CAPÍTULO: 60
LUKÁS
Comer en el restaurante Bier und Bierli se convirtió en una especie de tradición que, mi familia y yo cada sábado, creamos al poco tiempo de que Fynn comenzase sus estudios universitarios, siempre becado por sus excelentes calificaciones. Algo que enorgullecía a mi padre. Le brillaban los ojos e hinchaba el pecho, presumiendo de su hijo mayor como el futuro jefe del banco nacional más poderoso del país, del que mi padre formaba parte, claro. Mi madre se mantenía al margen, en silencio, ella solo quería que sus dos hijos fueran felices y formasen una bonita familia. Yo siempre he sido más sencillo, puede que incluso simple, me parezco a mi abuela en ese sentido. Acudir al Bier und Bierli ya era un elogio para nuestros estómagos y con eso nos dábamos por más que satisfechos.
Aquel lugar es una taberna típica vienesa, de grandes muros blancos y mesas con sillas de madera rústica a juego. Vista desde la calle, aparentemente, parece un local mucho más diminuto de lo que es una vez dentro. Decenas de comensales ocupan sus rincones y, no sé si por el cobijo de sus arcos de ladrillo macizo o por el olor a carne asada, te sientes como en casa. Por ello, no he dudado ni un segundo en traer aquí a Lola y Samuel a disfrutar de una comida típica de mi país. Y también porque el mural de latas de cerveza antiguas que decora una de sus más extensas y amplias paredes, es digno de contemplar con detalle.
⎯Creo que no tengo suficientes días como para catar todas estas bebidas fermentadas por los dioses ⎯comenta Samuel, abducido, por las latas de metal cilíndricas que resaltan sobre el muro de yeso blanco.
Como buen amante de la cerveza que es, le recomiendo una oscura con bastante cuerpo y aromas a coñac y toques de cereza. En cambio, a Lola le aconsejo una de mis favoritas, mucho más suave que por la que mi viejo amigo se decanta. Se trata de una cerveza rubia oscura, con un sabor dulce que simula el caramelo y especias. Y a sus labios, pero eso me lo guardo para mí.
⎯¿Qué nos recomiendas para comer? ⎯pregunta ella, inquieta⎯. No entiendo ni una sola palabra de la carta.
⎯Te falta cultura general ⎯le reprocha Samuel, bromista, en tono de superioridad.
⎯¿A caso tú sabes alemán, listillo?
⎯Te sorprenderías del sinfín de mis cualidades, pero ⎯Samuel se detiene al ver llegar las bebidas. Sus ojos tintineantes reciben al robusto camarero que, bajo el asombro de Lola, seguramente transporte las tres jarras de cerveza en una sola mano⎯, por respeto a mi colega, me mantendré callado como una tumba.
Relamiendo los restos de espuma amarga que quedan reposando sobre mi labio superior, desprendo una grave carcajada que Lola acompaña con un profundo suspiro y una patada a Samuel por debajo de la mesa.
⎯Cierra el pico, fantasma.
Entre risas, anécdotas y el final de un echar de menos que parecía no cesar, la comida transcurre demasiado rápida para mi gusto. Aunque dicen que es lo que ocurre cuando alguien está disfrutando del momento. Samuel se ha atrevido con uno de los platos más típicos de la zona; Gulash, un guiso de carne estofada y verduras, con su correspondiente guarnición de puré de patatas y chucrut. En su lugar, Lola se ha decantado por, lo que traducido del alemán sería, una “sopa de tortitas”. Nada suculento si escuchas su nombre, pero, confieso que sabe mucho mejor de lo que suena. Y yo he escogido mi plato favorito: Wiener Schnitzel, probablemente, el plato más internacional de toda la gastronomía austriaca. A simple vista, no es más que un filete de ternera empanado de un tamaño desmesuradamente grade, acompañado de ensalada fría de patatas, pero está delicioso.
Lola nos cuenta como Nico y Bruno se están haciendo cargo del Muse’s y las intenciones cercanas a comprarlo expresadas por el señor Collins en estos días y que Bruno, sin contárselo a nadie, ha inventado un nuevo café especial a base de caramelo, hielo, chocolate puro y confitura de frambuesas, con un sabor en boca tan potente como su nombre: América. Lola reconoce que ambos la echan de menos, ella no pasa ni una sola mañana sin visitar su antiguo dormitorio antes de irse a las clases o a trabajar. Lo ha convertido en una especie de ritual que le da la tranquilidad que necesita para saber que el día va a ir bien. Sin embargo, Bruno trata de endurecer esa clase de coraza que se ha construido, pero no es la primera vez que Nico se lo encuentra dentro de la alacena contemplando la copia de la fotografía que ambos guardamos. Y, cita las palabras exactas de su amigo, la expresión de sus ojos al salir no es la misma que tiene al levantar la persiana de la cafetería.
