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Capítulo cuatro

Hacerse respetar como mujer ya es complicado, pero hacerlo como hija de Antoinette era mucho peor.

Amanda.

Mi pie derecho se movía de arriba hacia abajo al compás del ritmo de I want de One Direction. Murmuraba entre dientes la melodía mientras me quitaba mi camisa con la bandera de Inglaterra estampada. De reojo noté como Ethan apartó la mirada. Estaba echado en mi cama mientras yo tiraba mi ropa al piso. No entendía porque siempre se ponía tan nervioso cuando me desvestía frente a él, creo yo, que nos cambiaban los pañales juntos. No hay motivo para que sea así. Repasé mi figura frente al espejo de mi tocador y fruncí el ceño.

Soy tan gorda.

Me agarré la carne sobrante en las caderas mientras hacía una mueca. A diario simplemente me tomo un té, y si me da mareo, me como algunos cubos de queso. Todos los días, —con algunas excepciones, claramente—, hago ejercicio durante dos horas. Y simplemente parezco no adelgazar. Y mi madre claramente no duda en recordármelo cada vez que me observa. Quisiera no darle el gusto que me vea así, en estado de prácticamente obesidad, pero el destino me quiere mantener así.

—Soy un maldito marrano —Susurré para mí misma. Mis ojos picaron, sin embargo, con fuerza me tragué las lágrimas. Llevaba llorando demasiado tiempo.

—No digas eso —Exclamó Ethan prácticamente de inmediato. Yo me giré hacia él, su mirada estaba posada en la ventana—. Estás delgada, de hecho, demasiado... Tienes que...

—Solo lo dices porque eres mi mejor amigo —Lo interrumpí—. No necesito que me mientas, cariño. Sé mi realidad –Sonreí con amargura.

—¿Por qué siempre eres tan terca, Amanda? Solamente te gusta creer en lo que tu cabeza te dice. ¿Sabías que un estudio psicológico dijo que nos vemos peor nosotros que...

—No me des un sermón, Ethan —Suspiré—. No estoy de humor.

—Nunca lo estás... —Masculló entre dientes.

—Te escuché —Sonreí de lado volviendo hacia mi reflejo.

No valía la pena seguirme viendo. Solo me hacía daño. Era horrible, lo tenía claro. Durante toda mi vida, absolutamente todo el mundo se ha encargado de demoler mi autoestima. Sin embargo, a pesar de tener nulo amor propio, tengo el ego por los cielos.

Soy una basura, pero sigo siendo mejor que los demás.

—¡Prudence! —Grité con la esperanza que la mujer de servicio estuviese cerca.

Prudence Quinzel ha sido mi ama de llaves y nana desde que nací. Se ha encargado de inculcarme los valores que mi familia no podría tener ni sometidos a hipnosis. Humildad, amabilidad, compasión. Las bases que forjan la religión y los peores enemigos de la monarquía. No soy tonta, sé lo que mis padres y tíos han hecho para seguir en el poder. Me enferma. Por eso cuando sea reina, intentaré remedar todos los errores de mi familia, por más complicado que suene. La viejita de sesenta y pico de años entró rápidamente, luciendo su uniforme color celeste, con un delantal blanco y zapatos a juego.

—¿Si, su alteza? —Dijo suavemente haciendo una leve reverencia. Yo sonreí.

—Tráeme las opciones de vestido, tanto para mujer como hombre.

—De inmediato, princesa —Hizo una reverencia de despedida y se apresuró a traer lo encargado.

—¿Y hombre para qué? —Exclamó Ethan cuando ella cerró la puerta. Yo volví hacia él.

—Pues para ti, idiota —Sonreí—. ¿Crees que me voy a meter al nido de arpías sola? Harry siempre me acompañaba... Ahora es tu deber —Arqueé una ceja.

—Vaya honor —Exclamó sarcásticamente girándose hacia mí. Al parecer olvidó que estaba en ropa interior, puesto que de inmediato bajó su mirada, su piel tornándose rosada.

