◖ 08 ◗
24 años antes, Berlín, Alemania.
NARRADOR OMNISCIENTE.
Habían rumores que trataban sobre la infancia de un huérfano, contando que era demasiada difícil. Ya fuera por el abandono de su familia, por la vida que se tenía que llevar dentro de un orfanato, o por el hecho de ser depreciados por las demás personas.
Ese edificio carente de libertad, cariño y calidez. Un lugar con habitaciones casi vacías y frías, con paredes tan viejas que parecía que se caerían en cualquier momento. Con pisos gastados, agrietados y sucios, que al pasar sobre ellos el sonido de una baldosa hacia aparición, indicando, una vez más, el daño que había en éstas.
Quizá desde fuera el lugar se veía hermosamente tranquilo y repleto de felicidad, pero detrás de esa puerta alta, chillona y de color marrón oscuro, el cuento era diferente. Allí dentro no se escuchaban risas y gritos de alegría provocados por las cosquillas hechas por mayores, en él se escuchaban escándalos y regaños dedicados a los pobres niños.
En alguna otra ocasión, Víktor Heber, hubiese sido como aquellas personas ignorantes que creían que los huérfanos eran felices porque parecían una enorme familia feliz; que ellos siempre tendrían a su no-hermano, para apoyarlo y cuidarlo de todo mal. Que diariamente tendrían comida de sobra por las caridades recibidas y que quienes los cuidaban constantemente estaban detrás de ellos, vigilando que nada le faltase y velando por su salud.
Debían de despertar, y comenzar a saber que sería absurdo e hipócrita si se dijera que eso era cierto.
La verdad era una muy diferente a la que pintaban aquella gente que no se tomaba ni un solo segundo en pisar un orfanato.
El pequeño Heber sí podía hablar, él sí había vivido en uno de ellos, y la realidad era que su infancia fue horrible...
Odiaba ese lugar, los malditos cinco niveles le eran espantosos, las paredes eran descoloridas y tenían olor a humedad. Las ventanas con barrotes ya gastados, mostrándose como una maldita prisión. Las señoras, alguna que otra monja, que alimentaban y cuidaban de los niños, eran aterradoras. Algunas tenían arrugas, canas y verrugas, que asustaban de tal modo que ellos creían que eran brujas.
O solamente era él quien tenía ese pensamiento.
Los demás no se quejaban o nunca los escuchó. Ellos siempre estaban mostrando una sonrisa falsa, una actitud gentil frente a personas que eran ajenas a la realidad.
Los niños podían ser buenos, alegres y respetuosos, pero cuando nadie los veía se convertían en los peores seres del lugar... aprovechándose de los que no tenían a nadie para que los defendieran.
Allí estaba Víktor, sentado sobre una cama cubriendo su rostro golpeado.
Lo habían hallado solo e indefenso en uno de los baños del edificio, y ya que a menudo lo hacían, pasó de ser un instante de violencia a convertirse en una costumbre para ellos. Lo habían arrinconaron contra una pared, sin dejarle siquiera tener una escapatoria. El primer ardor que sintió fue cerca de su ojo derecho, y otro llegó a su estómago haciendo que se inclinara hacía delante. Y así, los golpes llovieron sin cesar hasta que cayó rendido al suelo, pero eso no los detuvo. Siguieron pateándolo hasta que escupió sangre, ver ese líquido carmesí lo estremeció por completo, en ese momento creyó que moriría. Solo era un niño de siete años viendo como esa sustancia viscosa, disque esencial para la vida, salía de él.
¿Quién no pensaría en la muerte con algo así? El niño iba a la escuela, tenía un leve conocimiento de todo eso. Pero, al parecer, nada lo preparaba para lo que estaba viviendo.
Estaba asustado tratando de respirar, pero unas manos se lo impedían. Sí, lo estaban estrangulando. Nada les parecía suficiente a esos malnacidos, todo les causaba diversión. Les resultaba entretenido.
¿Qué tan divertido era ver como alguien luchaba para que lo soltasen?
¿Acaso era grandioso ver como una persona se iba desmayando poco a poco?
