siendo cubierta por espesas nubes, su negrura opacada la belleza natural del satélite.
Con una mueca de disgusto en mi rostro, volví a concentrarme en la carretera. Mis manos seguían aferradas con fuerza sobre la dura superficie del volante, dejando que mis nudillos comenzaran a quedar blancos. El latir de mi corazón había disminuido, pero no me era suficiente como para decir que el pánico se había ido.
Todo había sucedido tan rápido que todavía sentía la adrenalina correr por mis venas a gran velocidad, tan libre y veloz como las llantas de mi coche en ese momento. Sabía que el subidón de energía que ebullicionaba cuando temías por algo, pero que luego se iba disipando hasta que el agotamiento regresaba, estaba llegando a su final, y eso no me gustó. Prefería mil veces estar activa, a estar cansada y ser un blanco fácil para cualquiera.
En un vago intento por tranquilizarme, decidí encender la radio y probar si un poco de música podía relajarme aunque fuera por algunos minutos. Fue un error; las canciones que pasaban y los programas donde hablaban de muchas cosas a la vez no me sirvieron en lo absoluto, por lo tanto la apagué de inmediato. Dejando que, el silencio que anteriormente había dentro del vehículo, volviera a reinar como si nunca se hubiera ido.
Mi vista se despegó de la carretera para posarse sobre el panel del automóvil, justo donde el reloj digital estaba. La hora brillaba intensamente en él:
03:00 A.M.
Mierda. Ya habían pasado 30 minutos desde que me había despertado.
No sabía a dónde ir, tampoco era como si me importara. Sólo quería conducir sin destino alguno hasta que pudiera calmarme, tal vez podría dar un par de vueltas y regresar a casa para descansar un poco antes de que amaneciera. A la mañana siguiente, o mejor dicho con el pasar de algunas horas más, debía de ir a trabajar por lo tanto no podía darme el lujo de estar deambulando toda la madrugada.
Aunque, pensándolo bien, prefería eso antes de regresar a casa y volver a revivir la razón por la cual estaba fuera. Quizá lo mejor era esperar hasta que el sol apareciera y que su claridad me acompañara; tomar una ducha, buscar la ropa que necesitaba e ir directamente hasta el psiquiátrico. Ya encontraría la manera de descansar en algún momento del día, después de todo, no se me era difícil estar sin dormir.
Un sonoro bufido salió de mi boca, llamando la atención de Loky.
¿En serio estaba pensando en conducir por horas sólo porque le tenía terror a un maldito amuleto? Las estúpidas risas y murmullos ya eran conocidas por mí; me habían arruinado mi día con Eddie y eso me había enfurecido. Entonces, ¿Por qué le temía esa noche? ¿Acaso no era valiente? ¿No podía tomar coraje y enviar todo lo demás al carajo?
— Quién diría que tu miedo más grande sería causado por un amuleto de madera.— me burlé de mí misma.— Víktor se regocijaría si supiera que le tienes pánico a algo tan insignificante.
Él no es insignificante.
Ni siquiera tuve tiempo de cuestionar absolutamente nada cuando sentí una respiración helada cerca de mi cuello, causándome un escalofrío.
Instantáneamente llevé una de mis manos para cubrir la superficie y no volver a sentir nada que lograra alterarme. Froté la palma queriendo que todo regresara a la normalidad, que la sensación de piel de gallina desapareciera por completo.
Mis extremidades comenzaron a temblar; mis ojos se cristalizaron, el martilleo de mi corazón llegó hasta mis oídos y mi respiración estaba demasiado acelerada. Estaba angustiada, no sabía qué acababa de pasar y tampoco sabía cómo lo contaría.
Decir que hablabas con tu voz interior era un cosa, pero decir que después de escucharla sentías una respiración cerca de ti era otra, una muy complicada y difícil.
¿Quién podría creerme? Sabiendo que en el vehículo sólo estábamos el perro y yo; que las ventanas estaban cerradas y que no había forma de que el aire frío de fuera se colara, sería una locura que alguien no insinuara que había sido acto de mi imaginación. Y, agregándole que no dormía lo suficiente, sería la excusa perfecta para desmentir la situación y dejarme como una paranoica. Quizá lo mejor sería guardar silencio, pensarían que estaba loca por ver, sentir y oír cosas que no eran reales.
Pero comprendía que, entre más tiempo lo ocultara, peor sería para mí. El problema se convertiría en una enorme bola de nieve, alta e irrompible que me aplastaría en cualquier momento si no hacia algo para acabar con su monstruoso crecimiento. Desde ya estaba acabando poco a poco con mi realidad, no sabía hasta dónde podía ser capaz de llegar. Necesitaría ayuda pronto, antes de que no pudiera volver a ver la luz del sol.
Si no dejaba que alguien más supiera de mis conflictos, entonces tendría que ser valiente y afrontarlos por mi cuenta aunque estuviera temblando de pies a cabeza.
