CAPÍTULO: 56
LOLA
La luz cegadora del flash de mi cámara de fotos recae sobre las esbeltas figuras de mis compañeras, quienes no terminan de sentirse cómodas frente al objetivo de la misma. No lo digo solo yo, lo reflejan sus tensas facciones y rígidas sonrisas de niñas a punto de tomar la primera comunión.
—Abril —le llamo la atención a la joven muchacha rubia—, no puede ser que, en cada fotografía, tu cara sea idéntica a la anterior. Tenéis que relajaros, dejaros llevar. Y Fátima, los brazos, no los dejes caer con desgana.
—Lola, no somos modelos profesionales —se queja esta última.
—Lo sé.
Suspiro con resignación, agotada, depositando la pesada cámara sobre un viejo mueble de madera pintada sobre un barniz de relucientes tonos ocres. Por supuesto que lo sé y en ningún momento les pedí que lo fuesen, tal solo que se mostrasen con su propia belleza natural, que fuesen ellas mismas ante la cámara. Sin embargo, he olvidado que, apreciando mi grado de nerviosismo desde fuera por la exposición de Kenia de pasado mañana, obtener un buen resultado desde el inicio no iba a ser una tarea sencilla.
Desde el primer momento, mi profesora fue quien depositó su determinación y compromiso conmigo y mi trabajo, asegurándome un pequeño espacio dentro de una de las exposiciones de fotografía más importantes de su carrera como artista. Esta podría ser la mecha que prendería mi llama, mi auténtica luz. No puedo dejarlo escapar, no puedo cometer ni un solo error en esto.
—Será mejor que nos tomemos un descanso —les anuncio. Me llevo las manos a la cara, masajeando con intensidad las cuencas de mis ojos cansados por las luces del set, repitiéndome a mí misma como todo tiene que ser perfecto.
Abril abre su diminuto bolso de terciopelo rosa palo y saca de su interior una botella de agua pequeña, a la que no tarde en propiciarle un largo trago. Limpia su comisura con la zona posterior de su muñeca y juguetea con la etiqueta de papal que envuelve el recipiente de plástico. Gala se retoca su elaborado maquillaje en uno de los espejos vintage que decoran las paredes del estudio que, la propia Kenia, ha optado por cederme durante toda la tarde para dar vida a mi pequeña aportación fotográfica. Por su parte, Fátima, la joven más dicharachera del grupo de "Voces Violetas", se deja caer sobre el frío suelo, cerrando los ojos. Su melena pelirroja se derrama por las blancas alfombras que recubren las baldosas y se confunden con el pálido tono de su piel repleta de pecas del mismo color que su cabello inconfundible.
Estoy agobiada. Quedan menos de cuarenta y ocho horas para la inauguración de la galería de fotografía y no tengo nada. Cero resultados y un nivel de agotamiento físico y mental considerable. ¿Por qué toda idea que surge en mi cabeza acaba hecha trizas? Levamos más de tres horas en el estudio y, tras cientos de cambios de luz y planos, nada funciona. Igual debería llamar a Kenia para decirle que me rindo, darle las gracias por su confianza ciega en mi pero que esto me supera.
—¡Eh!— exclama Gala, mirándome fijamente a los ojos, desafiante—. Conozco esa mirada.
—¿Qué mirada?
—La mirada que pones cuando crees que mandarlo todo a la mierda es la única y mejor opción.
Resoplo, resignada. Agotada.
—Tal vez lo sea— sentencio con la mirada perdida en los anaranjados cabellos de Fátima esparcidos todavía por el suelo de la sala—. Os agradezco de todo corazón que os hayáis molestado en dar forma a este fracaso. No he tenido una idea clara, sólida, desde el principio. Y no se puede esperar grandes cosas de un trabajo así.
—Entonces busquemos esa idea, juntas —aporta la dulce voz de Abril.
Sonrío de forma sincera al escuchar esa palabra. Juntas. En los buenos y en los malos momentos. Juntas. Celebrando los triunfos individuales como se de todas se tratasen. Juntas. Ofreciendo un hombro en el que llorar o una mano a la que aferrarse, sabiendo que jamás se desprendería de la tuya. Juntas. Creando el grupo de mujeres que siempre quisimos ser. Avanzando, creciendo, siendo una para todas y todas para una. Aprendiendo las unas de las otras. Juntas, como siempre lo hemos hecho.