Sonreí con ternura.

—No puede ser tan malo...

—Lo es —Murmuró—. Para que me invites, debe serlo.

—La perra juzgada aquí voy a ser yo, así que deja el drama y pon tu mejor sonrisa de hipócrita.

—¿Cómo en el colegio? —Sonrió con diversión.

—Aun peor... Aquí vamos a tratar con... —Aclaré mi garganta—. Damas —Intenté hacer mi acento de Kensington más forzado.

Ambos reímos. La diferencia entre generaciones es notoria. Los boomers, nuestros padres, se esfuerzan en poner su mejor cara. Ser las zorras más elegantes y estúpidamente bien vistas. En cambio, nosotros, la mejor generación, nos valen pito los demás. Vivimos nuestras vidas y si tienen algún problema, pues que lo digan a la cara. No sería la primera vez que me involucro en una pelea clandestina.

Me quedé mirando el perfil de mi mejor amigo. Su nariz respingona, su piel cremosa, sus labios son bastante carnosos y de un rosa fuerte, recuerdo que cuando tenía doce quería tener mi primer beso con él. Me gustaba su boca, se veía, se ve apetitosa. Sus ojos son grandes y habitualmente sus pupilas están dilatadas, ocultando el bonito miel de su iris. Su cabello castaño siempre está desordenado, dudo que sepa que es un cepillo. Sin embargo, su estilo desalineado me encantaba. Le daba un toque. En este momento tenía barba de un par de días, dándole una vibra más masculina que su habitual. Lo veo como un niño, como el niño con el que crecí, como un hermano. Está a un mes de cumplir dieciocho y yo no puedo verlo como un hombre, se me hace imposible.

—¿Haz hablado con Liam? —Cambié de tema, apartando la mirada. Si, lo acepto, Ethan Foster era un chico guapísimo. No por nada tenía su fama de fuckboy, sin embargo, no quería confundir las cosas. Era mi mejor amigo, mi hermano, nunca podría verlo de una manera diferente. No podría. Siento que el alma de Harry fue guardada en su cuerpo. Me debo convencer que este chico no es uno de mis juguetes, es mi familia. Debo cuidarlo, no follármelo.

—No, nunca me contesta... —Murmuró frunciendo el ceño—. Me imagino que ya se enteró de los rumores.

Hice una mueca. Odiaba lastimarlo. Liam ha sido un gran amigo mío desde siempre, no me gustaría perder esa hermandad. Sin embargo, no puedo verlo como mi pareja. No me puedo ver con una pareja, en general. Nunca he sido nadie de compromisos, no me gusta. Un compromiso conlleva a una promesa, una promesa conlleva a involucrar sentimientos, involucrar sentimientos conlleva a destruirlos. No sé qué es peor, si ser lastimado o lastimar a alguien. Nuestros padres nos emparejaron con la esperanza de calmar nuestras alocadas vidas. Liam cambió por mí, yo... Juro que lo intenté. Pero es como decirle a una polilla que no se acerque a la luz, inevitablemente va a acabar haciéndolo. Su naturaleza lo pide. Y las cosas empeoraron tras la muerte de Harry, necesitaba sacarme de la cabeza mis pensamientos siempre. Por lo tanto, recurrí a las sustancias sicoactivas. No es la mejor solución, ni siquiera creo que se acerque a una buena. Pero... Es mi vida, yo veré lo que hago con ella.

—El lunes hablaré con él —Susurré para después soltar un suspiro.

Sé que debería terminarle, sería lo correcto. Pero no quiero imaginarme la reacción de la bruja de mi madre. Liam me conocía y me aguantaba así, dudo realmente que él sea inocente del todo. A él tampoco le gustaban los compromisos, y en verdad no creo que durante nuestra relación haya sido Santa Teresa. Ha debido tener sus acostones. Y lo acepto. Sería hipócrita no hacerlo. Ni siquiera lo celo. No siento nada más que cariño fraternal por él. Lo más cercano a amor que he sentido fue...

