CAPÍTULO: 66
LUKÁS
El Cementerio Central de Viena es el más extenso de toda la capital y el tercero más grande de Europa. Ha sido víctima de los ataques del movimiento nazi, lugar de culto para los más fieles y monumento a Mozart, quien no yace bajo su tierra. Siempre ha guardado cierto atractivo turístico, ya sea por su estilo modernista o por la gran cantidad de figuras celebres de la historia universal que descansan en el. Desde Beethoven, Schubert o Karl Kraus hasta la actriz Alma Seidler, Anton Wildangs y sus últimos poemas o Fynn, mi hermano mayor.
El taxi se detiene a la entrada del cementerio. Salgo del vehículo, dando un portazo firme antes de escuchar el rugir del motor, dejándome solo. Tengo la boca seca, me cuesta horrores tomar aire por la nariz y siento ganas de vomitar ante el aplastador silencio que acompaña a la marea de recuerdos que aterrizan en mi sin ningún tipo de tregua.
Revivo en mi mente aquel día tan frío de Octubre, el que es, sin ninguna duda, el día más triste de toda mi vida. El día que enterramos a Fynn. El día donde supimos que jamás volveríamos a escucharle reír, quejarse del tráfico insoportable de la ciudad o a verle deleitarse con los dulces de la abuela. Octubre se vistió de negro para decirle adiós, para siempre. Recuerdo a mi madre, caminando agarrada a mi brazo, con su rostro oculto bajo una enorme pamela de color negro sobre su cabeza y unas gafas de sol de grandes cristales que trataban de ocultar sus lágrimas. Todavía no he sido capaz de imaginar el inmenso dolor que supone el que una madre pierda a su hijo. Caminaba con paso lento, pero firme, detrás del alargado coche color azabache que transportaba el ataúd de Fynn hasta el que iba a ser su nuevo lecho. Mi padre, Jackob, se mantuvo al final del grupo de asistentes al entierro. Caminaba conversando en voz baja con varios compañeros de trabajo, entre ellos, quienes conducían el coche que provocó la muerte de mi hermano. Recuerdo la ira recorriendo cada una de mis venas, la mano de mi abuela posándose sobre la mía tratando de calmarme cada vez que desviaba mi mirada hacia ellos.
Mi padre no me dirigió la palabra durante toda la ceremonia. Tampoco al llegar a casa, ni en las siguientes semanas.
El coche avanzaba lento, seguido por unas treinta personas, por la calle principal que daba acceso a la entrada del cementerio. El mismo camino por el que camino ahora, con mi bastón verde esperanza en una mano, la bolsa de cartón en la otra y una avalancha de imágenes y emociones cargada sobre mi espalda. A los bordes del paseo, se levantan grupos de altos árboles que, a medida que avanzas, desaparecen para dar paso a la Iglesia dedicada a Karl Lueger, uno de los monumentos más imponentes y más fotografiados del lugar. Se trata de un enorme edificio blanco, cuya entrada se levanta por dos robustas columnas de mármol que alcanzan hasta la bóveda aguamarina que hace de base para una pequeña cruz metálica. Me detengo delante de la iglesia el escuchar el grave repicar de sus campanas. La tumba de Fynn se encuentra detrás del edificio, en la segunda hilera de nichos, a la derecha.
Camino, con pasos lentos, percibiendo el crujir de la tierra y las piedras bajo mis pies. Soy capaz de reconocer el camino que lleva hasta mi hermano sin la necesidad de ver por donde piso. A pesar de venir una vez al año, no he podido olvidar como bajo ese cielo revestido por densas y grises nubes, cuatro hombres robustos hicieron descender el ataúd que encerraba el cuerpo de Fynn hasta depositarlo en ese frío agujero hecho en la tierra húmeda. Todavía puedo alcanzar el olor a lluvia, madera e incienso. Tal vez ese sea uno de los motivos por los que no vengo a visitarle más a menudo. No puedo. Siempre me ha parecido una clase de ritual innecesario venir a velar a los que ya no caminan entre nosotros a un lugar tan frío, tan lleno de dolor. Para mí, Fynn nunca se fue, él sigue presente en cada uno de mis actos y pensamientos. Me niego a venir a llorar aquí, todas las semanas, a quien no ha muerto en mi corazón. No cuando todavía le siento conmigo, le hablo y me escucha.