Eso es.
Me levanto de un brinco de mi posición, recorriendo el estudio con las manos temblorosas en busca de mi cámara de fotos. Acabo de tener la mejor idea desde que nos hemos reunido aquí. Y, si sale bien, puede que sea la definitiva.
—O acabas de tener un orgasmo místico o esa es la cara de haber tenido una brillante idea —intenta adivinar Gala, mientras ayuda a Fátima a incorporarse del suelo.
No me lo pienso ni un segundo más y, al mismo tiempo que cuelgo el cordel ancho de mi cámara alrededor de mi cuello, les pregunto:
—¿Qué es lo que somos para nosotras mismas?
Las propias caras de asombro e ignorancia de mis amigas hubiesen sido un buen material fotográfico para una sesión sobre lo más parecido a una temática de terror. Abril desvía su mirada, pensativa, mientras arruga de una forma personal su nariz. Es algo que siempre hace cuando intenta buscar la respuesta idónea a cualquier pregunta. Fátima frota su mentón con dos dedos, sin aparta la vista de Gala, quien alza los brazos gesticulando con las manos de forma exageradamente divertida.
—Estás entrado en la fase de artista loca de remate.
—Palabras, chicas— compruebo a toda prisa el enfoque del objetivo—. ¿Cuál es la primera palabra que se os viene a la mente si pensáis en nosotras como grupo? Venga, vamos.
La pelirroja es la primera en romper hielo con dos de las palabras que yo misma considero más importantes a la hora de definirnos.
—Amistad, lealtad
Abril no tarda en unirse a la chica pecosa.
—Compañeras.
—Valientes, luchadoras.
—Feminismo.
—Diferentes.
—Creo que ya sé por dónde quieres ir, amiga —confiesa Gala con una suspicaz sonrisas en sus labios—. Libres.
—Poderosas.
Una enorme ola de satisfacción y emoción sacude mis entrañas, obligándome a cambiar por última vez la luz que ilumina el set. Una gama de colores vivos y tonos pastel, dentro de la gama de morados y blancos recrean un interesante juego de luces que consigue contrastar con la piel diversa de las tres muchachas.
—Fátima, saca todos tus productos de maquillaje de la mochila y da rienda suelta a tu imaginación— la joven se da por aludida y acude a trote hasta su mochila, de donde comienza a sacar paletas de sombras de innumerables colores y texturas—. Yo me encargaré de buscar algo de attrezzo en aquellos cajones y armarios de allí. Chicas, nosotras vamos a ser la esencia del proyecto. Todas esas palabras que hemos recopilado, todo lo que somos y nos representa, vamos a plasmarlo en fotografías. Vamos a llevar a las "Voces Violetas" a la exposición de Kenia.
—¡Manos a la obra!— grita Abril, emocionada, quien ya se ha puesto en manos de nuestra propia maquilladora. Fátima tiene un gusto y técnicas exquisitas a la hora de crear diversos maquillajes y peinados. En alguna que otra ocasión, incluso ha participado como invitada en esporádicos videos de Nicolás en Youtube.
Rebusco entre los rincones de todo el estudio hasta dar con aquellos objetos que más juegos nos pueden proporcionar en la sesión. Un sombrero de copa negro, varias telas de seda lilas y magentas, flores secas y varios tubos abiertos de pintura corporal.
Tras varios minutos de preparación, las tres jóvenes lucen mágicamente hermosas. Los ojos de Gala los potencia una sombra de color violeta mate con toques de brillantina, un eye-liner negro alargado que remarca la línea de las pestañas superiores y la intensidad del iluminador en polvo resalta sus redondeados pómulos. Fátima, en cambio, se ha dibujado a sí misma un eye-liner doble en color morado tanto por la línea superior del párpado como la inferior. Un poco de colorete rosa salmón en sus mejillas y un intento color berenjena en sus perfilados labios. A mi parecer, es el maquillaje de Abril el que más resalta. No sé si por el grisáceo de sus ojos o el pálido tono de su piel. Una degradación de tonos morados, alargados en dirección al extremo final de las cejas, recrea una intensa mirada felina en un aniñado rostro. Dos pequeños brillantes aportan luz en su mirada en la zona del lagrimal, al igual que la intensa máscara de pestañas en color negro realzando el volumen de las mismas. A diferencia de la pelirroja, sus labios lucen más naturales, con un toque de brillo.