—¿Tienes encendedor? —Exclamé de repente rebuscando entre mis cajones. Pude sentir la mirada de Ethan sobre mí.

—¿Para qué?

—¿Tienes? —Volví a preguntar con más insistencia mientras sacaba el rollo, ya hecho de mi cajón.

—Si... —Murmuró—. ¿Pero para que, Amanda?

Me giré hacia él, dejando el porro encima del tocador. Él estaba jugando con el pequeño encendedor cuadrado y plateado entre sus dedos. Su ceño estaba fruncido y a diferencia de lo que cualquier chico habría hecho, él mantuvo su mirada fija en mis ojos. Pude ver la preocupación retratada en ellos. Y odiaba eso. Ya había sido suficiente carga toda mi vida, no quería ser una para Ethan.

—Dámelo —Extendí mi mano. Él apretó el artefacto contra su mano.

—Mandy...

—Por favor, Ethan —Suspiré—. Dámelo.

—Es malo... —Susurró—. No quiero incentivarte a que sigas haciéndote daño. Te quiero Amanda, no aguantaría perderte.

—Escúchame con atención —Lo miré fijamente. Perdiéndome en el color amarillento de sus ojos—. Nunca me vas a perder, Ethan. Hasta la muerte juntos. ¿Lo recuerdas? Es una promesa... Nunca rompo mis promesas.

Cuando teníamos siete años, Ethan se fue un tiempo a Amsterdam, por sus padres. Él pensó que nuestra amistad acabaría, sin embargo, yo nos puse a hacer un juramento. Prometimos que nuestra amistad iría hasta la muerte, sin importar las peleas, la distancia, ni las circunstancias. Siempre seríamos amigos. Recuerdo que lo hicimos con saliva, es asqueroso, pero atesoro ese momento en mi alma.

—Te quiero, Mandy —Susurró extendiéndome el encendedor. Yo lo agarré y le sonreí.

—Yo más —Susurré volviendo hacia el tocador y colocando el pequeño rollo entre mis labios. Lo encendí e inhalé el humo con satisfacción. Aún recuerdo la primera vez que hice esto, lo odié con toda mi alma. Después me encanto, cuando el lúgubre palacio en luto pareció volverse divertido. Todo lucía divertido, la tristeza ya no estaba y fue reemplazada por diversión y alegría.

Sin embargo, odiaba los bajonazos cuando el efecto se acababa. La depresión siempre volvía con más fuerza, y mierda, cuanto odiaba esos golpes. A veces me quedaba echada en cama todo el día, entre las cobijas, llorando en la oscuridad de mi habitación. Mis pensamientos atormentándome, los recuerdos... Aun...

Le di otra calada al porro apartando todo tipo de pensamientos de mi cabeza. Me negaba a recordar ese día.

—Mierda Prudence... —Murmuré—. ¿Por qué eres tan lenta? —Dejé la pregunta al aire.

—Es vieja —Respondió Ethan, podía sentir la diversión en su tono.

—Necesito alistarme, ya. O la bruja vendrá a joder, y te juro que estoy a esto —Rocé mi dedo índice y pulgar—, de clavarle un machete en la yugular.

—Que bonitos pensamientos.

Sonreí.

—Obvio.

Di un salto en mi puesto cuando la puerta se abrió abruptamente. La mujer de contextura grande y baja entró acelerada arrastrando un rack de ropa que intercambiaba desde vestidos de gala hasta trajes masculinos y elegantes. Con pesar, apagué mi porro recién encendido en mi cenicero.

—Gracias —Sonreí por cortesía.

Era una persona impaciente, me gustaba que todo el mundo fuera a mi tiempo. Sin embargo, a ella le aceptaba todo. Fue como una madre y me esfuerzo en demostrarle mi afecto.

—¿Necesita algo más, princesa?

—No, Prudence. Así está todo bien. Ve a descansar.