Me detengo después de que mi bastón choque contra un pequeño peldaño de piedra. Ayudándome de él, golpeo tres veces por encima del borde hasta percibir un sonido seco. Todos los caminos están recubiertos por un pasillo de cemento que es bordeado por las tumbas cubiertas de arena y flores. La que le pertenece a Fynn es la quinta contando por la izquierda. Cada tumba mide aproximadamente dos de mis pasos, por lo que no tengo más que contar hasta diez para situarme delante de los restos de mi hermano.
Rebusco en mi memoria la última imagen que guardo de su lápida. Una gran pieza de mármol negro brillante, de bordes redondeados y betas blanquecinas, con el nombre de mi hermano grabado en letras doradas y las fechas de su nacimiento y muerte. Desde 1987 hasta 2015. Debajo de ambos números, escritas con una caligrafía cursiva y antigua, hay dos inscripciones en alemán.
Nunca te olvidaremos. Te quieren tus padres y tu abuela.
Al ras de la tierra cubierta por brotes de hierba seca y flores, yace lo que quise plasmar como mi propio mensaje. Un mensaje dedicado a Fynn.
Ojalá algún día llegue a ser como tú. Vuela alto, hermano.
No es justo. Nada de lo que le pasó lo es.
Me veo en la imperiosa necesidad de tomar aire por la nariz antes de hablar, aferrándome con fuerza a mi bastón de color verde.
—Feliz cumpleaños, Fynn —le saludo, con la misma naturalidad con la que se saluda a un viejo amigo de la infancia—. Este año no he traído ningún pastel de la abuela, siéndote sincero, la idea de comérmelos todos yo y acabar de nuevo en el hospital no me atrae para nada. Pero he traído un nuevo libro de poesía. Max me ha dicho que este te encantaría, y ya sabes lo terco que es ese hombre cuando no se le hace caso. Es una antología de varios poemas de Sylvia Plath. Solo espero que te guste.
Me agacho y, tras palpar con los dedos el pulido tacto del mármol hasta las cosquillas que me causan los pétalos de las flores en mi muñeca, deposito con suavidad el libro sobre la lápida y, rápidamente, me hago con mi teléfono móvil. Lo activo con mi voz y le pido que busque el mejor recital de poemas de Sylvia Plath. No tarda más de tres segundos cuando la melódica voz de una mujer comienza a recitar a través del altavoz.
"Y aquí estoy, con la cabeza suspendida entre la almohada y el embozo,
Como un ojo entre dos párpados blancos que no quieren cerrarse.
Estúpida pupila, siempre tiene que captarlo todo".
Ya son varios años los que vengo a pasar un rato con Fynn en el día de su cumpleaños. Y siempre traigo un regalo para él. Un libro de poesía, uno diferente cada año. Y yo recito los poemas que más me han tocado el alma la noche anterior. Al menos, así era antes de mi accidente. Ahora, he tenido que buscar otras alternativas para poder contarle todas esas historias reflejadas en versos. Aunque sea de forma indirecta.
"Comparados conmigo, un árbol es inmortal,
una cabezuela, no muy alta, aunque más llamativa.
Y yo anhelo la longevidad del uno y la osadía de la otra".
—¿Te acuerdas cuando decíamos que, cuando cumplieras los treinta, cogeríamos el primer vuelo a cualquier lugar del mundo para celebrar la crisis de superar los veinte? —recuerdo, con una fugaz y nostálgica sonrisa en los labios—. No es justo que te marcharas sin avisarme.
"Esta pared blanca sobre la que el cielo se hace a sí mismo: infinita, verdad, intocablemente intocable".
—En casa todo marcha igual. Mamá tiene días buenos y otros en los que no se levanta de la cama y no quiere seguir tomando la medicación —le cuento, temiendo que mi voz quebrada acabe por romperse—. A pesar de todo, sigue siendo la mujer más hermosa del mundo y te echa muchísimo de menos. Tanto que todavía tienes tu plato y sitio en la mesa a la hora de cenar. Ojalá estuvieras aquí... La abuela sigue siendo un torbellino. No veo el día que lo pase tumbada en el sofá. Aunque debería preocuparme el día que eso ocurra. Y Jackob, bueno, sé que desearía poder abrazarte como siempre lo hacía. A ti sí —carraspeo con fuerza, tratando de disolver el nudo que se forma en mi garganta—. Estoy trabajando en una editorial, ¿sabes? Hay bastante carga de trabajo pero, me gusta. Estoy involucrado en varios temas de inclusión y la búsqueda de nuevos nombres e historias. Sigo escribiendo, pero encontrar a alguien a quien le interese lo que escribo es más complicado de lo que pensaba. Sé lo que estarás pensando. Si trabajo en el sector editorial debería aprovecharme de ello, barrer hacia mi terreno, pero sabes de sobra que eso no va conmigo. La idea de dar una imagen de interesado o jugar mal mis cartas creyendo que mi novela es buena... Puedo imaginarme los comentarios a los que tendría que exponerme todos los días en mi trabajo, y no estoy dispuesto a tener más estrés. Así se lo intenté explicar a ella, a Lola —inconscientemente, muerdo mi labio inferior al pensar en ella—. Dios, Fynn, ojalá pudieses conocerla en persona. Es increíble. Es lo mejor que...