Samuel, por su parte, está emocionado con su nuevo trabajo impartiendo clases de arte dramático en una pequeña escuela que recién acaba de inaugurarse y nos habla por encima de sus planes de mudanza a un piso mucho más céntrico.
⎯Y, ¿qué hay de ti, escritor? ⎯me pregunta.
Es curioso como, en España, la respuesta a esa misma pregunta me hubiese salido de manera automática. “Estoy estudiando lo que me gusta, trabajando en lo que me gusta, escribiendo tanto que tengo los dedos engarrotados y tengo la infinita suerte de hacerle el amor a la chica que admiro cada noche”. Aquí y ahora, no. No tengo una respuesta clara ni convincente, ni siquiera para mí. La oficina es estresante, aunque me guste mi trabajo y mi aportación a la editorial, siento que me ahogo cada vez que entro a mi despacho. Tengo pilas enteras de libros por leer sobre mi escritorio y no encuentro fuerzas para terminar ni uno de ellos o sacar una buena crítica, tal vez influya el hecho de que ninguna editorial se ha interesado por mi novela. El pronóstico de mi madre cada día es más incierto y que mi padre pase noche si y noche también fuera de casa, en paradero desconocido, no ayuda en absoluto. Por no hablar de nuestra nefasta relación y el cansancio acumulado de la abuela, quien debería disfrutar de ella y no adjudicarse el cargo de ser el pegamento de una familia rota de raíz y sin solución. Y, por último, lo que más me duele es no poder visitar la tumba de mi difunto hermano sin entrar en estado de pánico, porque el miedo, la culpabilidad y las imágenes borrosas en mi mente de aquella estúpida fiesta me corroen por dentro desde que pisé de nuevo mi ciudad natal.
A todo esto, se le suma el no ser capaz nunca más de volver a sumergirme en el color intenso de los ojos de Lola ni en su sonrisa o no poder contar los lunares de sus mejillas o no tener la opción de disfrutar de su cuerpo con todos mis sentidos.
Me declino ante la opción más fácil y cobarde. Sobre todo cobarde.
⎯No hay mucha novedad que contar, ya sabes, mucha carga de trabajo en la editorial. Tenemos varias campañas abiertas y se acerca la entrada de novedades al mercado.
⎯Amigo ⎯me llama Samuel. Yo escucho el golpe de su jarra de cristal al depositarla sobre la mesa de madera⎯, nos tenías preocupados. Te notábamos distinto en tus últimos mensajes.
⎯Duermo poco ⎯confieso, llevándome una cucharada de ensalada de patatas a la boca⎯, me quedo trabajando hasta tarde. Ya me conocéis, me resulta complicado sumirme en la rutina.
Rutina. Esa palabra cuyo significado tanto miedo me daba admitir y pronunciar hace años. La misma en la que me encuentro envuelto ahora, visto y no visto. De la noche a la mañana. Un giro de 180 grados que lo cambia todo. De vuelta a mi hogar, con un trabajo que me da cierta estabilidad, y al que le dedico más de la mitad de mis días, y cientos de sueños llenando la mochila que cargo a mis espaldas. Una mochila que cada día me cuesta más transportar. Un trabajo que ya no tengo claro si me llena. Y un hogar que no es casa ni refugio. Mi hogar está en otro lugar, y está junto a la persona que ahora me agarra la mano bajo la mesa. No sé en qué momento de la conversación he comenzado a temblar.
Minutos después, uno de los robustos camareros acude a nuestra mesa preguntando en perfecto alemán si, alguno de nosotros, tiene intención de comer o beber algo más. Lola suspira de forma exagerada, ni siquiera ha podido terminar su plato principal, pero se anima a compartir conmigo una tarta de manzana. Samuel, por su parte, pide una para él solo.
El olor dulce y su suave sabor se deshacen en el paladar junto a los diminutos trozos de manzana y helado. Un auténtico contraste de temperaturas, aromas y matices.
⎯¡Creo que voy a explotar! ⎯exclama Samuel dejando caer sus cubiertos sobre el plato vacío⎯. No quiero volver a oír nada sobre comida hasta que volvamos a España.
Lola estalla en carcajadas.
