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◖ 05 ◗

ALEJANDRA.

Tecleé algunas cosas más en mi portátil antes de suspirar, hacerla a un lado y recostarme sobre el respaldo del sillón.

Ese día había pedido poder trabajar desde mi casa, relajarme un poco y no frustrarme tanto por el interminable color claro del psiquiátrico. Y, aunque no tendría avance alguno en ninguno de mis casos estando sentada en mi hogar, Léonard me lo permitió sin objeción o duda. Eso me hizo cuestionarme mucho en si no me estaba tomando demasiadas libertades respecto a lo que hacia, y si únicamente yo era tratada de una forma especial por parte del jefe y dueño del lugar, pero el memorándum de que esa era la primera vez que falté a mi trabajo en todos esos años, me dejó tranquila.

Después de todo, había aprovechado al máximo de mi mañana; no me quedé en cama hasta tarde como cualquiera lo haría, no salí de mi hogar para divertirme, ni mucho menos le di la espalda a mi profesión. Era tanto mi entusiasmo y pasión que desde temprano me había mantenido activa detrás de la pantalla de mi computadora, investigando y aprendiendo un poco más de algo que me había llamado la atención como nunca antes otra cosa lo había hecho. Solo transcurrieron un par de horas, pero mi memoria estuvo incluso más encendida que cuando estudié en la universidad; absorbiendo cada palabra leída y dicha en voz alta. Eso me sorprendió, ya que normalmente me costaría un poco más de concentración y entendimiento.

En fin, entre más rápido terminara con todo eso mejor sería para mí. Así podría mantener mi mente ocupada en algo más o simplemente desactivarla por unos segundos, cosa que me convenía.

Podía decir que había estado despierta desde las altas horas de la mañana... o más bien, admitir que no había dormido casi nada. Supusé que todo se debía a una sola cosa: la pesadilla sobre la silueta. Sí, después de aquello no pude volver a cerrar un ojo.

Me pasé minutos enteros con mi espalda sobre el respaldar y con mi vista pegada en la puerta de mi habitación sin siquiera parpadear pensado que, si miraba hacia otro lado, ésta se abriría y la silueta volvería a aparecer con sus malditos ojos brillosos, tan llamativos como peligrosos. La lámpara permaneció encendida hasta que la claridad solar entró por la ventana, y como si eso fuera poco, mi célular había estaba fuertemente presionado sobre mi pecho. Esperando a que se diera la casualidad de que la electricidad se fuera una vez más, cosa que no ocurrió. Aun así, permanecí con el aparato entre mis manos, solo bastaba apretar un botón y el problema se resolvería. La linterna sería encendida y todo lo que se ocultaba en la negrura desaparecía por completo.

La oscuridad no me tomaría desprevenida. Ya no.

Después de poder ver los rayos del sol y apreciar el cantar mañanero de las aves acompañado de algunos ladridos, comprendí que el instante de terror había llegado a su fin. Que estaba a salvo y que ya no debía de temer. La pesadilla solo había sido eso, una pesadilla, y no había necesidad de asustarse o gritar por ayuda.

Froté mi rostro con mis manos y bostecé.

Dijera lo que dijera, necesitaba descansar. No podía estar sin dormir desde las tres de la madrugada. El día anterior había iniciado temprano y con demasiado movimiento como para que, en ese momento, estuviera con pesadez, insomnio y ojos irritados por la falta de sueño... o mejor dicho, por la falta de coraje para volver a la habitación, recostarme y cerrar mis párpados por algunas horas.

No importaba lo que pensara o tratara de creer, tuve miedo de volver a mi cuarto después de haber salido de él. Mi piel se erizaba de solo imaginar cruzar el umbral una vez más; ver mi cama desordenada, tumbarme en ella y que, por arte de magia, la claridad solar desaparecía y la oscuridad me envolviera de una forma tan asfixiante que me terminaría matando. Porque sabía que el recuerdo vivido regresaría cuando estuviera a punto de dormir y pondría mis nervios a mil.