Les tiendo a cada una un pequeño espejo para que observen con sus propios ojos lo realmente guapas que están.
—Nena— me llama Gala sin ser capaz de apartar la mirada de su reflejo—, no has visto tres pibones así en toda tu vida.
Estallo a carcajadas y, sin más dilación, comienzo a darles instrucciones de las primeras fotografías.
—Abril, agáchate junto a Fátima un poco más —disparo un nuevo flash, satisfecha con lo que mis ojos ven a través de la lente de la cámara—. Eso es, chicas. Perfecto. Gala recógete el pelo con una mano, sin dejar de mirarme.
Fátima enseguida pierde la vergüenza y se deja llevar ante el objetivo, parece incluso como su hubiese nacido para ello. En sus fotos en solitario se aprecia un aura de sensualidad que capto al instante y la exprimo todo lo que puedo.
La inocencia de Abril es una baza muy interesante en fotografías donde ella se ve jugando con los pétalos de las flores secas o, mi favorita, donde se ve como ella extiende sus brazos como un águila emprendiendo el vuelo. Con pintura morada y negra, Gala ha escrito la palabra libertad en el pecho semidesnudo de la joven rubia.
Asombrada con el resultado de los retratos, escojo de entre todas mi lista de reproducción, aquel conjunto de canciones cuyas artistas femeninas más pueden inspirarnos en este momento. "La bestia cena en casa" de Zahara es la primera en sonar por todo el local.
Las chicas se visten con pareos y tops creados con las telas de sedas violetas y comienzan a bailar al ritmo de la canción. En trío, por parejas, separadas, no puedo parar de crear. Y me llena por completo el alma.
Disparo varias fotografías donde se observa la intimidad de Fátima siendo abrazada por Gala por la espalda. La pureza que desprende Abril en una ráfaga de imágenes donde se ríe a carcajadas después de que Gala cayese al suelo tras tropezarse con una de las alfombras que cubren el suelo. La firmeza y el desafío de la mirada intensa de la joven morena mientras cubre su boca con ambas manos.
Son más de treinta fotografías las que he conseguido recopilar en la memoria de mi cámara de fotos. Me espera una larga noche de trabajo de edición, pero habrá merecido la pena.
—¡Hemos terminado! —anuncio pletórica.
Las cuatro, juntas, nos unimos en un fuerte abrazo y, bajo el ritmo de la playlist, bailamos. Bailamos sin importarnos nada más que disfrutar, nada más que el mensaje que quiero transmitir con mi obra. Bailamos, hasta que una llamada entrante en mi teléfono móvil me hace separarme del resto del grupo. Una mueca de asombro se dibuja en mi rostro al percatarme de quien es el nombre que aparece escrito en la pantalla. Deslizo hacia arriba mi dedo para descolgar.
—¿Samuel?
—¡Ey! —exclama. Por su forma de hablar, intuyo que está masticando algo—. ¿Qué tal está mi pequeña madeimoselle?
—¡Hemos terminado la sesión de fotos para la exposición de mañana!— exclamo, eufórica—. ¡No puedo estar más feliz!
—¿Exposición? —Samuel se lleva a la boca una nueva patata frita, o es lo que parece al escuchar el chasquido de la masa salada y crujiente al morder—. ¡Ah! ¡Ya sé! Lukás me mencionó algo sobre una propuesta que te hizo una de tus profesoras del grado. Emocionada, ¿no?
Un millón de mariposas revolotean sin descanso en la boca de mi estómago, provocándome una risa nerviosa.
—Ni te lo imaginas —río, nerviosa y pletórica al mismo tiempo. Es una mezcla extraña de emociones y sentimientos encontrados. Aunque siempre hay alguna tormenta que acecha a destruir la calma.
—Escucha, Lola —Samuel carraspea, aclarándose la voz al otro lado de la línea telefónica—, imagino que te preguntarás el motivo de mi llamada. He hablado con Lukás. Lola, él no está bien. Y creo que mereces saberlo.