Decían que los niños eran los seres humanos más nobles y amables del planeta... bueno, quienes dijeran y creyeran en eso eran unos idiotas. Personas que no habían estado en una estructura como esa, viviendo constantemente con el pensamiento de qué era lo que te harían al día siguiente.
Ellos no tenían que dormir con un ojo abierto para que nadie lo sorprendiera en desventaja. Porque sí, muchas veces se habían escabullido por los pasillos hasta llegar a la habitación del pelinegro. Víktor aún podía recordar aquella noche cuando lo despertaron con una almohada sobre su rostro, o siendo arrastrado y encerrado en un armario frio y pequeño.
Esos niños no eran santos, las monjas podían pintarlos de cualquier color, pero ellas no tenían que soportarlos cuando las luces eran apagadas y los demonios despertaban.
Fueron incontables los momentos en que Heber odió su vida y a todas esas personas que lo despreciaban. Muchas veces se quedaba viendo por la ventana por horas, su vista se perdía en la oscuridad de la noche pero su mente se activaba como nunca antes. Eran en instantes como esos cuando recordaba su vida antes del orfanato, sus pocos años juntos a sus padres. Esa alegría que sentía al estar con ellos, la calidez de sus abrazos y el cariño que algunas veces le demostraron.
Y entonces se preguntó por qué la vida era tan injusta, por qué habían personas tan macabras como para dejar a su propio hijo en un lugar como ese.
Pero, sobre todo, se cuestionó por qué a él.
Si las personas más importantes en su vida lo habían abandonado, ¿No era suficiente con eso? ¿Por qué debía de soportar los malos tratos de los demás chicos?
Con tan solo siete años, se sentó a pensar en qué había hecho mal para recibir ese castigo, y si en algun momento tendría algo bueno.
Quería volver a sentir lo placentero que era dormir sin interrupciones, quería saber lo que era el caminar por los pasillos sin tener que mirar a sus costados con miedo. Quería poder ir a orinar, o a la cocina sin ser encerrado por horas en esos lugares... deseaba dejar de ser el niño que usaban como su juguete.
Llevaba un año en ese edificio de cuarta, un puto año de calvario y sufrimiento. Siendo un don nadie en un lugar donde, si eras demasiado listo, te usaban como su monigote.
Pero no todo era tan malo y él sabía cómo utilizar su tiempo. Le gustaba estudiar, pasar horas enteras en la biblioteca con escasos libros que había en esa construcción, era su hobbie favorito. A su corta edad, ya sabía leer muy bien e interpretaba las consignas perfectamente haciendo felices a sus profesores. Aprender cosas nuevas era algo mágico para él, simplemente lo podían catalogar como un ratón bibliotecario.
Y, técnicamente, así lo hicieron.
Comenzó a ser la burla de casi todos con los que compartía piso, y para otros un ejemplo a seguir, pero eran escasos esos últimos. Para la mayoría solo eran un niño estúpido llamando la atención, con una gran inteligencia que podría ayudarlos a hacer lo que quisieran. Así fue su inicio; era el nerd haciéndoles las tareas, tratando de explicarles los temas para que no reprobaran los exámenes.
En fin, había sido un idiota creyendo que con cumplir los caprichos lo dejarían tranquilo. Pero no, esas cosas no eran nada a comparación con lo demás.
Con el paso de las semanas, le pedían cosas más extremas: robar en la cafetería, pedir limosnas, y sino se las querían dar tenía que quitárselas de las manos. También tenía que distraer a las encargadas del orfanato mientras que ellos, los más grandes de edad, salian a divertirse.
Hizo todo lo que pidieron, después de todo ellos tenían más de diez años. No quería meterse en problemas.
Aún así, los conflictos llegaron.
Tiempo después, comenzó a decirles que no. Su negación no les agradó para nada, a tal punto de llegar a donde estábamos. Le hacían la vida imposible, y, cada vez que los veía, era como estar frente a tu peor pesadilla.
Golpes, golpes y más golpes.
Ya estaba agotado de todo eso.
Quizá se preguntarán por qué nunca dijo nada, en realidad sí lo había hecho. Víktor recordaba a la perfección cuando, después de recibir su primera golpiza, terminó en la dirección, hablando y explicándole sus golpes a la superiora. ¿Eso cambió algo? La respuesta era no, solo empeoraron las cosas.
