CAPÍTULO: 7
LOLA
Por qué siempre que abro el armario no encuentro nada qué ponerme. Llevo como media hora enseñándole diferentes prendas de ropa a Gala a través de la webcam de mi ordenador, quien ya lleva un buen rato preparada para salir. Conociéndola tal y como la conozco, diría que tiene planeado todo su conjunto desde hoy por la mañana, como muy tarde. En mi caso, al despertarme, la fiesta de esta noche ha sido mi último pensamiento. Por culpa de aquella foto tampoco he podido pegar ojo. Son tantas las preguntas que formula mi cabeza que ni siquiera Morfeo ha podido conmigo.
Gala, exhausta a causa de mi terrible indecisión en lo que respecta a la moda, se despide de mi hasta dentro de una hora, aproximadamente será cuando nos reencontremos todos.
Finalmente, me decanto por unos pantalones brillantes de cuero negro, unos botines planos y una blusa aterciopelada de tirantes, anudada al cuello y con la espalda abierta. Me doy el aprobado mientras me miro al espejo. El corte de la blusa deja ver el tatuaje que empieza en mi nuca y acaba entre las dos escápulas y, en la zona del escote en pico, se intuye el nacimiento de mi segundo tatuaje a la altura de la clavícula izquierda. Satisfecha, acudo al baño para retocarme el pelo. Humedezco, sin excederme, las manos bajo el grifo con agua tibia y, con los dedos, peino mis mechones hacia arriba, dándole un aspecto ligeramente despeinado. Para terminar, no me aplico demasiado maquillaje. Simplemente, me delineo los ojos con un lápiz de color negro, máscara de pestañas, un poco de colorete en las mejillas y mi pintalabios de color rojo favorito.
Un nuevo mensaje de Abril me alerta de que ya es hora de salir o llegaré tarde.
En media hora en el Ayuntamiento.
Un poco de perfume, cojo mi abrigo de siempre y abandono la habitación. Antes de salir, paso un momento por la habitación de mi madre. Esta yace completamente dormida en su cama. Recuerdo que se había ido pronto a acostarse, se encontraba algo más cansada que lo habitual. No obstante, ante mi insistencia de quedarme con ella en casa, en ningún momento dio su brazo a torcer.
—Sal y diviértete— me dijo—. Yo estaré bien.
Así lo voy a hacer. Con cautela, me acerco a su cama y le deposito un suave beso en el pómulo. Salgo, con las llaves en la mano, y cierro la puerta de la casa intentando hacer el más mínimo ruido posible. Cinco minutos más tarde, el tiempo que me cuesta bajar las escaleras del bloque de pisos, me encuentro con Nicolás en la puerta del portal. A su lado, observo a un chico alto, de espaldas anchas y mentón afilado. Mi amigo me saludo efusivamente, con un fuerte abrazo y múltiples halagos.
—Lola, este es Álvaro. El chico del que te hablé.
El entusiasmo de la voz de Nicolás es, desde luego, totalmente apreciable. Sonrío y le saludo con dos besos en las mejillas, presentándome.
—Vamos, Gala y Abril ya están esperándonos en el Ayuntamiento.
Caminamos bajo las luces que mantienen iluminadas las calles, acompañados por los múltiples grupos de personas que ocupan los bares y las terrazas. Ha comenzado la primavera y eso se palpa entre la gente, en el ambiente. Me gusta, hace que me sienta bien.
No tardamos mucho en llegar a una inmensa plaza, una de las más emblemáticas de la ciudad. Junto a la catedral y próximo a una oficina de turismo, se encuentra el Ayuntamiento. Allí, dos jóvenes nos esperan ansiosas de vivir una de las noches que no dejará indiferente a nadie.
Las tres amigas nos saludamos en un fuerte abrazo en grupo. Gala viste con una cazadora abierta, dejando ver su entallado vestido por encima de las rodillas en color verde botella, a juego con sus zapatos de tacón. Abril, en cambio, viste una elegante falda vaquera de color negro conjuntada con un ancho jersey blanco, decorado con pequeños brillantes en las hombreras y puños de la prenda. Elegante y sutil, perfecto para Abril.
—¡Vámonos de fiesta!— grita Gala, eufórica.
