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CAPÍTULO: 67

LOLA

—Me va a odiar de por vida —sentencio, sujetando con fuerza la humeante taza de chocolate caliente entre mis manos. Las expectantes miradas de Abril y Gala se ciñen sobre mí—. Lukás, va a odiarme en cuanto abra su correo electrónico y vea que ha enviado un mensaje que nunca ha escrito. ¡Un mensaje con su novela! ¡A su editorial! Cómo he podido ser tan idiota...

Aparto con derrotismo mi bebida, deshaciéndome de ella, y desplomo mi cabeza sobre la mesa, dejando escapar un quejido de resignación. ¿En qué momento se me ocurrió que eso sería una buena idea?

—Yo no lo veo algo tan terrible —comenta Gala, tratando de quitarle hierro al asunto. No necesito levantar la cabeza para enterarme de cómo Abril le propicia un toque de atención con su pierna por debajo de la mesa¾. Pensadlo por un segundo, ¿qué pasa si sale bien? ¿Y si la editorial se interesa en su novela? Le habrás ayudado a dar el paso que él no se atrevió solo.

—Ese es el problema, es su novela y él nunca quiso probar suerte con ellos. Me advirtió que no quería mostrarse como un interesado que se aprovecha de los contactos en su trabajo para publicar su obra —explico, si cambiar de postura. Un nuevo quejido parte de lo más profundo de mi garganta—. Y yo no le hice ni caso.

Un denso silencio aparece rodeando nuestra mesa de la cafetería. Un silencio que solo parece afectarnos a nosotras, pues el resto de la clientela continúa con sus amenas conversaciones a viva voz, acompañadas por la voz del famoso Respect de Aretha Franklin. Nada fuera de lo normal dentro de cualquier jornada de trabajo en el Muse's. Pero hoy todo era ruido en mi cabeza.

—Lola —me llama la temblorosa voz de Abril. Extrañada, levanto mi rostro de encima de la mesa de madera. Seguramente, ahora mismo, soy lo más parecido a quien esté pasando por una de esas resacas terribles. Esas donde tu garganta te va a estar recordando al sabor de la ginebra durante tres días, como mínimo—. Lola, Lukás te está llamando.

Ni siquiera me he percatado del vibrar de mi teléfono móvil sobre la mesa. El zumbido de su nombre vibrando en la pantalla, me despierta como si me lanzasen una jarra de agua fría por el cuello. De pronto, una capa de sudor baña las palmas de mis manos y mi pierna izquierda se mueve, rebotando contra el suelo, de manera incontrolable.

—No puedo cogerlo.

—Vas a cogerlo —asegura Gala, tendiéndome el Smartphone con firmeza.

Tomo aire por la nariz y cierro los ojos con fuerza antes de deslizar mi dedo por la pantalla para descolgar la llamada. Una llamada que no me da tiempo de responder.

—Ha colgado.

—Pero, vamos a ver —resopla Gala exhausta. Se toma su tiempo para beber un largo trago de su café americano con hielo antes de hablar—, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Qué rechacen su novela?

—Lo peor que puede pasar ya ha pasado, y es que me he pasado por las narices sus deseos de no enviarlo a Ink-Cloud.

—Y, en su momento, ¿creíste que eso sería buena idea? —me pregunta Abril. Yo me limito a asentir con la cabeza.

—¿Entonces? —se cuestiona Gala, alzando los brazos en el aire—. Es muy sencillo, te plantas y le dices: Lukás, lo hice porque quiero lo mejor para ti. Lo siento si cometí un error, pero creí que podría ser una gran oportunidad para ti y tu novela. Punto y final, problema resuelto.

—Todo queda mejor cuando no tienes a la persona implicada delante —susurra Abril, quien se limpia con una servilleta los restos de espuma de su batido de fresa en la comisura de los labios—. Yo entiendo cómo te sientes y puedo entenderle también a él. Tal vez quería hacer esto por sí mismo.

—Que alguien me explique desde cuando ayudar a alguien a ser feliz es un problema.

—¿A qué vienen esas caras de funeral?

