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CAPÍTULO: 70

LOLA

Tras la comida con Kenia y aquel representante a quien, a partir de ahora, Gala y Bruno han bautizado como profundo cretino, llegué a mi casa empapada por la lluvia. Con el frío calándome hasta los huesos, pero con el alma y el corazón ardiendo. Tuve por fin la sensación de saber dónde estoy, quién soy y hasta dónde me propongo llegar. Nunca antes había dormido tan bien, al menos desde hacía mucho tiempo.

—Nena, vuelve a contarnos todo lo que pasó ayer —reclama Nico, limpiándose las comisuras de restos de batido de chocolate con el dorso de su mano.

—Yo sigo sin poder creérmelo —interviene Gala.

—Voy a tener que grabarlo en vídeo, tengo la garganta seca de tanto hablar —me río, tomando un largo trago de mi zumo de naranja natural—. Les dije que no y me marché. Ese no es mi mundo, no al menos hasta que explore todos los demás. Me queda mucho por aprender, pero no voy a sucumbir a las órdenes de ese representante de pacotilla. Y, además, la comida tampoco era para tanto.

—Tomaste la mejor decisión, hermanita —las miradas del resto de mis amigos se posan sobre Bruno, quien se toma su último trago de café con la mayor tranquilidad antes de continuar hablando—. Que les jodan.

Nico alza su humeante tazón de té verde con miel y exclama:

—¡Qué les jodan!

El resto de mis amigos le acompañan haciendo su mismo gesto, de tal forma que los vasos de todos chocan entre sí, emitiendo un fuerte chasquido que me sacude, erizándome la piel. Imagino que es esto a lo que llaman felicidad.

—¿Me he perdido el brindis?

Una voz procedente de la puerta de la cafetería hace que todos nos giremos en su dirección. Esa voz. Esa misma que me arranca un grito desde lo más hondo de mis entrañas. Esa voz. Su voz. El inconfundible sonido que tanto anhelaba escuchar.

—Creo que la puntualidad es algo que nunca podrás echarle en cara, Lola— asegura Nico, dejándome todavía más desconcertada.

—¿Cómo?

Estoy tan bloqueada que tan apenas le dedico unos minutos a mi amigo, quien ya me ha dejado claro con su ingenioso comentario, que él sabía que Lukás cruzaría el umbral de la puerta a las seis en punto del jueves. Ni siquiera logro rechistar cuando Nico, guiñándome un ojo, me lanza a la cara una pequeña pelota de papel que ha hecho con su servilleta. Con escasa puntería, le devuelvo el lanzamiento colando la bolita dentro de su taza de té.

—Patosa —se queja.

Lukás ríe tras escuchar a Nico, permaneciendo inmóvil bajo el marco de la puerta. Está guapísimo. Lleva el cabello recogido en una pequeña coleta baja y no es hasta que, con lo más parecido a un ahogado suspiro, pronuncio su nombre desde que ha entrado. Como si estuviese esperando ese gesto por mi parte y sujetando con firmeza su bastón verde con la mano izquierda, se aproxima hacia la barra del Muse's mientras, con su mano libre, localiza las diferentes banquetas al tacto. Una enorme gabardina negra le cubre hasta la altura de los muslos, dejando a la vista el contraste de su jersey blanco impoluto con unos ceñidos vaqueros negros desgastados. La montura de sus oscuras gafas ha cambiado, ahora son de un tono marrón chocolate, a juego con sus botas y la mochila que le cuelga del hombro.

—Chicos —les llama Abril en un susurro—, creo que lo mejor sería que les dejásemos solos, tendrán cosas de las que hablar en privado.

—Y una mierda —aseguran Gala y Bruno al unísono. Finalmente, es la joven chica quien se decanta a responder—. Yo no pienso moverme de aquí, esto cada vez se pone más interesante.

—¿Os habéis puesto de acuerdo en tocar las narices hoy los dos? —les pregunta Abril mientras sujeta a Nico por la manga de su sudadera para dirigirse a una mesa más apartada.

—Oye, no te enfades —escucho que le pide Bruno, ya en la lejanía, a la vez que le pasa un brazo por encima de los hombros.