Como agradecimiento por ser un bocón, lo golpearon más y lo obligaron a hacer los castigos que les otorgaron por lo sucedido... ayudar con las comidas diarias, limpiar la cocina, patio, los cuartos y baños.
Y esos últimos fueron sus cómplices.
«"- Aún está sucio...- había dicho uno de ellos, tomándolo de la nuca y empujándolo hacia el retrete- Limpia bien, marica."»
Adivinen, ¿Quién tuvo, por unos días, la cabeza con olor a sanitario? Así es, el pequeño Heber. Y eso no fue todo, lo mantuvieron tanto tiempo bajo el agua que lamentablemente cierto sabor extraño, que no quisiese decir, entró en su boca.
Su estadía en el orfanato no era la mejor de todas.
La puerta siendo abierta lo quitó de sus feos recuerdos.
Cubrió su rostro lo mejor que pudo con su almohada, lo que menos quería era que le preguntaran por los golpes. Demasiado ya tenía con el memorándum de la primera y única vez que habló sobre lo que esos niños le hacían.
El silencio muchas veces era la mejor opción.
- De acuerdo, éste será tu nuevo cuarto.-escuchó que decía una de las monjas a... aún no sabía quién era- Lo compartirás con él.- hubo silencio, supuso que lo había señalado- Tienen la misma edad, seguro se llevarán bien. - otra pausa. Esperó oír la voz de su nuevo compañero, pero lo único que llegó fue el sonido de la puerta volviéndose a cerrar.
No dejó de aferrarse a la almohada por nada en el mundo, sus ojos ardían liberando ese líquido salado y tibio que ayudaba muy poco con el dolor en su rostro. Con una de sus manos limpió su nariz, quitando el exceso de secreción nasal que le impedía respirar bien.
Los resortes de la cama de al lado chillaron cuando alguien subió a ella, haciéndolo temblar. No sabía de quién se trataba, tenía miedo.
¿Y si lo convertía en su nueva víctima?
¿Y si, a partir de ese día, ya no podría dormir más?
¿Y si...?
- Hola.- saludó la persona nueva, por su voz podía asegurar que era un niño- ¿No piensas decir tu nombre?
Bien.
Podía tener un año de mierda, pero era respetuoso.
Con lentitud fue quitando esa barrera suave y sedosa que lo cubría. La leve claridad que entraba por la ventana le impidió abrir los ojos completamente, sin mencionar que las lágrimas tampoco ayudaban. Pasó sus manos por su rostro adolorido, frotando con cuidado los párpados. Cuando por fin pudo ver con normalidad, se sorprendió.
Se encontró con algunos mechones claros casi cubriendo unos iris con un bonito color, cabía mencionar que también eran claros. Una gran sonrisa amistosa en sus labios, y una mano elevada moviéndose de un lado a otro en forma de saludo.
Quizá no era un bravucón.
Había algo en su mirar que le decía a Víktor que todo iba a estar bien, que lo malo ya había pasado. Su aura trasmitía paz, aquella que imaginaba perdida. Mirándolo encontró lo que no creía posible en ese lugar... encontró una amistad pura y verdadera.
Pero no podía dejarse llevar por lo que él mostraba, quizá cuando lo conociera realmente sería todo lo contrario. Ya tenía mala experiencia como para ser tan imbécil y creer que el nuevo sería su amigo.
Cuando el otro chico notó que no diría nada, bajó su mano y bufó, recostándose en su cama. El pelinegro vio como le quitaba el envoltorio a un dulce para comérselo.
¿Quién se creía ese niño? El hecho de que tuviera modales, no significaba que hablaría con un extraño. Fue un gran paso para él el mirarlo a la cara.
Volvió a cubrirse el rostro cuando el entusiasmo por conocer a su nuevo compañero de cuarto terminó. No esperaba que fuera él quien se presentara primero, pero tenía la esperanza de que le convidaría de lo que estaba comiendo ya que se veía delicioso.
Tenía hambre, lo habían golpeado antes del almuerzo así que no pudo bajar al comedor. Sus tripas rugían, pidiendo que algo entrara en ellas... algo dulce, quizá.
