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CAPÍTULO 57

LUKÁS

Reconozco que, acudir a la reunión del equipo de edición y publicidad, acompañados por dos autores, conocidos ya comúnmente como "de la casa", y sus dos nuevas creaciones literarias, ha merecido la pena como medio de distracción a todos mis pensamientos. Al menos durante cinco minutos seguidos, algo que ni las conversaciones sobre postres con mi abuela han podido conseguir.

No he pasado una buena noche. Después de la última discusión con mi padre, mi madre no ha dejado de preguntar por mi hermano mayor, esperándole a la hora de la comida, dejando un sitio vacío a su lado, en la mesa, con la esperanza de que, en cualquier momento, se escuchase a Fynn entrando en casa, regocijándose en lo bien que le había ido el trabajo en la oficina y lo molesta que le resultaba llevar la corbata tan ajustada al cuello. Pero nada de eso ocurre, ya no. Y mi madre se ha quedado atrapada en el cuerpo de una mujer que anhela la presencia de su hijo.

Mi padre, en cambio, lleva dos noches sin pisar nuestra casa. A penas pasa tiempo con nosotros a la hora de la cena. Dudo incluso que sea conocedor de que, por orden médica, le han duplicado la dosis de medicación a su esposa. Algo que ni siquiera puede acallar sus gritos y pesadillas a altas horas de la madrugada.

Uno de los escritores, un hombre veterano, de voz grave y áspera, al igual que el olor intenso que desprende a tabaco y barniz, me explica lo interesante que fue para él la etapa de investigación y documentación de la idea principal que envuelve a la novela. Los párpados me pesan y percibo la tensión acumulada sobre mis hombros mientras le doy vueltas al café con una cucharilla metálica. Pierdo la noción del tiempo al recordar la conversación que mantuve con Samuel a primera hora de la mañana, poco tiempo después de abandonar la habitación de mi madre ya dormida, presa del agotamiento físico y mental que se apodera de su cuerpo sin descanso día tras día.

—Tienes que contarle todo esto a Lola, tío. Merece saberlo.

—Joder, ¿crees qué no lo sé?—me siento tan cansado que cualquier comentario hace que me sienta irascible, enfadado conmigo mismo—. Lo siento, Samuel.

Me froto los ojos, dejándome caer hacia atrás sobre la cama, hasta que mi espalda impacta contra el frío colchón.

—Sé lo que debo hacer—suspiro, frustrado con mi propio comportamiento, por culpa de las mentiras. Porque Lola merece algo mucho mejor de lo que en realidad soy, y eso me mata por dentro—. ¿Pero qué gano contándole todo ahora? Tiene que centrarse solamente en la exposición de mañana, es un gran paso para ella y, contarle todo, solo haría más que preocuparla en exceso por problemas que ya no tienen solución. No puedo cambiar el pasado, Samuel. Por mucho que me duela.

—Ella lo entendería. Tú no eres el culpable de nada, por mucho que el cabrón de tu padre quiera hacer creer lo contrario.

Tras aquella llamada, me rompí. No sé si el desencadenante de todo lo que ocurrió entre esas cuatro paredes fueron los engaños y mentiras, la depresión de mi madre, Fynn, aquella fiesta y ese estúpido coche, el afán por Lola, porque todo fuese distinto y más sencillo. O, simplemente, me deshice en un sinfín de lágrimas y rabia al escuchar la palabra "padre". Algo tan desconocido como necesario para mí. Desconozco cómo ocurrió, era como si la cólera que corría por mis venas y el dolor, se adueñasen de mi cuerpo, arrojando las almohadas y sábanas de la cama al suelo, al igual que los documentos ordenados y libros de mi escritorio. Golpeé con mis nudillos las puertas de mi armario una y otra vez, hasta que no pude más y mis piernas terminaron por ceder ante la ansiedad que me invadía. Sentí una fuerte opresión en el pecho, la misma que experimenté la noche en la que Fynn desapareció, tendido sobre aquella cama de hospital. Con la atenta mirada de mi madre amparándome, como siempre lo ha hecho, y la furia de un padre fuera de sus cabales, acusando a su hijo menor de asesino, escuchándose en cada recoveco de los pasillos blancos y pálidos. Yo no lograba entender nada.

—¿Lukás?—la voz de mi compañera, Anna Steiner, me atrae de nuevo a la realidad, despojándome de los recuerdos de esta mala noche—. ¿Te encuentras bien? Estás muy pálido.

Con un suave gesto, aparto mi taza de café de porcelana, sin apenas habiendo consumido un par de sorbos cortos, y me dirijo al resto de mis compañeros y autores.

—Disculpadme, necesito ir un momento al baño.

Me sujeto con fuerza a mi bastón, temiendo desfallecer en cualquier momento. Presiento como la camisa de mi traje se adhiere a la piel húmeda de mi espalda, un sudor frío recorre las palmas de mis manos y percibo lejanas las voces de los comensales más cercanos a mí. Deprisa, me adentro en los lavabos, encerrándome en uno de los cubículos individuales que lo forman. Me dejo caer, resbalando la chaqueta azul oscura de mi atuendo por una de las paredes hasta sentarme sobre el suelo frío del baño. Abatido, con manos temblorosas producto de la decepción que siento de mí mismo, aflojo el nudo de mi corbata de seda y apoyo mi frente sobre las rodillas, a la altura del pecho.