Son más de media noche cuando alcanzamos la fila de entrada para la discoteca, una de las más concurridas dentro del casco viejo de la ciudad. Nicolás resopla al percatarse de la masa de gente que se haya delante de nosotros, esperando impaciente por entrar dentro.
—Tardaremos más de media noche en entrar allí— se queja—. ¿Qué os parece si cambiamos de zona?
—¡Ni hablar!— declara Gala—. Esperadme aquí.
La chica morena se salta la fila de personas hasta llegar a la altura de un joven alto, musculado y vestido de chaqueta oscura. Al verla, este le guiña un ojo, diría que incluso le sonríe de forma provocativa. Mantienen una breve conversación hasta que Gala grita en nuestra dirección, haciendo señales con la mano, indicándonos que fuésemos dentro con ella y el joven de la americana. Abril me mira con esa dulce incredulidad que la caracteriza y a mí se me escapa una sonrisa al abrazarle por la cintura mientras avanzamos. Entramos juntas dentro de la discoteca, seguidas por Nicolás y su acompañante, bajo la atenta y cabreada mirada de todos los presentes que forman la fila de espera. Alguno de ellos incluso maldice en voz baja.
Dentro, Gala se despide de su conocido con un beso en la mejilla. El fuerte estruendo de la música penetra en mis oídos, haciendo vibrar cada baldosa que forma el suelo brillante de la pista.
—¿Tan pronto y ya estás haciendo de las tuyas, Gala?— le pregunta Nico.
—Siempre es bueno tener contactos haya donde vayas— comenta la chica a la vez que se deshace de su abrigo—. ¡Nenas! ¡A disfrutar!
Todos, dejamos nuestros abrigos en una cuarto habilitado para ello y nos dirigimos a la pista de baile. Gala no tarda en agarrarnos de las manos a Abril y a mí, con la intención de empujarnos hasta el centro de la discoteca y bailar las tres juntas. Me asombro al ver que, a pesar de no salir tan asiduamente como Gala suele hacerlo, no he perdido práctica en los pasos de bailes. Ojalá pudiese decir lo mismo de las letras de las canciones. Quitando que no son para nada mi estilo, no reconozco ni siquiera un triste estribillo. En cambio, Abril se convierte en nuestra antítesis, se mantiene rígida, tímida, sin saber cómo moverse. Mirarla resulta hasta cómico, como sus pies no pudieran despegarse del suelo. Después de una retahíla de canciones y varias copas por parte de los tres restantes, decido acercarme a ella.
—¡Abril!— le llamo elevando la voz por encima de la estruendosa música—. ¿Te apetece algo de beber?
La chica rubia asiente y, de mi mano, salimos de entre la multitud aglutinada en la pista de baile. En pocos minutos, el local se ha puesto a rebosar de gente. Incluso resulta incómodo, pues cada vez que intentamos abrirnos paso entre la multitud, alguien termina golpeando nuestros brazos o derramando parte de su consumición. Tras un hacer un esfuerzo por no tropezar entre los grupos de personas y dejando atrás varios vasos rotos de cristal por el suelo, conseguimos llegar a una de las barras de la discoteca. Sé que a Abril no le gusta el alcohol fuerte, por lo que decido pedirle algo suave mientras que ella ojea su teléfono móvil. Yo, en cambio, me decanto por algo que sé que logrará desinhibirme. Lo necesito.
—¿Te lo estás pasando bien?— le pregunto.
—¡Sí!— exclama con las mejillas ligeramente sonrosadas, seguramente por el calor concentrado dentro del local—. Nunca había venido aquí. Bueno, en realidad, nunca había venido a muchas discotecas así. He aprovechado hoy que mis padres se han ido fuera unos días, por negocios.
Abril nunca habla de su familia, siempre que se le presenta la oportunidad intenta escabullirse como puede. Lo poco que sé es que viene de una familia poderosa, con mucho dinero. Una de las familias más asquerosamente ricas del país, algo de lo que ella nunca le ha gustado presumir. Todo lo contrario, ella desearía poder tener una vida normal. Recuerdo que el día que nos conocimos, ni siquiera lo nombró. Gala y yo nos enteramos por una noticia en el periódico sobre la apertura de un nuevo hotel por parte de su familia. Fuera de su casa, de su entorno familiar, Abril nunca habla de ello. Tal vez así ella pueda sentirse libre.
—¿Qué es lo que vas a beber?