¿Era normal sentirse así después de tener únicamente una pesadilla? Había soñado con cosas peores y ningunas de ellas me había afectado tanto como la de la noche anterior. Sí, nuestro corazón latía despavorido al despertar; la respiración era intensa e irregular, nos costaba llenar perfectamente nuestro pulmones, y tratar de hallar una respuesta. Lo catalogaba como algo normal, pero esa vez eso lo superaba de tal manera que no podía encontrar explicación.

Desde que Víktor apareció, pensar y sentir extremadamente y de diferentes maneras se había vuelto un hábito, a pesar de que sólo había pasado un día desde ello.

Él era la causa de todo, el detonante de las cosas malas. El botón rojo brilloso que permanecía a un lado del cártel que decía «no tocar» pero que, de todas formas, podría ser oprimido en cualquier segundo para cometer una tragedia.

Eso era Heber: lo negativo, lo maligno, lo erróneo. La persona disfrazada que esperaba pacientemente antes de atacar y acabar con su víctima. Que con solo unas palabras ponía tu mundo patas arriba, el ser humano más poderoso y peligroso.

Tomé una bocanada de aire antes de negar.

Mi mente viajaba muy rápido y lejos cuando se trataba de él.

No encontraba otra forma de darle una razón lógica a lo que ocurrió en mi habitación, no después de lo sucedido con mi propio paciente. De la nada, luego de haberlo escuchado hablar sobre esa silueta, ella se presentaba en mi hogar para acabar con mi vida tranquila y despreocupada. Tomando a favor el clima; fundiéndose con las frías y temibles gotas de la lluvia, mezclándose con la oscuridad intensa que me rodeaba, siendo compañera fiel de los estruendosos y furiosos relámpagos, había ingresado sin pedir permiso ni mucho menos haber llamado a la puerta. Siendo como la dueña de la casa, había subido hasta el segundo piso para asustarme y luego desaparecer sin más.

¿Había otra explicación? ¿Alguien más aparte de Víktor tendría que ser agregado a la ecuación para hallar la respuesta? Podía asegurar, y creía que ya estaba claro, que no había otra persona culpable más que él.

Mi paciente con su habilidad y astucia terminó con mi serenidad en el primer día en que nos habíamos visto.

Grandioso. Simplemente maravilloso. Tenía que felicitarlo por su limpio y rápido trabajo. Nadie jamás habría podido lograrlo de esa manera tan exprés como él lo había hecho. Con solo unas palabras; con tan solo unos minutos de charla, con su mirada y aura misteriosa, él había finalizado con algo que ni con imaginarlo se haría posible.

Manualmente y sin quererlo, había conseguido adentrar una pequeña pero útil porción de demencia en mí. Sin siquiera planearlo, solo había sucedido y ya. Había sido ingenioso, tan astuto que no vi el inicio de la trampa, solo caí en ella hasta no ver un final. Tan veloz e interminable, tan macabro e interesante.

Una risa carente de gracia surgió de lo profundo de mi garganta.

Era absurdo. Debía de admitirlo. No podía estar orgullosa por algo tan descabellado como eso.

Pero también debía de admitir que, mientras que una parte de mí se preguntaba temerosamente cómo lo había logrado, la otra estaba estúpidamente sorprendida y deseosa por presenciar más. ¿Eso era normal? Irónicamente quería saber qué vendría después, si en la primera noche la silueta había aparecido, ¿Qué ocurriría a la semana? ¿Al mes? ¿Siquiera seguiría con la incertidumbre para ese entonces o ya todo habría terminado antes?

¿Quién sería el vencedor, Víktor o yo? ¿Su demencia o mi cordura? ¿Su problema o mi solución? ¿Su enfermedad o mi cura? ¿Quién llegaría a la meta primero? ¿El paciente o el profesional?

Un versus inimaginable y tan típico a la vez. La maldad y la bondad frente a frente, esperando por luchar ¿Cuántas veces habíamos oído o visto algo así? Tan cliché como la vida misma.

El sonido que indicaba una llamada entrante me hizo sobresaltar. Tan inmersa estaba en mis pensamientos que había olvidado por completo que mi célular descansaba sobre la mesa a un lado de la portátil.