El chasquido de pisadas sobre la tierra a mis espaldas me sobresalta. Involuntariamente, giro mi cuerpo hacia la zona de donde procede el sonido. Un inconfundible olor a tabaco y el aroma picante e intenso, como a loción de afeitar, se cuela dentro de mi calándome los huesos.
—Disculpa —se excusa Jackob, su voz suena mucho más apaciguada que de costumbre y no me llega ni un solo rastro de olor a alcohol—, no quería asustarte.
—Estaba a punto de irme —explico, haciendo el amago de levantarme del cemento. Pero su mano, firme sobre mi hombro izquierdo, me detiene—.
—¿Te importa si me siento a tu lado?
Niego con la cabeza de una forma tan leve como incrédula. La calidez de su mano posada todavía sobre mi espalda, la calma en el timbre de su voz... Ya no recordaba como era el auténtico Jackob, el mismo que nos cuidó a Fynn y a mí cuando no éramos más que unos niños. El mismo que despierta tras los últimos resquicios de vodka en su metabolismo.
—¿Vienes mucho aquí? —me pregunta, con cierto temblor en su voz—. Tu abuela me dijo que visitas a tu hermano en cada cumpleaños. Y veo que has traído un regalo para Fynn. ¿Es bueno ese libro?
—Jackob —le llamo, queriéndome arrepentir por un momento de ese tinte abatido que adquiero al hablar—, ¿a qué has venido?
—Imagino que por lo mismo que tu. Quería venir a pasar un rato con mi hijo el día de su cumpleaños.
—¿Sin haber bebido ni una sola copa? ¿No sientes asco al estar sentado al lado de la persona que mató a tu otro hijo?
La rabia que recorre mis venas es la que me hace pronunciar esa frase atroz que me arde en la garganta.
—Lukás, lo siento.
—Y una mierda. Ahórrate tu discurso de padre ejemplar, porque yo ya no me lo trago.
Hago un nuevo intento de levantarme de allí y salir corriendo, pero la robusta mano de Jackob de nuevo me lo impide. Con un movimiento seco y brusco, me zafo de ella, enfadado, sin comprender qué hace aquí.
—No te vayas, hijo.
—¡¿Por qué quieres que me quede?! —aullo, agitando las manos mirando hacia el cielo—. ¡¿Qué quieres de mi?!
—Quiero disculparme —su tono es sereno, manso. Algo que, sin duda, todavía me hace cabrearme más.
—¿Por qué? —insisto. Retomo mi sotio sobre el frío suelo de cemento y cruzo las manos por delante de mis rodillas, atrayéndolas hacia el pecho. Me tiemblan, todo mi cuerpo lo hace¾. Esto no tiene ningún sentido, no me soportas y yo a ti tampoco...
—Porque nunca, en ningún momento, pensaba lo que decía, Lukás. Jamás. Jamás te odié, jamás quise dejar de ser tu padre, jamás le llegué a admitir a nadie que tú fuiste el real culpable de que Fynn muriera dentro de ese coche. A nadie, salvo a ti. Porque siempre te he visto reflejado en él, y es terriblemente doloroso —por primera vez en años, siento como el mayor hombre de negocios, de traje impoluto y carente de una empatía que desconocía hasta la fecha, se derrumba. Se rompe como el fino cristal lo hace al impactar contra el suelo—. Lo siento mucho, hijo. Lo siento tanto... Todo. Las peleas, el alcohol, la desconfianza, el odio que he hecho crecer en ti. Lukás, he sido un padre nefasto y un hombre despreciable, contigo y con tu madre. Y no merezco que me perdones. Sé que los chicos de la empresa tenían a mano todas las pruebas para culparte aquella noche. La droga en tu bolsillo, tu coche destrozado tras el impacto, la forma en la que te fuiste, tan enfadado, sin avisar a nadie... He estado tan ciego.