Ella me sonrió con la mirada y salió de la habitación, no sin antes hacer una reverencia. Le insistí por años que tal acto no era necesario, pero ella siempre ha sido una mujer terca. Por lo tanto, me rendí y dejé que fuera feliz.

Repasé entre los ganchos los tantos vestidos que habían, sin embargo, ninguno me convencía. Desde lentejuelas hasta terciopelo, pero ninguno era de mi agrado. Debía verme espectacular, resaltar ante las demás. Demostrarles a todas esas idiotas que estaban tratando con la puta princesa de Inglaterra. Hacerse respetar como mujer ya es complicado, pero hacerlo como hija de Antoinette era mucho peor. Ella se esforzaba por opacarme. Estábamos en una competencia inmadura de niñas pequeñas, sin embargo, ninguna de nosotras estaba dispuesta a perder. Un perteneciente a la realeza, jamás agacha su cabeza ante nadie. Si algo, lastimosamente, pude heredar de ella. Es su competitividad y orgullo. Algo que nos ha hecho enemigas desde siempre. Las competencias entre ambas nunca faltan. Y me siento orgullosa de decir que la mayor parte del tiempo, yo soy la vencedora.

Mi mano se detuvo en seco al notar un bonito vestido celeste. Lo saqué del tubo para examinarlo mejor. Debía ser nuevo, nunca lo había visto. No conocía cuando había nuevos vestidos en el palacio, habitualmente el personal de mi padre compraba mi ropa para los eventos. ¿Por qué? No tengo idea, nunca he tenido libertad en eso. La parte de arriba era en un encaje hecho a mano, el cuello estaba en malla transparente dejando ver una pequeña parte de mi piel. La falda era bastante corta, –cómo a mí me gustaba–, y hecha en tul.

—¿Qué crees? —Me giré hacia mi amigo mostrándole el vestido. Él lo escaneó rápidamente con los ojos y asintió indiferentemente.

—Está bonito —Murmuró encogiéndose de hombros.

Yo rodé los ojos y me giré hacia mi espejo, extendiendo el vestido sobre mí.

—¿Crees que me voy a ver bien? —Susurré.

—Tú te ves preciosa con todo, Mandy —Me enfoqué en el reflejo de Ethan quien me miraba fijamente con una sonrisa. No pude evitar contagiarme.

—Va a quedar hermoso con los tacones plateados y el sombrero azul —Chillé corriendo hacia mi clóset—. A propósito —Le grité desde la pequeña habitación llena de ropa—. Ponte el azul rey —Exclamé refiriéndome al traje—. Te queda el color.

¿Las mujeres se volvían anticuadas y aburridas por la edad o por el status?

Tengo esa duda desde que asistí a mi primer coctel. Siempre odié como se vestían las amigas de mi madre. Vestidos largos hasta más debajo de la rodilla, con mangas. Siempre los odié. Los sigo odiando.

Una sonrisa falsa adornaba tanto mi cara como la de Ethan. Lo tenía agarrado de gancho mientras caminábamos por el gran patio de mi casa, que estaba adornado con carpas elegantes, mesas para invitados y con comida. Personal de servicio, extraños y mujeres con las que sí mucho he cruzado una palabra en mi vida rodeaban el lugar.

Suspiré en anticipación al ver como Meredith Todd comenzaba a caminar hacia nosotros, con dos extrañas detrás de ella. Cuanto odiaba a esta mujer. Era una de las mejores amigas de mi mamá, por lo tanto, tenían la misma sangre de brujas. Y para ser sincera, parecía una en verdad. Era bajita y obesa. Su cara se caía en arrugas, dándole un toque más tétrico. Tenía una gran y puntiaguda nariz, y una verruga en el lado superior de su labio. Todo en ella irradiaba maldad pura. Quizás por eso se llevaba tan bien con mi madre.

—Princesa Amanda —Exclamó en su típico acento de Kensington, fingido.