El nombre de mi mejor amigo brilló en la pantalla y mi corazón estalló de alegría. Lo echaba de menos. Hacia días que no lo veía y me parecía que habían pasado meses.

Sonreí antes de tomar el aparato y presionar el botón verde.

- Hola.- dije con entusiasmo.

- Hey, Ale, ¿Cómo estás?- saludó.

- Estoy muy bien ahora que me llamas.- fui sincera- ¿Qué tal tú?

- Estoy bien, con mucho trabajo.- suspiró- ¿Me extrañas?

- Como no tienes idea.

- Lo sé, soy inolvidable.- oír su risa me tranquilizó.

- Inolvidable e insoportable.- bromeé.

- Qué chistosita me salió la doctora.- Eddie bufó- Yo llamando porque estaba preocupado y tú burlándote de mí.

Sonreí.

A mi mejor amigo le gustaba jugar a ser la víctima, aun cuando era todo lo contrario. Su actitud de gentileza sobresalía de cualquier otra, aunque si era sincera él era la persona más bondadosa que conocí en mi vida.

- Si te preocuparas tanto por mí vendrías a casa más seguido.

- Sabes que aunque quisiera no podría, Ale.- se lamentó.

- Lo sé.- suspiré, cerrando los ojos.

- En fin, ¿Qué tal todo? ¿Algo nuevo que me quieras contar?

- Mmh, no...- hice una pausa pensando hasta recordar alguna cosa importante y fuera de lo que comúnmente sucedía en mi vida- Ah, sí. Ayer mi carro no quiso arrancar, tuve que tomar un taxi y llegué diez minutos tarde al trabajo.- el tema de la conversación con Léonard donde mencionaba la loca idea de mudarse al psiquiátrico y mi nuevo paciente, Víktor, no eran temas que quisiera tocar en ese momento.

- Vaya, eso sí que es nuevo. Nunca te pasó. - comentó y escuché si risita.

-Al parecer mis desgracias te causan gracia.- dije en un tono de fingido enfado.

- Sabes que eso no es verdad, tu mejor amigo te quiere muchísimo.

- Sí, claro...

-Bueno, el trabajo, ¿Bien? ¿Tu madre?

- Todo normal como siempre.- me limité a contestar.

- Tu falta de comunicación con la señora Cabrera no es normal.

- No, no lo es. Pero yo no tengo la culpa.

Esa era la verdad.

Se suponía que en cualquier relación, ya fuera de pareja o en ese caso de madre e hija, ambas personas debían de poner de su parte para que todo estuviera armoniosamente bien, para que funcionara y siguiera adelante. Mitad y mitad, eso era lo que se esperaba. Pero la cuestión era que siempre había sido yo la que ponía más que mi madre, y eso me superaba de sobremanera. Mientras que yo me desgastaba por tener un poco de tiempo a su lado, ella prefería darme la espalda o simplemente hacer como si no existiera.

Todo el mundo se cansaba de ser ignorado. Y yo ya estaba llegando a mi límite.

- Sé que no tienes la culpa, pero es tu madre.- dijo Eddie.

- ¿Y qué quieres que haga? ¿Qué siga extendiendo mis brazos esperando algo que nunca va a llegar?

- Es tu madre.- repitió.

- ¡Y lo tengo muy en claro! Pero eso no le da el derecho a ser como es.- exclamé. Hablar de ese tema no me gustaba en lo absoluto- Ella sabe cuánto la quiero y la cuido, pero parece no interesarle.

- Lo entiendo, Ale, pero tampoco te pongas así...

- Lo siento.- me disculpé afligida, como si fuera una niña a quien acababan de retar.

- Descuida, está todo bien.- aseguró- Pero ¿Has intentado ir a visitarla?

- Por favor, Eddie, como si no la conocieras.- murmuré, un tanto irritada. El momento de sentirse afligida había acabado- Has visto incontables de veces como me cierra la puerta en la cara o ni siquiera se toma la decencia de abrirla.

- Nunca entenderé a esa señora.

- Soy su hija y tampoco la entiendo.