⎯Te recordaré este momento dentro de dos horas, cuando tu estómago de dinosaurio vuelva a rugir.
⎯Sé que no aguantarás tanto tiempo sin verme pero ⎯un agudo sonido, simulando al ruido de varis burbujas explotando, sale del teléfono móvil de Samuel⎯, una preciosa damisela francesa está ahora mismo ahí fuera, ansiosa de explorar Viena con un atractivo turista como yo.
⎯No me lo puedo creer… ⎯comenta Lola, sin dar crédito a lo que su compañero de viaje acaba de admitir.
⎯¿Qué me he perdido?
Escucho como Samuel arrastra su silla hasta levantarse. Después, camina hasta situarse a mi lado y deposita una mano sobre mi hombro dándome un ligero apretón que, en el fondo, consigue reconfortar todas las sensaciones naufragan a la deriva en mi interior ahora mismo.
⎯Samuel le ha tirado los tejos a un pobre chica francesa en el autobús. Ahora tiene su número de teléfono.
El joven aludido inspira con fuerza y deja escapar el aire en un forzado suspiro de loco enamorado.
⎯Ya lo dijo Bukowski: La gente no quiere amor; la gente quiere triunfar, y una de las cosas donde puede hacerlo es en el amor ⎯reconozco que echaba de menos ser testigo de ese tono dramático⎯. Y yo, querida aprendiz, he triunfado por todo lo alto. ¡Au revoir!
Reprimiendo su risa a regañadientes, Lola apoya su cabeza sobre mi hombro y, deja que su mano izquierda se pierda entre los mechones rubios de mi cabello, jugando con ellos, enrollándolos en sus dedos y soltándolos luego.
⎯Siempre me ha resultado curioso como siendo tan distintos, podéis llevaros así de bien.
⎯Quizá sea por eso mismo. Es algo parecido a lo que os ocurre a Gala, Abril y a ti, ¿no?
Siento como la joven asiente con la cabeza, sin dejar de masajear mi nuca con sus finos dedos. Un minuto de silencio entre nosotros es suficiente para que, ambos, demos vida con las palabras al mismo pensamiento.
⎯Te he echado de menos.
Escuchar nuestras voces compasadas al unísono nos hace reír y Lola sella este momento dirigiendo mi mentón hacia su rostro y besa mis labios con cautela. Con una ternura que casi duele. Dejo escapar un quejido al percibir que es ella quien se separa y sustituye el tacto de sus labios por su dedo, perfilando con lentitud mis comisuras.
⎯Ven ⎯le pido haciéndome de nuevo con mi bastón⎯, quiero enseñarte algo.
Entrelazo mis dedos libres con los suyos y le ayudo a ponerse en pie. Le doy las gracias a los camareros con una expresión en alemán y, antes de abandonar el local, atraigo el cuerpo de Lola hacia el mío, acallando su grito de sorpresa en mis labios y apaciguando el deseo de sentirla durante tantos meses. Nuestras bocas se mueven a la perfección, como si hubiesen sido creadas la una para la otra. Ambos sentimos tan conexión que se nos eriza la piel y yo aprovecho para explorar su boca con mi lengua. Despacio, saboreando el instante, rememorando la adicción que me genera su aroma a cítricos y lo mucho que anhelaba su calor.
Con la respiración acelerada, Lola se despoja de su risa nerviosa y se aferra de nuevo a mi mano mientras comenzamos a andar.
Quiero enseñarle a Lola uno de los lugares más bellos y emblemáticos de la ciudad. Un lugar que, a su vez, me ha servido de inspiración y desconexión durante toda mi vida. La Catedral de San Esteban.
Sus tiendas, los rincones de la plaza donde habita esbelta, imperiosa y radiante, solo tengo buenos recuerdos de mi infancia y adolescencia en este lugar. Sus muros y decoraciones despertaron en mí el afán de amar el arte como una forma de vivir y apreciar la vida. Tras estas paredes un joven Lukás decidió tomar el camino de la literatura, queriendo formarse en ella y acabar siendo un reconocido escritor. Aquí reside una parte de mí, para siempre, y quiero que Lola lo conozca.
Tras pasear por sus alrededores, encontramos un banco de madera vacío donde nos sentamos a descansar.
⎯Estás muy callado ⎯Lola se sienta sobre mis rodillas y rodea mi cuello con los brazos.
⎯Deseaba tanto tenerte aquí conmigo que ahora no sé qué decir.