Su riqueza se debe al señor Todd, su esposo. Ella era hija de zapateros, sin embargo, sus padres la metieron con el hombre. Y el pobre no se ha podido librar de ella en treinta años.

—Meredith —Comenté en mi tono más encantador, e hipócrita posible. Ambas nos saludamos con un beso en cada mejilla, y tuve que retener el impulso de desinfectarme mis jóvenes y pobres mejillas.

—Veo que ya cambió a su novio, por este... —Miró de arriba abajo a mi amigo e hizo una mueca de desprecio–. Muchacho.

Mierda cuanto la odiaba.

—Y veo yo que su esposo quedó en la quiebra.

Frunció el ceño.

—¿A que te refieres?

—Es que no se ha vuelto a poner Botox —Dije con inocencia fingida—. Me imagino que ya no tienen dinero para invertir en intentar verla a hacer más joven. No se preocupe —Acaricié su brazo y ella miró despectivamente mi mano—, los años pesan. Pronto su periodo acabará y su única distracción será... —Suspiré—. Cuidar a sus nietos... ¡Oh, cierto! No fue con usted que el señor Todd tuvo un hijo —Reí falsamente—. Que tonta... En fin —Sonreí—. Disfruté la velada.

Jalé a Ethan del brazo adentrándome más en el lugar. No podía borrar la sonrisa de mi rostro. No era mentira para nadie que su esposo le era infiel con muchas mujeres. Sin embargo, el mayor escándalo entre nosotros, los ricos-poderosos; fue cuando se descubrió que iba a tener un hijo con su amante más reciente. Una chica que podría ser su hija. ¿A qué punto llegan las niñas por dinero? Meterse con un tipo mayor solo...

En fin, el burro hablando de orejas.

Sonreí con naturalidad al ver a Lindsey Calder, mi única amiga en este tipo de eventos. Tenía cincuenta años, era alta, castaña y obesa –como casi todas las mujeres aquí–. Lucía siempre con elegancia, su porte alto y seguro. No dudaba en decir lo que opinaba. Le valía mierda lo que dijeran los demás. Soy la perra que soy ahora por ella, y Jade West junto a Chanel Oberlin, claramente.

—Lindsey —Me dirigí a ella con los brazos abiertos. La mujer no se tardó en girarse hacia mí, y acercarse. Envolviéndome en un abrazo.

—Amanda —Exclamó con cariño y entusiasmo—. Mira lo grande y hermosa que estás —Me acarició los brazos—. ¿Cómo llevas lo de...

—Mejor —La interrumpí fingiendo una sonrisa.

—Sabes que si necesitas algo, yo estoy...

—Aquí —La volví a interrumpir y solté un suspiro—. Lo sé —Volví a sonreír y atraje a Ethan hacia nosotras.

Era claro que estaba incómodo, no lo culpaba. Pero me encargaría que pasara un buen rato. Más tarde iríamos a acabarse toda la comida y yo el alcohol del lugar. Éramos el dúo dinámico.

—¿Y quien es él? —Murmuró ella mirándome con una sonrisa coqueta—. ¿No me digas que por fin tiraste a Mr soy perfecto?

—¡Oye! —Fruncí el ceño—. No le digas así, yo le quiero... —Murmuré. Pero después volví hacia mi amigo quien tenía la mirada gacha—. Él es Ethan Foster, mi mejor amigo.

—Mucho gusto chico Foster —Sonrió mostrando sus dientes y extendió su mano—. Soy Lindsey Calder.

Él levantó la mirada y sonrió forzadamente. Lo conocía demasiado bien para saber cuándo estaba tenso o no. Y en este momento quería que lo tragara la tierra.

—Mucho gusto, señora Calder —Estrechó su mano.

—Señorita —Ella lo corrigió—. No necesito de ningún hombre para permanecer aquí como otras. Yo me gané mi puesto entre estas mujeres por mi propio mérito.