Pero aún así, se negaba a pedirle algo a ese recién llegado. El orgullo ganaba en esos casos, además no quería parecer un interesado que solo le hablaba para pedirle comida.
Joder.
Necesitaba entretenerse con algo o el movimiento en su interior lo mataría. Comenzó a golpear sus nudillos sobre la almohada, no producía sonido pero sí facilitaba que el pasar de los segundos se hiciera más rápido. O eso parecía.
- ¿Quieres?- volvió a hablar el recién llegado.
Sus ojos viajaron a la mano extendida a su lado, un dulce con el envoltorio rosado posaba sobre ella, haciendo que el sonido en su estómago incrementara.
Avergonzado lo tomó, podía oír su risa pero no le importó. Solo quería ingerir algo, el pequeño y ruidoso papel soltó su segunda comida del día y agradeció mentalmente cuando el sabor dulce hizo contacto con sus papilas gustativas.
- G-gracias.- tartamudeó.
- No hay de qué.- hizo una pausa, podía sentir su mirada recorriéndolo por completo- ¿Qué te pasó en la cara?
- Me golpearon.- le comunicó, haciendo una mueca de disgusto.
- ¿No sabes defenderte?- preguntó, tomándose la libertad de sentarse sobre la cama de Heber, quedando junto frente a él.
¿Defenderse?
Eso era imposible, y no por su edad ya que solo eran números. No tenía nada que ver en ese asunto, podría tener cuatro años y golpear a todo el mundo sin siquiera detenerse. Pero, ¿Tratar de defenderte cuando eran mayores que tú, con más fuerza y te superaban en número? No, no era una buena idea.
Después de todo, solo era él contra cinco más, ¿Qué ganaría con intentarlo? Más golpes, solo eso.
- Es difícil hacerlo cuando te tienen sujetado de los brazos.- murmuró.
- Oh, era más de uno, ¿Eh?- asintió con la cabeza- Cobardes, eso no es justo.
- Deberías decírselo a ellos.
- Lo haré, pero no con palabras.
De acuerdo.
Solo estaba bromeado cuando lo dijo, pero si el nuevo quería golpear a los demásen nombre de Víktor, él no tendría problemas ni mucho menos objetaría. Es más, estaría sentado en primera fila, con palomitas en sus manos disfrutando del espectáculo.
- ¿Hace cuanto que estás aquí?- preguntó, segundos después.
- Un año...
- ¿Y por qué?
- No lo sé, tampoco quiero recordarlo.- confesó, mirándolo a los ojos- Supongo que algunos padres no son merecedores de ese título.
No mentía cuando decía que no lo sabía, el día en que llegó solo tenía seis años y estaba dormido. Cuando despertó, se encontró en esa misma habitación y con una señora vestida de blanco y negro, con una cruz colgando de su cuello. Sonriéndole, trató de controlarlo cuando preguntó por sus padres y, con toda la tranquilidad del mundo, ella le dijo que se habían ido y lo habían abandonado allí.
¿Dónde quedaba el cariño por un hijo? Los abrazos, los besos, las caricias. Los cuentos que se suponían que te contaban antes de dormir.
¿Dónde quedaban los momentos felices? Ir al parque o tomar un helado. Que te buscaran a la salida del colegio y te preguntaran cómo había sido el día. Bien, déjenme decirles que nada de eso le sucedió.
Pero ya no importaba.
Llevaba un año en ese lugar, y la palabra «padres» ya no existía para él.
- Tienes razón, solo son ratas disfrazadas de humanos.
Asentió sin darse tiempo a entender sus palabras.
Quizá el nuevo odiaba a sus padres. Bueno, lo habían dejado en un orfanato, ¿Quién no odiaría a esas personas que decían amarte? Por supuesto que no habrían sentimientos positivos para ellos, solo odio y rabia.
- ¿Qué hay de ti? ¿Por qué estás aquí?- el pelinegro quiso saber.
