CAPÍTULO: 64
LOLA
No tener padre es algo que te marca para siempre. Vivir y crecer sin esa figura fundamental para la vida de cualquier hijo, es realmente duro. Yo no conocí a mi padre. Él tampoco ha dado nunca señales de querer saber de nosotros. Ni siquiera sé su nombre, si es castaño o rubio, si tiene los ojos azules como Bruno u oscuros como los míos. No sé nada, ni a qué se dedica, ni cuál es su mayor objetivo en la vida, si a caso conoce mi existencia. Nada. Solo hay vacío, un vacío que mi madre trató de suplementar ocupando el puesto de la mejor madre del mundo. Pero siempre queda clavada una espinita que te recuerda que salta una pieza en el puzzle.
Yo no conozco a mi padre y siento todavía ese vacío. Al igual que Lukás, cuyo vacío se adueña de él aún teniendo esa figura paterna, aún viviendo bajo su mismo techo.
Esa mirada de desprecio hacia su hijo, la mueca de sus labios mientras Lukás hablaba, la llamarada de palabras que han arrasado con todos nosotros dentro de aquella habitación, ese falsa coraza de creer tener todo bajo control cuando todo su ser se reduce a polvo y cenizas. Yo no sé como ama un padre porque nunca he tenido un referente de ello. Lukás, en cambio, vive encerrado, preso del odio de quien le ha visto madurar, día tras día.
—Yo nunca he querido formar parte de la empresa de mi padre. Ese mundo no es el mío.
Lukás se encuentra sentado sobre la cama de su habitación, con la espalda apoyada en una de las paredes azuladas.
—Hubo una fiesta para los recién admitidos en la empresa. Todos eran los hijos de grandes magnates o socios veteranos, amigos de mi padre. Fynn apenas llevaba trabajando con ellos un mes —cruza sus manos sobre su vientre y juguetea girando uno de sus anillos—. Yo no quería ir, no quería mantener ningún tipo de contacto con ese círculo y Fynn lo sabía. Aún con ello insistió en que le acompañase. Me dijo que, también, lo hiciese por papá. Cualquier contacto con la empresa, por muy pequeño que fuese, haría que mi padre no perdiese la esperanza en que sus dos hijos siguieran sus pasos.
—¿Tu hermano no sabía que tú no querías eso?
Lukás esboza una triste sonrisa en su rostro.
—Esa noche, en la fiesta, fue cuando le confesé todo a mi hermano. Lo feliz que me sentía haciendo teatro, estudiando literatura, escribiendo. Lo mucho que deseaba vivir de los libros. Fynn me puso una mano sobre el hombro, me abrazó y me dijo lo orgulloso que se sentía de tener un hermano como yo.
Emocionada por sus palabras, aproximo mi cuerpo al suyo hasta amoldarme a la silueta de su costado y apoyo mi cabeza sobre su hombro, deslizando una mano por su brazo hasta alcanzar las suyas y entrelazar nuestros dedos.
—Esa fue la última frase que escuché pronunciar a mi hermano —su cuerpo se tensa, pero su respiración es calmada y sosegada—. Todos iban vestidos de etiqueta, con trajes y vestidos carísimos. La fiesta se celebró en uno de los restaurantes más lujosos de Viena. Lámparas de araña, marfil en la cubertería, porcelana en las decoraciones, champán francés... Todo lo que los hijos de papá podían permitirse. El dinero lo encubría todo, era repugnante, me sentía completamente fuera de lugar. Aunque, lo peor, vino después de la cena. Nunca debí olvidar que, desgraciadamente, ellos lo controlan todo y siempre consiguen lo que quieren a golpe de billetera. Yo no era consciente de cómo Fynn quería obtener el poder de esa manera.
—¿Qué fue lo que ocurrió?