Nico se acerca a nuestra mesa, con una bandeja redonda metálica debajo del brazo. Con amabilidad, se hace con una silla vacía de la mesa de al lado, no sin antes preguntar a la pareja de clientes si está ocupada. Tras darles la espalda, escucho como comentan entre ellos el maquillaje del joven, sorprendidos por la atrevida mezcla de colores y purpurina que cubre los párpados de Nicolás.

—Lola ha mandado la novela de Lukás a la editorial donde él trabajo sin que él lo sepa —le informa Gala mientras el muchacho le roba el batido a Abril con un sutil guiño de ojos.

—¡Nena! ¿Qué eres ahora? ¿Una temeraria?

—¡Lo veis! —mi cabeza vuelve a su posición anterior, con tal mala suerte que golpeo mi frente contra la dura madera—. Después de abrirse conmigo, de contarme cómo se ha sentido estas semanas, de ver cómo es su relación con su padre, de dejarme vivir en su propia casa... Decido que la mejor forma de agradecérselo es meter mis narices donde no me llaman.

—No digas eso —me intenta consolar Abril—. Entiendo que ahora te sientas así pero es algo que ya no tiene remedio, seguramente la editorial haya recibido el correo ya.

—¿No serás tú la mejor dando consejos, no? —pregunta Nico con un exagerado tono sarcástico.

Con delicadeza, mi amigo me ayuda a erguirme de nuevo en la silla al mismo tiempo que una sensación agridulce recorre todo mi cuerpo recordando los momentos que he vivido con Lukás en Viena. Como si se tratase de fotografías instantáneas tomadas por mi mente durante mi estancia allí.

—¿Qué es lo que te llevó a hacerlo?

La serenidad y sensibilidad que derrochan los ojos azules de Abril. La determinación y la creencia de haber hecho lo correcto se refleja en las pupilas de Gala. A ellas, se suma la confianza de Nico. Todo llegan hasta mí, penetrándome el pecho con fuerza, apaciguando el amargo pinchazo que sacude mis entrañas al pensar en el rostro de Lukás tras recibir la llamada de su editorial.

—Cuando llegué a Viena me encontré con un chico completamente distinto al que le dije adiós antes de subir al avión —otra punzada de dolor. Dolor al recordar su rostro en aquella sofocada discusión que mantuvo con su padre, siendo su abuela, su madre y yo misma testigos en aquella habitación—. Estaba roto. Nunca antes hubiera pensado que Lukás llegaría a tal límite. Pensaba que las personas como él siempre guardaban un as bajo la manga que les permitiera salir a flote. Pero él estaba hundido —una efímera sonrisa se traza en mis labios temblorosos—. Tendríais que haberle visto la cara cada vez que me hablaba sobre su libro, era como si el Lukás de siempre volviera a estar conmigo. Le brillaban los ojos, y verle tan feliz me hacía volverme loca. Verle emocionarse por su proyecto me hacía querer compartirlo, hacerlo mío también. Por eso tomé la decisión de enviar su novela a Ink-Cloud, porque no podía soportar volver a ver al Lukás perdido.

No es hasta que termino de hablar cuando percibo el rastro húmedo de una furtiva lágrima, atravesando el surco de mi barbilla. Nico, con sus manos frías, se encarga de limpiar mi mejilla, acunando mi rostro, de una forma similar a como lo solía hacer mi madre.

—Ahora solo tienes que sacar fuerzas y decírselo a Lukás.

—¿Y si no quiere escucharme? —sollozo, sorbiendo por la nariz.

—Hablamos de Lukás, estoy completamente segura de que te escucharía hasta el fin del mundo.