Entonces ocurre. La presión en mi cabeza aumenta a medida que recuerdo de manera totalmente nítida cada detalle de aquella fotografía que le hice a Lola en el Muse's el verano en el que nos conocimos. La misma tarde en la que yo estaba dispuesto a tomar ese avión, horas más tarde de que América fuese cómplice de ello y de todo lo que vendría después. Desde el primer momento, supo que existía algo diferente entre su hija y yo, algo mágico, inesperado, un sentimiento tan poderoso que ni un puñado de kilómetros han podido disolver. América fue mi única cómplice, apostó por nosotros, ocultándole a su hija todo tipo de contacto que mantuvo conmigo hasta que, años después, regresé y Lola pudo encontrar esa imagen que nos ha traído hasta aquí.

Un fuerte nudo se forma en mi garganta, impidiéndome tragar, al rememorar todos los momentos que disfrutamos juntos sobre la azotea de ese viejo hotel. Un lugar que decidimos hacer nuestro, solo nuestro. El pecho me arde al temer no poder besar sus labios nunca más si descubre la oscuridad que ahora me consume desde el interior. Lukás Gruber no es más que una triste moneda de dos caras, un niño al que le aterra plantar cara a su padre.

Todo aquello que viene conmigo, que comparte mi vida, acaba por desaparecer. Destruyo todo lo que toco. Primero la relación con mi padre, y más tarde Fynn, llevándose la salud de mi madre con él. Fueron mis acciones, mi forma de ser, mis decisiones las que ahora me hacen estar donde estoy, acurrucado en la esquina de unos lavabos, lejos de mi casa, sintiendo el aliento del miedo más cerca que nunca. Miedo de perder a mi familia. Miedo de olvidar la esencia auténtica de mi hermano. Miedo de seguir decepcionando a mi padre. Miedo de que ella nunca me perdone y desaparezca. Solo pensarlo me desquebraja lentamente.

Aquí dentro todavía puedo escuchar su risa. Sentir el calor de su cuerpo sobre el mío, el tacto aterciopelado de sus labios fundiéndose con los míos, encajando a la perfección. Oler su aroma a cítricos y café recién hecho.

Cegado por los recuerdos y la angustia que me recrea en mi estómago, saco el teléfono móvil del bolsillo de mi pantalón y lo desbloqueo con la voz entrecortada.

—Llamar a Lola—respondo dando la orden, permitiéndome cerrar los ojos y no pensar por un instante en algo que no sea la voz de la chica de la butaca once pronunciando mi nombre.

Un tono.

"Lola, fui yo quien te hizo la fotografía que encontraste en tu habitación. Tu madre la colocó estratégicamente allí, yo se lo pedí días antes de regresar a España por ti. Siempre por ti"

Dos tonos.

"Mi madre cayó en una fuerte depresión, poco tiempo después de descubrir que mi hermano había muerto tras permanecer días desaparecido. Entonces yo estaba contigo, hace dos veranos. Tuve que irme para cuidar de mi madre, por eso me marché... Jamás me olvidé de ti".

Tres tonos.

"Fynn desapareció, junto a su amigo de la facultad, Alfred, tras sufrir un accidente de coche. Fynn iba sentado en el asiento de atrás, junto a dos de mis amigos de la compañía de teatro, Alfred ocupó el asiento del copiloto".

El teléfono al que llama se encuentra apagado o fuera de cobertura, deje su mensaje después de la señal.

"Lo sé porque yo le dije que cogiese ese coche después de aquella maldita fiesta".

—Lola, yo...—siento como si mil puñales se clavasen despacio, llegando hasta lo más profundo de mi corazón—. Te necesito. 











¡BONICOS! ❤ Tengo que confesaros algo, admito que este capítulo no estaba pensando. El capítulo que tenía comenzado era un capítulo narrado por Lola, completamente distinto (concretamente, era  el siguiente capítulo). Sin embargo, a la hora de enfrentarme a continuarlo, me he visto en la necesidad de escribir un capítulo de Lukás donde se descubre parte de sus secretos... Creo que le da un toque mucho más intrigante al final que por cierto, anuncio que quedan 5 capítulos + epílogo ❤ ¡QUÉ NERVIOSSSS

¿Qué creéis que pasó la noche de la desaparición de Fynn? ¿Y el padre de Lukás, qué opináis? ¿Creéis que Lola entenderá la posición de Lukás? Desde luego, él tiene muchísimo miedo de perderla y, a pesar de todo, estamos viendo como le cuesta confiar en sí mismo en cuanto a sentimientos. Aparenta ser una persona muy independiente pero, en el fondo, Lola le sostiene y siente que sólo con ella puede ser él mismo 😭💔

¡Contadme vuestras teorías!

Os dejo arriba una canción que, en mi opinión, se caracteriza mucho con los sentimientos de Lukás. Os recomiendo que la escuchéis mientras leéis el capítulo 

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