Ella era un ejemplo a seguir. Todo lo que quería llegar a ser alguna vez en la vida. Una mujer luchadora, independiente e icónica. El nombre de Lindsey Calder quedaría para la historia, como una revolucionista feminista. Quisiera ser un poco más como ella.

—¿Y de que hablaban antes? —Rompí el silencio para después saludar con una sonrisa a las otras dos mujeres que estaban junto a ella.

—Hay rumores... —Comenzó a relatar una—. Que aquí, en Londres, hay una red de prostitución infantil.

Levanté mis cejas en sorpresa y retuve una exclamación. Habitualmente me enteraba de todos los chismes del país, a fin de cuentas, era la princesa. Pero eso no lo sabía, qué horror.

—Pero... ¿Las tienen secuestradas o...

—Los —Me corrigió Lindsey—. Hay tanto hombres como mujeres, princesa. Y no se sabe, creen que hay algunos por voluntad propia, sin embargo, también dicen que los enfermos que hacen eso los tienen amenazados.

—¿Y saben quiénes son? —Ethan se unió a la conversación. Volví hacia él, tenía en su expresión una mezcla entre preocupación y asco.

—Hay rumores que son los Kuznetsov —Susurró Lindsey haciendo una mueca.

Ethan y yo nos giramos el mismo tiempo a mirarnos impresionados. Los Kuznetsov eran una familia poderosa rusa, residen aquí en Inglaterra. Están desparramados por todo el país. De hecho, uno de nuestros compañeros de clase es hijo de uno de los 'jefes'. Arnold Kuznetsov siempre me pareció alguien extraño. Como esos tipos que deben evitarse. Sin embargo, me daban arcadas de solo pensar que él sabía lo que ocurría y estaba involucrado en eso. Meterse con niños... ¿Por dinero y satisfacción? Que enfermo estaba todo el mundo.

—Qué horror... —Murmuré exhalando.

—¿Saben de qué me enteré? —Exclamó la otra mujer, la que no había hablado en todo el rato. Una reluciente sonrisa adornaba su rostro, que ya tenía contornos por la edad, sin embargo, muy pocos.

Todos nos giramos hacia ella.

—¿Qué pasó? —Preguntó la mujer que empezó el anterior tema.

—Murphy le quitó la custodia de sus otros dos hijos a su ex esposa y por eso se vinieron a vivir aquí.

Me removí incómoda en mi puesto. Este chisme me hubiera encantado en cualquier otra circunstancia. Pero no quería recordar al chico americano. Al maldito y sexy chico americano.

—¿Enserio? —Exclamó Lindsey sorprendida.

—También dicen que hicieron una fiesta anoche, por el viaje de él. Y que el recién llegado... Jasper, creo que se llama —Un escalofrío recorrió mi espalda—, metió a una chica a su habitación. Mhm, los mismos genes de perro que su padre.

Fue notorio el intento de Ethan de retener una carcajada, yo agaché la mirada, sentí mis mejillas arder con fiereza.

—Ustedes jóvenes... Deben saberlo, de hecho... ¿Princesa usted estaba allá anoche? Quizá vio algo...

Yo levanté la mirada y me hice la desentendida. Me encogí de hombros y negué, intentando disimular mis nervios.

—No lo sé...

—¿Y no sería ust...

—¡Nos vamos! —Interrumpí a la mujer con una sonrisa forzada—. Tengo muchos invitados que saludar. Gusto en verlas.

Antes que pudieran seguir hablando, jalé a Ethan para que nos alejáramos lo más rápido posible, antes que se les ocurriera decir algo más. Los chismes volaban, y para ser honesta, no quería estar involucrada en este. No quería que me relacionaran con ese hijo de... Su mamá.

Ethan no tardó en soltar una sonora carcajada. Yo le miré mal y me recosté en el respaldar de una de las carpas. Este era el lugar más apartado del evento, no había nadie y eso era lo que buscaba. Me agarré la cara, soltando un grito ahogado. Odiaba todo. Odio mi vida. La risa de Ethan era el único sonido presente, junto con las voces de fondo.