⎯Yo también estoy muy feliz de estar aquí. Samuel movió unos cuantos hilos y coincidimos en que algo no marchaba bien aquí, contigo.
Lola acaricia mi nariz con la suya, emitiendo un sonido de felicidad que me hace sonreír. Sus manos pasean por los centímetros de piel que visten mis antebrazos, trazando líneas ilegibles que me provocan cosquillas al llegar a la altura del codo.
⎯Lukás, tal vez puedas engañar a Samuel pero no a mí ⎯confiesa. Está nerviosa, de lo contrario no podría explicar el vaivén de sus piernas inquietas sobre las mías⎯. ¿Qué ocurre? Y dime la verdad.
No puedo mentirle. A ella no, me conoce demasiado bien. Por mucho que intente mantenerla a salvo de mi pasado, mis actos han terminado por manchar mi presente y futuro. Nervioso, ajusto la montura de mis gafas oscuras en el puente de mi nariz.
⎯Contarte la verdad supondría que cambiaras tu forma de verme y, Lola, no eres consciente de lo egoísta que puedo llegar a ser para que eso no ocurra.
⎯¿De qué estás hablando?
⎯Venir aquí, a Viena, volver a mi casa, a los recuerdos, ha hecho que todo mi pasado, todo lo que nunca he contado a nadie, salga a la luz en mí de nuevo ⎯noto como mi voz se apaga a medida que continúo hablando⎯. Mi hermano, mis padres, mis proyectos… Es como si todo se venciese sobre mí y no pudiese respirar.
⎯¡Eh! ⎯Lola atrapa mi rostro entre sus manos y los acuna con caricias suaves, reconfortantes, transmitiéndome la paz que tanto he anhelado desde que pisé la tierra que me vio crecer⎯. Estoy aquí, Lukás. Estoy contigo, siempre lo he estado, incluso cuando ninguno lo supimos ver.
⎯Fui un completo imbécil, un cobarde que no supo afrontar la realidad y eligió herirte y desaparecer antes que plantar cara. Igual que con Fynn.
Comienzo a temblar, igual que lo hice en el restaurante, aprieto los puños con fuerza y me aferro al cuerpo de Lola en un abrazo. Un abrazo cargado de miedo e inseguridades. Un abrazo que me hace ganar solo unos pocos segundos más para encontrar las palabras exactas.
⎯Mi madre cayó en una fuerte depresión tras la muerte de Fynn. Fue un golpe muy duro para todo pero, para ella, supuso adentrarse en un mundo de pesadillas constantes, calmantes diarios y visitas a hospitales más frecuentes de lo que nos hubiese gustado. Una noche, mi abuela la encontró inconsciente sobre el suelo del baño y una mancha de sangre bajo su camisón. Esa fue la primera vez que intentó quitarse la vida.
⎯Lukás…
⎯Mi padre no estaba en casa, nunca lo está de hecho. A la mañana siguiente, recibí una llamada del médico de urgencias que atendió a mi madre. Ella no dejaba de repetir que solo quería reunirse con su hijo una vez más.
Ahí es cuando me rompo, sin impedimento. Me deshago en un mar de lágrimas y recuerdos amargos que me bloquean para seguir hablando. Lola emite un sollozo ahogado, pero no me toca. Ni un roce. Nada. Están tan confusa que mi subconsciente me pide callar, dejarlo todo por hoy. Pero no puedo prolongar todavía más mi cobardía.
⎯Por eso te fuiste ⎯adivina la joven⎯. ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Por el amor de Dios! ¡Yo lo hubiese entendido! ¿Sabes la de miles de opciones que se me pasaron por la cabeza? ¡Terminé incluso creyendo que todo fue un juego para ti Lukás!
Lola se levanta, agitada. No le culpo. No tengo ningún derecho a hacerlo. Me siento inerte, incapaz de reaccionar. Porque ella tiene razón en todo lo que dice y yo lo supe todo el tiempo.
⎯Me vi obligado a coger el primer avión y viajar junto a ella. Si yo no lo hacía, nadie lo haría. Mi padre, desde entonces, la miraba como su fuese una extraña, una demente cuyo hijo le fue arrebatado de la noche a la mañana por un jodido accidente que yo tuve el poder de evitar ⎯me falta el aire, tanto, que no tengo la conciencia de estar hiperventilando hasta que dejo salir toda mi rabia interior⎯. ¡Joder! ¡Contarte toda esta mierda suponía hablar de cómo murió mi hermano! ¡De cómo se montó en ese puto coche después de esa maldita fiesta!