—Vodka con naranja, ¿quieres probar? Está fuerte, aviso.
Le ofrezco el vaso de cristal y toma un sorbo. Una mueca de asco se forma de inmediato en su aniñado rostro, lo que me saca una carcajada. Le arrebato el vaso y le doy un largo trago a mi bebida, antes de dejar un sonoro beso en la mejilla de Abril.
—Venga, vamos a bailar.
Alcanzamos de nuevo a nuestros amigos, cada uno, con un nuevo vaso de bebida entre las manos. Agarro a Nicolás de la cintura y comenzamos a bailar pegados, contoneando mis caderas al ritmo de la música. Al momento, siento la presencia de Gala a mis espaldas, quien se une al baile. Poco a poco, Abril comienza a soltarse después de las magistrales clases particulares de Gala sobre cómo bailar bachata o sobre lo sencillo que es perrear hasta el suelo. Sencillo para ella, porque yo ni lo intento.
Después de la segunda copa, las intensas luces de vibrantes colores comienzan a ser destellos ante mis ojos, sin embargo, decido pedirme otra.
—¡Nena!— le grita Nico a Abril, demasiado cerca de su oído—. ¡Ese camarero no te quita el ojo de encima!
Un joven chico de pelo negro y profundos ojos azules, la observa desde detrás de la barra, dándole un largo trago a un botellín de cerveza. A excepción de sus llamativos ojos, no consigo mantener mi mirada enfocada en su rostro. Es cierto que tampoco presto mucha atención pues suena una de las canciones favoritas de Gala y me arrastra con ella para bailar. Tal solo percibo que es el camarero más alto de todo el local. Su cabeza casi parece impactar contras las botellas de cristal que cuelgan desde el techo, lo que me hace reír sin sentido. Tal vez todo el alcohol ingerido tenga algo que ver.
—¿Ese? ¡Es el camarero que me acaba de poner la bebida!
—¡Pues tía te diría que no es lo único que ese camarero quiere ponerte esta noche! —grita Gala de manera que un grupo de chicas próximo a nosotras se gira, mirándonos extrañadas.
Las mejillas de Abril se tornan de un color rojizo a causa del comentario de Gala, quien ríe de forma exagerada bajo la amenazante mirada de la joven rubia.
Los bailes continúan, al igual que las copas. Necesitaba esto, desinhibirme, respirar, divertirme. Me uno a Abril y Gala para bailar las tres juntas cuando Nico se va con un grupo de amigos de la Universidad con los que ha coincidido dentro de la discoteca. Nos avisa de que no tardarán en volver.
—Nena, a ti hay alguien que tampoco te quita el ojo de encima.
Con su mirada me indica que me gire. Un joven alto, aparentemente musculado y de piel mulata se aproxima a mí con una sonrisa seductora. En cambio, yo me mantengo inmóvil, observando detalladamente cada uno de sus movimientos. Se presenta dándome dos besos en las mejillas aunque, a decir verdad, el volumen de la música y las copas de más no me dejan entender su nombre. No importa. Con seguridad, me pregunta si me apetece beber algo.
—Te invito a una copa.
Decido declinar su oferta, agitando con suavidad mi vaso medio lleno de líquido amarillento delante de sus ojos. A cambio, permanecemos charlando entre la aglomeración de personas. Es amigo de los dueños de la discoteca y frecuenta bastante venir por aquí. Yo no le doy mucha información, tan solo mi nombre y le señalo a mi grupo de amigas. Continuamos hablando hasta que su mano desciende por mi brazo y comienza a entrelazarse con mi mano derecha.
—¿Crees que se molestarán si bailo contigo un rato?— me pregunta mordiéndose con habilidad el labio inferior.