—Beber tantas copas como tu cuerpo soportase todos los días tampoco ayuda.
—Lo sé. Ese ha sido mi mayor problema —confiesa—. Busqué refugio en el alcohol cuando Fynn murió. No podía creérmelo, mi propio hijo, el futuro de la empresa muerto en el acto. Nunca imaginé que tu hermano tendría tan poca fuerza de voluntad como para conducir borracho y hasta arriba de pastillas.
—¿Pero pensar que el hermano pequeño es un maldito asesino era más asequible? ¡Yo también soy tu hijo, papá! ¡Por mucho que te pese y no quieras reconocerlo! Un padre es quien cuida a un niño—el eco de mi voz se hace más débil entre los árboles que rodean el camino allanado—. ¿Has pensado alguna vez cómo me he sentido? ¿Cómo me has mirado durante todos estos años? Yo te daba asco. Creíste antes a una panda de niñatos desgraciados de la jodida empresa antes que a mí, antes que a tu hijo. ¿Sabes la carga que siento? Llegué a asumir que, de haber frenado antes a Fynn esa noche, nada de esto habría pasado y ahora seguiría vivo conmigo. ¡Nunca has mostrado ni una sola pizca de orgullo por mi! ¿Por qué? ¡Por qué nunca quise ser como tu! ¡Nunca quise seguir los mismos pasos que le hiciste seguir a Fynn!
—Eso no es cierto...
—¡Si que lo es! ¡Joder! ¿Te paraste a escucharme en algún momento? —bramo, sin importarme que alguien pueda estar mirándonos—. He vivido siempre tras la sombra del empresario Jackob Gruber, porque nunca me has aceptado tal y como soy, ni me has querido escuchar. ¿A caso sabes que he terminado de escribir mi primera novela? ¡No! ¡No tienes ni puta idea porque durante años tu único propósito conmigo era echarme la culpa por la muerte de tu hijo predilecto! ¡Dejándome bastante claro que yo no era más que un desconocido para ti!
Ahí, justo en ese momento donde el límite entre la ira, la frustración y la impotencia se unen, Jackob me atrae hacia su pecho y me abraza con fuerza. Como un padre acuna a su bebé entre sus brazos. Y yo me dejo hacer, no me resisto por mucho que mi mente me lo pida. No lo hago. Me dejo abrazar por el hombre al que consideré un padre, al que, en el fondo, todavía le considero a pesar de todo. Del dolor, de la rabia, la incomprensión.
Inspiro con fuerza el aroma a suavizante que desprende su camisa mientras siento como fuertes espasmos sacuden todo mi cuerpo. El sabor salado de las lágrimas se cuela en mi boca, rodando imparables por mis mejillas hasta morir en las comisuras.
—Cada vez que pruebo una gota de alcohol, este saca lo peor de mí. Todos mis fantasmas y mis miedos salen a flote siempre que vuelvo a casa ebrio. Por eso mismo, he tomado la decisión de acudir a un grupo de desintoxicación. Mañana empieza mi primera sesión.
No he sido consciente del llanto ahogado de mi padre hasta que ha pronunciado esas tres palabras juntas. Grupo de desintoxicación. Ahora reconozco a mi padre, al mismo hombre que jugaba conmigo a soldados y fuertes con mis muñecos de acción, poniéndole voz al bando enemigo. Despacio, abandono su fraternal abrazo y mi limpio el rostro con el dorso de la mano. Él, sin embargo, continúa con una mano posada sobre mi espalda, como si quisiera retenerme allí todo el tiempo que necesite para explicarse. Para hablar cara a cara con su hijo pequeño, como nunca antes se ha dignado a hacer.
—Todos los días, hay alguien que me pregunta por ti, Lukás. En el mercado, en los restaurantes, en la propia empresa... ¿Sabes lo que siempre les contesto? —Jackob se permite una pausa, esperando una respuesta por mi parte que nunca llega—. Lukás está bien, vive de hacer lo que le gusta y solo eso es motivo para estar contento.
—Creía que odiabas a lo que me dedicaba, que invertir en mis estudios había sido una completa pérdida de dinero y tiempo.