Grito. Grito tan fuerte que mi garganta se desgarra por dentro, intentado liberar cada ápice de desesperanza, culpa e ira que alberga en mi cuerpo. Un cobarde, un maldito cobarde que no supo salvar a su hermano mayor. Un cobarde que se esconde y huye de los problemas a la primera de cambio. Un cobarde que no tiene las suficientes agallas como para afrontar la realidad de su familia. Un cobarde que no se merece a una mujer como Lola. La misma Lola que ahora me abraza con tanta fuerza que, hace como el miedo que tengo a flaquear y caer de rodillas al suelo, desaparezca por una milésima de segundo.
⎯Solo me dejaste una fotografía ⎯susurra sobre mi cabello.
⎯Pocas horas antes de tomar el primer vuelo a Viena, fui al Muse’s. Fui porque quería hablarlo todo contigo, pero no pasé de los metros que separan tu casa de la puerta de la cafetería. Allí conocí a tu madre por primera vez ⎯su cuerpo se tenga entre mis brazos al escuchar esa última frase⎯. Ella lo sabía, sabía que el día que yo volviese a por ti, ella dejaría esa fotografía en la pared de tu dormitorio. Creí que era una buena forma de hacerte ver que nuestro hilo rojo no moriría, que nunca he sido capaz de olvidarme de ti. Creí que así te darías cuenta de cómo te quise desde el primer momento en el que me crucé con tus ojos en aquella sala de cine.
⎯Ella lo supo todo desde el principio…
⎯Pero yo le pedí que no dijera nada. Quería hacerlo yo y quería hacerlo bien, no así. Meses después tuve el accidente y, Lola toda mi vida se vino cuesta arriba y quise volver a construirla desde cero, volviendo al lugar donde fui realmente feliz. Volviendo a ti ⎯nos separamos, lo suficiente como para juntar nuestras frentes y sentir el aliento de Lola impactar contra mis labios⎯. Fui un completo imbécil.
⎯Sí ⎯ríe, sorbiendo por la nariz y dejando escapar una pequeña risa nerviosa⎯. Tuviste que contármelo. Pero el miedo nos paraliza. Somos humanos y todos cometemos errores. Yo pensé que liarme una noche con un desconocido iba a ser suficiente para olvidarme de ti.
Lola limpia mis mejillas con sus pulgares y dejar caer su cabeza apoyada sobre mi hombro. Su respiración se vuelve profunda y sosegada, al igual que la mía lo hace al presentir que Lola no va a huir como yo lo hice. Ella sigue aquí, conmigo, no ha desaparecido. No la he perdido.
⎯Estabas en tu derecho a hacerlo, no éramos…
⎯Pero quiero que lo seamos, Lukas ⎯confiesa, tan segura de sí misma que me hace enloquecer aún más si es posible⎯, quiero que esto sea de verdad, que tu y yo seamos reales. Un equipo. El mejor equipo del mundo. Que nos respetemos, que no haya más secretos. Que seamos el ejemplo que siga manteniendo viva la leyenda del hilo rojo. Te quiero, Lukás Gruber.
⎯Te quiero, chica de la butaca once ⎯susurro rozando sus labios, sin llegar a unirse, pero nunca antes he dado una muestra de amor tan sincera como esta⎯. Lo siento tantísimo.
Lola no me deja continuar, callándome con un beso cálido, tierno, lleno de sentimientos ahora en libertad. Le quiero, nos queremos. Ella es mi hogar, mi presente y el futuro al que quiero pertenecer. Ella hace que me sienta vivo. Hace que quiera despertarme cada mañana con su aroma en mi piel y la ropa desordenada por los suelos. Hace que mis letras cobren sentido, que la misma canción suene distinto cada día. Ella me hace ser mejor persona, que quiera evolucionar y crecer a su lado. Lola es mi musa, mi mejor amiga y se acabaron los secretos con ella. Y, cuando digo se acabaron, me refiero a todos.
⎯Hay algo más que tengo que decirte ⎯le advierto⎯. Quiero contarte con calma lo que ocurrió aquella noche con Fynn pero, para eso, hay algo que debes saber antes.
Mi tono de voz es tenue, sereno. Con mis manos, sujeto las suyas con firmeza y, tomando una gran bocanada de aire que me ayude a salir adelante, dejo salir de mi pecho aquello que desencadenó la furia entre mi padre y yo. Algo que él nunca reconoció, no hasta la pérdida de su primer y único hjo.
⎯Mi padre no es mi auténtico padre, Lola.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro