CAPÍTULO: 9
Verano. Hace aproximadamente dos años.
—Me encuentro fatal... Creo que tengo fiebre.
Todo transcurrió un miércoles por la tarde. Lola y su madre habían cerrado temprano la cafetería y la muchacha pidió permiso a América para librarse del turno de tarde, prometiéndole que haría horas demás durante el fin de semana para que ella pudiese descansar. Su madre se permitía trabajar algunas horas sueltas, tenía fuerzas y ánimos como para hacerlo. Pero, justo ese miércoles, Lola y Nicolás quedaban para ir al cine. Llevaban esperando meses el estreno de la segunda parte de Mamma Mia, el mejor musical de todos los tiempos.
Sin embargo, no todo estaba saliendo como lo habían planeado. Después de comer, Lola recibió una llamada de su amigo con no muy buenas noticias. Nicolás estaba enfermo. Empezó a encontrarse mal por la mañana. No le dio importancia hasta que su cuerpo decidió vomitar cualquier cosa que este llevaba a la boca.
—Llevo tumbado en el sofá desde hace más de tres horas. Tengo frío y calor a la vez—. Lola escuchó como su amigo tosía con energía al otro lado de la línea telefónica—. Creo que me estoy muriendo.
—¡No digas tonterías, Nico! Eres un dramático de manual. Será algún virus, algo que te haya podido sentar mal. ¿Cuántas pizzas cenaste ayer tu solo?
—Mi favorita, pizza hawaiana. ¡Pero solo una! ¡Te lo juro!— su voz de ultratumba da paso a un sonoro estornudo que sobresalta a Lola al otro lado del teléfono—. ¿Te das cuenta de que me han echado un mal de ojo, verdad? ¡Solo yo me pongo enfermo en verano! ¡Y el día del estreno de la película!
—No te preocupes, ya tendremos otra ocasión de ir a verla juntos.
Lola tuvo una sensación agridulce. Tenía muchas ganas de poder ir hoy, incluso su madre no le había puesto pegas en darle la tarde libre. Pero la salud de Nicolás era lo primero. Y si iba, sería la primera vez que acudía sola al cine.
—¡De eso nada!— exclamó el joven chico—. Ve tu, Lola. Tienes tantas o más ganas que yo de ver esa película, no quiero que mis vómitos te la estropeen.
Una mueca de asco se dibujó en la cara de la joven de melena morena. Que, por cierto, qué ganas tenía de cortársela de una vez. Es cierto que se había hecho muchas ilusiones con esa sesión de cine, le apasionaban los musicales. Mamma Mia era su favorito. Los escenarios, los paisajes, las interpretaciones, la música, la fotografía... Todo.
Tras pensárselo varias veces, Lola terminó aceptando la propuesta de Nicolás. Tal vez disfrutar de una sesión de cine consigo misma podría resultar interesante, hasta divertido.
—De acuerdo, iré. Pero porque ya sabes que no me importa ir sola y, en cuando te recuperes, volveré a verla contigo como habíamos planeado, ¿te queda claro?
—¡Señor! ¡Sí, señor! —de fondo se escuchaba una nueva arcada.
—Es mejor que descanses. Te llamo esta noche, Nico.
Tras despedirse de su convaleciente amigo, Lola dejó su teléfono móvil encima de su escritorio y comenzó a prepararse. La sesión comenzaba en una hora, así que tenía tiempo suficiente, pues el cine no quedaba muy lejos de su casa. Se decantó por vestirse con un vestido veraniego de color blanco por encima de las rodillas y unas sandalias planas de color pardo, a juego con las sombras difuminadas sobre la piel de sus párpados superiores. Revisó por última todo lo que llevaba encima y, con la entrada en mano, abandonó la casa. Dedicó un instante a pasar por delante de la enorme cristalera de la cafetería para despedirse de su madre desde la calle. Hoy, su ánimo, era sorprendentemente optimista y lleno de vitalidad. A pesar de que, no hace mucho tiempo que le notificaron el agravamiento de su enfermedad, su forma de afrontarlo dejó asombrada a su hija. Lola siempre había envidiado su capacidad de asimilar cualquier tipo de noticia e interiorizarla, buscando una solución, diferentes caminos para hacerle frente, sin titubear. Al menos, así lo mostraba a los demás.
Lola llegó al cine en cuestión de quince minutos. De camino, le resultaba agradable observar el ambiente que el verano despertaba en la ciudad. Incluso, de forma sigilosa, capturó un par de fotografías con su teléfono móvil. En una de ellas, se reflejaba una de las terrazas más amplias y de lujosa apariencia que conocía, repleta de grupos diferentes de personas, cada una viviendo en un mundo particular y paralelo al del la mesa de al lado. La segunda, en cambio, estaba hecha desde abajo, desde una perspectiva diferente a la que ella solía sentirse cómoda. En la imagen, se podía apreciar, de entre los árboles, uno de los edificios más emblemáticos, respaldado por el sol de junio, dándole un pintoresco tono anaranjado de fondo.
Satisfecha con sus resultados, guardó su Smartphone dentro de su bolso de tela recia y se apresuró a subir las escaleras que daban acceso al interior de las salas de cine y a las taquillas. Entrada en mano, se la mostró a un chico joven vestido con un uniforme de color rojo. Con el codo apoyado sobre el lector, le hizo una señal con el dedo a Lola para que introdujese en el escáner su entrada de papel. Con voz casi automática, le indicó a la joven por dónde se accedía a la sala ocho. Con una sonrisa en la boca y tras un par de tramos de escaleras mecánicas y un largo pasillo, Lola llegó a su butaca, la número once, con el tiempo suficiente como para abrir tranquilamente su paquete de palomitas dulces. Tan solo quedaban tres minutos para que comenzase la película cuando alguien procedente de la fila de detrás le tocó su hombro desnudo. Sobresaltada, giró sobre sí misma hasta topar con el rostro afilado de un muchacho rubio de pelo corto y profundos ojos marrones.