No esperé que a mis 30 años de edad tuviera que preocuparme por la actitud infantil de mi madre, pero ahí estábamos. Suspirando por su indiferencia y preguntándome qué tan mal había sido no obedecerla años atrás.

- Conozco tu respuesta, pero intenta llamarla. Quizá te conteste.- quiso alentarme a algo que ya tenía pensado hacer.

- Eso haré... pero, cuéntame de ti ¿Alguna novedad de cuándo regresarás?

- Sí, sobre eso. Yo...- la voz de una mujer se escuchó a lo dejos. Eddie le dijo algo que no entendí antes de volver a hablarme- Tengo que irme.

- Solo un rato más, por favor.- le supliqué.

- Es trabajo, Ale.

- Qué responsable eres.- ironicé.

- Tanto como tú.- rió- Por cierto, ¿No deberías de estar atendiendo a alguién?

- Se podría decir que pedí el día libre.

- Muy responsable de tu parte.- se burló- En fin, te llamo luego o no sé.

- Claro, claro. Que le vaya bien, señor.

- Igualmente, señora. No olvidé hablar con su madre.

- No te preocupes, no lo haré.- gruñí.

- De acuerdo, hasta pronto. Te quiero.- y sin más, colgó.

- También te quiero.- murmuré aunque sabía que ya no me escuchaba. Deslicé el célular por mi mejilla hasta que lo tuve frente a mi rostro.

Sentí una opresión en mi pecho, el miedo, cansancio y enojo de la mañana habían desaparecido para darle paso a la tristeza. La soledad me envolvió nuevamente cuando el silencio de mi hogar hizo su aparición una vez más, era tan deprimente.

Me abracé a mí misma tratando de encontrar refugio. Me sentía sola. Abandonada. Y era tan absurdo que doliera tanto, pero lo hacia.

Era una mujer trabajadora, alguien adulto a quien no le gustaba pasar tiempo desocupada porque sabía que si eso sucedía los recuerdos que su adolescencia la consumirían por completo. Mi vida se había basado tanto en mi empleo que constantemente trataba de ahuyentar cualquier cosa que no se tratara de algo laboral porque sabía que al terminar todo volvería a ser lo mismo y solo sería una perdida de tiempo: tomar aire fresco en un parque, ir a algun bar, conocer gente nueva, eso no estaba en mis planes. Una mente ocupada no echaba de menos a nadie ni a nada, no pensaba en absolutamente nada que no fuera importante. Y por momentos, quizá por días enteros, eso había funcionado de maravilla, pero no en ese instante. La falta de mi mejor amigo me lastimaba, no tener más familia que mi madre y que ella no quisiera verme ni en figurita dolía aun más, tener una casa tan grande para mi sola me pareció estúpido y ridículo. El simple hecho de sentirme de esa manera tan patética me provocó risa y lástima por mí misma.

Una mujer que no podía soltar su pasado ni su dolor, esa era yo. Alguien que tenía pensamientos y emociones tan conflictivas y diferentes como una completa adolescente... una persona que se había pasado toda su vida sola y que, en un momento de debilidad como lo era ese, lo lamentaba.

Me lamenté haberme quedado en mi hogar después de esos segundos de idas y venidas, olvidando por completo la verdadera causa de la situación.

La pesadilla.

La silueta de ojos rojos.

Víktor...

Ahí estaba el problema en todo su esplendor, mostrándose de una manera elegante y enfermiza. Dejándome en claro que debía de tomar una decisión: aferrarme a mi pasado y con ello también a todo lo que mi madre significaba, o hacer a un lado mi vida privada y centrarme únicamente en mi trabajo, mi paciente y mi nuevo caso que no parecía ser fácil.

Maldición.

Estaba acabada... agotada.

La llamada con Eddie no me había ayudado, recordar a mi progenitora tampoco lo hizo y el silencio, acompañado de esos pensamientos solo empeoraba las cosas.

Tomé una larga bocanada de aire y de un brinco me puse de pie. Comencé a dar vueltas como loca antes de meditar mis opciones.