—¡Ay, Amanda! —Exclamó entre risas agarrándose el estómago—. ¡Hace años no me reía así! —Soltó limpiándose una lagrima.

Yo rodé los ojos mientras me metía una mano en el escote, sacando un pequeño rollo de entre mi brasier. Tenía claro que no podría pasar de esta cena sin antes fumarme uno de estos. Ethan se quedó callado y apartó la mirada. Me puse el porro entre los labios y extendí mi mano para que me pasase el encendedor. Él simplemente se quedó mirándome como un retrasado.

—¡El encendedor, imbécil! —Exclamé frustrada. Él salió de su trance y se apresuró a sacar el artefacto de su bolsillo, para después extendérmelo con la mano temblorosa.

—Tranquila... —Murmuró mientras yo encendía el cigarro con droga. Le di una larga calada para después expulsar el humo en un suspiro.

Eso fue relajante.

—Si vuelvo a oír algo sobre Jasper Murphy hoy, voy a la torre y me tiro de ahí, ¿vale? Así que ni menciones el tema, de nuevo.

—Pero...

—Shh —Lo interrumpí.

—Ama...

—Shhhh —Volví a interrumpirlo poniendo un dedo sobre mis labios—. Si tu hablas del tema, juro que te castro.

—Vale, entendido... —Susurró.

No sé cuánto habrá pasado, pero ambos nos quedamos en silencio. Disfrutando la calma y tranquilidad. No sé qué haría él, pero yo estaba disfrutando el comienzo del efecto de la droga en mi cuerpo, con los ojos cerrados. Amaba como todos mis problemas parecían desaparecer, como me volvía más valiente, como podía ser yo misma sin miedo del que dirán. Porque cuando estaba elevada, vivía en mi propio mundo. Y en este, yo era la reina del mundo. Todos eran mis súbditos y debían obedecerme, y si no lo hacían, pues pagarían las consecuencias.

—Así te quería encontrar —Di un salto en mi puesto y abrí los ojos de golpe al escuchar la presencia de una serpiente llegar.

Me giré hacia la derecha encontrándome a Antoinette de brazos cruzados a un par de metros de mí, una sonrisa espantosa estaba curva en su rostro.

—Eres un desastre, Amanda —Murmuró acercándose a mí—. No ha pasado ni una hora y ya te andas drogando... Debería meterte a una clínica.

—También deberías meterte tu opinión por el culo —Comenté yo arqueando una ceja—. ¿Qué quieres? ¿Nos vienes a echar un hechizo?

—No seas ridícula —Rodó los ojos—. A diferencia de ti, yo si me estoy encargando de la fiesta.

—Es tuya —Fruncí el ceño—. Es tu responsabilidad encargarte de ella. Yo solo vine a cagarte el tiempo.

—Me encantaría ver la cara de todos los invitados, observando como la princesa de Inglaterra se mete en una esquina con un hombre que no es su novio y se está drogando.

—Diles —Exclamé con una risa sarcástica—. Por mi hasta diles que me revuelco con medio Londres... —Comencé a caminar hacia ella—. A fin de cuentas, no importa lo que haga... Así sea detestable, bajo y morboso... Nunca podré igualar a lo que tú has hecho... —La escaneé de arriba a abajo.

—Créeme, madre —Solté con desprecio—. Prefiero ser una perra drogadicta... A una asesina.

Hola chikiperras,

He reescrito esta mierda durante mil años. Donde no se publique esto, me tiro de un puente. ¿Qué tal les pareció el cap? Amanda es mi idola, y la de ustedes. ¿Confirmamos? Confirmamos. ¿Qué tal les cayó Ethan? ¿Y Lindsey? Yo los amo <3. El próximo cap lo narra Jasper. Miren que estoy en videollamada con mi mejor amiga y la muy zorra se está quejando de su crisis Larry;(.

En fin, los amo •3•

A los 20 votos sigo.

— P A U

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