—Después de la cena, nos trasladaron a un enorme salón de fiestas. Fynn y un grupo de colegas, conocidos de papá, empezaron a beber. Primero una copa, luego otra, todos bebimos. La situación comenzó a torcerse cuando los hijos del director de la sucursal más grande del país, sacaron un par de bolsas con pastillas. En menos de una hora, las drogas pasaron por las manos de todos los asistentes, incluido mi hermano y sus amigos. Como te he dicho, todo reluce por el dinero, pero ni siquiera todo el oro del mundo puede enmascarar a la carroña.
Mi madre siempre lo decía, solo hay dos cosas en el mundo que hagan enloquecer al ser humano hasta perder por completo su cordura; el poder y el dinero.
—De camino a los lavabos, si no rechacé las pastillas cuatro veces, no lo hice ninguna —resopla, frotándose los ojos con una de sus manos—. Al grano. Caminé hasta lo lavabos, estaba cansado y quería encontrar a mi hermano para decirle que yo me iba a casa. Fynn estaba en una de las cabinas, sentado sobre uno de los retretes con una chica sobre sus caderas. Un simple golpe con el pie en la puerta le fue suficiente para cerrarla en mis narices y seguir follándose a esa chica.
—Es increíble...
—Estaba drogado, tendrías que haberle visto la cara. Jamás pensé que vería a Fynn en ese estado —ríe, sin ganas, con un sentimiento de nostalgia que le sacude los hombros—. Minutos después, salió del baño, ajustándose la camisa y agitando delante de mi cara una de esas bolsitas con pastillas. Le dije que me iba, que pasaba de todo esto, y le arrebaté la bolsa para deshacerme de ella. Él asintió, con las pupilas dilatadas, al igual que su grupo de colegas, quienes le arrojaron unas llaves de coche a las manos. Me sentía enfadado y muy decepcionado. En una noche, la imagen que tenía de mi hermano mayor como referente se había esfumado de un plumazo. Así que me fui. Recogí mis cosas y llamé a un taxi para que me viniese a recoger a la puerta del restaurante. En el camino de vuelta, el conductor me avisó de que tenía que tomar un desvío porque acababan de notificar un accidente en la Ringstrasse. Me temí lo peor. Le ofrecí al taxista el doble de lo que llevaba acumulado durante el trayecto por las molestias y me bajé en la calle paralela a la avenida. Corrí y allí estaba, un coche negro con cuatro jóvenes dentro, con la parte delantera deshecha tras el impacto contra un autobús, cinco heridos y dos fallecidos. Un médico que viajaba en el autobús tras su turno de noche y el conductor del coche.
—No puede ser... —ahogo un gemido, tapándome la boca con la palma de mi mano.
—Mi hermano —el semblante de Lukás se mantiene frío, como un témpano de hielo, como si los recuerdos hubiesen arrasado con toda su expresión—. Fue mi hermano quien conducía el coche que lo mató. En la autopsia encontraron altos niveles de LSD en sangre.
—Lukás...Yo lo siento tanto. Sé que no sirve de nada pero, que hayas tenido que ver ese accidente...Es horrible. No logro entender por qué tu padre te echa a ti la culpa cuando no tuviste absolutamente nada que ver.
—Para mi padre, el hecho de que yo renunciase a seguir sus pasos siempre lo ha tomado como una muestra de desprecio hacia él. Y todavía más si ni siquiera es mi padre biológico, pero es quien me ha criado. Querer recorrer mi propio camino le ha servido de excusa para dejar de lado mis opiniones, y con ello también, mi versión sobre lo que ocurrió esa noche. La auténtica versión.
—¿Qué es lo que él piensa?
—Jackob cree que fui yo quien alentó a mi hermano a consumir esas drogas. Encontró los restos de la bolsa que le quité a Fynn en el bolsillo de mi chaqueta. Ese fue un motivo más que suficiente para que, en la empresa, todos apoyaran su versión, incluso los amigos de mi hermano, quienes iban en su mismo coche durante el accidente.
Lukás cambia de postura. Se sienta con las piernas cruzadas sobre la colcha que recubre la cama, con la espalda ligeramente encorvada hacia delante y las manos sobre sus rodillas. Yo le imito, sentándome justo enfrente de él, con las piernas de igual manera.