Sonrío de lado, echando un vistazo a mis dos amigas, quienes ríen y bailan sin tapujos al compás de la música. Durante un par de canciones, bailamos con cierta distancia entre nosotros, dejando que solo nuestras manos no pierdan el contacto. No deja de mirarme, como si quisiese analizar cada milímetro de mi figura bajo aquellas luces de neón y humo. Poco a poco, empieza a caminar hacia mí, sin perder el ritmo. Aturdida por el exceso de vodka por esa noche, siento como su mano se desliza por mi espalda hasta quedarse fija en mi cintura, pegándome más hacia su cuerpo, sin dejar espacio para el aire entre nosotros. Me separo lo suficiente como para centrarme en su rostro. Es indudable de que es un chico guapísimo, y él lo sabe. Sus labios se aproximan a mi oído, alagando mi forma de bailar. Y entonces ocurre, sin saber el motivo, por culpa del alcohol, porque me apetece o por necesidad, pero pasa. Aleja su boca de mi oreja, haciendo el movimiento exacto que a mí me permite capturar sus labios en un beso que yo misma me encargo de profundizar. El chico gruñe, repasando mi labio inferior con su lengua, despacio, antes de adentrarse en mi boca con cierta rudeza. Estoy empezando a marearme. Los besos continúan, cada vez más pasionales.
—¿Vamos a un sitio más tranquilo?— me pide con las pupilas dilatadas y la respiración agitada.
De forma casi inconsciente, asiento y le sigo entre la multitud, escuchando los vítores de mis amigos de fondo, cada vez más difuminados entre la música. Nico estaría orgulloso. Estoy pasando página, ¿no?
Aquel chico y yo bajamos las escaleras que comunican la discoteca con el sótano, lleno de almacenes y de tres lavabos. Nos adentramos en el único que tiene un cartel en la puerta que prohíbe el paso por estar fuera de servicio. El chico cierra la puerta tras de sí y, raudo, acorta la distancia entre nosotros con un nuevo y hambriento beso. Comienzo a caminar hacia atrás hasta que mi espalda choca contra la fría pared del baño, lo cual hace que me estremezca. Sus fuertes manos se cuelan por debajo de la tela de mi blusa, contactando con mi piel.
Las imágenes de aquel verano vuelven a alojarse en mi mente.
Furiosa, cierro los ojos con fuerza mientras los besos del chico descienden hasta estacionar en mi cuello. Consigue arrancarme un suspiro desde lo más hondo de mi garganta. Aunque dudo si eso es respuesta a sus besos o los sentimientos que afloraron en mi al encontrar aquella fotografía en mi habitación. Joder. Intento relajarme y disfrutar. Acerco mi pelvis hacia la suya mientras que su mano continúa ascendiendo hasta llegar a la base de mi sujetador. Todo este juego le está gustando, se le nota. Pero no funciona.
No me siento bien. Quiero salir de allí.
La imagen de Lukás no desaparece, incluso soy capaz de escuchar su voz, de sentir el tacto de sus manos sobre las mías, de impregnarme de su olor de nuevo.
No puedo seguir haciendo esto. No puedo seguir mintiéndome a mí misma.
Intento zafarme de los brazos de aquel joven, empujo su torso con mis manos. Ni siquiera puedo mirarle a la cara cuando abandono el baño, dando un fuerte portazo y dejándole allí tirado.
—¿En serio piensas dejarme así? Zorra...
Escucho su voz, pero me siento completamente fuera de lugar, ni siquiera soy capaz de responderle. Corriendo y sintiendo como me arden los ojos, subo las escaleras esquivando a varias parejas y grupos de personas, escabulléndome incluso de mis amigos, a quienes ni siquiera aviso de mi marcha. No puedo seguir allí. La presión que siento en mi pecho es demasiado fuerte. Al salir de la discoteca, mi brazo impacta contra el cuerpo de quien se parece al camarero que se había fijado en Abril, pero ni siquiera me detengo, ni le miro. Simplemente, me limito a pedirle disculpas y me pongo a correr.
Siento el aire fresco de la noche sobre mi rostro y, esta vez, dejo que los sentimientos me manejen a su merced. Las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos de forma incontrolable, sintiéndome fatal conmigo misma. Odiando a Lukás, odiándome a mí, a aquel maldito verano.
Con las manos temblorosas, saco mi teléfono móvil del bolsillo de mi abrigo. Tengo varias notificaciones, dos de ellas son llamadas perdidas de Gala y una de Abril, junto con un mensaje de Nico, diciéndome que tenemos que hablar. Ha pillado a Álvaro liándose con otro tío.
Lola, ¿dónde estás? Llámame, por favor.
Nena, he pillado a ese cabrón comiéndole la boca a otro tío. Necesito contarte todo.
Necesitaba salir para respirar y nunca me habían sentido tan al borde de ahogarme.
No puedo más, ya ha sido suficiente por una noche.
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