—¿De qué estás hablando?
Una fuerte punzada atraviesa mis pulmones hasta traspasar mis costillas. Tal vez esté cansado por culpa del trabajo, por lo que me cuenta en sus e-mails, le exigen mucho. Incluso abatido por su novela, pero Lukás no tira la toalla hasta conseguir lo que desea, no a la primera de cambio. Él no es de esa clase de personas. Puede que la relación con su padre no esté yendo tan bien como pensaba, tampoco me ha hablado mucho sobre ello. Nunca lo ha hecho. Entiendo que es una tema del que le duele hablar pero, a fin de cuentas, yo soy su... ¿Pareja? Ni siquiera nos hemos definido como tal. ¿Hace falta hacerlo? ¿Cuál es el límite que hay que cruzar para considerarse como tal?
De repente, siento que me falta el aire. Necesito sentarme. Samuel continúa hablando al otro lado del teléfono móvil pero no logro entenderle con claridad. Tengo la boca seca y un pitido tan desagradable como intenso abruma en mis oídos.
¿Y si no conozco a Lukás tan bien como yo pensaba?
—¿Lola? ¿Estás ahí?
—Tengo que verle, Samuel —ahora es mi corazón quien toma las riendas de la conversación—. Necesito llamarle, hablar con él, que me explique qué es lo que está pasando, lo que le atormenta... No puedo hacer nada a cientos de kilómetros de distancia.
—La semana que viene es su cumpleaños. Tenía previsto un viaje a Viena para sorprenderle— relata su mejor amigo—. Me han dado la oportunidad de adelantarlo a pasado mañana por la noche y quedan billetes disponibles a buen precio. Tal vez quieras pensarlo detenidamente antes de...
—No —niego de forma tajante. Los ojos me escuecen y siento como mi espalda se contrae por culpa de la tensión acumulada sobre mis hombros—. ¿Podrías hacerme el favor de cogerme uno de esos billetes? Prometo pagarte en el vuelo.
—No te preocupes por eso —el ruido del timbre de la puerta se escucha a través del altavoz en casa de Samuel—. El vuelo sale a las once de la noche, he reservado habitación en el hotel más próximo al aeropuerto. Nos vemos mañana a las nueve en la zona de facturación de maletas, te envío tu billete por e-mail.
—Gracias por todo, Samuel.
Antes de colgar, Samuel me mantiene al otro lado de la línea un par de minutos más. Mi voz se escucha rota y no creo que tenga fuerzas para articular más de cinco palabras en una oración con sentido. Siento como mis piernas flaquean.
—Y, Lola —me llama el joven, serio, todo lo contrario a lo que desprende su vitalidad e ironía habitual—, todo va a salir bien, confía en mí.
—Ojalá tengas razón.
Aparto mi teléfono móvil de la oreja, dejando caer mi brazo sin energía, con la mirada perdida en un punto muerto de la sala. No soy consciente de las expresiones de preocupación de mis amigas, ni de cómo acuden hacia mí a toda prisa cuando el móvil impacta sobre el suelo del estudio.
Tampoco soy plenamente consciente de la fuerza con la que Abril me abraza y Gala me mece el pelo mientras me rompo. Como una frágil bola de cristal. Me deshago en un mar de lágrimas que no consigo frenar. Ni serenarme. He pasado de la plena alegría al desconcierto con una sola llamada de teléfono.
Ni siquiera consigo escuchar, como por medio de la playlist de la sesión de fotos, la voz de Rozalen sigue llenando la sala.
Ahora solo soy capaz de pensar en Lukás.
¡HOLA BONICOS! ¿Cómo estáis? Os traigo por fin un nuevo capítulo de nuestra Lola ❤ Un capítulo que, yo creo, no va a dejar indiferente a nadie jijijiji
¡Contadme vuestras teorías! Ya sabéis que me encanta leerlos ❤ y, por supuesto, amo saber vuestra opinión, me ayuda mucho a seguir creciendo ❤❤❤❤ Hacía mucho tiempo que Samuel no hacía una de sus apariciones, le echaba de menos. ¿Y vosotros? ❤
Nos leemos pronto, bonicos. Cuidaros mucho ❤
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