- No te vayas a burlar de mí, niño.- advirtió- Hace a penas media hora, estábamos caminando, mi madre, mi padre y yo. Cruzamos la calle y nos detuvimos justo en frente de este lugar, me pareció extraño pero aún así no pregunté...- una sonrisa fingida apareció en sus labios- A parte de mi mochila, no noté que traían una maleta hasta que la dejaron a mi lado, mi padre se acercó a la puerta y llamó. Entretanto, mi madre me abrazó y me pidió que me quedara quieto, que ellos volverían. -su vista fue hasta su cama, en el lugar donde estaba su mochila y valija- No creí que fuera un orfanato. En fin... caí en su juego y terminé aquí.
Vaya.
Víktor hasta llegó a sentir lastima por él, su historia parecía un chiste comparada con la del otro chico.
¿Engañar a un hijo diciendo que volverían? Sin duda alguna, esa señora tenía una mente macabra. No se podía entender a esas personas que demostraban ser lo que en realidad no eran, ocultando su verdadero ser debajo de una farsa que ni siquiera ellos podían controlar.
Tampoco se entendía a quiénes dejaban niños en esos lugares, ¿Darle vida a alguien para luego abandonarlo? Era como adueñarse de un ave; verlo crecer solo un poco, cortarle las alas y encerrarlo en una jaula para siempre. Esperando a que si le dabas afecto, y comida, no te diera un gran picotón. Pero era razonable que hicieran eso, que mostraran que querían ser libres, y no permanecer en una celda por el resto de su vida.
Para Víktor, ese edificio era una prisión.
El ave sin libertad era él.
Porque así se sentía cada vez que recordaba a sus padres, esas personas no tenían corazón mucho menos empatía. Ellos solo veían por su bienestar, miraban su futuro sin importar el de su hijo. No se ponían en los zapatos de los demás, no se habían puesto en su lugar antes de tomar la decisión de desaparecer de su vida.
No pensaron en él, ni en su sufrimiento. No se detuvieron a recordar lo mucho que le gustaba que lo despertaran con besos y abrazos. Que le preguntaran qué quería comer ese día, que se sentaran a jugar con él aunque fuera solo por cinco minutos. Que le cantaran el feliz cumpleaños y que le regalaran el día completo con ellos, le gustaban los obsequios como a cualquier otro niño, pero adoraba más que salieran los tres al parque de diversiones o simplemente a dar una vuelta por el vecindario.
No pedía mucho, solo pasar tiempo con ellos... con sus padres.
Pero quizá para ellos lo más importante eran sus trabajos, o salir a comer con sus amigos. A lo mejor el hecho de estar contratando a una niñera para que cuidara de él fue demasiado para ellos. Tener un niño de seis años que les pedía atención, cariño y compresión era abrumador. Estaba claro que Víktor era un estorbo para ellos y la primera idea que tuvieron fue deshacerse de él.
Después de todo, si algo molestaba iba directo a la basura.
La carcajada del nuevo lo sacó de sus pensamientos.
- Lo más gracioso fue que...- comenzó, deteniéndose para quitarle la envoltura a otro dulce- Cuando vi a la monja que me abrió la puerta lo primero que le pregunté fue «"¿No había en gris o algún otro color más llamativo?"» ella solo me miro raro, creí que era un disfraz.
Su risa no paraba, así que se unió a él.
¿Burlarse de las prendas de una monja? Eso estaba mal, pero era gracioso. Sin embargo una espinilla pinchó su pecho, ¿Era normal decir eso luego de haber sido dejado con personas desconocidas? No, creía que eso no era tan natural después de todo.
Ese niño era raro.
- ¿Cómo eran tus padres?- preguntó, y ni siquiera supo por qué.
- Eran los peores, más mi padre.- suspiró, poniéndose de pie- Le gustaba el alcohol, y cuando bebía se descontrolaba. Recuerdo esa noche cuando llegó ebrio, tambaleándose de un lado a otro y gritando como loco. Oí ruidos en la cocina, como cosas siendo tiradas al suelo. Cuando bajé las escaleras me encontré con la peor imágen de mi vida...- hizo una pausa, apretando sus manos con fuerza- Él estaba sobre mi madre, la estaba golpeando tanto que podía ver como sus nudillos se manchaban de sangre.
Heber se le quedó viendo, sorprendido.