Porque sabía que algo más oscuro había detrás de todo eso, y que no sólo se trababa de mi imaginación o mi voz interior. Loky notaba lo que pasaba por eso ladraba, él sentía lo mismo que yo. Decían que los perros podían sentir cosas que nosotros no, y en ese momento lo entendí.
— Tú lo viste, ¿Verdad?— le pregunté, como si pudiera responderme— Yo no lo imaginé.— el canino me observó, inclinando su cabeza hacia un lado.
Y otra vez...
La risa malvada volvió, al igual que el ladrido del perro.
Metafóricamente, estaba llegando a mi punto final, justo en frente de un acantilado oscuro e interminable. Estaba de pie en la pequeña línea que limitaba la locura de la cordura, sólo bastaba dar un paso para determinar cuál sería mi estado.
¿Seguir hacia adelante o retroceder? ¿Convertirse en un paciente y continuar como profesional?
¿Lanzarse al precipicio con decisión o dejar que alguien más la tomara y me empujara?
Entonces, simplemente miré por el espejo retrovisor y ahí estaba... la silueta con los ojos rojos, sentada detrás de mí. Su sonrisa crecía lentamente, mostrando sus dientes afilados y puntiagudos.
Dejando ver su parentesco con el amuleto.
¡Eso era!
Esa razón fue por la cual no me gustó para nada ese día en que lo vi, tenía algo maligno y se estaba preparando para presentarse. Se mantuvo oculto, esperando el momento adecuado para atacar y mostrarse.
No es lo único que se mantiene entre las sombras.
Tragué sonoramente aun cuando no comprendí a qué se refería.
Al tener las emociones a flor de piel, cualquier comentario sería tomado como algo negativo, y más si nos poníamos a memorizar y recordar todo lo que había sucedido aquella noche en tan sólo media hora.
Quien fuera que tuviera las manos puestas en el asunto, era poderoso, inteligente y sabía lo que hacia. Crear caos en un determinado y limitado fragmento de tiempo sólo provocaba una cosa: que la víctima sintiera todo tan excesivamente de golpe que llegaría un momento donde explotaría y que la única que saliera perjudicada fuera ella, en ese caso; yo.
El victimario era la silueta, el receptor de toda su maldad era yo.
De repente sentí que ya no podía moverme, era como si alguien estuviera inmovilizando todo mi cuerpo; poniendo todo su peso sobre mí. Como si tuviera parálisis de sueño, aun cuando me encontraba en la realidad. Sólo podía observar mi alrededor como miedo, mis ojos eran los únicos que se movían de un lado a otro.
Mi coche se aceleró por sí mismo, y ya no pude controlar el volante. Por más que intentara maniobrarlo, mis brazos no fueron capaces de detener lo que se avecinaba. Un chillido ahogado quedó atorado en mi garganta cuando vi que debía de girar hacia la derecha o terminaría fuera de la calle.
Lo único que recordaba era sentir como mi rostro se hundió entre la masa inflada que era la bolsa de aire que se había activado por el choque, y luego como había traspasado su suavidad para terminar golpeándose fuertemente contra el volante. Me tomó algunos minutos conseguir al menos levantar mi cabeza de allí, y sentir su palpitar. Con mi vista distorsionada y un tanto mareada pude ver como el humo blanco salía por las aberturas nuevas del cofre de mi automóvil que había quedado todo hundido y doblado, incluso el parabrisas estaba astillado, y con largas marcas en su superficie. Mis oídos pitaban, pero aun así pude oír que Loky continuaba ladrando con desesperación a mi lado. Lentamente me quité el cinturón de seguridad y aguantando el insoportable dolor en mi frente, cuello y espalda, volteé y detallé los asientos traseros... la silueta había desaparecido.
Con un suspiro de agotamiento, me apoyé contra la puerta, sabía que sólo sería cuestión de tiempo antes de que la adrenalina se fuera, y que el dolor tuviera un efecto insoportable, también sabía que estaba pronto a desmayarme. Mis extremidades estaban rígidas y a su vez temblaban como una hoja, coloqué mis manos sobre mi regazo y noté que tenía pequeño raspones y morados.
Mi vista fue directamente al causante de mi sufrimiento; la parte delantera de mi coche había quedado incrustada en un poste de luz, y éste, a su vez, se había inclinado hacia delante, provocando que su claridad estuviera tan cerca que pareciera cegarme.
El borroso cuerpo de Loky comenzó a desvanecerse casi por completo, sus ladridos ya no se oían y sólo el sonido de mi espiración disminuyendo podía escucharse dentro de automóvil. Parpadeé un par de veces antes de llegar a las puertas de la inconciencia, que me llevaría directamente al mundo de los sueños.
Cerrando mis ojos, me dejé guiar por el cansancio entre un camino repleto de susto y absoluta oscuridad.
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