Con las manos ágiles, me desato el delantal del cuello y de la espalda para dejarlo después sobre la fregadera, ya vacía de platos sucios. Me limpio un poco el sudor de las palmas de mis manos sobre la tela de mis vaqueros y salgo de detrás de la barra, tomando todo el aire que me permiten mis pulmones. Es en estos momentos, cuando acuden fugazmente a mi memoria los recuerdos de la última y tensa conversación que Lukás y yo mantuvimos por teléfono. Gracias subconsciente, tu siempre tan increíblemente oportuno. A ti también podría decirte: que te jodan ahora mismo.

Pero eso no sucede. Todo lo contrario. A escasos centímetros de su cuerpo, el joven alarga su mano hasta encontrar la mía, entrelazando nuestros dedos con una lentitud tan tierna como devastadora. El camino que trazan sus yemas por el dorso de mi mano, la estela de calidez que dibuja sobre mi piel, todo él hace que se me erice la nuca y ahogue un suspiro que le hace aferrar más su contacto.

—No sabía que vendrías —es lo único coherente que me atrevo a decir.

—Tomé el primer vuelo que salía a España, creo que necesitamos hablar algunas cosas.

—¿Y has tomado un avión de casi cuatro horas de vuelo para eso?

Lukás estira de mi mano para acercarme todavía más hacia él, de tal forma que mi pecho impacta contra el suyo e inclino ligeramente la cabeza hacia atrás para poder mirarlo mejor. Con su mano libre, Lukás retira sus gafas para dar libertad a sus ojos. Lo hace con tanta seguridad que mis ojos comienzan a escocer y a penas puedo tragar saliva sin forzarme a ello.

—Cogería cualquier avión que diese la vuelta al mundo con tal de poder estar contigo una vez más.

—Creía que estarías enfadado conmigo —le confieso—. Actué sin pensar, creyendo que así te ayudaría a dar ese paso que...

Y me besa. Me besa como lo hacen en las películas románticas, cuando llegan a la última escena. Me besa con ganas, atrapándome el labio inferior entre los suyos mientras me arranca un sutil gemido de sorpresa. Me besa como besaría alguien que ha echado de menos, con sinceridad, con verdad. Me besa siendo Lukás, el mismo chico que logró enamorarme con una sola tarde de cine y palomitas.

Cuando nuestros labios se separan, me permito mantener los ojos cerrados durante más segundos para así recordar el calor suave y hogareño que emana por cada poro de su piel.

—Es una bonita manera de hacerme callar —sonrío, y él también lo hace, ampliamente.

Lukás apoya su frente sobre la mía y se toma unos segundos antes de comenzar a hablar.

—Fui un estúpido, Lola. Me comporté como un completo imbécil. Te eché la culpa de algo que, por puro ego, sentí que me habías quitado. Por un momento creí que Oxitocina había dejado de ser mi novela, sentía que no tenía el control sobre ella, cuando en el fondo tenía miedo —Lukás acuna mi rostro entre sus manos, y yo me dejo hacer mientras le escucho—. Miedo a más rechazos, a no convertirme nunca en quien aspiro ser, a que no estuviese orgullosa de mí por no conseguir que ninguna editorial se interesase en mi obra. Tenía miedo de continuar defraudando a mis padres, a Fynn... Pero, una vez más, tú fuiste la mano que me dio el empujón que necesitaba para saltar. Y te pido perdón.

—Lukás...

—Perdóname, Lola, por favor. Perdóname por todo.

La voz de Lukás se quiebra ligeramente. Ya no está hablando solo de su novela. Habla refiriéndose a aquel verano, el más cálido y, al mismo tiempo, más tórrido de nuestras vidas. Dos meses que pusieron patas arriba todos mis esquemas vagamente trazados, dos meses que merecían otro final. Pero la vida es sabia, y ahora no está concediendo una nueva oportunidad.