El pelinegro no se imaginaba vivir algo así y luego estar contándolo como si nada. Sabía que le molestaba y dolía, podía notarlo por la forma en la que respiraba, sus músculos estaban rígidos. Sin mencionar que le había dado la espalda justo cuando comenzó con el relato, entendía que le era muy difícil mirar a la cara a un desconocido para contarle parte de tu historia.
Hablar de algo perturbador no era tan fácil como lo hacían ver.
A veces se necesitaba de mucho valor para decir lo que nos dolía, otras veces no queríamos ni siquiera que nos preguntaran. Porque a pesar del paso del tiempo, las heridas aún estaban frescas. Podíamos ocultarlo pero eso no significaba que lo superábamos, nada se superaba mucho menos para niños de siete años.
- ¿Nunca lo denunció?- indagó.
- No, no lo hizo por amor. Creo que ese sentimiento hace idiotas a las personas.- rió con burla.
Quizá tenía razón, decían que el amor te cegaba. Si su madre hubiese sido valiente, razonable y hubiese ignorado lo que sentía por ese hombre, a lo mejor las cosas sucedían de forma diferente. Podrían haber sido felices madre e hijo, mientras que el bastardo del padre se pudría en prisión por maltrato. Pero eso también significaba que ese niño nunca hubiera llegado al orfanato, por lo cual, sería una persona desconocida para Víktor y pensar en eso era lamentable.
Pero el hubiera nunca existió, y él agradecía eso.
- Por esa razón detesto la violencia...- informó. Heber estaba a punto de decirle sobre los idiotas que lo golpearon, pero el otro se adelantó- Eso no quiere decir que no te ayude con esos cobardes.
- ¿Por qué lo harías? No me conoces.
- Somos compañeros de cuarto, no soportaría ver como te lastiman y no hacer nada para evitarlo. Eso sería como estar reviviendo lo de mi madre... -eso último fue dicho en un susurro un tanto doloroso.
- Te lo agradezco.
- Aún no hago nada, así que no agradezcas.- se dio media vuelta y le sonrió- Presiento que seremos muy buenos amigos.
Víktor también sonrió.
Estaban de acuerdo con eso último, porque eso sentió él en cuanto lo vio. Al fin tendría alguien con quien platicar y jugar. Quizá también le gustaba estudiar tanto como a él, a lo mejor podrían ir a la biblioteca juntos y leer. Serían inseparables, se ayudarían mutuamente y compartirían las travesuras.
Porque una cosa estaba clara; él ya no estaba solo y eso significaba que se acababa el niño bueno e indefenso.
- Aunque, si seremos amigos, tendrás que decirme tu nombre.- comunicó, cruzándose de brazos- Te he contado mis cosas, lo que menos puedes hacer es presentarte.
- Tienes razón...- asintió, poniéndose de pie- Soy Víktor Heber.
- Mucho gusto, compañero y mejor amigo desde este día.- esas palabras le alegraron más de lo que creía- Mi nombre es...
Ambos sonrieron y se estrecharon las manos.
El pelinegro nunca esperó que ese día conocería a su hermano, por así decirlo, quien lo salvaría en más de una ocasión.
Su protección apareció frente a sus ojos; con una gran sonrisa, un dulce en su mano y un aura amigable desde el primer momento.
Fue entonces cuando comprendió que ya no estaría solo en ese frío y feo lugar; entendió que con esa persona a su lado era poderoso y que haría todo con tal de ya no volver a los tiempos donde estaba deprimido, asustado y con golpes en su cuerpo y rostro.
Tal vez la vida le había mostrado un rayo de sol a Víktor, y él lo había aceptado gustoso, sin saber que, años después, habrían nubes a su alrededor... dispuestas a ocultar la claridad y dejarlo entre las penumbras.
***
Actualidad, Londres, Inglaterra.
Cuando Heber terminó con su relato, se encontró con la mirada perdida de la psicóloga frente a él. Parecía que seguía procesando lo que le acababa de decir, dándole demasiada atención a cada palabra dicha.
Rodó los ojos.
Siempre pensaba de más sobre cada cosa que salia de su boca.
Se quejaba de que la silueta había aparecido; que la asustaba, que no la dejaba dormir y no sabía cuántas cosas más. Le echaba la culpa, eso estaba claro. Pero no notaba que no era el único culpable, ella tenía la mitad del porcentaje de todo eso por dejarse llevar por las palabras dichas por ese hombre.