—Vuelve el alcohol a hacer de las suyas. He sido su marioneta, me controlaba y yo no sabía qué hacer sin tomar otro trago. Ha sido como estar sometido a la última copa durante años. Pero se terminó, hijo —promete golpeándome con suavidad en el hombro—. Nunca te he odiado. Junto con tu madre, tú y tu hermano habéis sido lo mejor que esta vida ha podido darme. Y sí, perdoné a tu madre hace ya mucho tiempo. Somos humanos y, como tales, cometemos errores. Yo soy el claro ejemplo de ello. Pero, de no haber sido por ella, tu nunca hubieras nacido y le prometí que cuidaría de ti como si fueses mío. Porque lo eres, Lukás. Eres la señal que la vida me trajo para darme cuenta de que necesitaba un cambio en mi vida. Abandonar el alcohol y centrarme en amaros a vosotros y a vuestra madre, o volvería a perderla.
—Papá....
—Pero recaí, meses antes de que tu hermano nos dejara. Admito que fue un grave error volver a toda esa oscuridad y desdichas. Reconozco que tu decisión de estudiar literatura y teatro, sin intentar seguir mis pasos, afectó a mi orgullo de una forma insana. Todas tus decisiones, sentía que las tomabas para ir en mi contra, porque somos extremadamente diferentes. El Jackob ebrio solo ha querido echarte la culpa de todo, el Jackob sobrio solo podía admirar en su triste soledad lo orgulloso que debería sentirme por criar a un hijo como tú. No merezco tu perdón, Lukás, pero mereces saber la verdad. Y la verdad es que te quiero y admiro —su voz se torna de nuevo temblorosa y sorbe son rapidez por la nariz antes de articular la frase que me hace estremecer por completo—. Hay dos momentos en mi vida donde he creído perder el control; uno de ellos fue la muerte de Fynn. Y el otro, la noche que ingresaste en ese hospital y los médicos certificaron tu discapacidad. Esa noche, tu no lo sabes, pero no me alejé de tu cama hasta que despertaste.
—Cuando abrí los ojos ya no estabas allí...pero cuidaste de mí— llevo mi mano a la cabeza y masajeo con conciencia las cuencas de mis ojos, tratando de asimilar y creer las palabras de mi padre—. No puedo perdonarte así como así, no es justo. Tienes que hacerme ver que lo que dices es cierto, que no vas a recaer en toda esa mierda, que estás orgulloso de mi y de mi trabajo, que no me rechazas.
—He sido un cobarde, pero voy a cambiar Lukás. Quiero volver a ser un buen hombre y no veo un día mejor que hoy para empezar.
Durante varios minutos, ambos permanecemos en un silencio sepulcral. Tan solo se escucha el piar de los pájaros, el vaivén de las hojas al son del tenue viento que acaricia los árboles y la voz de la mujer que narra los poemas de Sylvia Plath.
"Esta noche, en luz infinitésima
de estrellas, árboles y flores
han esparcido su frescura aulente".
—¿Así que tu primera novela, eh? _? —pregunta Jackob y yo percibo esa calidez de padre y hogar en sus palabras—. ¿Sería mucho pedir que me firmaras un ejemplar cuando se publique? Porque espero que no dudes en que eso se cumplirá. Seguro que ya te lo habrá dicho esa chica... ¿Lola, cierto? Es preciosa hijo, de esas mujeres que solo se cruzan antes tus ojos una vez en la vida. Al igual que tu madre.
De forma inconsciente, como si se tratara de respirar, una amplia sonrisa se dibuja en mi rostro, haciéndome temblar las mejillas.
—Es ella. Desde el primer momento en que la vi, en esa sala de cine, supe que era para mí —confieso, recordando a esa joven de melena negra por los hombros y labios rojos carmesí que se emocionaba en silencio con la escena final de la segunda parte de Mamma Mia—. Te he echado de menos, papá.
De pronto, la el recital de poemas se detiene en mi teléfono móvil y, una voz metálica, me avisa de que tengo un correo electrónico nuevo de la Editorial Ink-Cloud en mi bandeja den entrada. El asunto es: "Oxitocina".
Espera, ¿qué?
¡QUÉ GANAS TENÍA DE TRAEROS ESTE CAPÍTULO! ¿QUÉ TAL, BONICOS?❤ ¿OS ESPERÁBAIS ESTO? Necesito de vuestras opiniones 🔥
Reconozco que se me ha escapado alguna lagrimita con este capítulo, especialmente con el diálogo entre Jackob y Lukás. ¿Le creéis? ¿Pensáis que puede cambiar una persona así? ¿Quñe opináis sobre la idea de que vaya a un grupo de desintoxicación? ¿Pensáis que Lukás podrá perdonarle con el paso del tiempo? ¡CONTADME! ❤❤
Os adoro, bonicos ❤
Nos leemos muy muy pronto ❤
María
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