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Capitulo 19.- Recaida

La habitación estaba en completo silencio, pero en la mente de Drako, el ruido era ensordecedor. Las voces no paraban. Se superponían unas a otras, algunas susurrando, otras gritando, como un coro caótico que lo envolvía y lo aplastaba.

— No confíes en nadie.
— Van por ti.
— Él no va a volver.
— Estás solo, siempre lo has estado.

Drako apretó las manos contra sus oídos, intentando apagarlas, pero era inútil. Las voces no venían de fuera; estaban dentro, y no podía escapar de ellas. Respiraba rápido, tan rápido que el pecho le dolía, y la habitación parecía girar a su alrededor.

La luz que entraba por la rendija de la puerta parpadeó. Al principio pensó que era un fallo eléctrico, pero luego la sombra apareció. La había visto antes, acechándolo en los rincones más oscuros de su mente, pero ahora estaba aquí, tangible. Era alta y amorfa, como si estuviera hecha de humo negro, pero con ojos brillantes que lo observaban fijamente.

— No es real. No es real. No es real... — repitió para sí mismo, como un mantra, intentando convencerse, pero las voces no lo dejaban.

— Claro que es real.
— Míralo. Está aquí por ti.
— Es tu culpa.

La sombra se movía lentamente, pero Drako sentía que lo envolvía, que lo atrapaba, que le robaba el aire. Su habitación, su refugio, ahora era una prisión. Las paredes parecían cerrarse, el techo bajaba, y la sensación de estar atrapado le hacía gritar.

— ¡Déjenme en paz! — vociferó, su voz desgarrada.

La suspension de su medicación había comenzado hacía una semana atrás. Al principio, parecía haber funcionado. Los días eran más brillantes, sus pensamientos más claros. Pero ahora, todo se estaba desmoronando.

Podía sentirlos observándolo. No sabía quiénes eran, pero estaban ahí. Siempre estaban ahí.

Drako apretó los ojos con fuerza, tratando de ignorarla, pero el pánico le subía por la garganta como una ola imposible de contener. Las sombras en las esquinas parecían retorcerse, moviéndose con intenciones que solo él podía imaginar.

Drako se levantó de golpe, tambaleándose como si el suelo se moviera bajo sus pies. Tenía que encontrar a Daryl. Necesitaba su voz, su presencia, algo que lo conectara de nuevo a la realidad. Lo necesitaba y lo quería de regreso pero Negan lo tenía.

No está aquí — susurró la voz de nuevo, ahora burlona — Te dejó.

— .. N-no.. no es cierto — balbuceo Drako — Va a regresar, lo prometió.

Sentía que el aire en sus pulmones se extinguía poco a poco, como si la ansiedad le estuviera robando el oxígeno.

Sus rodillas cedieron, y terminó sentado en el suelo, abrazándose a sí mismo mientras las lágrimas le corrían por las mejillas. No podía pensar con claridad. Las voces eran demasiado fuertes, los miedos demasiado reales. ¿Qué pasaba si Daryl no volvía? ¿Qué pasaba si esta vez no podía recuperar el control?

Necesitaba defenderse de esas voces, necesitaba algo que le sirviera y fue entonces que se tambaleó hacia la puerta y la abrió para salir de la habitación.

Se tambaleó hacia la cocina, con las manos temblando mientras abría cajones, buscando algo, cualquier cosa, para defenderse. Encontró un cuchillo, lo sostuvo con ambas manos mientras su cuerpo temblaba incontrolablemente.

— No te vas a acercar, no.. — dijo alzando el cuchillo.

Patético, ¿por qué no terminas con esto de una vez? — se burló la voz retándolo.

Las lágrimas comenzaron a ahogar a Drako que tan solo se mantuvo ahí con el cuchillo en alto, la idea no parecía ser mala, podía terminar con todo si terminaba consigo mismo.

Era una buena idea, y aunque tal vez no volvería a ver a Daryl, si podía terminar con las voces.

— ¡Drako! — la voz regañona de Rick se escuchó por sobre todas las demás en su mente.

Al instante los ojos de Drako le vieron, la luz de la cocina se encendió y la mano de Rick estirada en su dirección mientras caminaba cautelosamente hacia el.

— Baja ese cuchillo, ¿quieres?

— Las voces, Rick — sollozó Drako temblando como una pluma, a su lado, una adormilada Michonne le miraba con preocupación.

— Si, y debe ser horrible lo que te dicen — asintió Rick — pero baja ese cuchillo y estíralo a mi dirección, por favor.

—.. pero así terminaría con las voces, Rick — dijo Drako sorbiendo la nariz — Rick.

— Hazlo, Drako — dijo Rick con firmeza — Ya es hora de dormir.

Drako negó con la cabeza, él no podía dormir, desde que Negan se había llevado los medicamentos era que se mantenía despierto luchando constantemente con esas amenazas en su mente.

— Tengo miedo — confesó Drako bajando el cuchillo levemente, a su acción fue que Rick se acercó más y volvió a estirar su mano hacia el.

— Dame el cuchillo — pidió nuevamente y entonces Drako lo estiró hacia el mientras que el hombre lo tomaba al instante.

— Ven — dijo Michonne estirando su mano en su dirección — Hoy dormirás con nosotros.

— Lo siento — sollozó Drako —.. pero las voces no me dejan y..

— Esta bien — dijo Michonne atrayéndolo hacia ella en un abrazo — No es tu culpa.

— perdón — repitió Drako aferrándose a ella con fuerza — no quiero molestarlos.

— No es una molestia, Drako — aseguró Rick — pero es de madrugada ya, todos debemos descansar porque mañana buscaremos suministros para Negan. Vamos.

En eso se basaban sus días desde que su medicación fue suspendida y esas voces le atormentaban con fuerza. El terror lo invadía constantemente y lo único que deseaba era tener a Daryl a su lado, porque Daryl buscaba soluciones para sus voces, le conseguía sus medicamentos o encontraba la manera de hacerlo sentir mejor.

Rick y Michonne ayudaban mucho pero no era lo mismo.

Ambos eran buenos con él, le permitían dormir junto a ellos cuando en situaciones graves las voces no le dejaban pero normalmente Drako no dormía ya que no podía, pero Rick había conseguido unas gotas para dormir caducadas, no tenían el mismo efecto pero sin duda le permitían a Drako descansar unas pocas horas.

En algún rincón de su mente, una pequeña chispa de lucidez intentaba abrirse paso. Necesitaba ayuda. Necesitaba salir de ahí. Pero el miedo lo mantenía paralizado constantemente. Y mientras las sombras lo rodeaban, una sola idea le daba vueltas en la cabeza, golpeando como un martillo:

— No hay nadie. Estás solo. Y nunca estarás a salvo.

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