Hubiese sido muy diferente si la doctora hubiera actuado de otra forma, Heber pensó que al pasar tantos años trabajando en el psiquiátrico ya tenía conocimiento sobre lo que debía y no escuchar. Era tan básico y sencillo como hacerle creer a un niño que lo estabas escuchando cuando, en realidad, era todo lo contrario.
Si Alejandra hubiese hecho oídos sordos, nada malo le hubiera ocurrido.
La silueta no aparecía por arte de magia, ya que ella era invitada por mente débiles que le daban acceso. Solo bastaba dejarle un pequeño hueco y se la ingeniaba para ingresar y descontrolarlo todo. Asecharte, arriconarte hasta que le temieras, ese era su plan.
Pero el hombre supuso que eso ya era obvio.
A los demás psicólogos que intentaron ayudarlo, les pasó exactamente lo mismo. La única diferencia era que con ella las cosas ocurrieron a una gran velocidad y él aun no entendía por qué... quizá algo la estaba debilitando. Alguna molestia o problema que le consumía toda concentración, y le impedía ver la realidad. Algo que dejaba que su mente tomara control por sí misma, sin que nadie lo notara.
Observándola detalladamente, Víktor no podía ver ningún fallo pero supuso que se encontraba escondido sin querer mostrarse. Lo único que sí era visible ante él era que el cutis blanco como la nieve de la mujer y, la belleza de sus ojos negros que llamaba tanto atención, estaba siendo obstruida por las malditas ojeras debido a no dormir lo suficiente como era debido.
El insomnio le estaba quitando su hermosura natural, y todo por sus palabras.
Negó con la cabeza.
¿Por qué le interesaba tanto lo que sucedía con ella? ¿Acaso era su rostro el que se estaba deteriorando por no descansar bien?
¿Era su maldito problema que Alejandra tuviera esas complicaciones?
No, no lo era. Lo que ocurriera con ella debía de importarle muy poco, porque así era el comportamiento humano: si no te afectaba a ti, entonces no debía de ser algo por lo cual preocuparte.
Debía de ser realista, la doctora solo estaba ahí para ayudarle porque era su trabajo. Nada más. Y, como cada labor tenía sus dificultades, él se encargó personalmente de poner los obstáculos necesarios en ese caso, y no dejarle las cosas tan fáciles.
Esbozó su mejor sonrisa fingida antes de hablar:
- ¿Qué? ¿Creyó que tuve una infancia bonita?- le preguntó.
No la iba a molestar o burlarse de ella por pensar de esa forma. Al fin de cuenta, así pensaban todos los que no habían pisado un maldito orfanato en su vida.
Todo se veía de maravilla en los ojos de otros... lejos de caos, todo relucia normal y serenamente.
- No.- negó con su cabeza, antes de tragar saliva- Es solo que no creí que hubieran chicos tan malos.
Víktor rió a carcajadas.
Lo que había dicho la mujer fue el típico comentario de alguien que no había sufrido bullying en toda su existencia. Cabrera parecía ser la persona más tranquila y pacifista del planeta, alguien que no creía en la maldad de los demás. Ella veía al mundo con ojos diferentes, y no se sabía si se trataba de una enorme estupidez o ignorancia, pero parecía ser grande su indiferencia a lo que realmente era el ser humano. Era como si tuviera una venda, que le impedía ver la realidad. Algo que la mantenía alejada y que solo le permitía notar la felicidad y alegría de todos. Dejando a un lado la negatividad y el potencial maligno que todos teníamos.
Alejandra parecía olvidar que todos en el mundo eran unos seres despiadados y dispuestos a todo con tal de obtener lo que querían.
- Créame que sí los hay.- él aseguró, sin querer detenerse mucho a pesar sobre su pasado.
Ella movió su cabeza de un lado a otro. Al parecer, había memorizado algo importante entre las tantas cosas que había comentado.
- ¿Por qué no dijiste su nombre?
- ¿De qué habla?
- En tu relato, mencionaste a ese niño nuevo, pero nunca dijiste cómo se llamaba.- recordó- ¿Por qué no lo hiciste?