—¡Pero no es justo! —exclamo—. No puede creer antes esa cuadrilla de desgraciados antes que a su hijo, por mucho que le duela que...
—¿Que él no sea mi padre? No es dolor lo que siente, Lola. Para él todo sería mucho más fácil si yo hubiese muerto en ese accidente.
Su comentario me deja sin palabras. No consigo ver nada a través de sus ojos castaños. Ni siquiera una chispa de esperanza, ni de vida, nada. No logro encontrar nada tras toda esa maraña de recuerdos amargos y un pasado que se hace presente cada vez que su padre cruza el umbral de la puerta.
—No vuelvas a decir eso, en tu vida. Nunca, ¿entendido? —mi voz suena firme, imponente. Segura—. Yo te creo, te creo desde el momento en el que vi la mirada de tu padre. Desde que te desmoronaste a los pies de la cama de tu madre. Desde que observé la verdad y el agotamiento en los ojos de tu abuela. Lukás, no has hecho nada malo. Acudiste a esa fiesta porque Fynn te lo pidió. Quisiste impedir que consumiese más droga de la que ya había tomado, fuiste a buscarle. Consumir LSD, las copas, esa chica, el coche...Todo fue su propia decisión, no la tuya.
—La gente como mi padre tiene una especie de código. Ocultan sus más tergiversadas acciones con tal de mantener limpia su imagen pública. Y yo no soy como ellos.
Sin pensarlo dos veces, me inclino hacia delante, sujetando su rostro entre mis manos. Son tan pocos los centímetros que separan su boca de la mía que puedo sentir su aliento impactando contra mis comisuras. Lukás cierra los ojos. Un par de mechones rubios caen rebeldes por su frente y la sombra de su mentón me hace pensar que hace un par de días que no se afeita. Sus orejas están levemente enrojecidas, al igual que sus pómulos y el puente de la nariz.
—A la mierda el código, Lukás. Y que se vayan a la mierda todos ellos. Te creo a ti, solamente a ti. Creo al chico que lo dejó todo por empezar una nueva vida, al chico que regresó para cuidar de su madre, al chico que comete errores, muchos errores. Creo al chico que regresó para solventarlos. Creo en un nosotros, en nuestro hilo rojo, en el chico de la butaca trece. Creo en ti, Lukás. Siempre lo he hecho. Creo en ti porque te quiero.
Nos quedamos callados, solo se escucha el sonido de nuestras respiraciones acompasadas y el piar de los pájaros en el alfeizar de la ventana. Los únicos que se convierten en testigos del beso que nace entre los dos. Lukás rompe el espacio que queda entre nosotros atrayéndome hacia él, con la mano sobre mi nuca. Coloca su mano libre sobre mi espalda hasta terminar tumbada encima de su cuerpo. Me atrae todavía más, introduciendo su lengua en mi boca, profundizando nuestro beso. Le respondo de la misma forma, llevando mi mano hasta su cadera, ansiosa por introducir mi mano por su camiseta hasta que el estridente sonido del teléfono nos interrumpe.
—Es Samuel —me informa Lukás—. Tal vez quiera quedar para ir juntos al aeropuerto. Vuestro vuelo sale en 4 horas.
—Tan oportuno como siempre —ruedo los ojos y río, haciendo una mueca graciosa con la lengua, dejando espacio en la cama para que Lukás se levante y conteste la llamada.
El joven camina hacia la puerta y sale de la habitación mientras saluda a su viejo amigo. Aprovecho ese instante para revisar los mensajes de mi teléfono móvil. Hay varios del grupo de chat que tengo con Abril y Gala. Excluyendo el interés de la última por conocer todos los detalles de los momentos de sexo pasional, hay muchos mensajes preguntándome por el viaje y por Lukás, especialmente si alguna editorial se ha interesado en su novela. Resoplo, apenas hemos podido hablar del tema. Lukás me contó que no ha tenido suerte con las editoriales que contactó, aunque se le olvidó mencionar una. Ink-Cloud. La editorial donde él trabaja.