Descubrí la respuesta incluso antes de siquiera preguntarmelo, en ese aspecto me conocía tan bien. Llevaba años con lo mismo, evitar estar dentro del psiquiátrico con los problemas de fuera me ayudaron en incontables de veces ¿Por qué no seguir con lo mismo? En ese lugar no había margen de error. Debías de tener tu mente en claro y vacía para afrontar lo que era estar metida en ese edificio, para poder almacenar lo que las personas requerían y a su vez no sobrecargarte de situaciones donde no encontrabas salida.

Allí dentro debías de ser una persona libre de equivocaciones o lamentos, sino tus propios pacientes te harían caer en ellos.

- Ya sabes lo que tienes que hacer.- me dije a mí misma después de pensarlo por unos segundos más. Es tu madre. - Maldito seas, Eddie.- gruñí recordando sus palabras y mi casi promesa de que la llamaría.

Era una forma de asegurar y aceptar mis planes, y a su vez también desprenderme un poco más del pasado.

Detuve todos mis movimientos y desbloqueé el móvil antes de buscar en mi lista de contacto su nombre.

«Mamá♡»

A pesar de todo la quería y supusé que sería una demostración de cariño tenerla agendada de esa forma y no de una contarte y fría como imaginaba que ella me tendría a mí. Claro, todo dependía de si mi número aun permanecía en su célular o no.

Presioné el botón para iniciar la llamada y esperé.

Primer tono: todavía tenía tiempo de colgar y hacer como si nada. Ya había cumplido con mi palabra, era suficiente.

Segundo tono: llevé mi dedo pulgar hasta mi boca y comencé a morderme la uña en señal de nerviosismo.

Tercer tono: las dudas de que me contestara se esfumaron.

- El número con el que usted quiere comunicarse se encuentra apagado o fuera del área de servicio...- la voz femenina de la operadora me habló.

Con enojo oprimí el botón rojo para finalizar la llamada sin detenerme a escuchar todo el mensaje monótono. Lancé mi célular sobre la mesita circular donde descansaba la portátil, antes de frotarme el rostro frustrada.

Mi madre no estaba ocupada o algo parecido, simplemente no deseaba hablar conmigo.

¿Cuántas veces me había hecho lo mismo ya? ¿Acaso no se cansaba de ese comportamiento poco adulto que mostraba cuando se trataba de mí? Hasta un niño pequeño podría darle lecciones de cómo actuar ante una situación molesta.

Pero claro, estabamos hablando de mi progenitora. La mujer más egoísta e hipócrita del mundo, que juzgaba a los demás pero nadie podía juzgarla a ella porque todo lo hacia bien y sus decisiones eran razonables.

Y también estabamos hablando de mí, Alejandra Cabrera, quien era tan terca como una mula. Si Mahoma no iba a la montaña, entonces la montaña iba a Mahoma.

Gruñiendo y maldiciendo a más de uno por lo desesperada que parecía al no darme por vencida, había tomado mi celular por segunda vez a medida que me iba encaminando hacia la cocina por una taza de café.

Mi madre podría pasarse todo el día sin contestarme, pero eso no significaría que yo no hallar otra forma de saber de ella. Era simple, de una forma u otra obtendría lo que quería.

Mientras que esperaba a que la cafetera hiciera lo que debía hacer, busqué otro nombre en mi lista de contactos. Sin dudarlo oprimí el botón ya conocido.

Hacia tiempo que no realizaba más de una llamada por día, pero lo ameritaba. Me preocupaba mucho por ella aunque no se notara con facilidad.

- Señorita Cabrera, que alegría que llamara.- la voz dulce y tierna de una mujer adulta me saludó.

- Hola, señora Chen, ¿Cómo se encuentra hoy?- pregunté, suspirando relajaba. No sabía qué tenía en su forma de hablar que me tranquilizaba de inmediato.

- Estoy muy bien, señorita, ¿Qué tal está usted?

- Bien...- hice una pausa. Supose que ambas ya sabíamos lo que sucedería a continuación- Quisiera hablar con mi madre, por favor.