Abril se levanta de su asiento y se apresura en envolver mi cuerpo entre sus brazos. El olor de su perfume se cuela por mis fosas nasales, embriagándome con sus matices dulces. Gala se une al abrazo, seguida por Nico, quien intenta arroparnos a todas con sus largos y finos brazos. Por culpa de su efusividad, mi silla se tambalea hacia los lados, aunque consigo estabilizarla a tiempo antes de que todos hubiésemos terminado por los suelos. No sé en qué momento, los cuatro nos escuchamos reír a carcajadas limpias, sin romper el abrazo que nos une. Me esfuerzo en captar este instante desde una perspectiva diferente, como si yo fuera un cliente del bar ajeno a ese grupo de cuatro amigos que se admiran entre ellos, y guardo ese recuerdo. Lo guardo bajo la misma llave que guardo mi improvisado viaje a Viena.

—No te culpes nunca por los impulsos del corazón —me susurra Gala en el oído con firmeza.

El vibrar de mi teléfono móvil sobre la mesa nos hace separarnos y yo me sobresalto, temerosa de que sea Lukás de nuevo quien me llama. Despacio, hecho un vistazo a la pantalla y algo dentro de mí se relaja y se activa al mismo tiempo. Es Kenia.

—¡Lola! —el ruido del tráfico se camufle con la animada voz de Kenia.

—Hola Kenia, ¿cómo va todo?

—¿Has vuelto ya del viaje? —se interesa de manera apresurada.

—Sí, ahora mismo me pillas en la cafetería de mi madre —le comento—. ¿Ocurre algo?

—Imaginé que te olvidarías. ¡Te noté muy rara la última vez que hablamos por teléfono! —exclama—. Damián Nogal nos espera para comer, quiere hablar contigo cuánto antes sobre tu futuro con su equipo.

De no haber permanecido sentada en mi silla, seguramente, me habría desplomado sobre el suelo. Creo que voy a necesitar otra taza de chocolate caliente, con mucho azúcar.

—¿Cuándo?

Tengo la boca tan seca y me sudan tanto las manos que no sé cómo puedo articular una sola pregunta y, ni mucho menos, como no se me ha caído el móvil encima de la cabeza de Gala, quien se mantiene agachada junto a mí.

—¡Hoy! —Kenia suena tan eufórica que me veo obligada en retirar el teléfono de mi oreja temiendo quedarme sorda—. ¡Hoy despega tu carrera como fotógrafa! ¡Nos vemos en El Edén en una hora! ¡Te mando la dirección!

La llamada finaliza con un agudo grito de Kenia y el claxon de varios coches sonando a la vez. Me quedo tan paralizada que es Nico de nuevo quien me hace reaccionar quitándome el teléfono móvil de la mano.

—Por el color de tu cara o te han dado muy malas noticias o llevas más de cuatro días sin ir al baño —intenta adivinar el joven chico mientras chasquea los ojos delante de mi cara.

—Era Kenia —carraspeo, llevándome el dorso de la mano a la frente para limpiar diminutas gotas de sudor que comienzan a acumularse—. La última vez que me llamó yo acababa de aterrizar en Viena. Me dijo que Damián Nogal, uno de los mejores representantes de fotógrafos del momento, está interesado en trabajar conmigo. Quiere que comamos hoy los tres en un sitio que se llama El Edén.

—¡Eso es genial, nena!

—Ni siquiera me acordaba —le confieso, nerviosa—. ¿Cómo me voy a presentar allí? ¿Qué pasa con lo de hablar con Lukas?

—¡Es un restaurante de etiqueta! —exclama Gala, mostrándonos a todos las buenas reseñas que han dejado diversos comensales en Google.

—Está bien, vamos a tranquilizarnos todos un segundo. Vas a ir a esa comida, le vas a encantar a ese representante y te vas a comer el mundo por los pies. Lukás y tu lo vais a hacer —advierte Nico, sujetándome son fuerza por los hombros—. Pero primero, tienes que cambiarte de ropa. 











¡HOLA BONICOS MÍOS! ¿Cómo estáis? ¿Todo bien? ❤ 

Os traigo un nuevo capítulo, esta vez de nuestra querida Lola. ¿Créeis que sacará fueras para contarle lo que ha ocurrido a Lukás? ¿Cómo reaccionará él? Y la entrevista con ese famoso representante, ¿qué pensáis que va a ocurrir? ¡CONTADME! ❤💥

Nos leemos, bonicos. ¡Os adoro!

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