Como si el destino estuviera esperando este momento, dirijo mi mirada hacia la mesa del escritorio de la habitación y observo que el ordenador portátil está encendido. Una sonrisa se dibuja en mis labios al darme cuenta de que, sobre la esquina superior derecha de la pantalla, se encuentra pegada la misma fotografía que, en su día, yo encontré en mi habitación, días antes de que Lukás regresara a España. La misma imagen donde se me ve a mí, tras la barra del Muse's, con una camiseta a rayas y la mirada perdida. Sonrío de nuevo, percatándome del tiempo que ha pasado ya y sintiendo como los recuerdos se agolpan en mi pecho.
Una parte de mi me dice que puedo meterme en un lío bien gordo. Sin embargo, cuando quiero darme cuenta, pulso la tecla enter del ordenador para desbloquearlo y, ante mis ojos, se despliegan varias pantallas. La principal es un documento de trescientas cuarenta y ocho palabras con el título "Oxitocina" en letras grandes y subrayadas. Otra de las pestañas es su página de correo electrónico con un e-mail en la sección de borrador. Me sorprendo al cliquear encima y observar que se trata de un correo para la editorial Ink-Cloud, con el archivo de la novela adjunto, un resumen de la obra y una presentación que Lukás ha redactado minuciosamente. Por curiosidad, ojeo la fecha en la que se redactó dicho borrador. Hace más de dos semanas.
¿Y si esta es la oportunidad que tan anda buscando Lukás? ¿Qué puede perder? ¿Quién le dice que esta no es la definitiva?
Me hago con la fotografía y, con un bolígrafo a punto de desgastarse, escribo en la parte trasera:
La vida es un salto al vacío y nosotros estamos hechos para volar. Es hora de que sigas volando. Firmado:
La chica de la butaca once.
Escucho como Lukás se acerca, despidiéndose de Samuel tras una larga conversación. Me sudan las manos. Sé que me estoy metiendo en un terreno que no me pertenece pero su historia merece este impulso, y él también. Su historia es realmente buena.
—¡Nos vemos luego, Samuel! —se despide, girando el pomo de la puerta de la habitación.
Un chasquido. Enviar. Listo. Su mensaje ha sido enviado correctamente. Cierro el ordenador y pego de nuevo la imagen en el marco del ordenador.
Lukás abre la puerta y me encuentra tumbada en la cama, en la misma posición en la que me había dejado antes de salir del cuarto.
—Samuel nos espera dentro de una hora en la puerta de la terminal del aeropuerto. ¿Tienes lista tu maleta?
Asiento mientras me levanto de la cama y me coloco delante de Lukás, rodeando su cuello con mis brazos a la vez que él repite el mismo gesto sobe mi cintura. El muchacho sella mi frente con un tierno beso.
—¿Estás lista para volver a casa?
Le miro, analizando hasta el más mínimo detalle que pueda llevarme conmigo de vuelta. Sus largas pestañas, sus finos labios, el castaño de sus ojos, su melena rubia ahora recogida en un pequeño moño despeinado, la marcada forma de su mandíbula, sus cejas gruesas y la calidez de sus manos por encima de mi ropa. El tiempo se para, se pausa como solo nosotros dos sabemos hacerlo. Es entonces cuando doy por fin con las palabras exactas. Esas palabras que tanto tiempo anduve buscando y cuyo significado no comprendía:
—Hace meses que mi casa es cualquier lugar donde tú puedas entrar.
¡HOLA BONICOS!🔥❤ ¿Cómo estáis? Espero que vaya todo genial y que todos os estéis cuidando mucho.
¡TACHÁAAAAAAAN! Aquí tenemos la única y auténtica verdad. ¿Qué os parece? ¿Lo esperabais? ¿Creéis que Lola ha tomado la decisión correcta? ¿Cómo se lo tomará Lukás cuando se entere? ¿Le aceptarán la novela en la editorial?
¡Contadme vuestras teorías! Ya sabéis que me encanta leeros.
Os adoro bonicos ❤❤
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