El semiclaro del balance
Pa Pat
Capítulo 6: El semiclaro del balance
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De lo lozano que era, su apariencia transmutó en vulnerable; semejante al Señor del Santo Sepulcro, los cardenales cubrían el rostro, brazos, piernas y tórax de Andriy. Los compañeros le llamaban para que abriera los ojos, giraban el rostro a todos lados en espera fútil de ver a quien fuere que pudiera brindar ayuda al ucraniano.
En esos segundos desesperados, la imagen que vieron fue la que menos esperaron: un niño de la selva, desnudo, miraba con atención al grupo, la sonrisa se amplió, tal vez no comprendía la situación o quizá fuere que no quería verse hostil.
—¿Un niño? ¿Qué hace un pequeño aquí? —preguntó Sofie a nadie en particular.
—¡Rápido! Pidámosle que nos lleve a su aldea, hay que conseguir ayuda para Adriy —dijo Hana. La esperanza dio aires nuevos al grupo; por desgracia, Ada dio la funesta noticia:
—Andriy se nos fue. Murió —dijo y llorando, se inclinó a un costado y Gustav la abrazó, mirando el cuerpo del ucraniano con gesto de no poder creer lo que escuchaba, pero tenía que aceptarlo, ambos estuvieron en el ejército, les enseñaron reconocer los signos vitales en caso de tener que tratar a algún herido de gravedad.
El ruso se mordió los labios e inclinó el tórax sobre el cuerpo de su mejor amigo, las lágrimas se perderían en las ropas humedecidas por el sudor. Cosa muy diferente fue la que sucedió con Sofie y Hana que no les importó mostrar llanto.
El niño inclinó la cabeza, no se veía muy seguro de lo que pasaba. Sofie, pese a la tragedia, sonrió al pequeñito con la intención de no asustarle, sería bastante malo que huyera y se internara en la jungla donde no podrían seguirle.
—Hola, angelito, ¿quieres algo de comer? Hana, pásame algo. —Así lo hizo la coreana y le pasó a Sofie una barra de cereal. La noruega desenvolvió la envoltura y probó un pedacito, haciendo gestos al niño para indicarle que era un alimento sabroso.
Avanzó con cautela y estiró el brazo; logró el objetivo: el niño tomó la barra de cereal y empezó a darle mordiscos, se veía que le gustaba.
—Sandro, amigo, debemos enterrar al bueno de Andriy —dijo Gustav luego de ver al niño aceptar otra barra de cereal.
—Pero, ¿no podemos llevarlo con nosotros?
—Quizá tengamos que caminar mucho, puede que incluso días.
—Lo sé, nos retrasaría, pero..., no puedo, no puedo, era mi mejor amigo.
—Sandro...
—Yo le llevaré, le llevaré cargando, no me importa.
—Pero te vas a cansar, te desmayarás por el agotamiento —razonó Gustav, pero ni él ni nadie pudieron convencer al ruso de dejar a su amigo. Por lo tanto, puso afán y cariño en envolver el cuerpo de Andriy en una sábana que llevaba.
A base de señas, Sofie le dio a entender al niño que deseaban retornar a la civilización o al menos ir al poblado de donde venía.
Asintiendo y ampliando más la sonrisa, el niño señaló la tupida jungla y fue por delante.
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Como lo temió Gustav, tuvieron que caminar días, no obstante, Sandro no vio mermada las fuerzas ni ralentizó la marcha del grupo, no podían ir rápido por la dificultad del terreno y la vegetación que se mostraba incordiante.
Las paredes de la jungla metían miedo, Ada lo manejaba mejor pues su novio se encontraba a su lado. No le sostuvo del brazo para no cansarle, en vez de eso, acarició el anillo de compromiso en cuya cara interna estaba la leyenda: "De Gustav para Ada, con amor".
Llegaron a una zona más despejada, tuvieron la esperanza de ver una aldea. No esperaron contemplar la escena frente a sus ojos.
Era un ceibo gigante, incluso si hubieran contado con la ayuda de Andriy, no hubiesen podido rodear la base del tronco agarrándose de las manos.
Era una imagen de belleza sin igual, se veía que todavía no florecía, pero faltaba poco para aquello.
Embelesados, la mayoría, miró atenta a ese soberano arbóreo, solo Ada hizo notar algo:
—¿Qué diablos es esa cosa? —No se refería al ceibo; oculto en la umbría del semiclaro, otro espécimen vegetal intentaba retar la magnificencia del majestuoso árbol.
Daba un espeluzno de solo mirarlo. Parecían raíces que crecieron hacia arriba sobre un tocón chamuscado de un árbol pantanoso, se retorcían queriendo emular el serpenteo de las víboras en pleno acto reproductivo.
Lo hermoso y lo grotesco pintaban el cuadro del balance en esa parte del bosque.
—Esto no es ninguna aldea —dijo Hana y giró el rostro para ver al guía infante—. ¿Y el niño? ¿Dónde se fue? No lo veo por ninguna parte.
Todos le llamaron y buscaron, excepto Sandro que vio sus fuerzas agotadas de golpe. Puso rodilla en tierra y depositó con cuidado el cuerpo del amigo sobre el suelo antes de rendirse al cansancio.
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Sintió que le llamaban, pero le costó abrir los ojos, al abrirlos, vio a sus amigos mirarle con atención.
—¿Qué pasa? ¿Sucede algo? —preguntó al tiempo que se sentaba con dificultad.
—Tú dinos —dijo Gustav que le tomaba con firmeza de los hombros—. El cuerpo de Adriy no aparece por ningún lugar.
—¡¿Qué?! ¡¿Cómo qué no aparece?!
—Desapareció, no hay rastro de él —dijo Ada.
—Estaba dormido, ¿no vieron qué pasó?
—¿No recuerdas? Apenas llegamos y el niño desapareció, fuimos a buscarlo. Tú te quedaste junto a Adriy, nos separamos solo un par de minutos —le recordó Ada.
—¿Y si se lo llevó un jaguar? —dijo Sofie.
—¿Un jaguar? Imposible, no creo que esas cosas sean carroñeras. Hubiera preferido a Sandro y no veo rastros de que arrastraran lejos el cuerpo de Adriy —dijo Gustav.
—Pero hay un rastro, solo que no se aleja, va al árbol ese.
En efecto, Hana vio lo que los otros no observaron, alguien o algo, tomó el cuerpo del ucraniano y lo llevó a la base del ceibo gigante, más no vieron otra pista que los condujeran a los restos mortales de Adriy. Era como si la tierra se hubiese tragado a su amigo.
CONTINUARÁ...
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