—¿Te importa si me siento ahí? —le preguntó señalando la butaca próxima a la que le correspondía a Lola—. Tal y como parece, no creo que nadie más vaya a venir y me gusta ver las películas más de cerca.
Lola entreabrió su boca, sorprendida, dejando salir el poco aire que contenía en su interior. Ni siquiera le dio importancia a que parte de sus palomitas aterrizaran sobre el tapizado que revestía las localidades.
—O podría ser la peor excusa del mundo para sentarme a tu lado— bromeó mostrando una sonrisa ladeada—. Pensarlo te lo dejo a tu disposición.
Lola negó ligeramente con la cabeza, tratando de salir de aquel trance en que se encontraba sumergida. A simple vista, aquel chico también había venido solo a disfrutar de la película. En una situación normal, probablemente Lola hubiese hecho caso omiso a la sugerencia de aquel desconocido, considerando que se tratase de una broma. No obstante, decidió que no había nada de malo en cederle su asiento contiguo, por lo que le hizo un gesto con la palma de la mano accediendo a su petición.
—Soy Lukás— se presentó extendiendo su mano en la dirección de Lola, quien la estrechó con firmeza.
—Yo me llamo Lola— sonrió. El acento de aquel atrevido muchacho captó mucho su atención—. ¿Eres de aquí?
—¡Ojalá! —exclamó en voz baja. Las luces habían comenzado a bajar su intensidad, hasta alcanzar la penumbra—. He venido a continuar mis estudios aquí durante un par de meses, pero nací y me crié en Viena.
Lola quedó sorprendida por el dominio que Lukás mostraba sobre el castellano, aunque no fue lo único que la dejó impactada. La banda sonora de Mamma Mia comenzó a llenar toda la sala y Lola no podía apartar su mirada de la gran pantalla.
La película transcurría dinámica pero, a pesar de las buenas intuiciones de Lola respecto a ella, no podía evitar que su mirada se desviase hacia la imagen tenue de Lukás. Tranquilo, sin perder un solo detalle, salvo cuando sus miradas se encontraban fugaces. Le transmitía calma, tranquilidad, sin conocerse de nada. Y eso también conseguía asustar a la muchacha al mismo tiempo, no dejaba de ser un extraño. Si Gala estuviese aquí conmigo me advertiría de algo como que las muertes más tontas en las películas de miedo empiezan con un psicópata tan encantador como demente. Igual no había sido una buena idea cederle el asiento de al lado.
—¿Eres de esas personas que piensa que las segundas partes nunca fueron buenas? —Preguntó curioso, cogiendo a Lola fuera de lugar, dubitativa.
—No, depende. Para mí, esta segunda parte está cumpliendo mis expectativas. A pesar de que Meril Streep apenas aparezca. La música es buena y la fotografía es increíble.
Lukás percibió el énfasis que su compañera de fila irradiaba al hablar de la fotografía. Sonrió por eso, llevándose un puñado de palomitas saladas a la boca. Le resultó entrañable observar cómo se emocionaba en la escena más emotiva de la película, al igual que le ocurría al apreciar sus suaves movimientos de cabeza al ritmo de las diferentes canciones. Sin duda, había merecido la pena cambiar su butaca.
Era sinceramente preciosa.
Al finalizar la proyección, fue Lukás quien decidió tomar la palabra al quedarse prácticamente solos en la sala. A ambos les gustaba quedarse hasta el final de los créditos, nunca sabes si puede haber contenido adicional. Y, si no lo hay, quedarse era como una especie de muestra de respeto a todas las personas que habían hecho posible la proyección que habían disfrutado.
—No supera a la primera parte, pero no deja de ser entretenida. Una buena elaboración y un tono vitalista que se agradece. Le doy un aprobado alto.
—¿Aprobado alto? ¿Qué eres? ¿Una especie de crítico cinematográfico? ¡Ha estado fantástica! ¡Mucho mejor a cómo me la imaginaba! Es el mejor musical de todos los tiempos.
—Eso sí que no— rebatió el joven de pelo rubio—. Eso lo dices porque no has visto Moulin Rouge. Si eres amante de los musicales, te encantará. Te lo aseguro. Si te interesa, la fotografía es sublime.
Lola centró su mirada en su rostro, sonriendo ampliamente ante su comentario. Permanecieron segundos congelados en esa posición, analizando cada detalle del otro, cómo si sus vidas nunca más volvieran a cruzarse.
Fue el politono del móvil de Lola quien deshizo aquel perfecto instante. Era Nico, ansioso por conocer la opinión de su amiga acerca de la película. Lola se disculpó de Lukás con la mirada, pidiéndole con gestos que no se moviese de ahí, que volvía enseguida.
No fueron más de cinco minutos de conversación y, sin embargo, Lukás ya no estaba cuando Lola se dio la vuelta. Aturdida, sin terminar de comprender aquella tarde inusual de cine, regresó a su asiento para recoger la bolsa vacía de palomitas y su vaso de cartón para el refresco. Alcanzó este último de tal forma que visualizó un número de teléfono junto a un mensaje escrito a mano.
Soy un fiel creyente de las segundas partes. Así que, espero volver a verte pronto. Esto también lo dejo bajo tu decisión. Firmado: El chico de la butaca trece.
Lola salió de aquel cine, deshaciéndose exclusivamente de aquella bolsa de plástico con restos de caramelo y palomitas de colores.
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