- Por supuesto, sólo déjeme ir a buscarla a su habitación.

- De acuerdo.- dije, escuchando sus pasos apresurados.

La cafetera me indicó que la bebida ya estab caliente segundos después. Dejando mi célular contra mi hombro y apoyando parte de mi rostro en él, busqué mi taza favorita y comencé a verter el líquido humeante en ella. Una vez que estuviera todo listo, di media vuelta y volví a la sala con poco entusiasmo.

Necesitaba mucha cafeína después de esa larga, para contrar el cansancio y también el enojo que esa llamada podría causarme.

Y realmente esperaba tener una charla pacífica, o al menor recibir un saludo... pero jamás esperé que después de algunos sonidos y cuchicheos, volvieran a hablar y escuchar lo siguiente:

- Lo siento, pero su madre no desea hablar con usted.- comunicó Chen, quien era la encargada de atender y cuidar a mi progenitora.

Viré los ojos.

Las cosas iban de mal en peor, una detrás de la otra. Sofocandome, quitando toda paciencia que existía en mí.

Deseaba poder zanjar el asunto de una vez por todas, pero esa mujer parecía no querer olvidarlo. Años habían pasado ya y ella seguía con lo mismo una, otra y otra vez. Siempre con la misma respuesta obtenida, y aunque tratara, sabía que nunca cambiaría.

Mi madre era una persona un tanto quisquillosa y orgullosa, una mujer que te haría reconocer tus errores sin siquiera dudarlo. Pero lamentablemente para ambas, yo nací con la terquedad de mi padre, por lo cual siempre me veía negando a cada petición que ella ofrecía, y con ello me había ganado su desprecio.

«"Vistete con un vestido elegante, eres una chica

«"Usa maquillaje coqueto

«"No estudies esa carrera

Podría seguir recordando las mil y una cosa que pedía, y también seguiría con mi actitud de adolescente, haciendo todo lo contrario. Mi vestimenta siempre fue camiseta y jeans; los tacones, vestidos y faldas quedaban descartadas de mis opciones. Incluso llegué a manchar, o dar todo lo que ella me obsequiaba por el simple hecho de que no me gustaba, sabía que si no lo hacia me obligaría a usarlas.

Y sí, había actuado mal en hacerle creer que sus regalos no me importaban, que valían muy poco para mí, pero era eso o ser una persona que detestaría ser. Odiaria tener que mostrarme ante la sociedad como alguien de la realeza e inalcanzable, yo no era superior a nadie y mi madre parecía no notar eso.

Era su única hija, y para ella tenía que aparentar ser una princesa.

Desgraciadamente, su princesa se convirtió en una fea ogra al no complacerla. La adolescente se hizo mujer y siguió su pasión, y no las palabras de su madre.

Como toda chica que parecía hacerle la vida imposible a sus adultos, estudié y me convertí en psicóloga. Evitando, o más bien ignorando sus palabras y quejas, seguí esforzándome y conociendo lo que me apasionaba sin interesarme en nada más, dedicándome cada día en mi único objetivo, sin pedirle ayuda a nadie. Quedandome horas en vela para poder aprobar algun exámen y tratar de resaltar en la clase.

Sí, había sido difícil, pero no imposible.

Y tal vez perdí oportunidades de crear amistades, y eché a perder el poco tiempo familiar que teníamos... también comunicaciones importantes, pero eso no evitaría que me arrepintiese de la decisión que había tomado.

Podría decirse que tenía ciertos factores en mi contra, principalmente a mi madre, quien desde un principio me había advertido que ese no podía ser mi destino. Que mi deber era otro, algo más simple que tener que estar rodeada de locos.

Palabras suyas, no mías.

Así que sí, una de las razones por las cuales no quería hablarme era por eso; ella esperaba una chica especializada en otra cosa, tal vez ¿Medicina? ¿Diseño? ¿Arte? ¿Arquitectura? Quizá, ¿Ningun estudio y ser una mantenida? En fin, no estaba segura. De lo que sí estaba segura era que, desde que no aceptó mi carrera, perdimos la poca comunicación que aún teníamos.