—Yo también lo siento. Siento mucho todas aquellas palabras que te dije la última vez que hablamos por teléfono, yo no las pensaba de verdad —le abrazo con tanta fuerza que mis brazos tiemblan alrededor de su cuello. Lukás me estrecha contra su pecho, hundiendo su rostro sobre mi hombro a la vez que inspira con fuerza y se relaja al soltar todo el aire, liberando la tensión acumulada—. Te quiero.

—Este completo idiota, además de estar loco por ti, va a necesitar más de tus empujoncitos en un futuro —confiesa, susurrándome muy cerca del oído—. Ink-Cloud va a publicar mi novela.

—¿Estás de broma? —chillo, volviéndome a lanzar entre sus brazos, haciendo que Lukás se desestabilice hacia atrás hasta chocar contra una de las butacas de madera situadas bajo la barra de la cafetería—. ¡Tuve una corazonada! ¡Estoy tan feliz por ti! ¡Sabía que lo conseguirías!

—Lo hemos conseguido juntos, Lola. Somos un equipo, nunca lo había tenido tan claro como ahora.

—¡Eso sí que merece un brindis! —grita Nico desde el fondo de la cafetería, haciendo que todo el grupo de amigos alcen sus consumiciones en nuestra dirección. Los muy cotillas.

—¡Eh! —exclama Lukás—. ¿Y tú entrevista con ese famoso representante? ¿Cómo ha ido?

—A partir de ahora, Bruno y Gala lo han etiquetado como un profundo cretino —le explico, dejando escapar una risa nerviosa entre los dientes—. Les he dicho que no. No van a poder convencerme tan rápido, a mí no. Creo que merezco algo más que un par de discursos vacíos y come orejas.

—¡Qué le vendan la moto a otra!

Ahora es Gala quien grita desde su mesa, haciendo que el resto de clientes se fijen en ella, únicamente en ella, llenando la cafetería de un molesto silencio que le hace encogerse de hombros. Intento mantenerme seria cuando me giro con brusquedad para pedirles que, o se dejan de comportar como babuinos o se van de la cafetería. Pero es en vano, me siento los suficientemente pletórica como para no ponerme a reír mientras los contemplo. Esta tarde, el Muse's ha reunido junto a mí a las personas más importantes de mi vida. Todos, incluso el espíritu de mi madre, que siempre permanecerá entre estas cuatro paredes y sus grandes ventanales. No creo que la vida pueda ofrecerme nada mejor ahora mismo.

De nuevo, le presto atención a Lukás, quien dibuja círculos con su dedo pulgar sobre la piel de mi antebrazo.

—Sé quién soy y en quién me quiero convertir. Nadie va a cambiar eso, nunca.

—Me reitero en lo que he dicho ¾Lukás pasa un brazo por mi espalda y deja descansar su mano sobre mi cadera, formando una traviesa sonrisa en su rostro. Su voz adquiere un tono más grave—. Volaría desde cualquier continente solo para verte pronunciar esas palabras. Atravesaría océanos a nado si hiciese falta con tal de besarte otra vez. El mundo se nos va a quedar pequeño, Lola.

—El mundo me da igual ahora mismo. Solo deseo que cada día, cuando me sienta agotada, me recuerdes este día. El aquí y el ahora. Quiero que nunca me sueltes la mano si volamos juntos.

—La vida es un salto al vacío, ¿no? —confiesa, dejando que su aliento impacte contra mis labios.

De pronto todo huele a las palomitas dentro de una sala de cine, al helado de menta con chocolate, a la habitación de Lukás y a verano. Y yo, que me aproximo hasta hacer desaparecer los milímetros que separan sus labios de los míos, me atrevo a afirmar, más segura que nunca:

—Y nosotros estamos hechos para volar.















¡BONICOS! ❤ El siguiente capítulo ya es el Epílogo, no digo más... 😭🙊

Reconozco que se me ha escapado alguna lagrimita al escribir este capítulo. Despedirme de Lola y de Lukás me está resultando más complicado de lo que creía. Pero, recordemos que también tendrán sus momentos en ADRENALINA, aunque ellos no sean los personajes principales...

¡Contarme vuestras opiniones! ❤

Os adoro, gracias por todo, siempre ❤❤

María ❤

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