- Porque no quise.- fue sincero.
¿Por qué seguía con lo mismo?
Había sido una gran equivocación de su parte hablar sobre aquel recuerdo. Se convertió en un completo idiota, únicamente porque sentió nerviosismo y un poco de ansiedad cuando ella lo llamó por su nombre y no por su apellido.
Maldita forma de mostrar su vulnerabilidad.
- Víktor...
El recién nombrado, cerró sus párpados y suspiró.
Que dijera su nombre era su perdición.
No podía seguir así, negaba el hecho de que ella pudiera tener cierto poder sobre él. En ningun momento le había ocurrido, no iba a permitir que sucediera precisamente a esa altura de su vida.
- Ya le había dicho que solo le contaría mi pasado.
- Y ese niño es...
- No.- la cortó- ¿Quién le dijo que él era únicamente de mi pasado?
Ella frunció el ceño ante sus palabras.
- No lo entiendo.
- Y no es necesario que lo entienda.
- Claro que lo es. No puedo saltearme ningun suceso en tu vida.
Rodó los ojos.
Por un segundo había olvidado que se encontraban en una sesión y que ella solo quería conocerlo para poder medicarlo como los demás quisieran, y así controlarlo.
Quiso reirse de sí mismo por ser tan imbécil. Alejandra era su psicóloga, y él era su paciente. Mientras que ella usaba una bata médica, Víktor tenía que la vestimenta reglamentaria del edificio cubriendo su cuerpo, eso debía de ser suficiente para saber que sus caminos estaban en direcciones opuestas. De eso se trataba, no había punto medio. Todo giraba respecto a su maldita profesión, nada más.
Si se hubieran conocido en otro lugar, Heber estaba seguro de que Cabrera ni siquiera se tomaría la decencia de voltear a verlo.
- Lo siento, doctora, pero ya es tarde.- se puso de pie.
- No aun hay muchas cosas por saber, y...
- No.- la volvió a interrumpir- Es mi turno de decir que el tiempo se acabó.
Inmediatamente lo miró, dejándole ver la impotencia que eso le causaba. Pero ella debía de entender que solo hablarían cuando él quisiera, que contaría lo que a él se le viniera en gana y que por nada en el mundo dejaría que supieran toda su historia.
Estaría perdido si decía toda su verdad.
Ella se puso de pie lentamente.
- De acuerdo, si eso es lo que quieres.
- Sí.- murmuró.
Alejandra asintió y dio media vuelta para avanzar hasta donde el guardia la esperaba a un lado de la puerta, tan firme que parecía un maldito robot. Víktor pudo ver como el otro hombre le sonrió antes de tomar la perilla y abrir el metal, para dejarle la vía libre. Para que siguiera su camino y olvidara por completo a su paciente, que se mantenía un tanto inquieto... deseando algo que ni siquiera él sabía qué era.
Solo bastaron tres pasos antes de que se detuviera en seco y volteara a verlo.
Sus ojos oscuros se cruzaron con los de él, una guerra intensa entre negro contra azul. Tanto así que Heber tuvo que morderse la lengua para no desviar la mirada.
- Antes de que lo olvide.- ella dijo, lamiendo su labio inferior. Ni siquiera pudo evitar no seguir el trayecto que su lengua hizo- Gracias por contarme sobre tu pasado.
El hombre tragó saliva.
No entendía la razón por la cual estaba tan nervioso.
- Era eso o tener que escucharla pedirlo una y otra vez.- trató de bromear.
Ella sonrió.
- Hiciste bien entonces.
- Sí...
- Hasta la próxima, Víktor.- se despidió, volviendo a su posición y continuar con su caminar.
- Adiós.- musitó, bajando su mirada hasta sus dedos. Ni siquiera sabía por qué estaba observando uno en especial.
Cerró mis ojos y gruñó.
No podía seguir así. Ya no más.
- Basta de bondad, Heber.- se dijo a sí mismo- Eso nunca te funcionó.- observó como la puerta era cerrada una vez más- Es tiempo de afrontar la situación y dejarte de tonterías.- suspiró- Sigamos jugando con su mente.
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