Después de todo, si en toda mi vida había ignorado sus palabras, ¿Qué podía asegurarle que no lo haría una vez más?

Desde ese día, fingía no conocerme. Muchas veces tuve que quedarme frente a su casa porque no quería abrirme, decía que nunca había tenido una hija.

Patético.

Una mujer de más de cincuenta años actuando de esa forma, como si fuera una niña pequeña. Haciendo berrinche por todo, y a la vez por nada. ¿No podía solo olvidarlo? ¿Simplemente borrarlo de su mente y volver a lo que era antes?

Intenté de diversas maneras y nada parecía funcionar, hasta que llegó el momento de buscar ayuda en otra parte. Si yo no podía, entonces alguien más haría el favor. Fue así como llegó esa mujer a nuestras vida, la señora Chen, y gracias a ella tenía conocimiento de cómo se encontraba mi madre.

Aunque debía de admitir que la echaba de menos y sufría por no estar a su lado, la apreciaba mucho. Era doloroso no poder hablar con alguién sobre lo que ocurría; sentarte y platicar por horas, contar tu día y esperar alguna palabra de consuelo por si lo necesitabas.

Al ser hija única, me imaginaba tener siempre la atención y afecto de mis padres, pero eso no fue así. Mi padre nos abandonó y perdí contacto con él mucho antes de ingresar a la universidad. Y mi madre, bueno acababan de conocer la historia...

Negué con la cabeza, tratando de evitar ciertos recuerdos que no me ayudaban en nada.

Debía de dejarlo atrás, no podía seguir estancada en mis problemas del pasado. Era tiempo de soltar y superar para poder seguir adelante.

- Está bien...- murmuré, presionando mi dedo índice y pulgar sobre el puente de mi nariz- Por favor, manténgame informada de cualquier cosa.- le pedí.

- Por supuesto, no se preocupe, señorita Cabrera. Yo la llamaré si algo ocurre.- aseguró.

A pesar de haber sido tema de discusión, estaba segura que había hecho bien en dejar la vida de mi madre en las manos de esa señora. Chen era una excelente persona y siempre me hizo saber lo agradecida que estaba por darle tal responsabilidad, ella sabía lo importante que era es mujer para mí, dejando de lado las diferencias que teníamos.

Desde el comienzo se había mostrado muy feliz con su trabajo, sin incomodarse por los malos tratos o palabras hirientes que mi progenitora podría vociferar.

La señora Cabrera, mi madre, era una completa niña cuando nadie cumplía sus caprichos, y si algo no le gustaba, lo hacia notar. No importaba el tiempo, ella permanecería con su mismo pensar.

Creo que su comportamiento infantil ya ha quedado claro.

- De acuerdo, ¿Qué tal ha sido esta semana?- le pregunté, mi llamada no iba a ser únicamente por mi madre.

- Muy bien, señorita, sin complicaciones.

- Eso es bueno, me alegra muchísimo.

- Sí, gracias...- se calló, eso se estaba convirtiendo en un momento un tanto incómodo.

Ni Chen ni yo sabíamos cómo continuar porque no teníamos nada que compartir entre nosotras. Lo único que nos unía era una señora que no nos ponía atención y mucho menos pareciamos importarle.

- Bien... debo de colgar.

- Espero que tenga un excelente día, señorita.

- Gracias, adiós.- me despedí, finalizando la llamaba para dejar mi celular sobre la mesita redonda.

Suspiré, cerrando mis ojos con fuerza.

Después de todo ese momento caótico solo tenía una cosa en claro: había tomado la decisión correcta.

Bebiendo de mi café, moví mi vista hacia el portátil que permanecía con la pantalla apaga hasta ese entonces.

- Es tiempo de trabajar.- me dije a mí misma, dejando la taza a un lado y volviendo mi atención lo que estaba haciendo.

Era hora de guardar todo problema en una pequeña caja y cerrarla bajo llave para darle frente únicamente a mi trabajo. Adiós distracciones, hasta pronto llamadas sin respuestas.

Mi atención debía de estar puesta en una sola persona: Víktor Heber.

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